martes, 27 de diciembre de 2011

Cruzar las calles



Estas vacaciones me he dado cuenta de lo oxidado que estoy para cruzar las calles. Un par de años fueron suficientes para que perdiera la poca pericia que tenía para esta actividad que, como es bien sabido por las gallinas, es bastante importante. Dejar de recorrer lugares transitados durante periodos largos de tiempo tiene consecuencias fatales: te olvides del ritmo adecuado para lograr llegar al otro lado. Según he visto, lo importante es saber combinar paciencia con gallardía y tener la determinación para ir adelante. Al mismo tiempo hay que saber cuándo retroceder, que hay mucho loco al volante y nadie quiere pasar las celebraciones de año aplastado en la acra. Los expertos en la materia son capaces de dominar el asfalto haciendo que los conductores les teman logrando que así les cedan el paso. (Los mejores incluso son capaces de revertir los papeles cediendo el paso a los mismísimos autos con gestos de condescendencia en los mostrando quién es el amo)

Lo que ocurre es que valoro mucho mi vida. No puedo tomar riesgos a sabiendas de que una vida tan importante como la mía está en juego. Esto provoca pérdidas terribles de tiempo que invitan a que elabore reflexiones en torno a si no debería reducir mi autoestima en un par de kilogramos. Ayer por ejemplo, vi con aflicción cómo un par de ancianas se me adelantaban en el camino. Debo señalar que el paso de las décadas, amén de provocarles una generosa cantidad de arrugas y canas, les dio una enorme capacidad para atravesar calles aun cuando el tránsito vehícular es elevado. Sorprendido pude ver cómo dieron pasos tranquilos hacia la meta sin importar que un autobús y un camión de carga se encontraran a menos de 10 metros de sus bastones. Es más, todavía se dieron el lujo de continuar la conversación durante el trayecto y una de ellas hasta esbozó una sonrisa. Lo sé porque por estarlas observando casi fui arrollado por un impertinente conductor de bicicleta que tuvo el descaro de seguir pedaleando sin detenerse a preguntar por el estado de mis nervios.

Ante la falta de un semáforo que me auxiliara, tuve que aguardar hasta que un conductor me cediera el paso. Le agradecí asintiendo la cabeza y troté para no abusar de su generosidad. Detesto a los peatones que caminan lento en dichas condiciones, uno debe compensar la amabilidad haciendo que la pérdida de tiempo sea lo más pequeña posible para quien nos está ayudando.

Ya del otro lado pude asimilar que estoy fuera de forma y que lo mejor es ir practicando poco a poco. De nada sirve jugar al héroe. Intentar replicar viejas glorias (como la vez que crucé una avenida dos segundos después de llegar a ella provocando que un moto pizzero tuviera que hacer una maniobra con tal de no rebanar mi abdomen en dos partes) a estas alturas sería contraproducente. Debo tener la cordura que caracteriza a los aprendices que luego resultan maestros. Mientras tanto recordaré los principios básicos: mirar hacia ambos lados antes de cruzar, hacer caso a los semáforos y darle una oportunidad a los puentes peatonales. Cuando se decidan a ponerles escaleras eléctricas.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Ay



Siento que tal vez deba dejar de escribir por un tiempo. Quiero recuperar las ansias que antes tenía por teclear. Dejé de notarlas hacer cerca de un mes.

Al mismo tiempo temo que el dejar de escribir complique más la recuperación del ¿ritmo?. Uno se vuelve apático al notar que nada drástico ocurre si uno deja de lado cierta actividad.

Fui a tres conciertos de Morrissey cuando todas las circunstancias y señales indicaban que no lo haría. Dos cosas claves para lograrlo: conocer gente de categoría y tener determinación.

La época es ideal para descubrir si alguien te quiere. Hagan la prueba. Regalen calcetines: si la víctima sonríe, agradece y te sigue hablando, no lo dudes: esa persona te estima. Prueba con una licuadora si se trata de una mujer.

Los párrafos cortos me perturban. Siento que los lectores podrían pensar que se deben a la falta de ideas. Luego por eso escribo de más. Apenas noto que no necesariamente es así, y que más vale ahorrar tiempo al prójimo si el asunto en cuestión va para ningún lado.

Hoy vi a un anciano que hablaba solo. Fue en una plaza. De pronto dijo que necesitábamos micrófonos. Nadie le respondió. Lo entiendo.

No hice ningún propósito a principios de año. Por primera vez puedo decir que los he cumplido por completo.

Dejo un tip para quienes quieran parecer jóvenes: agarre una frase simplona que vea por internet. Si es una puñetería motivacional, mejor. Ahora péguela en su estado de Facebook teniendo cuidado de alternar mayúsculas y minúsculas. (Ejemplo: sIIgUe lA lUZ dE tU cooRazoon Y tuZ ZuEññOz) Listo. Sin necesidad de recurrir a cirugía usted parecerá un joven de 14 años.

Durante el primer concierto logré conseguir un pedazo de la camisa de Morrissey. La considero una reliquia de la música pop. En lo que a mi respecta vale más que cualquier prenda que haya utilizado Juan Pablo. Casi pierdo un dedo en la lucha. Y aun con todo lo que me costó, le di la mitad a cierta persona. No la habría compartido con nadie más. Así de importante es esa persona.

La memoria empeora. Antes de dormir me sorprendo al olvidar palabras que acabo de pensar. Supongo que confundo. El otro día soñé que dormía por siete horas.

martes, 22 de noviembre de 2011

Mejor el público que el espectáculo


Este año he ido más al cine que en todo el sexenio pasado. Las razones para evitarlo habían sido muchas, en especial por malas experiencias con el servicio y las personas que asisten a las salas. Hubo periodos, como el del 2004, donde no asistí ni una sola vez. Ya de por sí los precios me parecen abusivos, como para que encima el boleto no incluya la garantía de que ninguno de los asistentes hará chistes imbéciles durante la proyección. Total, que actualmente lo he superado y una serie películas en las que no ha pasado nada excesivamente trágico, han hecho que recupere la fe en este tipo de entretenimiento. La clave, he descubierto, es no asistir en semana de estreno e inclinarse por cintas no demasiado populares con la esperanza de que las butacas presenten suficientes vacíos como para pasarla a gusto.

Eso sí, a veces las películas son tan malas que el público termina por ser lo más relevante de la función, así que comprobé este fin de semana cuando acudí a ver Happy Feet Two en 3D. No soy aficionado a las películas infantiles (clasificadas como AA), la mayoría son aburridísimas si eres una de esas personas que se afeitan y viven amargados por las circunstancias de la vida. Accedí a ver la película esta de los pingüinos por lo de 3D, un elemento que siempre mejora el espectáculo, haciendo que lo malo se convierta en aceptable y lo aceptable en notable. Kung Fu Panda 2, por ejemplo, me pareció maravillosa. Y de no ser pos los lentes que permitieron apreciar los efectos en su totalidad, posiblemente hubiera vomitado durante las proyecciones de bodrios del calibre de Pirates of the Caribbean: On Stranger Tides, The Smurfs y —ni se diga— Yogi Bear.

De antemano estaba preparado para una cinta que prometía no desafiar el estatus de Taxi Driver como un clásico cinematográfico. De cualquier forma, esperaba que Happy Feet empleara el 3D en su máxima expresión ya que desde pequeño he sentido fascinación por los pingüinos, en especial por aquellos que están elaborados a base de plastilina.

Craso error. Supe que la noche sería pesada en cuanto vi a una de las pingüinas protagonistas cantar como si de Beyoncé se tratara. Detesto la mayor parte de los musicales, y cuando los cantores son un grupo de aves marinas, mal vamos. De cualquier forma, hubo algo que salvó la situación. Y no fue la llegada de los créditos (que también), sino la presencia de una niña en la sala de cine.

Verán, siempre me he quejado de las personas que van al cine. De hecho creo que la experiencia se arruina si un desconocido se sienta a tu lado. Más si está comiendo un hot dog o nachos que, amén de expeler un aroma desagradable, se conviertan en un peligro latente con miras a mantener tu ropa sin manchas.

No obstante, esa niña fue diferente. Hizo que el costo del boleto valiera la pena y que el martirio de la película pasara a segundo plano.

Lo logró de una manera muy sencilla: riendo. La vi y tenía seis o siete años. Era evidente que era la primera película en 3D que veía, y cada vez que gritaba emocionada, yo me conmovía. No lo pude evitar, por más frío que suela ser, ella me ganó. Pensé que me gustaría ser como ella. Ser inocente. Poder emocionarme con una burbuja saliendo de la pantalla y poder reír de un chiste malo sin sentirme culpable. Verla ahí preguntarle a su madre cómo podía ser que esos pájaros no volaran, hizo que recordara las mañanas en las que, de niño, veía los documentales de pingüinos en el canal once, donde cientos de ellos recorrían largos bloques de hielo, en medio de la nada en busca, quizás, de eso que todos andamos buscando.

Y eso me encantó.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Si ni siquiera lo intentas

Acá por la casa hay una sucursal bancaria. Seguido paso caminando por ahí. Afuera, a las horas pico, hay un hombre que se pone a vender cinturones y carteras. Cada que lo veo está intentando venderle un producto a las personas que salen del cajero. El tipo me da un poco de lástima porque nadie parece comprarle algo. Es difícil que alguien que sale de un lugar semejante necesite de una cartera, se supone que ya la llevan y además se trata de un accesorio que rara vez necesita renovarse, a menos que la pierdas. Con los cinturones parece correr a misma suerte. Lo veo casi diario y sigue teniendo los mismos. Nadie se lleva uno solo. Desconozco cómo hará para mantenerse en pie. Supongo que tiene otro trabajo, uno que le permite alimentarse y pagar la renta. Vender mercancía debe ser una forma de tener un ingreso extra, uno que desde luego no tiene éxito.

