jueves, 31 de mayo de 2012

Aléjate por favor


Aléjate de los que se hagan llamar bipolares. Aléjate de los que se hagan llamar patanes. Aléjate de los que anden con la etiqueta de sarcásticos. Mantente lejos de los que se ufanen. Evita platicar con ellos y si puedes ni te les acerques. Olvídate de cualquiera que, con orgullo, se llame a sí mismo "hijo de puta" o diga "soy un cabrón". No convivas con los que se burlen de la gente. No les des tu número. No les creas a los cándidos que se divierten con ellos, a sus amigos, a sus compinches. Dales la espalda. Ignora a esa clase que ahora abunda, los que buscan hacer de sus defectos una serie de virtudes y también de los que veas que les aplauden. Dalo todo por no ser uno de ellos. De esos que presumen fotos de botellas vacías para demostrar los bebedores que son. Los mismos rudos que hacen señas obscenas con la mano cuando una cámara aparece en el camino. Los mismos revolucionarios que tiran la colilla del cigarro en el bote de basura destinado a la basura orgánica. Aléjate, no vale la pena el esfuerzo. De nada te servirá conocerlos. Te hablarán de sus películas favoritas, cada una de ellas llenas de violencia gratuita, explosiones o acrobacias en rascacielos. Verás que se burlan de lo que tenga un mínimo grado de buen gusto. Llamarán aburrida a la elegancia, a cualquier cosa que le quede grande a sus cabezas. Será entonces cuando tal vez veas a otros chicos y chicas reírles las gracietas. Guarda la calma, son otros de su especie. Yo espero que tú al menos seas diferente. Así que aléjate de ellos, de los que dicen que les vale madre, los que se creen unos chingones por joder a los demás, los que van por la vida aprovechándose de sus amigos. Permanece alerta. Algún día los verás. A los sucios, a los groseros a los desconsiderados. Estarán rodeados de otros tantos: personas fácilmente impresionables que creen que la falsa arrogancia es atractiva. Cuídate de todos ellos, podrías quedar inmerso. Aléjate, ve a tu habitación o conoce a quienes sepan que hay otros modos de llamar la atención. Son pocos, pero puedes encontrarlos. A la mayoría los verás solos, abandonados entre la multitud, a la espera de que alguien como tú se dé cuenta del encanto de sus sutilezas.

viernes, 25 de mayo de 2012

Un bolígrafo con tinta amarilla


A menudo encuentro una situación interesante. Tengo ideas que caducan en unos segundos. Después de ese tipo están echadas a perder: se les empieza a borrar el encanto o dejan de parecerme válidas. Casi siempre es así. Lo que en un momento me parece brillante, de inmediato se transforma en una vergüenza merecedora de morir apaleada. He llegado a pensar que ese segundo juicio es injusto. Soy demasiado duro conmigo mismo, me digo. No es posible dar un cambio tan dramático en apenas un instante. Son problemas de ánimo, solo eso.

Que sea consciente de ello no cambia el panorama. Sigo con lo mismo, desecho ideas que pudieron ser extraordinarias un segundo atrás. 

Esto se vuelve un problema a la hora de escribir. Durante el día pueden surgir una docena de temas que jamás terminarán por ejecutarse. En gran medida hay una razón importante: no tengo donde apuntarlas. Si no las apunto, caducan, dejan de parecerme decentes.

Digamos que estoy caminando rumbo a la escuela cuando de pronto pienso en la historia de un par de hombres que encuentran una casa donde hay una venta de garage. Impulsado por la curiosidad, uno de ellos entra a una de las habitaciones del lugar, en donde ve a una mujer dormida en el suelo. Hay una cama a su lado. Del otro lado, su compañero compra un juego de tazas. Son horribles, las compra porque le sale barato. Los preciosos bajos pueden vencer a ciertas necesidades y gustos.

Es una idea base. Tengo en mente el final y cómo desarrollarlo. Sé lo que ocurrirá a los protagonistas Pienso que puedo escribir un cuento. No traigo una libreta para anotarlo. Lo haré cuando regrese a casa.

