lunes, 14 de mayo de 2012

Quién será la mujer de la risa



Tuve una semana ajetreada de la que podría contar mucho. Tanto podría contar que no contaré casi nada. Cómo hacerlo. No estoy en disposición de transformar emociones en palabras, de seguro las devaluaría, mejor las dejo ahí en su estado natural, pese a que pronto su efecto pueda irse desvaneciendo hasta quedar en un recuerdo que se va haciendo más y más borroso con el paso del tiempo. 

La base de estos días fueron cuatro conciertos. Cuatro patas que ayudan a que pueda seguir sosteniendo el peso de la horrenda cotidianidad. Vi a Paul McCartney en tres ocasiones y a Bob Dylan una vez. Ambos son artistas que están en la cumbre de mis preferencias por lo que tenerlos ahí enfrente tocando varias de mis canciones favoritas terminó por ser conmovedor.

Hice muchas otras cosas ajenas a la música que no voy a contar. Solo diré que los conciertos son puntos de referencia que han servido para que pueda identificar lo que he pasado en estos 23 años de vida. El primer concierto que experimenté de manera consciente fue precisamente uno de Paul, el 3 de Noviembre desde 2002. Todo lo que hubo antes de eso puede considerarse una prehistoria personal  y a partir de ahí fueron surgiendo distintas etapas musicales que asocio a otro tipo de vivencias; por ejemplo, el concierto de The Cribs donde supe que los sucesos extraordinarios también me correspondían, o aquel concierto de Morrissey en 2006 cuando lo pasaba mal en la prepa, tanto en lo académico como en todo lo demás. Ese día llegué desde temprano al Palacio de los Deportes con unas copias para estudiar  los temas que vendrían en un examen extraordinario que tendría que pasar, sin excepción, al otro día, so pena de repetir el año. (Al final conseguí pasarlo, como siempre, al límite)

En fin. Fui a la actuación que Paul dio en el Zócalo. Tuve que esperar casi ocho horas en el lugar y cuando el evento terminó alguien tuvo a bien robar mi cartera. No culpo al ladrón, la cartera tenía un diseño beatle y como fan, sospecho, se vio tentado a extraerla de uno de mis bolsillos. Supongo que el pobre tuvo un desgaste importante al tener que buscar un bote de basura donde tirar los billetes que traía para hacerle espacio a los suyos.

Aun así salí contento del lugar. Fue un día especial y prefiero quedarme con el recuerdo del concierto.

Lo pesado fue lo previo. Pasar ocho horas rodeado de seres que respiran pone de malas a cualquiera. ¿Por qué hay tanta gente viva? Hay muchos que deberían hacernos un favor y recurrir al suicidio. Sería un acto heroico: nos librarían de su presencia.

Lo mejor son las excepciones. Hubo un par de horas en las que quedé cerca de una chica bastante simpática. Tenía una voz dulce y aspecto inteligente. Me cayó de maravilla, aunque no cruzara palabra alguna con ella. Escuché que le gustaba El Mundo de Beakman y ver Pingu, con lo que se ganó mi corazón. Además era graciosa, soltó varias perlas como: "Confieso que cuando estoy triste me hago cosquillas para poner contenta". La frase parece un poco tonta pero es igualmente encantadora. Varias veces pensé en hablarle pero no se me ocurrió un pretexto lo suficientemente adecuado para no pasar por uno de los tantos maniáticos que andaban por ahí. 

En determinado momento, mientras platicaba con sus amigos, se puso a hablar de música. Dijo que le gustaban The Carpenters y después surgió el debate sobre quién era el intérprete original de "Can't Take My Eyes Off You". Ninguno de ellos lo sabía. Maravilloso. Era mi oportunidad para meterme casualmente a la conversación mostrando los grandes alcances de mis conocimientos musicales. Quedaría como una leyenda ante ella y sus amigos. Ya veía a los presentes lanzando reverencias y coreando mi nombre:

 "Cuánto sabe este muchacho, ha de ser un santo, una porra por él"

 Así que esto es lo que Paul sentirá al rato, dije en mi imaginación.

Lo malo es que cuando estuve a punto de abrir el pico me di cuenta de que tampoco sabía la respuesta. Conocía varias de las versiones. La de Nancy Wilson, la de Jay and The Americans,  la de los Manics, la de Engelbert Humperdinck, la —horrenda— de Muse, y la clásica de Andy Williams. Incluso recordaba que los PSB le habían hecho un especie de extraño remix . 

¿Quién fue el primero en cantarla? Eso era  lo que no sabía. Mucho menos quién era su compositor.

La oportunidad se vino abajo. Para cualquier otro el pretexto hubiera sido lo de menos. Puede que incluso utilizaran un método alternativo. Yo no, solo podía hacerlo a través de la música, cualquier otra estrategia me resultaba patética, humillante o contraproducente. Eventualmente nos perdimos entre los miles de espectadores. Jamás lograría conocerla.

Esto es un ejemplo de algo que me entristece continuamente. Caer en cuenta de que nunca seré parte de la vida de personas extraordinarias. Estar al tanto de lo fácil que es abortar historias que pudieron dar para mucho más.

También odio lo exagerado que soy.