El señor es ya mayor. Me da ternura. Las canas dominan su cabeza. Debe ser difícil ver a decenas de personas salir con fajos de billetes todos los días sin que ninguno se digne a comprar lo que les ofreces.

No obstante, el hombre comete un gran error. Nunca se fija en mí. Cuando camino por ahí, voltea hacia otro lado. Jamás me ofrece lo que tiene, aunque no haya ningún otro potencial cliente a la redonda. Lo que él no sabe es que yo necesito un cinturón. Tampoco sabe que tengo el dinero para comprárselo y las intenciones de hacerlo. Si se acercara y me tratara como a los demás, le compraría uno sin chistar. Pero como no lo hace, me abstengo. Él se lo pierde. Merecido lo tiene por irse con a finta. Por no intentarlo. Por dar la oportunidad perdida antes de que siquiera suceda. Cuando llegue a dormir por las noches debería reflexionar sobre por qué las cosas le están saliendo mal. Si logra encajar las piezas del rompecabezas, logrará ver mi imagen en sus sueños. Será entonces cuando se dé cuenta de que hay un comprador que está perdiendo de vista. Y al otro día vendrá a decirme que tiene un cinturón de excelente calidad para venderme. Pero quizás para entonces ya sea demasiado tarde, y yo ya tenga uno, comprado a un comerciante que ha tenido la gentileza de considerarme.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

El conflicto de las rosquillas

Ayer fui a comprar pan. Tomé la charola y con la ayuda de las pinzas fui agarrando lo que me iba apareciendo digno de llevar a casa. Después de hacerlo, fui con la señora de la caja para que me hiciera la cuenta. El total fue de $74.80. No lo pude creer. Bajo ningún concepto, la compra del pan debe exceder los cuarenta pesos . Revisé el ticket. La cuenta era correcta. Qué le iba a hacer, la falta de práctica hizo que perdiera la noción de cantidades y precios. De cualquier forma, creo que la culpa la tuvieron unos muffins de 12 pesos que traían trozos de chocolate encima. Agarré dos que representaron un porcentaje importante de la cuenta. Ignoro cuál, las matemáticas me fallan y estoy tan indispuesto ahora mismo que hasta usar una calculadora me levanta la bostezos.

El contenido la bolsa la completaban un par de churros, una oreja, tres bizcochos de chocolate, un cuernito, dos conchas (nota aclaratoria para los argentinos y/o biólogos marinos: así le decimos nosotros a esto, se trata del pan favorito de las amas de casa y las tías, el público joven prefiere otras opciones), tres campechanas y dos mantecadas clásicas. El no haber ido a la panadería por un periodo prolongado de tiempo hizo que me excediera en la cantidad, y aún así, por si alguien se le preguntaba, no incluí a ninguna dona dentro del paquete.

Primero decir que prefiero utilizar la palabra rosquilla. La influencia de Homero Simpson fue enorme en una generación como la mía, y él jamás utilizó el término "dona" para referirse a uno de sus alimentos favoritos. Lo comprendo. Dona tiene connotaciones filantrópicas que le restan puntos al maravilloso sentido de gordura que debe tener. Rosquilla por su parte utiliza la "q" y la doble l, en una combinación estupenda para pronunciar, tal como pasa con su palabra hermana "cosquillas".

Y no llevé rosquillas no por que no me gustaran. Por el contrario, es uno de mis panes favoritos desde pequeño. Llegué a pelearme con mis primitos por la disputas que implicaba ver quién se quedaba con la rosquilla de chocolate. Nadie quería conformarse con las aburridas conchas y mantecadas que no tenían un agujero en el centro que permitiera asirlas con propiedad.

Si no las compré es porque desde hace tiempo me di cuenta de lo decepcionante que puede ser tenerlas guardadas. En las vitrinas se ven perfectas. Redondas, suaves y esponjosas. Parecen el punto culminante de la sociedad occidental en materia de repostería, porque además son baratas y fáciles de transportar. Lo terrible es que todo aquello es un espejismo. En las panaderías nadie te advierte que con el paso de las horas irán perdiendo consistencia en la cubierta. La culpa la tiene el plástico con la que las envuelven antes de meterlas a la bolsa de papel. En teoría lo hacen para que el chocolate no manche los otros panes que acaso tengan otros propósitos diferentes al de empalagar. Lo que no contemplan es que esta técnica arruina a la propia rosquilla que en menos de un día ve disminuida a su cubierta que acaba derretida para ya no volver jamás.

La única alternativa para disfrutarlas al 100% es consumirlas ahí mismo dentro del supermercado. Hacerlo lo más pronto posible, ya sea en el estacionamiento o mientras esperas que el cerillo acomode el veneno para ratas junto a tu queso panela. Si estás ilusionado con la idea de guardarlas para el otro día, temo decir que no hallarás otra cosa que una decepción, al abrir la bolsa verás cómo tu desayuno está aguado y con el chocolate pegado al pedazo de plástico que la recubre.

En algunos lugares lo saben, y han tomado la decisión de empacarlas en pequeñas cajas de plástico para beneficio de los clientes. Lo malo es que tienes que comprar seis para ser acreedor a ese derecho, algo no muy recomendable si lo que buscas es conservar la línea. De modo que si solo compras dos o tres, estás perdido.

Una alternativa que sugiero es la de implementar un sistema de bolsitas exclusivas para rosquillas. Cada que alguien compre una, las tiendas las meterán ahí, sin ningún papel, tela o plástico que pudiera poner en riesgo la capa superior que le da el toque maestro. A fin de cuentas es lo que merecen. Son de otra clase, son especiales. No da eso de mezclarlas con las vulgares chilindrinas o con los tristes bolillos.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

De verdad: no lo entiendo

El mundo está lleno de gente rara. Lo he visto, hay quienes te hacen cara fea si osas pedirles prestado un lápiz. Por eso no suelo pedir favores. Prefiero arreglármelas yo mismo, o en dado caso, hundirme. Además cuando alguien hace algo por ti, la mayoría de las veces está esperando que tarde o temprano les devuelvas el gesto. No son actos desinteresados, lo ven como inversiones a corto, mediano o largo plazo. Si hoy les pides que te resuelvan una duda, lo más probable es que mañana te exijan las llaves de tu casa. Les pides un grano y ellos te piden una montaña.

Esto no debe derrumbarnos, no. Últimamente me he dado cuenta de que existen personas lindísimas por ahí. A veces uno no las distingue porque están desperdigadas en medio de toneladas de paja. Pero de que están, están. De hecho tienen una calidad humana que equilibra la balanza de la sociedad. Las calles estarán repletas de escorias: ladrones, estafadores, seres violentos. Son millones. Los habrás visto a diario. Pareciera que son suficientes para que uno deseara el fin de nuestra especie. Y luego, de pronto, encuentras a alguien, que por sí solo puede compensarlo. Los has de conocer, son aquellos que te arrancan una sonrisa, te salvan de una situación complicada o los que te prestan auxilio desinteresadamente.

No abundan, claro. Tal vez deban pasar semanas, meses o años para que encuentres a uno. Sin embargo, cuando lo hagas, sabrás de lo que hablo. Sentirás que recuperas la fe en quienes te rodean. Verás el cielo más claro, e incluso, te quitará lo amargado. Pensarás que no estamos perdidos después de todo. Que hay esperanza, y que las calamidades valieron la pena si ellas condujeron hasta el punto en el que ahora te encuentras.

Ya he dicho que he tenido un año pésimo. Hubo momentos en los que pensé que se trataba de una caída libre y que no habría nada ni nadie que pudiera detener el embrollo que me hundía. Después me di cuenta que tenía personas valiosas por ahí, que no todo era tan malo. Solo que no me daba cuenta, y entonces empecé a ser menos injusto y me volví alguien agradecido. Sin importar lo que pueda decir aquí, en mi escuela hay un puñado de compañeros que han sido terriblemente amables. Aquí aplica lo mismo: aunque sean pocos, compensan a esa gran cantidad que no vale la pena.

De cualquier forma, y por extraordinarios que sean, llego a comprenderlos. Conviven conmigo a diario, y tal vez por mera costumbre y generosidad se toman la molestia de actuar de manera cordial conmigo. Lo que de verdad no comprendo son a las personas que sin conocerme cara a cara (en vivo, pues), tienen gestos amabilísimos conmigo. Es en serio, es algo que escapa de mi comprensión. Y lo agradezco muchísimo. No son pocas las personas que conozco en internet que han terminado por convertirse en fundamentales en mi día a día. A algunos he tenido la fortuna de contactarlos fuera de la red, y son igual de maravillosos que cuando teclean. A otros todavía no, pero han sido tan buenos conmigo que los prefiero sin dudar a la mayoría de quienes me topo a diario por las calles. Son tan amigos como cualquiera de los que he tenido en el pasado y de los que podré tener en el futuro.

En este post relaté que, por una tragedia personal, no pude conseguir boleto para los conciertos de Morrissey en México. Lo estuve esperando por 5 años, y justo cuando salieron a la venta, ocurrió uno de esos sucesos que te levantan a las dos de la mañana. Pocas veces me he sentido tan solo como en aquella ocasión. Fue terrible. De nuevo supe que la vida es injusta y que sin importar cuanto intentes controlarla, siempre hay un detalle que está fuera de tus manos.

