martes, 1 de mayo de 2012

Caminos a la gordura

En los cafés, dulcerías o restaurantes me da pena pedir comida o bebidas tamaño chico. Siento que el cajero pensará que soy pobre, que no me alcanza para pedir el vaso grande o cuando menos el mediano. Me gusta cuidar la imagen que tengo, así sea ante desconocidos que jamás volveré a ver. Así que termino pidiendo el café grande (o venti), las palomitas grandes o el helado de mayor magnitud. Los demás nombres son humillantes. No tengo ganas de pedir una taza extra chica como si fuera apagar con la moneda que me encontré tirada en el suelo. Al final puedo acabar tirando la mitad de lo que pedí, aunque la mayoría de las veces termino por forzar el estómago y acabar con todo. Posiblemente los gordos sean personas orgullosas que, como yo, se niegan a pasar por personas apocadas. Coincidimos en ir por lo máximo. Ellos optan por exterminar lo que se atreviese en su camino. Los comprendo. Lamento decir que soy incapaz de pedir un latte chico. Por qué clase de miserable pasaría.