viernes, 29 de julio de 2011

Tatuajes que no se pueden ver



Leer esta noticia hizo que pensara en la parte que odio de las rupturas. Para resumirlo: la mujer termina con su esposo, y para celebrarlo no se le ocurre otra alternativa que comenzar a tatuar su cuerpo. Lo que comenzó con un diseño, terminó convirtiéndose en una serie de dibujos que ahora cubren el 85% de su piel. Algo determinante para decidirlo fue el enamoramiento que tuvo con el artista de la tinta que patrocinó aquellas sesiones a cambio de usar su cuerpo como un lienzo parlante y con el que, a la postre, desarrollaría una relación amorosa. Una vez aclarando que cada quien puede hacer lo que desee con su anatomía y asumiendo lo sensacionalista de la nota, quiero que piensen un rato en el ex marido. La situación es terrible. Si un día acaba por arrepentirse de aquel divorcio no habrá ya nada que pueda hacer. Porque esa mujer a la que conoció, y a la que pretende recuperar, no existe más, es otra ya, una muy diferente. La versión de la que llegó a enamorarse quedó en el pasado, ahora ha cambiado, se ha convertido en alguien similar a su actual pareja. Su esencia ha sido modificada con pleno consentimiento.

El ejemplo puede ser extremo, pero da una idea de mi postura al respecto. No me refiero a los tatuajes, sino a otros asuntos más importantes. Una persona cambia por dentro al convivir con otros miembros de su especie. Eso no es necesariamente malo, si esas personas son positivas para su desarrollo. El problema llega cuando un sujeto borra de golpe los detalles encantadores que te hacían querer a alguien. No es que la obliguen, ni nada por el estilo, aunque da igual. Recuerdo que me burlaba de los mensajes de nunca cambies que me dejaron los compañeros de la primaria en una libreta antes de que partiéramos a rumbo diferentes. Lo consideraba ridículo por la importancia que tiene la evolución en nuestro desarrollo humano. Ahora no sé, hay seres tan especiales que en verdad desearía que nunca cambiaran. Verlos después de años (o meses) para encontrarlos irreconocibles, representa un golpe duro. Aquella muchacha tierna y sensible que te gustaba, quizás deje de serlo después de pasar por las manos de un surfista, un fanático de System Of A Down y un sujeto que le va al Barcelona y al Manchester United. Sin prejuicios: son cosas que influyen. Eso es lo que me pone triste de las separaciones y rupturas. No el perder a esa persona (que también). Ni pensar que no conseguirás a alguien más (que las habrá). Sino simplemente saber que ese ser especial, ha dejado de existir para siempre. Es eso. Nada más.


How many special people change?