Por alguna razón, no perdí la esperanza. Confié en que un milagro sucedería. "I Know It's Happen Someday", decía la canción. Y ocurrió, aunque no fue propiamente un milagro, sino la enorme bondad de una chica que solo conozco por internet.

¿Qué hizo? Me ofreció su boleto para el concierto. Sin que yo se lo pidiera, sin que yo se lo insinuara. Sin tener la obligación. Sin que nadie se lo exigiera. Sin que las circunstancias la impulsaran. Cedió su boleto a un desafortunado fan al que conoce por twitter y su blog. Fue una actitud tan grande que al principio me resistí. Sin importar cuánto quisiera a Moz, era un demasiado, me sentía un poco culpable. Y ahí fue donde se creció: fue aún más gentil y me explico las razones por las que quería ayudarme. Fue entonces cuando todo esto que ahora cuento, se movió por mis huesos. Ella es una de esas personas que cambian el panorama, que tal vez sin darse cuenta, representan con su modo de comportarse, un punto de inflexión de una vida ajena.

Hoy el boleto llegó por correo. Cuando lo vi, comprendí que las horas que he invertido en este blog se justifican por haber llegado a toparme con espíritus tan nobles como el de ella. El tiempo que desperdicio en twitter, formspring y otras redes donde me machaco el cerebro dándoles prioridad a veces sobre la universidad, por fin adquirieron significado. Tarde o temprano las piezas se acomodan, y aquello que parece no tener sentido, lo cobra. Este tema lo tocó Steve Jobs en el famoso discurso en Stanford. Y es cierto, con el pasar de los años empiezas a identificar que los puntos que parecían no tener importancia, se volvieron definitivos para el lugar en el que te encuentras.

No sé, me pongo a pensar que ni no hubiera abierto un blog, ahora me estaría perdiendo de seres extraordinarios. Y tengan por seguro que ahora estaría mucho peor. Tarde o temprano, necesitas a alguien de tu lado.


Esto va por ti, @gatobarrigon. Muchas gracias.




jueves, 3 de noviembre de 2011

Es poco recomendable ser como yo



Soy especial y cerrado en cuanto a Facebook se refiere. Tengo una colección de docenas de solicitudes de amistad que jamás aceptaré. La mayoría de personas de la escuela, que nunca se han tomado la molestia de darme un buenos días y que, sin embargo, esperan que las acepté como si fuéramos hermanos del alma. Para mí ir en una misma clase no es razón suficiente como para iniciar una amistad virtual ni mucho menos. También he declinado las invitaciones de algunos familiares debido a que su presencia me resultaría incómoda. A otros los he aceptado por mero compromiso, por temor a que en la próxima reunión navideña me retiren la palabra y se nieguen a pasarme el plato de patatas.

En cambio, he aceptado a sujetos que no conozco en persona sin ningún problema. No a todos, claro, solo a unos cuantos, los que me resultan gratos, parecen confiables y han sido amables conmigo. Los prefiero sobre a muchos de los que veo cara a cara diariamente. De igual forma, tengo pocos amigos en Facebook, en especial si se me compara con las cuentas que sobrepasan los 500 contactos.

Que yo recuerde, solo le he enviado solicitud de amistad a cinco personas, quizás a cuatro. No me agrada la idea de darle a alguien la opción de rechazarme. Además, con una que otra excepción, no soy de los que están ansiosos de retomar contacto con amigos del pasado (de hecho me he negado a hacerlo, sin importar cuantas veces sigan intentándolo por medio de solicitudes), ya que la mayoría de esas relaciones fueron producto de las circunstancias, de nada más.

El caso es que el otro día celebré una actividad que implementé desde el año pasado: borrar a todos aquellos monitos que no me felicitaron en mi cumpleaños. La edición de 2010 fue épica, eliminé a cerca de 30 personas que representaron casi una tercera parte de mis amistades en ese entonces. Esta vez la purga no fue tan espectacular, tal vez por el precedente, en este ocasión solo se fueron 10 cabezas, que dudo regresen un día. Para quienes crean que la medida es excesiva, déjenme decirles que antes de decir chau a un perfil, verifico si ha tenido actividad durante ese día, si no es así, le doy una oportunidad; uno debe ser consciente de que si no usó su computadora, es lógico que no haya visto la notificación automática que aparece cuando uno de los tuyos está cumpliendo un año más de vida.

Total, que tengo tan pocas amistades ahí, que luego de restar 10 perfiles, quedé en un estado deplorable. Tampoco me gustaba la idea de tener apenas sesenta y tantos amigos, que luego uno puede aparentar ser un paria, cosa no muy aconsejable a la hora de formarse una imagen pública. Lamentablemente la gente se va con las apariencias, y en vez de verme como el sujeto exigente que soy, podrían pensar de manera errónea que soy uno esos muchachos que están a la espera de ser aceptados en los círculos sociales de sus semejantes.

Lo anterior, aunado a la depresión post-cumpleaños (el día siguiente es terrible, luego de ser el centro de halagos y atención, pasas a regresar a la triste realidad en la que nadie parece alegrarse de tu existencia), me hizo recordar a una chica que alguna vez encontré en Facebook por casualidad. No recuerdo cómo llegué a su perfil, tal vez buceando por ahí o por una etiqueta puesta en el lugar adecuado. El asunto es que cuando la vi, me sorprendió por el hecho de que era de mi misma ciudad, y, en especial, porque tenía gustos extrañamente parecidos a los míos. En el apartado de Arte y Ocio, había registro de que le gustaban Elvis Costello, Patti Smith, Serge Gainsbourg, The Cure y Morrissey, entre otros que son indispensables para mí y que pocos conocen y adoran en donde yo vivo. Las coincidencias musicales se complementaban con las literarias, cinematográficas, televisivas e incluso de videojuegos (!!!). Según esto era fan de Oscar Wilde, Hank, Ghost World, Pingu!, Back to the Future, Silent Hill y hasta Resident Evil. Me sorprendí, como les digo, porque era la primera persona de la que tenía noticia, que contara con debilidades similares a las mías en esta pequeña ciudad.

Cuando la vi, pensé en mandarle un mensaje. Desistí de hacerlo por considerarlo poco menos que una locura. Un mes después, no obstante, estaba frente a la computadora a las dos de la mañana del día posterior a mi cumpleaños (hace dos semanas), y con el peso de la vejez y melancolía propia del momento, además de una copas encima, me animé a hacerlo, pensando que todo lo anterior eran señales de que al menos debía intentarlo.

Por mensaje privado (vulgarmente conocido como "inbox") le escribí algo parecido a lo siguiente:

Bueno, esto sonará raro, pero buceando entre perfiles encontré el tuyo y acabé encantando al encontrar alguien, que en San Luis, gustaba de Moz y Bukowski, de Costello y Gainsbourg y que encima era aficionada a Silent Hill (!!!). No pensé que existiera alguien en esta decadente ciudad que gustara de eso que a mí tanto me encanta, así que nada, de eso va este triste mensaje. Me lo pensé mucho, y al final decidí mandarte un mensaje con saludos. Mira que hice un esfuerzo al ser increíblemente tímido; pero es que son Morrissey y The Cure... no podía resistirme. ¿Irás al concierto del primero? Nada, si me consideras un friki, no contestes un mensaje, pero si no, mándame una solicitud de amistad que con gusto aceptaré. Chau.

Lo releo y me da pena. En mi defensa diré que no estaba en mis cinco sentidos. De estarlo, no hubiera empleado una palabra tan patética como "friki". Seguramente le habré parecido un otaku cualquiera por usarla. Además ofendí al lugar donde ella vivía, y redacté como un tipo que tiene cosas que ocultar. En fin, debí escribirlo de otra forma, pero eso fue lo que me salió con la inercia de la noche.

Era una chica como de mi edad, y no tenía otra intención que la de conocer a alguien con quien tengo sensibles afinidades. Por desgracia nunca me contestó (dudo que lo haga ya), aunque eso no hizo más que comprobar que, en efecto, es parecidísima a mí: es igual de especial y cerrada que yo con eso de las amistades de facebook. Y por eso no nos conoceremos, por ser tan iguales. La historia de mi vida. Y esto me hace pensar que quizás debería cambiar, que acaso el ser tan evasivo, me hace perder de oportunidades importantes.

lunes, 24 de octubre de 2011

Hacer feliz a la gente

Freddie Mercury me cae mal. Aun cuando en la infancia hice algunos coqueteos a la música de Queen, jamás me enganché. Era tal vez por lo estrafalario. Por la vestimenta ridícula y voz tan lejana a mis alcances que hacían imposible que conectara con ellos. Y esa forma de bailar, desde luego. El tipo exhalaba confianza, pero no podía mirar por tiempo prolongado a una persona moviéndose de aquel forma. Freddie tenía el aspecto de un señor, solo que en lugar de usar traje y corbata y regañar a sus hijos, utilizaba pantalones entallados mientras movía las caderas con lascivia. Me incomodaba pensar que mi padre pudiera actuar así alguna vez.

Y con todo, el doodle que le dedicó Google me encantó. No lo mencioné en su momento porque estaba con lo de las 31 canciones, pero en cuanto lo vi caí presa de la emoción. Sí, lo reconozco. Y no fue tanto por Queen o por la canción (aunque "Don't Stop Me Now" es de mis favoritas), fue más bien por algo que ocurre en el minuto 0:14. Me refiero a la siguiente imagen, concretamente:

Sonrisas.