Llego a la escuela y paso una hora o dos ahí. Salgo del lugar y luego de un pequeño trayecto estoy de nuevo en mi cuarto. Enciendo la computadora. Espero a que los programas carguen e inicio el navegador de internet. Un chispazo me recuerda sobre la historia de los dos hombres. Antes de abrir el procesador de texto pienso en lo malo de la idea. ¿Cómo se me pudo ocurrir que valía la pena? ¿Cómo es que algo así me pareció considerable? El hecho es que lo hizo. No muchos minutos atrás tenía una opinión opuesta. No puedo dejar de pensar dónde estuvo el cambio. Tampoco sé si hago lo correcto. Tal vez sea mejor dejarse llevar por la inercia. Crear sin reparar en la calidad. Puede que pasados los días recapacite y vuelva a respetar lo que ahora desprecio, con la ventaja añadida de que tendré un producto sobre el cuál decidir. Cuando te frenas no tienes nada, excepto por una falsa seguridad que sirve menos que un bolígrafo con tinta amarilla.

La solución es escribir de inmediato, antes de que la amargura o el pesimismo salgan a regañar. Llenan de angustia. De pronto viene alguna idea y corro como desesperado buscando una pluma. No hay tiempo para encender la computadora. Sé que ese minuto y medio que tarda en arrancar es suficiente para que pierda el brío.

Encuentro la pluma. Ahora, genio, necesitas un papel sobre donde utilizarla. Ahí cobra su justa dimensión el desastre en el que se ha convertido el lugar en donde acostumbro dormir. Tardo en encontrar las cosas. La crisis es tal que pienso en anotar en mi antebrazo. Lo descarto en automático. No es para tanto. Oh, mira ahí el primer síntoma de desencanto. Sí, debo tranquilizarme. ¿Por qué tanto alboroto? ¿Por la historia de un vendedor de teléfonos? ¿A quién podría gustarle? ¿Quién podría leerla de cualquier modo? Es cierto. Mejor prendo la computadora. Iré al baño mientras. Ya no recuerdo qué iba a decir.

domingo, 20 de mayo de 2012

Soy malo para disimular lo que siento por otras personas


Soy malo para disimular lo que siento por otras personas. Es fácil darse cuenta. Cuando alguien me cae mal ni lo volteo a ver. Lo hago por las mismas razones por las que no miro de cerca a los animales atropellados en el asfalto: porque son un pésimo espectáculo. Preferible quedarse con las personas agradables a las que, esas sí, les presto toda mi atención. De este modo, en en una pequeña reunión puedo mirar a todos a los ojos excepto a quien detesto. Esto se complica si estamos congregados en círculo y el sujeto en cuestión se encuentra en la parte de en medio. A la hora de intervenir en la plática, mi recorrido visual con los concurrentes sufre un bache al pasar cerca de la zona negativa, así me lo indican los presentes.—¿Por qué de pronto miras al cielo—dicen. Es ahí cuando debo inventar cualquier pretexto.—Perdón, creí haber visto una cotorra—les respondo.

Son pocas las personas a las que desprecio así que no hay por qué preocuparse. Soy un entusiasta de saludar,  aunque sea con la mirada, a quien se cruce en mi camino. A quienes conozco, digo, con desconocidos soy bastante tímido. Me molesta que algunas personas pasen junto a mí y no me lancen un efusivo hola. ¿Quién diablos se creen? ¡No tienen derecho a que yo les caiga mal! Soy una excepción, merezco inmunidad en la materia. Jamás les he hecho nada malo, tengan la decencia de pagarme con su simpatía. Cuesta darse a la idea de que seres inútiles piensen que tienen la autoridad moral para no ser cordiales con quien día a día lucha por hacer de este un país mejor.

El portero de mi escuela me suele saludar a diario. Paso varias veces por la entrada y casi siempre intercambiamos un buenos días o tardes. Ha llegado a ser incómodo: entro y salgo tantas veces que la cortesía comienza a ser excesiva. Hubo un día en el que nos saludamos en ocho ocasiones. Sin embargo, lo agradezco. El señor se ha convertido en una garantía. Los tipos educados ya no abundan, hay que sentirse agradecidos con  los que lo son todavía.

Hace unas semanas tuve una jornada terrible. Entré a la escuela y durante las horas que pasé ahí nadie me saludó. Nadie solicitaba que les diera una plática, tampoco que me incorporara su mesa de estudio, mucho menos que ofreciera mis hombros para un masaje chino.