miércoles, 27 de julio de 2011

Las pequeñas cosas

Me tomó años darme cuenta del error que estaba cometiendo. El estar siempre buscando hazañas, grandes acontecimientos y revelaciones celestiales, me llevaron a un estado de constante decepción. Ahora sé que la mayor parte de la vida es bastante normalita, que uno no debe esperar milagros cada cinco minutos y que lo mejor es disfrutar de los pequeños detalles presentes en la vida. Ya no volveré a esperar conversaciones épicas; entenderé que una charla sobre el clima se presta para conocer a fondo a una persona, que el solo hecho de escuchar la voz de alguien más ya es suficiente motivo para celebrar. En vez lamentar el no tener un jacuzzi, lanzaré un grito de júbilo por las mañanas a sabiendas de que en casa tengo agua caliente. ¿Cómo sería bañarse con agua fría? Imagínenlo. Hay millones de personas que viven así, en cambio yo tengo AGUA CALIENTE. Es una tragedia no haber podido ver a los Beatles en vivo, pero hay algo mejor, y eso es tener una conexión a internet donde puedes conseguir canciones, videos, letras y libros sin esfuerzo alguno. Adiós, nostalgia. Hoy alzaré una copa y brindaré por el 2011. Amo haber nacido en esta época. Al carajo los 60, los 70 y lo 80. Los 90 ni estuvieron tan bien como para salir a soltar fuegos pirotécnicos. Los recuerdos nos engañan, el pasado no fue nada del otro jueves. Esas personas que dejamos pasar no fueron tan brillantes, de haber sido así nos hubiéramos dado cuenta en su momento. Joé, hoy al despertar esbocé una sonrisa, ¡Me incorporé sin pisar una tachuela! Revisé la planta de mi pie y en efecto NO HABÍA NINGUNA HERIDA. Bajé cantando a la cocina. Le dije a mi madre "¿no es una maravilla? No tenemos que prender la luz porque el sol entra por la ventana". El sobresalto mayor llegó de inmediato al notar que en el refrigerador había comida. Dios santo, incluso en la mesa teníamos tres plátanos. Saqué leche y le agregué chocolate. Cabe mencionar a los pobres jóvenes que vivieron de 1866 a 1911 que no tuvieron posibilidades como la mía. Regresé a la habitación sin resbalarme en las escaleras. Qué emoción. Una vez dentro empecé a sobar mi cabeza mientras me decía: "nunca te has roto la tibia y el peroné, amigo mío, eres un afortunado". En el escritorio vi un bote de Tajín casi lleno. Joé, joé. Empecé a llorar. Todavía restaban muchas rodajas de jícama en el futuro para que acabara con él. Vi la fecha de caducidad por precaución y entonces respiré aliviado: Agosto de 2012. El tiempo no me presiona, tengo un año para terminar ese chile en polvo. Por otra parte, prender la computadora fue algo celestial. El botón de encendido funcionó a la primera y no equivoqué al poner la contraseña. La pantalla de inicio tardó tan solo 6 minutos en cargar y a partir de ese instante se ha trabado en apenas 8 ocasiones. Uno de los perros entró a mear una de mis camisas, mas tuvo el cuidado de no hacerlo en mi favorita. Le dí las gracias por tan gentil detalle y prometí colocar otras prendas a su alcance para que no fuera a buscar la que más me gusta. Y vengo y tecleo esto en una computadora vieja que a pesar de todos los embates, sigue funcionado. El teclado es una joya tecnológica, todavía tiene 13 teclas que no se han borrado, y de las 8 que se han botado, la de Enter es la única que me causa cierto conflicto.

Ya les digo, ¡LA VIDA ES HERMOSA! ¡DISFRUTEN DE ELLA! ¡TENGAN LUZ EN SU CORAZÓN!

Veremos si mañana sigo igual.

Ayer fue el cumpleaños de Mick. Lamento que me no exista una foto en la que me resulte agradable.

lunes, 25 de julio de 2011

El nuevo twitter

Llega el día en que las circunstancias te acorralan para que tomes una decisión. La libertad aparente está llena de condiciones y al final actúas como actúas porque no queda de otra. Miles de veces me he visto obligado a elegir opciones no del todo satisfactorias solo por el hecho de que las otras están peor. El mundo está manejado por mentes maquiavélicas que se aprovechan de nosotros que estamos abajo. Lo comento por algo que me ha pasado con Twitter. Desde el año pasado en que salió la nueva versión de este servicio, me he ido aferrado a no realizar la actualización. Más de una vez intenté hacerlo, encontrando a cambio una interfaz aparatosa que vulneraba el concepto de sencillez que distingue a la página. De modo que volvía a versión viejita, que en lo a que mi respecta funciona a la perfección. Creo que podría utilizarla durante años sin queja alguna, sin aburrirme ni echar en menos nada. A fin de cuentas lo único que busco es un sitio donde escribir y leer con el menor número de obstáculos posibles. Blogger, entiende eso y desde que estoy aquí, a la mucho han realizado ligeros retoques estéticos que se agradecen por el hecho de que no modifican negativamente la experiencia.