Recordé a Bill Shankly, el corazón del Liverpool FC, y a la estatua que le hicieron cerca de Anfield cuya inscripción dice:

He made the people happy

Justo fue así como quería ser recordado. Para él, el futbol era una pasión (más importante que la vida y la muerte) cuyo verdadero fin era entretener a la personas; hacerlos felices en medio de las pesadas jornadas de trabajo. Se definía a sí mismo como alguien honesto, una tarea complicada en un medio como el futbol, donde es tan común recurrir a la mentira.

No es de extrañar que fuera tan querido por la gente de Liverpool. Lo importante es que no lo tomaba como un mérito: sino como un privilegio. Así se recoge en estas impresionantes palabras pronunciadas luego de perder una final contra el Arsenal, en medio de la emoción provocada por un pueblo noble que apoya aun en la derrota.

Eso es, vaya privilegio el de Bill y Freddie, el de tener un trabajo que hacía feliz a la gente. Me encantaría tener uno de esos. Y no sé si algún día pueda tenerlo.

viernes, 21 de octubre de 2011

Por lo mismo de la intimidad


Entré al autobús y me acomodé a su lado sin saber que cometía un error. A simple vista parecía una señora cualquiera, una opción digna como compañera de asiento. Mejor al menos que el hombre de camisa rosa y gorra café que se encontraba en la fila de atrás. Lo que se busca en esas circunstancias es alguien que tenga cara de ser poco conversador, y que si se puede, no huela mal. Ella cumplía ambos requisitos; lo terrible es que llevaba consigo un grandísimo defecto: era lectora.

En cuanto vi que sacaba un libro de su bolsa, supe que el trayecto sería poco menos que insufrible. De una vez digo que yo también llevaba un libro, y no tengo nada en contra de los que añaden literatura a la fórmula para pasar el rato. Mi agobio provino por el hecho de que dos lectores no pueden estar a gusto en un área tan reducida.

Al estar hombro con hombro, actos tan simples como el de cambiar de página se volvían un martirio. Yo no quería tocarla, faltaba más. Ya no quiero tocar a nadie, ni ser tocado. Perdí el entusiasmo por el contacto físico de unos meses para acá. No me interesa, a menos de que se trate de una de las tres personas en las que pienso ahora, ninguna de las cuales será revelada.

Entonces podía leer sin problemas por un minuto o dos. Hasta que aparecía el momento fatídico en el que uno de los dos tenía que cambar de página. Para aumentar el fastidio, ambos llevábamos manga corta, de modo que nuestras pieles tenían un punto de encuentro para nada satisfactorio. La tersura de mi cutis desentonó con lo rasposo de sus brazos, logrando así el colapso de un porcentaje importante de mis nervios.

Considero a la lectura (igual que la escritura) una actividad íntima. Entre menos público, mejor. Noté que la señora pensaba igual por la forma peculiar con la que sujetaba su volumen. Curioso como soy, quise saber el título del libro que tenía, sin embargo, hábilmente decidió posar su mano (similar en tamaño a la de Kevin Garnett) sobre la portada, haciendo imposible que con miradas discretas pudiera no ya digamos saber el nombre de la ¿novela?, sino tan siquiera tener una idea sobre la editorial o el autor. Por lo mismo de la intimidad, no quería verme demasiado obvio volteando al costado, no, para un lector reservado eso equivale a que te miren los calzones, y yo no quería que la mujer en cuestión tuviera el más mínimo indicio de que yo sentía algo por ella.

Pasé la hora siguiente siendo presa de ansiedad y estupor . El contacto de nuestros brazos era un recordatorio de que no sabía el nombre de su libro, y que tenía pocas oportunidades de hacerlo.

Lo único que puedo decir es que era de unas 800 páginas, de pasta gruesa y de cubierta escarlata. Encima, por culpa de mi descuido, jugábamos en condiciones desiguales. La señora sabía que yo leía Siete noches de Borges. Noté incluso que hizo una ligera mueca como diciéndome que me había ganado la partida, que en cuanto quisiera podría ir a un a biblioteca a buscar ese libro, mientras que yo no podría hacer lo mismo. Acepté la derrota prosiguiendo la lectura sin poder concentrarme. Los pensamientos los tenía puestos en otro sitio.

Abandoné el autobús pensando que de ahora en adelante podré tener contacto con decenas de novelas, poemas, cuentos y biografías; pero que la sombra del libro escarlata irá conmigo allá a donde vaya. Cada que visite una librería, pensaré en que ahí no estará, porque no hay dos libros iguales, por más que sean de la misma edición.

lunes, 17 de octubre de 2011

Hay cosas mucho peores

El camión de la basura pasa los martes y sábados. Los vecinos sacan sus bolsas en esos días para que el encargado las retire. Ahora bien, desde hace unas semanas alguien, no sabemos quién, ha dejado su basura junto a la nuestra. Es molesto ver a los desechos propios acompañados de bolsas con las que no estuvimos involucrados. Tal vez los peatones puedan pensar que nos pertenecen, cuando no es así. No producimos tanta basura, sino apenas una cantidad dentro del promedio.

He estado investigado quién podría estar detrás del agravio. ¿Quién querría endilgarnos sus desperdicios? Vaya honor, podrías pensarlo. Yo no.

Fui con el de la casa contigua.

—Te he pillado, macho.
—¿Qué es lo que dices?
—Que te he pillado. Sé que dejas tus bolsas de basura en mi patio.
—Mientes, yo dejo lo mío aquí en la banqueta.
—Ándate con cuidado,a mí no me engañas. Las bolsas de plástico llevan tu marca.
—Tú lo que estás es loco.
—Cómete tu basura luego.

***

El boiler de la casa está fallando. Hay días en los que no calienta el agua. Ya desde temprano sé cuando un día será pésimo. Si el agua sale fría, significa que las próximas horas serán un infierno, si sale tibia, al menos caben unas cuantas ilusiones.

En los últimos días me he bañado varias veces con el agua fría, a punto de llegar a la congelación. Antes no lo aguantaría, menos a las seis de la mañana. Pero he desarrollado un método que me impulsa a tomar la ducha sin importar cuán helada esté.

Simplemente pienso en las personas que están en los hospitales. En los que sufren y pasan un mal rato. Con tubos e inyecciones. En los que tienen hambre, Con el dolor molestándoles a cada rato. Entonces un simple baño con agua fría no es tan malo, me digo. Y en un segundo me animo a entrar al agua.

Lo aguanto. Temblar es poco. Hay cosas mucho peores.

Nos vemos, Bert.

lunes, 3 de octubre de 2011

31. "I Know It's Gonna Happen Someday" - Morrissey

De álbum Your Arsenal (1992)


En una entrada anterior platicaba emocionado sobre la posible visita de Morrissey a México. Una coincidencia (yo le había dicho meses antes a una persona que Moz vendría a fines de año) hizo que el anuncio oficial fuera aún más emocionante. Los días pasaron, conseguí a quien me echara la mano con la tarjeta de crédito para lo de la preventa y, con el dinero preparado en la mano, estuve ansioso por la llegada de la fecha. Las señalas indicaban que podría verlo de nuevo. Eso me tenía contento y a la vez tenso.

Tenso, sí, porque las cosas podían salir mal, lo cual no sería extraño, tomando en cuenta la racha por la que atravieso. Y así fue, unas horas antes de la venta de los boletos recibimos en casa una de esas llamadas que te despiertan a las dos de la mañana anunciando lo peor. Sin entrar en detalles, diré que este problema personal imposibilitó que fuera a comprar los boletos como tenía planeado. Había esperado cinco años para esto.

Me alteré obviamente. De por sí estaba afectado por la noticia que recibí a esas horas (y lo sigo estando) para que además tuviera que sufrir el hecho de que probablemente no iría al concierto de Morrissey, evento que ansiaba por diversos motivos que no caben en estas líneas.

De nuevo comprobé que la vida es cruel. No importa los planes que hagas, ni cuánto te esfuerces, hay cosas que se te escapan de las manos y por las que no queda nada qué hacer. Medité el asunto, este año ha sido el peor que he pasado, superando al 2010 que tenía el récord anterior (que a su vez llegó a pertenecer al 2009, 2008, 2007 y 2006...), sí, mi existencia va en picada y no hay nadie abajo para atraparme.

Esa fue, por cierto, una referencia a una canción de este artista. Lo conocí a finales del 2004, primero por su carrera con The Smiths y luego con su faceta solista. Ambas maravillosas. Inicié con The Queen Is Dead y a partir de ahí no paré de escuchar su material. Desde The Beatles ningún artista me había apasionado tanto, y desde ellos ninguno ha logrado impactar de la misma forma.

La malos ratos por los que he pasado tuvieron un soundtrack que, por fortuna, hicieron más llevadera la situación. Morrissey llegó en el momento en el que lo necesitaba. Nunca había sentido una identificación tan plena como con él. Lleno inquietudes y lamentaciones, me di cuenta que nadie en la música pop había ocupado ese lugar. Si bien tiene influencias detectables, ninguna de ellas por sí misma puede compararse con su estilo, y aunque vinieron muchos imitadores después, ni uno solo tuvo la autenticidad que lo caracterizó. Imposible, por cierto, porque no era un personaje armado, sino uno completamente sincero que descargó una adolescencia caótica en letras que llevaban la mordacidad de Oscar Wilde combinada con la sensibilidad de los sencillos de Sandie Shaw en los primeros sesenta.