Asistí a algunas clases, participé sin que el maestro escuchara y abandoné los salones. Nadie me dirigió la palabra. Qué he hecho para merecer esto, dios santo. Fui al catequismo durante años y me pagas con esto. Eres cruel y severo. No tengo duda de por qué satanás te tiene miedo y se conforma con vivir en una zona tan fea como el infierno, pudiendo invadir o comprar un terreno en el cielo.

Le aclaro, jurado, que no es que necesite de los otros para sentirme bien. No me gusta socializar y casi todas las actividades prefiero realizarlas a solas. Si lo de aquel día fue una molestia, se debe a que golpeó mi orgullo. ¿Cómo es que no soy recibido con cariño por mis compañeros? Si no están capacitados para ello deberían solicitar el auxilio de un especialista. Queda claro que les urge una orientación. No es posible que a casi de tres años de ir en la misma carrera no se hayan coordinado para realizar al menos un par de homenajes en mi honor. 

Lo digo porque es lo mejor para ellos. No quisiera verlos en unos años, cuando yo sea una celebridad, ser tachados de oportunistas cuando, entonces sí, se pongan a presumir que estudiaron en la misma Universidad que yo. Es preferible que desde ahora muestren su simpatía para que, llegado el momento, tengan la autoridad suficiente para ser parte de las entrevistas que se harán en el documental dedicado a mi periodo de formación académica.

El asunto es que me sentí decepcionado. No soy valorado como merezco, pensé. Quizás sea un adelantado a mi tiempo. The Velvet Underground no gustó a todo el mundo cuando salieron. Detesto ser parte de la vanguardia social, una que ve a la convivencia como una cosa que debe evitarse al máximo. Tendré que esperar un par de décadas para ser comprendido.

De pronto me sentí solo. Nadie me entiende. La televisión nos manipula. Arriba el Che Guevara. Viva Cristro Rey. La Navidad es un invento comercial. Me urge un vasito de gelatina con doble carga de rompope. El ratón de los dientes no existe, son los papás. Necesito música de algún grupo gótico cuyo vocalista tenga el cabello rojo y que pase por se tercer matrimonio. 

Será mejor regresar a casa, sí. 

Iba rumbo a la salida. A lo lejos vi al portero. Menos mal, alguien cuerdo por ahí. Este mundo enfermo conserva unos cuantos ejemplos de honestidad. Te adoro, hombre mío: te besaría si mis inclinaciones fueran otras, si la espesura de tu bigote no diera la impresión de provocar irritaciones cutáneas.

Pasé junto a él y volteó hacia otro lado. Por primera vez después de varios meses no me saludaba. Comprendí que lo que pasaba era extraño. Lo supe entonces: ¡No había ido a la escuela ese día! ¡Era mi pensamiento que tenía una pesadilla!

miércoles, 16 de mayo de 2012

Prometo no hacerte daño



Un familiar abrió un bar hace tiempo. Al principio le fue bien, luego le fue mal. Tuvo que cerrarlo a los dos años. Ya desde antes había mirado con recelo a los negocios. Nunca me han atraído. Servirle de manera directa a otras personas me sería muy difícil. Tampoco sé si podría soportar ver vacío el lugar donde he puesto todo mi empeño. Tal vez cerraría en cuanto llegaran los diez primeros minutos sin clientes. Lo único que sí me gustaría es abrir un Pub al estilo inglés, en donde pudieran venir gente a ver partidos de futbol y a escuchar a bandas nacientes que tuvieran algunos gramos de talento. Es probable que terminaran por reventarme los nervios y que requeriría de un presupuesto mayor al necesario para abrir un puesto con tacos de canasta, así que lo veo como un proyecto a largo plazo, realizable a partir del día en que me encuentre un boleto premiado de la lotería, algo que estimo ocurrirá en algún momento del año 2015.

Fui al bar de este familiar en un par de ocasiones. Vivía en otra ciudad, por lo que no podía darme el lujo de visitarlo cada que me diera sed. Tenía una decoración bonita con cuadros de figuras emblemáticas de la cultura pop de las décadas pasadas. Marilyn Monroe, James Dean, Elvis Presley. En ese aspecto no se diferenciaba de otros sitios con conceptos retro que abundan en la actualidad. La música tiraba al adulto contemporáneo, no lo ideal pero sí mucho mejor que cualquier establecimiento donde abunden las canciones que invitan a levantar las manos y girar en círculos. Los precios eran bajos y en términos generales era un lugar digno para ir a pasar la noche. La ubicación no era ideal, fuera de eso cumplía los requisitos para alcanzar un éxito de mayor duración al que finalmente tuvo.