En esas he estado, resistiendo, con una barra en la parte superior de la pantalla indicando cada que entro: You will automatically be upgraded to New Twitter very, very soon. El mensajito lleva meses como constante amenaza. La primera vez que lo vi sentí un nudo en la garganta; si bien soy alguien abierto a los cambios y que incluso en ocasiones los ansía, la alternativa que se me ofrecía para sustituir la imagen de una de mis páginas preferidas era, lo diré claro, una inmundicia.

Temía que pronto llegara el desencanto que motivara mi mudanza a otra red social. Al entrar cerraba los ojos por imaginar lo horrible que sería ver ahí el nuevo twitter. Así pasaron los días y nada, el cambio no se daba. Pronto el mensaje se convirtió en una parte decorativa a la que empecé a ignorar. Meses de convivir con él hicieron que dejara de preocuparme. Hasta me burlé en un tweet pensando que quizás el tema estuviera olvidado.

Todo normal hasta hace unos días, en que he ido detectando ciertas anomalías en el servicio que me hacen pensar que hay una conspiración por parte de las oficinas de la compañía para que por fin me rinda ante la nueva versión que tanto trabajo les habrá costado. Primero hubo un problema con los mensajes directos. De tener más de 700, ahora el contador ha quedado paralizado en "20". Cuando alguien me envía algo tardo en darme cuenta porque el número no sufre ningún cambio. Ese problema ya va para un mes. Recientemente se ha sumado otro conflicto: el buscador interno ha dejado de funcionar. Sin importar que palabra ponga, no obtengo ningún resultado, apareciendo en su lugar un mensaje a todas luces provocador:

An unknown error occurred in Integrated Search


Eso sin contar las fallas habituales con el cambio de avatares y el acceso a mensajes antiguos que en conjunto me orillan a reconocer que esta batalla tecnológica es imposible de ganar por lo que pronto empacaré mis pertenencias para mudarme al lugar novedoso que tanto evité. Ay, la vida, en sus detalles tan parecida a sus grandezas.

domingo, 24 de julio de 2011

Compañeros del pasado

Cada determinado tiempo me agregan a Facebook compañeros que tuve en la prepa, secundaria y los más aterradores la primaria. Rechazo a la mayoría. No estoy interesado en volver a retomar vínculo con ellos, no tengo curiosidad de saber si se han casado o si ya parieron a un niño. Me cuesta trabajo entender el por qué alguien podría pasar una tarde buscando a personas cuya relación se limitaba a pasar seis horas diarias en el mismo salón con clases tortuosas para el espíritu. Hay amigos a los que sí he aceptado, en primer lugar porque la relación con ellos jamás se desvaneció. Otros en cambio no se ponen a pensar que si el afecto con ellos hubiera sido el suficiente, en primer lugar el contacto no se hubiera perdido.

Tema aparte es el de la gente que agrega a sus maestros. Horror que supera la noñez, entrando incluso en otra categoría especial, ya que no tiene nada que ver con que sean nerds (algunos son bastante imbéciles), sino con el anhelo de aproximarse a esos seres despreciables que dejan trabajos los fines de semana y que arruinan tardes que podrías emplear en ocupaciones tan importantes como la del sueño. Reconozco que hay maestros buena onda a los que no me molesta saludar, e incluso platicar. Pero ni a ellos agregaría en una red social, ¿para qué? ¿para ver cómo son sus esposas? Me daría miedo que se les ocurriera mandar una tarea por mensaje privado o que anden recordando en los muros el material debes llevar al otro día. Eso sin contar otras variables, como la imposibilidad de justificar las faltas con mentiras a sabiendas de que ellos han estado monitoreando tus actividades.