A este hombre le debo bastante. El otro día me di cuenta de que, si volví de la escritura una costumbre, fue en gran medida gracias a él. Sus temas eran tan parecidos a lo que yo pasaba que empecé a preguntarme por qué no hacía lo mismo que. De cualquier forma no era tan difícil como creía, él mismo le dice en "Sing Your Life":

Canta tu vida, cualquier tonto pueda armar palabras que rimen. Muchos otros lo hacen, ¿por qué tú no? Solo camina al micrófono, menciona todas las cosas que amas y las que no. Otros cantan por ti, pero ahora es tu oportunidad de brillar. Tener el placer de expresar lo que piensas. No cometas un error, todo esto terminará, así que canta ahora: todas las cosas que amas, todas las que odias. No dejes nada sin decir en algún lugar de tu cabeza. No cometas ese error. Esta vida sin sentido acabará. Pero antes de que te vayas...¿puedes darte cuenta? Tienes una voz hermosa. Una voz realmente hermosa. Y esos que cantan afinados, aprendieron las nociones de ti y de mí...

Ahí habla del canto, pero puede aplicarse a la escritura o a lo que sea que te quieras dedicar. Y así empecé con lo de un blog, gracias a Moz. La expresión no es exclusiva de los expertos en literatura, así como jugar futbol no es exclusivo de la plantilla del Liverpool. Por fin me enteré de que yo también podía hacerlo, de modo que empecé a escribir sobre lo que me gustaba, y sobre lo que odiaba. Mi más grande influencia literaria no es Cortázar, ni Dostoiesvki, tampoco Henry Miller ni Kerouac. Quien más me impactó fue Morrissey, porque me dio la confianza que requería. No necesitaba ser perfecto. No necesitaba de una licenciatura. No necesitaba pertenecer a un círculo. Simplemente tenía que escribir sobre un papel.

En la industria no hay nadie igual. Mostró que para ser una estrella no era un requisito ser un consumidor de drogas, llevar el cabello largo o mostrar el pene sobre el escenario. Era diferente, lo supe desde la primera vez que lo escuché. Terminé por aferrarme y ya no lo solté. Tardes enteras lo escuchaba mientras lo traducía, leía cualquier entrevista que encontrara por internet y sin darme cuenta escribí 180 letras que soñaba que, como a él le pasó , fueran musicalizadas por un guitarrista llamado Johnny.

De su discografía, Viva Hate es preferido. Cuando escuché "The Ordinary Boys" estuve a punto de tirarme conmovido al suelo. Por esos meses había pensando que había algo incorrecto en mí. Que debía cambiar, ser como los demás: ir a antros para bailar a la Ricky Martin, insultar a quien se dejara, comprar discos de moda. Entonces descubrí que ser diferente no tiene nada de malo, que incluso debes resistirte a ser ordinario, aunque el precio llegue a ser elevado. Elegí, recordando aquella frase de Schopenhauer, la soledad sobre la vulgaridad. Y no lo lamento.

Sería agotador ir mencionado mis temas favoritos, a su manera todos lo son. Las semejanzas son enormes. A ambos los problemas nos aman, van a nuestro costado y no para guiarnos. Me he sentido como media persona a la estela de una oportunidad; he sentido el vacío al ver la gente pasar y lamento estar entregando mis días a personas a las que no les importa si vivo o muero; quiero lo que no puedo tener, y me vuelve loco; empiezo lo que no pueda acabar; he convertido esto en un desastre; ya no creo en la magia después de ver una casa que nunca pudo quedar limpia; solía ser un dulce niño; pienso que el mundo está lleno de personas chocantes, y que probablemente yo sea uno de ellos... o no, no lo soy.

Y sobre todo, le aprendí que no hay que perder la esperanza. Que los malos ratos llegarán a su fin. No hay que desesperarse. Lo bueno ya vendrá. Llegará algún día. Y si pienso que nunca lo hará, y que nunca había estado tan lejos, bueno, Morrissey me seguirá insistiendo que no importa, porque eso que busco, ocurrirá un día. Solo debo esperar.

Sin boletos en la mano, sigo creyendo que lo iré a ver. No es imposible y al menos lo intentaré. No puedo fallarle a mis expectativas. Mucho menos a Morrissey. Echaré el resto en la última apuesta.



viernes, 30 de septiembre de 2011

30. "Simple Twist of Fate" - Bob Dylan

Del álbum Blood on the Tracks (1975)

A Bob Dylan le extrañaba que hubiera personas que sintieran aprecio por un disco tan adolorido como Blood on the Tracks, escrito durante el periodo en que la relación son Sara Lownds se vino abajo. Según él, las canciones no son autorreferenciales, detalle que muchos no le creemos. El contenido lleva el aire de la ruptura y, como su título indica, la sangre cae en cada uno de los temas (o senderos). Pasa que el dolor ajeno atrae. Parece extraño, pero es una realidad, acaso viendo cómo los demás sufren podemos sentirnos menos solos, en especial si quien lo hace es una figura con aura de fortaleza como Bob, un hombre que subía al escenario sin importarle otra cosa que el hacer lo que le satisfacía. Como con ninguno de los anteriores, este trabajo lo humaniza; vemos cómo hace berrinche, cómo recuerda, cómo se lamenta. No es ya el joven de "Blowin' in the Wind"que aspiraba a cambiar el mundo, ni el tipo fecundo de paisajes teatrales visto en "Desolation Row", sino una persona en plena madurez interesado sobre todo en la intimidad de la vida en pareja con las memorias lacerando cada línea suelta.

Mi primera aproximación Dylanita no fue del todo afortunada. El primer disco que compré fue una recopilación de grandes éxitos que hasta la fecha veo mal armada. Tenía altas expectativas por la leyenda lo rodeaba así como por la aclamación universal que recibía su obra, de modo que al escuchar el primer tema, "Rainy Day Women #12 & 35", sufrí una tremenda decepción. Lejos de encontrar una gema que cambiará mis perspectivas, me topé con lo que parecía ser (y lo era) una grabación de borrachos sacados de la taberna de un pueblo. Esa impresión inicial tiró por la borda mi entusiasmo. Con las primeras veces hay que tener cuidado, una mala experiencia puede interrumpir un posible devenir satisfactorio.

No sin cierta vergüenza, confieso que "The Times They Are a-Changin'" y "Subterranean Homesick Blues" me parecieron igualmente lamentables. Las primeras aproximaciones dejaron únicamente a "Like a Rolling Stone", "Just Like a Woman" y "Positively 4th Street" con calificaciones aprobatorias. Visto en la actualidad, las diez canciones me parecen soberbias, aunque como decía, considero que la selección está mal armada por no fluir ni tener los suficientes ganchos para atrapar a los principiantes.

Esto fue tan mal que no volví a intentarlo hasta mucho tiempo después. No me quedaron ganas de darle otra oportunidad a ese hombre de voz extraña y música desorganizada. Y sin embargo lo hice, hay que dar opciones para la reivindicación, siempre y cuando existan cierto tipo garantías. Bob las tenía, después de todo había influido en The Beatles y medio planeta parecía amarlo, de modo que accedí. Fui a la tienda y en vez de ir por una recopilación, hice lo que debí hacer desde un principio: tomar un álbum de estudio. Así es como se conoce a un artista, viendo el trabajo como él mismo lo armó, sin que la mano oportunista de las discográficas se note tanto y sin que los clásicos hagan presencia como meros comodines que motiven la compra.

El álbum que adquirí fue Blood on the Tracks. Recuerdo claramente que la sobriedad de su portada llamó mi atención, igual que el título. Lo escuché esa misma noche con la ayuda de un discman con audífonos. No puedo olvidar el momento en el que, desde mi cama, con las luces apagadas, empezó a sonar "Tangled Up in Blue". De entrada agradecí que no hubiera risas ni gritos, tampoco trompetas o errores. Lo que había, en cambio, era una especie de tranquilidad emotiva. El entusiasmo renació, pensé que aquello no podía ser tan malo.

Y no lo fue, así lo comprobé con el tema siguiente "Simple Twist of Fate". Ahí supe que no dormiría hasta el final. Era eso lo que inconscientemente buscaba en Bob: elegancia, reflexión y sosiego. El cantautor en plena forma. Con el bajo sonando discreto, con la armónica deslizándose entre las piedras. A partir de ahí, la relación empezó a fluir. Fuera de "Lily, Rosemary and the Jack of Hearts", las composiciones me impactaron emocionalmente, mientras trataba de descifrar lo que las letras decían, un ejercicio por demás estimulante cuando estaba acostumbrado a digerir sin preguntar.

Hay quienes lo consideran monótono, casi aburrido. A mí por el contrario, me parece un trabajo uniforme que aspira a ser el máximo exponente de la categoría de "discos para escuchar a solas". Blood on the Track es eso: un paraje solitario para reposar en medio de episodios complicados. Sin que nadie se dé cuenta, para que cuando alguien te pregunte si estás bien como en "If You See Her, Say Hello", puedas responder que todo va de maravilla aunque no sea así. Duro y a la vez cálido, sirve como refugio y también como prolongación de la herida.