La primera vez que fui era temprano. Apenas estaba abriendo. Me senté en un sillón y vi cómo el bar adquiría forma con la colocación de las sillas y mesas. Estuvimos platicando un rato. Eché un vistazo a las cervezas que vendía. Tenía una buena selección de marcas extranjeras. De esas que invitan a coleccionar sus botellas. Pasó una hora o dos. Nada más estábamos el familiar y yo. La escena me deprimió. Cuando tienes un negocio así estás a merced de que un puñado de individuos decidan pararse por ahí. Si no ocurre tienes que aguantar, sin importar lo mucho que quieras regresar a casa para ver una película o preparar una bolsa de palomitas. En eso estaba cuando entraron un par de mujeres. Tenían entre 35 y 40 años. Iba bien arregladas. Pidieron cualquier cosa y se sentaron en la barra. Ya no pude platicar con la misma tranquilidad. Tenía por seguro que me podrían escuchar.

Llegaron riéndose. Luego estuvieron ahí unos 40 minutos sin decir mucho. Daban un trago a su bebida y luego intercambiaban miradas y sonrisas. Con mi primo hablé un poco sobre la Universidad. Pronto entraría y quería que me aclarara algunos detalles. Él era de la misma Universidad, solo que de otro carrera. Bajamos nuestro tono. Las mujeres parecían refinadas así que no podíamos salir con cualquier vulgaridad. El hecho de que no hablaran le daba un protagonismo fuera de lo deseable a nuestras voces.

Una de ellas, la castaña, se puso de pie y se dirigió rumbo al baño. No se fijó y entro al de hombres. No le dijimos nada porque a fin de cuentas eran las únicas clientas. La otra, rubia artificial, nos preguntó nuestros nombres. Dije que me llamaba Enrique. Siguió bebiendo hasta que la otra regresó. Tardó más de lo hubiera creído. Ya de vuelta, su plática se animó. Hablaron sobre una clase de tenis. No está funcionando, le dijo una a la otra. No me gusta y no creo que esté mejorando mi figura. Deberías ver mis pies. Ya estoy gorda como para encima tener que cargar con estos raspones.

Su compañera rió. Pidieron la cuenta, pagaron. Todavía se quedaron platicando hasta que llegaron unos jóvenes. Era un poco mayores que yo. Aun así no creo que pasaran de los 23 años. Se acercaron a ellas y les dijeron vámonos. Salieron tomados del brazo, muy serios todos ellos.

La segunda vez que fui, el bar tenía más gente. Vi un par de mesas ocupadas y de fondo sonaba una selección de música que incluía a The Outfield, Crowed House y Blur. Nada especial, los temas de siempre. Del otro lado de la barra estaba sentado un señor de unos 50 años. Su cabeza incluía un paquete de canas que la gorra que traía no alcanzaba a ocultar. Mi primo me empezó a hablar de él.

—¿Ves a ese hombre de bigote que está por allá? Viene seguido. Está un poco chiflado. Intento no acercarme porque después me hace plática y ya no lo detienes. Habla hasta por los codos. Siempre llega solo, a veces me cuenta sobre su esposa. Dice que está encamada, que no puede salir a tomar un trago con él. Según dice nunca le sería infiel. Que por eso se emborracha. Para ponerse tan mal que ninguna mujer se le quiera acercar.

Consideré que su medida era extrema. No tenía que recurrir al alcohol. Su aspecto era suficiente para ejercer de repelente ante cualquier ser humano.  De cualquier forma parecía inofensivo e incluso llegaba a parecer gracioso. Seguimos escuchando música. Ahora sonaba REO Speedwagon y U2. El hombre me llamó: "Joven, tenga". Me extendió una hoja de papel. Con cierta reserva, y luego de intercambiar miradas con mi familiar, la tomé. El tipo me había dibujado. Era una especie de caricatura bastante limitada. Le di las gracias aunque el dibujo fuera lamentable.

