jueves, 15 de septiembre de 2011

15. "The Back of Love" - Echo & the Bunnymen

Del álbum Porcupine (1983)

Escuchar la radio tenía su encanto a ciertas horas durante la década pasada. Cuando no tenías acceso a internet de alta velocidad y querías descubrir algo nuevo, no quedaba de otra que sintonizar una estación con la esperanza de encontrar una tonada agradable. Había, desde luego, una serie de inconvenientes. A veces te encontrabas con una canción a punto de terminar, lo que impedía que supieras si el comienzo era igual de bueno que su final; o, si había un mal locutor, tenías que aguantar chistes lamentables hasta que se dignaran a volver a poner música. O el tener que aguantar programación pésima a cambio de que, como un milagro, apareciera de vez en cuando una medianamente destacable. Lo peor, no obstante, era cuando te enamorabas de un tema sin poder saber siquiera su nombre o el del artista.

Hubo decenas de canciones que solo pude escuchar una vez. El tener una conexión de dial-up impedía que me conectara por las noches, que era cuando las estaciones ponían la mejor música. Además, y por extraño que pueda parecer en la actualidad, la noción de googlear no estaba del todo extendida, había otros buscadores y ninguno tenía la precisión de la que ahora podemos disfrutar. Encima, no abundaban las páginas con letras que permitieran, de algún modo, encontrar a base de fragmentos la coincidencia adecuada. Lo intenté varias veces con resultados negativos; por si fuera poco, cuando lo creía lograr, no servía nada, mi conexión era tan lenta que bajar un mp3 se convertía en una misión imposible. Guardar un archivo de 5 megas, me llevaba una tarde entera, y eso en el mejor de los escenarios, porque era común que la conexión se cayera, haciendo que las cuatro horas que había invertido en llegar al 43% de progreso, se fueran directo al caño.

Comencé a escuchar la radio con cierta resignación. Sabía que si ponían algo extraordinario, lo más probable era que se tratara de la última vez que tendría contacto conmigo. Cuando el tema terminara, nos separaríamos para siempre, sin saber cuál era el nombre de la banda o el título de la pieza en cuestión. Quedaba disfrutar al máximo esos tres minutos de duración, a sabiendas de que la experiencia sería irrepetible.

Tal como pasa a diario cuando caminas a lado de desconocidos que bien podrían tener mucho en común contigo, pero con los que no puedes interactuar por la normas sociales que imperan. Tal vez, sin darnos cuenta, compartamos asiento en el autobús con el que podría ser el amor de nuestra vida. A simple vista no podemos enterarnos de que tenemos cosas en común o que hay coincidencias importantes en nuestra forma de ver el mundo. Lo mismo con las personas que están adelante en la fila del banco o los que están en otras mesas del restaurante. Son un misterio. Soy incapaz de vivir cómodamente sabiendo que quizás me esté perdiendo de grandes seres humanos.

Y ahí estaba yo, torturándome y gozando al mismo tiempo. Por una parte disfrutaba de la selección musical y por el otro estaba triste porque sabía que me estaba despidiendo de ellas al mismo tiempo, que la huella que dejaban en mí se borraría algún día y que no podría recuperarla.

Hubo una canción que se distinguió sobre el resto. Me volvió loco. La escuché un día a medianoche, quedé prendado a ella y no cambié de estación durante una hora con la ilusión de que alguien revelara su nombre, cosa que no pasó y que hizo que me obsesionara. Recordaba que empezaba con un sonido de batería, que era obscura, cantada por un hombre y con un solo discreto de guitarra. Describiéndola así, podrían obtenerse miles de coincidencias, así que la situación era delicada. Difícil realizar una investigación exitosa con tan poca información.

Pasé las siguientes semanas sintonizando la misma estación. Tal vez la vuelvan a poner, pensé. No fue así. De hecho, jamás la volví a escuchar.

De manera paralela, encontré en casa una recopilación doble de synthpop y new wave. Gracias a ella conocí a Ultravox, OMD, Heaven 17, Midge Ure y a Echo & the Bunnymen. De estos últimos venía "The Back of Love", luego de conocerla tuve la impresión de que era del mismo grupo que tocaba la canción que me tenía obsesionado. La obscuridad, las guitarras, la voz del cantante se parecían. Apunté en una hojita el nombre de los Bunnymen con la voluntad de iniciar una búsqueda dentro de su catálogo. La meta era encontrar la pieza misteriosa que empezaba a borrarse de mi memoria.

A las pocas semanas compré la edición especial de Ocean Rain. En la contraportada venía enlistada una tal "The Killing Moon". Tenía vagas referencias respecto a ella. Y, no sé por qué, consideré que tal vez fuera la que andaba buscando. Puse el disco y en automático salté a la pista 6. Hubo una decepción inicial. No, no era esa. Pero conforme fue avanzando, me di cuenta que por sí misma era una maravilla que merecía toda la atención que pudiera ofrecerle.

Los formatos físicos te brindan seguridad. A diferencia de la radio, donde dependía de lo que dijera o no un locutor, con el disco podía consultar letras, duraciones, nombres, equipo. Esta certeza se volvió pronto una necesidad, a partir de ahí empecé a comprar álbumes de manera constante.

Para la radio, decidí hacer uso de cassettes para grabar lo que me gustara. Mis primeros mixtapes consistían en los pedacitos que alcanzaba a registrar. Temas incompletos que formaban un collage musical. Usé muchísimos, no quería que me volviera a pasar lo mismo. En lugar de escuchar, me preocupaba más por estar ajustando la cinta y comprobar que estuviera funcionando correctamente. Cuando se llenaban, las metía un cajón. Rara vez las consulté. En el fondo lo que quería era hallar ese tema viejo que moría en mi cabeza.

Con el paso del tiempo fui escuchando más y más a los Bunnymen. Con cada nuevo disco renacía la esperanza. Pero no, ninguno de ellos contenía lo que estaba buscando. Lo positivo es que caí en cuenta de que esto me había servido para encontrar a una agrupación de alto calibre que pronto se convirtió en una de mis favoritas. De una situación frustrante, nació un nuevo amor.

¿Entonces de quién era la canción que escuché en esa peculiar noche? No lo sé, la he olvidado casi por completo. Aún conservo la idea de que si vuelvo a toparme con ella, la reconoceré de inmediato. Otras veces pienso que no, que mi mente juega sucio y que en realidad no era para tanto. O que ha pasado por mis oídos decenas de veces sin que lo notara por mitificarla de tal forma que la he convertido en una experiencia que quedó anclada en el pasado.

Siempre me quedará la duda, igual que esta certeza:



3 comentarios:

Sheliwirini dijo...

Buena canción, me gustó mucho :D
Yo solía escuchar la radio también, de repente pasaban cosas buenas de las que si llegué a saber su nombre, otras veces no corrí con la misma suerte. Pienso que es un medio de comunicación que podría ofrecer propuestas interesantes, música buena y sin embargo no es así. Miles de comerciales, malos locutores, misma música es lo que la mayoría ofrecen.

¡Saludos!

Juan Ramón V. Mora dijo...

Estaría bueno que la compusieras tú ¿No? Sería una buena forma de sublimar la frustración.

As: Contrabando Y Traición - Los Tigres del Norte.

Atte: Juan Ramón.

Bigmaud dijo...

Sheli: Oh sí, los comerciales son otro gran problema cuando estás del lado del escucha. Y claro, la programación limitada, en provincia hay estaciones que parecen tener nomás 100 canciones.

Comañero: Nomás me falta aprender a tocar la guitarra, y aún así, ya recuerdo poco de ella.

Saludos.