Cuando fui a verlo en 2008 (una fecha en la Ciudad de México y otra en Zacatecas) quedé con sentimientos encontrados. Por una parte fue mejor de lo que creía (estaba escéptico por las críticas que suelen tener sus actuaciones en directo), pero quedé con la espina clavada por el hecho de que no interpretara ninguna canción de mi álbum favorito. Con el paso de los meses comprendí que eso fue lo mejor, porque ahora cada que escucho "Idiot Wind" o "You're Gonna Make Me Lonesome When You Go", no las asocio con una interpretación libre en vivo con la compañía de miles de personas, en su mayoría apáticas. No, gracias a ese vacío, cada que las escucho lo que viene a mi cabeza es aquella noche en la que acostado en la cama, conocí verdaderamente a Bob. Porque fue ahí el momento en el que hicimos clic, no con los grandes éxitos ni con lo que escuchaba por otros, sino con la empatía producida por dos seres dolidos.


Dice Elvis Costello que hay cosas a las que nunca te acostumbras. En "Simple Twist of Fate", la mujer de la que habla no es Sara, como comúnmente se cree, la protagonista (irónicamente por su ausencia) es Suze Rotolo, de quien se había separado diez años atrás. El tiempo transcurrió sin que Bob pudiera superar una relación que dejó una huella profunda. Lo que él llamaba un "simple giro del destino", los apartó para siempre, dejando ahí la sensación de que algo diferente pudo haber pasado. Era como una gemela, según dice, pero las circunstancias evitaron la unión. Así la guardó dando vueltas dentro de su mente. Quizás se quedaron a deber esa segunda oportunidad de la que hablo. Ahí las consecuencias, dignas de una obra tan tormentosa como esta.


jueves, 29 de septiembre de 2011

29. "Live Forever" - Oasis

Del álbum Definitely Maybe (1994)

La muerte de dos familiares (una a principios de año y otra hace unos días) hicieron que cayera en cuenta de una idea aterradora. No existe una sensación contraria a la que viene con la partida de un ser querido. El antagonismo establecido indica que contra la alegría está la tristeza, pero en situaciones de esta naturaleza no existe un polo opuesto que de algún modo pueda compensar un cúmulo de emociones de difícil descripción. Ver cómo lo anterior provoca llanto, temblores y lamentos en las personas se convierte en un espectáculo poco recomendable si lo que se quiere es pasar una tarde tranquila.

Y este antídoto, que la naturaleza de la vida cotidiana no ofrece, puede encontrarse en la música. No en toda, claro está, sino en unos cuantos intérpretes que han lanzado material digno de levantar el ánimo como si de magia se tratara.

Topé con Oasis en un periodo complicado en el que no encontraba motivaciones. Por su gran popularidad tuve noción de ellos desde una edad temprana. Si me tardé en apreciarlos (casi hasta mediados de los 2000) fue por prejuicios. No podía a escuchar a una banda que le copiaba a mis queridos Beatles sin que me sintiera un traidor. Veía en los Gallagher la figura de un par de oportunistas que llegaron al éxito apropiándose de material ajeno para venderlo entre escuchas que, por juventud, no alcanzaban a percibir la magnitud del robo involucrado.

Tuvieron que irme ganando de a poco. Llegó el tiempo en el que, a escondidas, ponía algunos de sus temas, sin reconocer públicamente que me gustaban. Hablo de "Wonderwall", "Songbird", "Little By Little", "Stand By Me"... vamos, las típicas que veneran los escuchas casuales. Tuvo que pasar todavía un tiempo para que llegara el golpe crucial que significó "Don't Look Back in Anger", presente en una recopilación del MTV Unplugged que había en casa. Sin darme cuenta, empecé a sentir aprecio por ella, la repetía como a ninguna otra de las contenidas en ese disco y pronto admití que aquello era obra de un tipo que no era un simple ladrón de riffs, sino de alguien que llevaba dentro el don de la emotividad.

Con cierta resignación acepté la derrota y fui a comprar (What's the Story) Morning Glory? Qué puedo decir, caí ante sus encantos. Recapacité del error en el que estuve durante años, y aunque sigo comprendiendo a sus detractores (porque fui uno de ellos, usando varios de los mismos argumentos de los ahora me aparto), lamento que mucha gente se los pierda por detalles que, en el fondo, no tienen tanta importancia como parece. Sería una necedad negar la manera en que Oasis utiliza recursos ya antes vistos en sus ídolos y que la mayor parte de su trayectoria no ofrece innovaciones que revolucionen las artes y las técnicas de grabación. Eso es evidente, pero lo que ofrecen tienen que ver con asuntos más importantes, menos objetivos y por tanto complicados de explicar. O no tanto, pasa es que es imposible convencer a los críticos desde esta trinchera. Si he aprendido algo en estos años es que las cosas te enganchan o no. Y no hay nadie que pueda hacerte cambiar de opinión, incluso los intentos de hacerlo solo consolidan tus opiniones.

De cualquier forma, los Gallagher tenían la vitalidad y confianza que yo necesitaba a los 16 años. Sin ser un aficionado a géneros como el gótico, he sido siempre proclive a música, digamos, taciturna. Por entonces escuchaba a Joy Division y de cierto modo empecé a notar que influían en mi estadio de ánimo. Ian Curtis era triste y la belleza de sus canciones estaba invadida por cierta frialdad que terminó por afectarme. Así que los dejé, caí en cuenta que no era un grupo para escuchar a diario y que, si lo hacía, corría el riesgo de convertirme en uno de esos muchachos que utilizan seudónimos depresivos por internet y que pintan rosas negras en sus cuadernos.

Y ahí fue cuando hizo aparición Definitely Maybe, y en específico "Live Forever". Ya con la apertura titulada "Rock 'n' Roll Star" se ganaron mi respeto. Era su álbum debut y lejos entrar con humildad, sentían el orgullo de ser unas estrellas del rock. Lo tuvieron difícil para conseguirlo, así que cuando estuvieron ahí lo aprovecharon al máximo. Eran unos tipos ansiosos por alcanzar el olimpo y que jamás ocultaron sus intenciones de ser la banda más grande del mundo. Y de cierto modo lo eran, porque creían en ello. Ese es uno de los valores presentes en Oasis que suelen ignorar los expertos musicales de boinas y Mac: la importancia de creer en uno mismo, la determinación, el esfuerzo.

Hay miles de compositores más versátiles que Noel y vocalistas con mayor inteligencia que Liam. Pero conozco a pocos que puedan llegarle al entusiasmo y corazón que pusieron en su primer disco. Era eso lo que yo requería, canciones que me hicieran sentir "Supersonic", que me hicieran preocupar menos por el futuro como hacía "Cigarettes & Alcohol" o que me hicieran sentir la pasión de "Slide Away".

Bué, y "Live Forever", qué puedo decir. Luego de escucharla los amé. Ahí noté la diferencia entre Oasis y la mayoría de las bandas que generalmente están más preocupadas por demostrar cuán virtuosas son o lo "atormentado" que es su líder. No, estos ingleses que tuvieron una infancia sin comodidades eran capaces de expresar que deseaban más: que, a pesar de todo, querían vivir para siempre.

Se les acusa de ser arrogantes sin advertir que son de lo más considerados con sus fans. Son cercanos, autores de temas sencillos y cotidianos con los que resulta fácil identificarse. Aunque "Live Forever" esté dedicada a su madre, en ella caben todos sus seguidores; a diferencia de otros letristas, Noel hacía que te sintieras identificado. El we see things they'll never see, you and I are gonna live forever fue un alivio en una época en la que nadie parecía notar por lo que atravesaba y en el que no encontraba a una persona que me motivara. Tener ahí una canción en la que la estrella de rocanrol me decía que era justo como él, supuso el punto de partida para una renovada manera de afrontar el día a día.

Oasis fue más que sonido de fondo. Para mí fue una terapia. Su mensaje positivo me agarró antes de que algún grupo suicida lo hiciera. Son como amigos para mí, por eso los quiero más de lo que los admiro. Sí, era por su determinación. Porque creían en lo que decían, por disparatado que fuera. Una vez leí una cosa muy cierta: escuchando el Definitely Maybe uno puede sentirse invencible. Se lo compras. Con esta composición pasa eso, al menos por unos segundos puedes sentir que tú y los tuyos vivirán por siempre. Tienes que créeselo a Liam por esos gritos finales. Es precisamente esa sensación pasajera la que creo se antepone a la que se da en los funerales.

Por nada hay dejarse caer: But now is not the time to cry, now's the time to find out why...




martes, 27 de septiembre de 2011

28. "I Hope You're Happy Now" - Elvis Costello

Del álbum Blood & Chocolate (1986)

Elvis Costello tiene más de 30 álbumes de estudio. Ha explorado géneros como el Country, Jazz, música clásica, Rock, Folk, Soul. En distintos tiempos colaboró con Paul McCartney, Burt Bacharach y Allen Toussaint. También ha participado en el soundtrack de películas, series de televisión y en homenajes. Y con todo, luego de casi 35 años de carrera, sigue siendo esencialmente un hombre de pubs.

Desde "Alison" hasta su reciente National Ransom, se percibe un aroma a caoba en sus composiciones, ideales para acompañar una Guinness o un Whisky. Jamás fue un héroe de masas, pese a que haya tenido el valor de enfrentar a la multitud del Live Aid solo con su guitarrita tocando un cóver de los Beatles. Porque además, hay que reconocer, el tipo está lleno de agallas. Por eso me simpatiza. Ahí ha estado durante años enfrentando modas y nuevos artistas sin apenas inmutarse, él va a lo suyo, a las canciones trepidantes y melancólicas que atraviesan caparazones.