—De nada, guárdalo. Te conviene. Soy caricaturista. Uno famoso. Pregunta por mí en cualquier periódico, todos me conocen. Me dicen el Trique. Cuando quieras te puedo volver a dibujar. Es sencillo. Tienes facciones ideales para exagerar. ¿Cuántos años tienes? Ah, eres joven. Estás a tiempo para salvarte. No sé si estés estudiando o no. Te recomiendo que lo abandones si es el caso. Cuando tenía tu edad dejé la universidad. Estaba matando mi espíritu, me estaba convirtiendo en un subnormal. No dejes que te pase eso. Mándalo todo al diablo, haz lo que hice yo: vete a Estados Unidos a vivir. Deambulé en varios trabajos, muchos de ellos verdaderamente miserables, pero nunca sentí que la situación fuera peor que cuando estuve en la escuela. Tú sabes, lo maestros me eran insoportables. No tenía nada que aprender de ellos. Quería evitar ser tan aburrido como sus clases. Así que lavé platos, trabajé en una gasolinera y llegué a ser el jardinero de una familia adinerada. No estuvo mal. Después mi padre me encontró. Él no entendía. Me quiso meter en una escuela militarizada. Acepté con la condición de que fuera ahí mismo en Estados Unidos. Así fue. Mira, esta era mi credencial, todavía la tengo. Aprendí mucho inglés. Lo hablo a la perfección. Gracias a dios esto me permite ahora vivir de ello. Doy clases  particulares de inglés. Soy profesor, sí, lo que no soy es alguien aburrido. Tomé de ejemplo a los que yo tuve y he evitado ser igual que ellos. Sé pelear también. Puedo ganarle a cualquiera en este bar en un encuentro a golpes. ¿Quieres intentarlo? Prometo no hacerte daño. Solo quiero mostrarte algunos movimientos. También doy clases de Judo, por si te interesa. La defensa personal es muy importante. Si ahora entrara un comando armado yo no tendría problemas. Puedo enfrentarlos. Las armas me dan risa. Hay que usar la inteligencia. Grábate eso, muchacho. Cuando alguien se acerque para atacarte, guarda la calma y busca alguna de sus debilidades. Evitar ser visceral. Ayuda algunas veces pero también contribuye a que te puedas equivocar.
—No se preocupe, estoy bien. No necesita enseñarme ninguna llave ni ningún golpe. Siga tomando.
—Extraño a mi esposa, ¿sabes? No despierta. Está ahí en la cama todo el día. Tengo que llevarle la comida. La meto en su boca con una cuchara. Casi siempre la escupe. Tengo que volverlo a intentar. Me frustra. Es muy triste. Deberías venir un día. Quizás una voz nueva le anime. La veo muy triste. Hace tres años pudimos venir a un sitio como este sin ningún problema. Podríamos tomar una copa, platicar un rato. Pudimos habernos besado. Y veme ahora, aquí platicando contigo. Gracias por escucharme, no cualquiera lo hace. Creo que piensan que estoy loco. ¿Tú qué piensas? Escucha: la gente es horrible, será mejor que te alejes de ellos. He llegado a creer que eso es lo que ha hecho mi esposa. Que ha dejado de hablar porque no soporta a la gente. Lo malo es que me ha incluido en el paquete, debería soportarme a mí. No soy como los demás. Soy como tú, somos diferentes. De verdad, deberías pasarte un día por la casa. Vivo por aquí cerca. Prometo no molestar.

Empecé a desentenderme. No quise seguir escuchándolo. Era alguien que se encariñaba rápido. No iba a tardar en nombrarme su heredero. Yo solo estaba ahí para aumentar la asistencia del bar. De eso se trataba.   Pronto regresó a lo suyo. Me dolía la cabeza. Debió ser culpa de Simple Red. Odio sus canciones. Jamás dejaría que entraran en mi pub.

martes, 15 de mayo de 2012

9 canciones para stalkers


El tema de los stalkers tiene una larga historia. No deja de ser algo aterrador aunque, de alguna forma, la mayoría termine por caer en sus garras. No todos llegan al extremo de revisar la basura de sus vecinos, pero en mayor o menor medida es fácil ceder a la tentación de ver qué es lo que está haciendo alguien más, en especial si esa persona es importante para nosotros. El problema llega cuando se sobrepasa la línea y empiezan a darse  comportamientos que comprometen la seguridad y estabilidad emocional de quienes no lo merecen. Porque claro, una cosa son los comportamientos light como andar viendo tweets viejitos y otra muy diferente enviar cartas anónimas escritas con betún de chocolate perfumado. Eso ya no está bonito y deben evitarlo, igual que perseguir a alguien por la calle o tapizar su propia habitación con las cáscaras de plátano que su ser amado haya desechado.