Y las letras, oh las letras. Cuando colaboraron en Flowers in the Dirt, el disco que levantó la carrera de Paul McCartney luego de varios lanzamientos mediocres, éste mencionó que Costello le fue de gran ayuda porque estaba "lleno de palabras" que completaban las ideas balbuceantes que él tenía. Para mí esto de las letras es vital, incluso me importa más que la música, por extraño que parezca. De ahí que conectara rápido con este hombre que, por si fuera poco, ofrecía melodías de primera.

En México sus discos son difíciles de conseguir. El primero que pude comprar fue Cruel Smile (2002), una obra eminentemente menor en la que se recopilan lados b y descartes de las sesiones de When I Was Cruel. El segundo, un poco mejor, fue The Delivery Man (2004). Siendo sincero me dejaron frío. Con todo y sus aciertos ("Monkey to Man" y "Nothing Clings Like Ivy", por ejemplo) no correspondían a los comentarios halagadores que yo había escuchado sobre su carrera.

Lo empecé a apreciar una vez que tuve contacto con sus trabajos clásicos. Bajar My Aim Is True y This Year's Model fue clave, episodios dorados de mi adolescencia. A partir de ahí el resto vino por inercia. Fui cayendo en las redes de su voz rasposa y cinismo lírico. Me di cuenta que era de los míos, un tipo visceral y a la vez pensante, dependiendo de cómo lo agarrara el instante.

En la etapa media sacó Blood & Chocolate, un disco que, aunque irregular, contiene los que tal vez sean mis dos temas favoritos de su repertorio. Me refiero a "I Want You" y a "I Hope You're Happy Now". Estuve a punto de poner "I Want You" en esta lista, de hecho era la idea original, al final la descarté porque esto ya estaba siendo demasiado azotado, y elegir esa canción en específico hubiera derivado en una escrito lleno de sangre y tripas. Tendrán que imaginar lo que pudo ser el post más dramático en la historia de este blog. De cualquier forma me encanta, porque en ella Elvis se hunde contigo en esos ratos de revés amoroso. Cualquier hombre adolorido la debe escuchar para saber que en la industria musical existe alguien capaz de expresarse de una manera tan cercana que casi lo sientes como tuyo. Si ves la letra, te das cuenta que va sin ninguna floritura, empezando con una tonada de folk donde declara su amor a una chica para luego de un guitarrazo dar paso a una serie de reproches. Se queja de manera amarga, reclama que se haya alejado y haya sido lo suficientemente tonta como para relacionarse con otro, y le amenaza y le advierte. De igual forma la ofende y se burla. Pero detrás de cada línea repite una y otra vez que a pesar de todo, la desea (I want you); porque así es, solo cuando existe un sentimiento fuerte, son posibles ese tipo de decepciones, y la mayoría de las veces no se excluyen, sino que conviven, o, mejor dicho, pelean dentro de la cabeza de las víctimas.

Chicas, les recomiendo nunca abandonar a Elvis Costello. Es un pésimo ex. Tiene la pluma afilada para desgañitar relaciones enteras. Y en este álbum en específico se da más que nunca. Lo compuso luego de la separación con Mary Burgoyne. La primera en ser grabada fue "I Hope You're Happy Now" un título irónico como suelen ser los "buenos deseos" que se lanzan en temporadas de crisis. Similar al "Ojalá que te vaya bonito" de José Alfredo, en donde detrás de las palabras bondadosas, se esconde el deseo íntimo del regreso.

Así, en esta canción, Elvis le desea a su antigua esposa una "vida feliz" con su nueva pareja, un hombre que parece comida congelada y que por ello su amor durará por siempre. Alguien que tiene lo que ella necesita y mucho que de lo que no, y uno que actúa como inocente a pesar de tener las mismas sucias intenciones que todos piensan. Finaliza diciendo que esto le dolerá eventualmente más a ella, y que de cualquier forma, nunca la amó.

Pero le compone canciones y le obsesiona. Les digo, un tipo contradictorio, al que entiendo muchísimo.


lunes, 26 de septiembre de 2011

27. "Je suis venu te dire que je m'en vais" - Serge Gainsbourg

Del álbum Vu de l'extérieur (1973)

Un día de hace cinco años, estaba hojeando la revista gratuita que daban en una tienda de discos cuando vi la imagen de un viejo abrazado de una jovencita. Yo me preguntaba qué tenía de especial aquel hombre, más bien feón, para que una mujer atractiva estuviera tan prendada a él. Me cayó bien, a pesar de todo, el tipo era terriblemente cool. Pensé que todos quisiéramos llegar a su edad con la capacidad de seducción intacta. La imagen promovía el lanzamiento un álbum tributo. El hombre canoso no era otro que Serge Gainsbourg y la muchacha era nada menos que Jane Birkin.

Soy de los que presumen jamás caer en los juegos publicitarios, pero en esa ocasión corrí a comprar el tal Monsieur Gainsbourg Revisited. No sabía nada de él, honestamente, y no importó. Son contadas las ocasiones en las que tienes un presentimiento y esa vez lo tuve, supuse que era un disco que me podía gustar. Y así fue. Leí que, como sospechaba, Serge era francés y que en este disco una serie de admiradores le rendían tributo. Lo interesante es que entre esos admiradores se incluía a Jarvis Cocker, Michael Stipe, Portishead y Cat Power que hicieron adaptaciones sublimes al inglés de varios clásicos del maestro.

Las que más me gustaron fueron "A Song for Sorry Angel" que hasta la fecha considero la máxima aportación de Franz Ferdindand a la música (supera a la original, incluso) y una llamada "I Just Came to Tell You That I'm Going" que ya desde el título anticipaba su grandeza. Era imposible que una canción en la que se manifestaba: solo viene para decirte que me voy, fuera mala. No, bastaba verla en el tracklist para saber que sería una maravilla y así fue.

El resto del contenido era irregular, aunque con la suficiente calidad para que buscara más. Así lo fui haciendo con el tiempo. Ese tributo rindió su cometido, acercó a un joven a las manos de un artista ya fallecido del que no tenía la más mínima idea.

La travesía fue magnífica. Álbumes como Bonnie and Clyde, Initials B.B., Histoire de Melody Nelson y Jane Birkin/Serge Gainsbourg se convirtieron pronto en indispensables por su elegancia y erotismo. De paso me fui enterando de la polémica personalidad del compositor, llegando a ver aquel clásico video donde quema un billete o ese donde, borracho, le dice a cierta cantante americana que se la quiera follar en pleno programa en vivo para sorpresa de los presentes.

Lo cierto es que le entendía poco o nada a sus letras. No sabía francés, de modo que tenía que imaginar el contenido de las mismas. No estuvo mal, lo desconocido atrae, y eso era para mí la carrera de Serge Gainsbourg: un misterio. No sabía de qué hablaba la mayor parte de su repertorio, así que lo adivinaba. Incluso llegué a realizar varias traducciones ficticias en una libreta. Simplemente anotaba lo que me sugería su entonación y las palabras que lanzaba.

Este año entré a estudiar francés. Lo dejé a los tres meses, por culpa de las vacaciones. No quería estar encerrado en un salón durante ellas, mi plan era retomar las clases después del verano y hasta ahora no lo he hecho. Lo lamento porque me gustaba. Y en cada nueva lección fantaseaba con que, como en Vie Héroïque, el espíritu de Gainsbarre se aparecía para darme los secretos de un idioma de lo más complicado.

No aprendí lo suficiente para entender sus canciones. Me quedé con las ganas. Y no está tan feo como parece. Esto me permite seguir imaginando, pensar que esas letras hablan de lo que me pasa, moldearlas a mi manera. Tal vez cuando las descifre me lleve una decepción. Por lo mientras está perfecto. Y es que no importa lo que se diga en francés, siempre sonará bonito.

domingo, 25 de septiembre de 2011

26. "Bobby Jean" - Bruce Springsteen

Del álbum Born in the U.S.A. (1984)


Odio las despedidas. Creo que todos lo hacen. O deberían. Lo que pasa es que es difícil darles la importancia que merecen. Eso de decirle adiós a una persona que quieres, digo. A veces no te das cuenta de que puede ser la última vez de verdad. Que no habrá otra más. Tu oportunidad final. Y puedes separarte para siempre de manera fría sin saber que llegará el día en el que lo vas a lamentar. Es normal, no puedes resumir o concluir años de vivencias con un apretón de manos. Ni con un abrazo. Ni siquiera con un beso. Se necesita mucho más. Y quizás si lo supieras ni siquiera te separarías. te quedarías ahí a un lado sin importar perder el trabajo o mandar al demonio la universidad. Porque repito, uno nunca concibe que una despedida sea definitiva. Es común creer que vendrán otros tiempos como llegaron en el pasado cuando todo parecía definitivo. Pero no, tarde o temprano llega el adiós final. Solo te das cuenta tiempo después cuando estás en la cama pensando en las cosas que pudiste decir y que callaste porque pensabas que llegaría el momento adecuado para hacerlo. Todos esas palabras y pensamientos empiezan a girar por tu cabeza. Te revuelven el estómago. Quisieras tomar el teléfono para remediarlo. Lo terrible es que ya no puedes. No hay nada que pueda hacerse. La historia particular terminó contigo arrepentido de miles de acciones que dejaste como intenciones. Nadie sabe lo sabe más que tú. Si tu familia y amigos te ven serio o decaído se preguntan por qué será. Quizás te cuestionen para que tú salgas con una mentira para salir del paso. Da lo mismo que les digas la verdad. Nadie puede ayudarte. Lo único que quisieras es recuperar lo que se fue.

En esas estaba cuando encontré a Bruce Springsteen. Con "Bobby Jean" se convirtió en un amigo. Consiguió expresar lo que yo llevaba por dentro y que estaba a punto de hacerme explotar. La llegué a escuchar decenas de veces al día. La frustración ahora tenía compañía. Dejé de hundirme a solas. Tenía una sitio al que aferrarme. El tema no daba esperanzas, al contrario, era igual de triste que la situación por la que yo pasaba. Pero de algún modo pude comprenderlo. Hay situaciones que no se pueden superar. Debes aprender a convivir con ellas rasgando tu mente. Según cuentan, el nombre ambigüo "Bobby Jean" se refiere a Steven Van Zandt de la E Street Band que por entonces se distanciaba de Bruce. Sin importar, y como pasa con todas las letras que se cruzan en mi camino, la adapté a mis circunstancias. Para mí "Bobby Jean" es una chica. Y siempre lo será así. Supongo que todos tienen una historia similar con otro nombre y con otro rostro. Ya saben, esa persona con la que tenías mucho en común. Con la que te entendías como con ninguna otra. Que escuchaba la misma música y las mismas bandas que tú. Que te gustaba. Que le gustabas. Tal vez. Que conociste a una edad temprana. Tan cercana que los pronósticos indicaban que eventualmente terminarían juntos. Pero eso no pasó. Por cualquier motivo. Da igual. Y siempre será un peso en la espalda, sin importar que los años pasen. Porque es una de esas cosas que puedes olvidar por un rato, hasta que una tarde sin darte cuenta, recaes y vuelves a esos pensamientos, a esos hubieras y a esa realidad que borra cualquier atisbo de esperanza que se albergue en tu interior.

Hay seres extraordinarios que no se pueden olvidar. Y yo así lo sé. Podré pasar la vida conociendo a personas maravillosas que, a pesar de cualquier intento, no lograrán que quite de mi cabeza esa oportunidad perdida. Una que ahora está a kilómetros de distancia y sin posibilidad alguna. Que siempre estará ahí para recordarme que no hay mañana. Lo que quieras hacer debes hacerlo hoy. De otro modo te arriesgas a un sinnúmero de variables. Con el tintero repleto y sin nada que pueda aliviarte. Habrá quien te diga que así tuvo que ser, que era el destino y que no estuvo en tus manos. Tú, que conoces la situación al fondo, sabes que no es cierto. Al contrario, hubo muchísimo por hacer. Muchísimo que dejaste para el futuro, uno ahora inexistente. Por eso es tan difícil. Ahí está Bruce para expresarlo. Con la voz quebrándose. Sonando más duro que nunca. La inclusión de un piano dulce, casi infantil fue una decisión maestra por darle ternura y vulnerabilidad al tema. Porque así es, no importa qué tan fuerte seas, estas vivencias te pegan. Ni qué decir del solo de Clarence Clemons, demostrando que el saxo es, ante todo, un sentimiento.

Y bueno, como ya he dicho, las personas se alejan. E invariablemente te preguntas si se acordarán de ti como tú te acuerdas de ellas. No sé quién vaya a leer esto, pero si por casualidad eres tú, la única que podría identificarse con lo que describo (y no lo dudes, vaya que me refería a ti), solo quiero que sepas que sí, odio las despedidas, pero más la que tuve contigo. Porque jamás se debió haber dado. Debió pasar algo mucho muy diferente. Tendré que cargar con ese peso, mientras tú tal vez estés riendo con quien ahora estés. Me equivoqué, y sé que no hay nada que ya pueda hacer, solo decirte eso: que debí tomar otras decisiones y hacerte saber que a menudo me da por pensar en ti.


sábado, 24 de septiembre de 2011

25. "Somebody That I Used to Know" - Elliott Smith


Del álbum Figure 8 (2000)

En sexto de primaria conocí a E. Apenas y platiqué con él. Me parecía interesante, eso sí. Tenía un par de hermanos menores que físicamente se le parecían mucho. Iban en la misma escuela. El salón estaba distribuido de tal forma que E estaba en el lugar opuesto al mío. Mi teoría es que no le caía demasiado bien. Yo me inscribí en ese año mientras él llevaba ya una trayectoria en la escuela. Era un viejo conocido. mientras yo era el nuevo. Pasaba por una situación complicada, me graduaría con compañeros que se conocían de antaño, llenos de vivencias y anécdotas en las que yo no figuraba. Aun así, sin saber por qué, terminé por volverme popular. El punto de inflexión llegó en una clase de música. El maestro se puso a contar un cuento sobre un grupo de niños que se dedicaban a practicar Roller Derby; era la estrategia que, supongo, empleó para intentar ganarse a sus alumnos. Mis compañeros decían que era un excelente cuentacuentos. Fueron ellos los que le pidieron que lo hiciera, tomando en cuenta las experiencias gratas de años anteriores donde los había maravillado con su facilidad de palabra e historias extraordinarias.

Hasta antes de ese día, solo había platicado con dos chicos, los que me parecían menos peligrosos. Venía de una escuela con maestros estrictos y poco alumnado (en cierta etapa tomé clases solo con otros tres niños), así que interactuar me parecía complicado. No estaba acostumbrado. Si a eso sumamos que era el "nuevo", tenemos por resultado mi condición como ser marginal.

Entonces el profesor inició su cuento. Me pareció ridículo desde el primer instante. Veía a todos conmovidos, en cambio a mí me costaba disimular el hartazgo, de modo que, para no aburrirme, empecé a soltar comentarios irónicos acerca de los personajes y acciones que describía. No sé por qué lo hice, generalmente no me tomo ese tipo de libertades; sin embargo, ese día algo se apoderó de mi interior, de modo que seguí y seguí diciendo cualquier estupidez que se me ocurría. Lo extraño es que el grupo se empezó a reír. Menos el maestro, claro, que desde ese día no me soportó. Y lo entiendo, yo era un chamaco de 12 años buscando dobles sentidos en cualquier parte haciéndose pasar por ingenioso. Una vergüenza. Pero ser así funciona, me he dado cuenta ahora que no lo soy. Al público le gusta lo simple e idiota. Y yo lo fui esa mañana.

Al otro día empecé a ser abordado por mis compañeros. Varios querían hacerme plática por mi agudeza y capacidad para arruinar actividades elaboradas con ilusión. Conseguí amigos y a partir de ahí, jamás me sentí solo. El único que no se me acercó fue E, que me siguió viendo con recelo, como si estuviera poniendo en riesgo su posición de líder.

Sin embargo, en la secundaria nos hicimos amigos. Era un muchacho inteligente. Empecé a tener charlas verdaderamente aleccionadoras con él. En un recreo me dijo una frase que no he podido olvidar:

¿Sabes por qué me gusta platicar contigo? Porque contigo puedo platicar como con nadie más.

Yo no se lo dije, pero me pasaba algo similar. Con ningún otro podía hablar sobre asuntos medianamente profundos. Al igual que a mí, le gustaba Herman Hesse. Más de una vez discutimos sobre el Lobo Estepario y Siddhartha. Con el paso de los años lo he pensado y creo que nuestra relación tuvo algo de Demianiana. Por E fumé mi primer cigarro. Y el segundo. También probé el alcohol y conocí temas que en otrora me parecían prohibidos. Lo recuerdo como un muchacho lleno de entusiasmo en busca de experimentar lo que se atravesara en su camino. En parte por eso nos alejamos. Yo no era de esa clase. No lo necesitaba, no me nacía. Jamás me volví adicto al cigarro y no me parecía correcto emborracharse a escondidas de tu familia, en especial si tenías trece años.

E fue cambiando. Hubo un año en que el que dejamos de hablarnos. De repente cruzábamos miradas y hasta ahí. De ese modo nos decíamos lo que éramos incapaces de entender. De alguna forma me enteré que se drogaba. Él seguía siendo popular. Yo comprendí que no era necesario, que estaba mejor en lo reducido, con aquellos que verdaderamente me aportaran en algún sentido. Nunca dejé de considerarlo un tipo brillante. No creía lo que me contaban de él. Y un día se lo pregunté. No me lo confesó a la primera. Retomamos contacto nada más. Pasaron dos semanas más para que me lo contara. A partir de ahí se volvió una carga pesada. Antes podía platicar con él sobre historia, música, libros y videojuegos. Después ya no, lo único que podía decirme era que necesitaba dinero para comprar inyecciones. Pasamos de Harry Haller a historias donde me relataba como había empeñado su televisor en tiempos desesperados.

Me aparté de él. No me convenía. Una pena porque lo consideraba especial. Simplemente se transformó. Nunca me ofreció nada. Tomo eso somo su última señal de estima e inteligencia.

De ahí aprendí que las personas cambian. Y que cuando lo hacen, es para siempre. Es difícil traer a alguien de vuelta. Como dice Neil Young: and once you're gone, you can never come back. Sin importar cuánto te esfuerces, ni cuanto lo intentes. Es duro, pero llega el momento en el que debes asumirlo.

Este año volví a recordarlo cuando una persona a la que consideraba única, decidió tomar la ruta que le convenía sin importar lo que esto significara. Lo entiendo, hizo lo que hubiera hecho la mayoría, la cuestión es que yo no la consideraba parte de la mayoría. La creía especial. Uno debe saber que así son las relaciones humanas. De pronto, sin que lo esperes, se rompen los vínculos que parecen eternos. No todos miran al pasado, no todos consideran. Tan solo cambian. Y mientras se han ido lejos, sigues teniéndolos en mente, a fin de cuentas los solías conocer.