A pesar de ello, los stalkers dan para mucho. No me siento capacitado ni con la disposición de escribir un libro al respecto. Tampoco me apetece planear un documental o armar una obra teatral  donde se denuncie un suceso en particular. Lo único que me queda es armar un pequeño recopilatorio de canciones que desde hace semanas rondaba por mi cabeza. Son nueve temas (el último desentona un poco en lo musical, por lo que se debe considerar como un bonus track) donde espías, acosadores y otros seres obsesivos hacen presencia de una manera inofensiva, justo como debería ser siempre. Andar fisgoneando la vida de los demás es pésimo, además de que invariablemente termina por llevar a disgustos. Los invito a que no lo hagan y que mejor usen su tiempo para escuchar estas canciones. Que las disfruten.



lunes, 14 de mayo de 2012

Soy el culpable


Cuando no veo un partido de mi equipo favorito y éste pierde, pienso que ha sido mi culpa. Debí haberlos apoyado, estar lejos de la pantalla terminó por afectar a los jugadores. Cuando pones el juego en el televisor y te emociones y gritas, sueltas vibraciones con forma de gnomos que vuelvan por el mundo hasta llegar al estadio. Aunque no todos puedan verlos, estos gnomos ayudan a que los futbolistas corran más rápido e inclusive llegan a conseguir  que el balón rebase la línea de meta en caso de que le falte impulso para convertirse en gol. Piensen esto la próxima vez que esté un juego importante. Griten lo más posible para que manden unos gnomos corpulentos.

Cuando no veo un partido de mi equipo favorito y éste gana, pienso que ha sido gracias a mí. Al mantenerme lejos de la pantalla evito contagiarles la mala suerte que suelo tener. Según calculo, cuando veo un evento deportivo las probabilidades de que mi equipo o deportista preferido pierda aumentan en un 40% con respecto a cuando me voy a realizar otra actividad.

Cuando veo un partido, gane, empate o pierda mi equipo favorito, estoy seguro de que mi comportamiento durante los 90 minutos ha tenido una influencia determinante en el resultado final. 

En definitiva soy el eje sobre el cual se mueve el futbol a escala global. El entrenador y los jugadores no son más que víctimas de lo que sucede en el sillón de mi hogar.

Quién será la mujer de la risa



Tuve una semana ajetreada de la que podría contar mucho. Tanto podría contar que no contaré casi nada. Cómo hacerlo. No estoy en disposición de transformar emociones en palabras, de seguro las devaluaría, mejor las dejo ahí en su estado natural, pese a que pronto su efecto pueda irse desvaneciendo hasta quedar en un recuerdo que se va haciendo más y más borroso con el paso del tiempo. 

La base de estos días fueron cuatro conciertos. Cuatro patas que ayudan a que pueda seguir sosteniendo el peso de la horrenda cotidianidad. Vi a Paul McCartney en tres ocasiones y a Bob Dylan una vez. Ambos son artistas que están en la cumbre de mis preferencias por lo que tenerlos ahí enfrente tocando varias de mis canciones favoritas terminó por ser conmovedor.

Hice muchas otras cosas ajenas a la música que no voy a contar. Solo diré que los conciertos son puntos de referencia que han servido para que pueda identificar lo que he pasado en estos 23 años de vida. El primer concierto que experimenté de manera consciente fue precisamente uno de Paul, el 3 de Noviembre desde 2002. Todo lo que hubo antes de eso puede considerarse una prehistoria personal  y a partir de ahí fueron surgiendo distintas etapas musicales que asocio a otro tipo de vivencias; por ejemplo, el concierto de The Cribs donde supe que los sucesos extraordinarios también me correspondían, o aquel concierto de Morrissey en 2006 cuando lo pasaba mal en la prepa, tanto en lo académico como en todo lo demás. Ese día llegué desde temprano al Palacio de los Deportes con unas copias para estudiar  los temas que vendrían en un examen extraordinario que tendría que pasar, sin excepción, al otro día, so pena de repetir el año. (Al final conseguí pasarlo, como siempre, al límite)

En fin. Fui a la actuación que Paul dio en el Zócalo. Tuve que esperar casi ocho horas en el lugar y cuando el evento terminó alguien tuvo a bien robar mi cartera. No culpo al ladrón, la cartera tenía un diseño beatle y como fan, sospecho, se vio tentado a extraerla de uno de mis bolsillos. Supongo que el pobre tuvo un desgaste importante al tener que buscar un bote de basura donde tirar los billetes que traía para hacerle espacio a los suyos.

Aun así salí contento del lugar. Fue un día especial y prefiero quedarme con el recuerdo del concierto.

Lo pesado fue lo previo. Pasar ocho horas rodeado de seres que respiran pone de malas a cualquiera. ¿Por qué hay tanta gente viva? Hay muchos que deberían hacernos un favor y recurrir al suicidio. Sería un acto heroico: nos librarían de su presencia.

Lo mejor son las excepciones. Hubo un par de horas en las que quedé cerca de una chica bastante simpática. Tenía una voz dulce y aspecto inteligente. Me cayó de maravilla, aunque no cruzara palabra alguna con ella. Escuché que le gustaba El Mundo de Beakman y ver Pingu, con lo que se ganó mi corazón. Además era graciosa, soltó varias perlas como: "Confieso que cuando estoy triste me hago cosquillas para poner contenta". La frase parece un poco tonta pero es igualmente encantadora. Varias veces pensé en hablarle pero no se me ocurrió un pretexto lo suficientemente adecuado para no pasar por uno de los tantos maniáticos que andaban por ahí. 

En determinado momento, mientras platicaba con sus amigos, se puso a hablar de música. Dijo que le gustaban The Carpenters y después surgió el debate sobre quién era el intérprete original de "Can't Take My Eyes Off You". Ninguno de ellos lo sabía. Maravilloso. Era mi oportunidad para meterme casualmente a la conversación mostrando los grandes alcances de mis conocimientos musicales. Quedaría como una leyenda ante ella y sus amigos. Ya veía a los presentes lanzando reverencias y coreando mi nombre:

 "Cuánto sabe este muchacho, ha de ser un santo, una porra por él"

 Así que esto es lo que Paul sentirá al rato, dije en mi imaginación.

Lo malo es que cuando estuve a punto de abrir el pico me di cuenta de que tampoco sabía la respuesta. Conocía varias de las versiones. La de Nancy Wilson, la de Jay and The Americans,  la de los Manics, la de Engelbert Humperdinck, la —horrenda— de Muse, y la clásica de Andy Williams. Incluso recordaba que los PSB le habían hecho un especie de extraño remix . 

¿Quién fue el primero en cantarla? Eso era  lo que no sabía. Mucho menos quién era su compositor.

La oportunidad se vino abajo. Para cualquier otro el pretexto hubiera sido lo de menos. Puede que incluso utilizaran un método alternativo. Yo no, solo podía hacerlo a través de la música, cualquier otra estrategia me resultaba patética, humillante o contraproducente. Eventualmente nos perdimos entre los miles de espectadores. Jamás lograría conocerla.

Esto es un ejemplo de algo que me entristece continuamente. Caer en cuenta de que nunca seré parte de la vida de personas extraordinarias. Estar al tanto de lo fácil que es abortar historias que pudieron dar para mucho más.

También odio lo exagerado que soy.

martes, 1 de mayo de 2012

Caminos a la gordura

En los cafés, dulcerías o restaurantes me da pena pedir comida o bebidas tamaño chico. Siento que el cajero pensará que soy pobre, que no me alcanza para pedir el vaso grande o cuando menos el mediano. Me gusta cuidar la imagen que tengo, así sea ante desconocidos que jamás volveré a ver. Así que termino pidiendo el café grande (o venti), las palomitas grandes o el helado de mayor magnitud. Los demás nombres son humillantes. No tengo ganas de pedir una taza extra chica como si fuera apagar con la moneda que me encontré tirada en el suelo. Al final puedo acabar tirando la mitad de lo que pedí, aunque la mayoría de las veces termino por forzar el estómago y acabar con todo. Posiblemente los gordos sean personas orgullosas que, como yo, se niegan a pasar por personas apocadas. Coincidimos en ir por lo máximo. Ellos optan por exterminar lo que se atreviese en su camino. Los comprendo. Lamento decir que soy incapaz de pedir un latte chico. Por qué clase de miserable pasaría.