Y lo de los viejos compañeros...joé. Hay dos que en combinado, me han enviado unas 9 solicitudes de amistad. Las rechazo y las vuelven a enviar. Admiro ese tesón que les impide rendirse. Ahí han estado, cada nuevo mes renovando ánimos para volver a intentarlo. Tal vez piensen que si son firmes, tarde o temprano sentiré compasión por ellos y diré: Bah, ya qué, bienvenidos. Puede que hasta lean este blog (recién me he visto alterado al enterarme de que ciertas personas leen este espacio sin que yo pudiera siquiera imaginarlo), de ser así: lo siento chicos, no tengo intenciones de recordar cómo eran esas mañanas en las que aprendíamos el abecedario, ni de platicar de cómo se fueron transformando hasta ser lo que ahora son: seres que no me inspiran ni un gramo de confianza.

jueves, 21 de julio de 2011

Conocemos un lugar por aquí

Bill salió tarde del trabajo. Era la única persona que restaba en el edificio. Al salir, el aire de la ciudad le pareció diferente al que tenían a la oficina. Aún caían algunas gotas del cielo. El aroma era agradable. Pensó que sería difícil encontrar un taxi a esa hora. Un par de hombres lo miraban desde la esquina. El resto del panorama estaba desierto. Dijo adiós al velador y se acercó a la calle. Esperó. Fueron veinte minutos en los que apenas pasó un motociclista. Volteo hacia atrás. Los dos hombres seguían ahí. No parecían platicar, estaban uno a lado del otro. Hombro con hombro. Tenían bastones. Bill pensó en su perro. Lo dejó afuera. No pensó que fuera a llover. Hace días que los días eran soleados. Un brazo comenzó a dolerle. Optó por caminar, era difícil que un taxi pasara a esa hora justo por esa calle. Iría hasta la avenida a probar suerte.

A los pocos metros vio un puesto de hamburguesas. Pidió dos, sin tener hambre. Era el único cliente. Minutos después recibió su comida. Las hamburguesas consistían de pan y carne. No lechuga, no queso, no jitomate. Nada. El cocinero dijo algo que Bill no entendió. Siguió comiendo. Al terminar, dejó un billete de cien. No espero el cambio. Siguió caminando. Pensó en un amigo que tuvo en la secundaria llamado Francisco. Por la mañana un nuevo sujeto se incorporó a la plantilla de la oficina. Era igual a él con la salvedad de que le sobraban veinte kilos de peso: cabello chino, dientes separados, piel obscura. Idéntico. Ya tendría tiempo de preguntar por su nombre, tal vez se llame Ulises. El brazo seguía doliendo. ¿Qué hora era exactamente? El sumirse en el trabajo produjo que entrara en trance. No revisó el reloj durante las horas finales, lo importante era terminar esos papeles. Poco le importaba entonces que fueran las 11 o las 2. El estar solo le tenía en un estado de ansiedad. Lo único que quería era salir de él. Sabía que al otro día nadie reconocería su labor. Los otros empleados ya deberían estar dormidos. Ahora sí quería saber la hora. Era extraño que ningún automóvil pasara. Pensó que con suerte encontraría algo que le ahorrara la caminata a la avenida. Vio a una anciana en el suelo, le tiró unas monedas. Ojalá estuviera dormida. O desmayada. Siguió avanzando.

En la avenida encontró a una pareja de jóvenes. Se besaban, luego reían. Alternaban sin emitir palabras: se besaban, luego reían. Dejaron de hacerlo cuando repararon en la presencia de Bill. Entonces se tomaron de la mano y marcharon hacia algún lado. La banca cercana tenía charcos de agua. Bill contó los autos que pasaban. Quería mantenerse achispado. Pasó uno rojo. Luego dos azules y uno color plata. El espacio entre uno y otro era, en promedio, de dos minutos. En casa solo quedaba la opción de dormir. Dormir poco era algo a lo que acostumbraba. Un auto amarillo se detuvo a su lado. El vidrio de una puerta se bajó, eran los dos hombres de hace rato. Platicó con el copiloto.

—¿Necesita que lo acerquemos a algún lado?
—Espero a alguien
—Ya es tarde, podría venir con nosotros. Conocemos un lugar por aquí.
—Muchos lo hacemos.
—Suba, necesitamos de compañía.
—Yo no.
—¿Quiere mirar lo que hay en el asiento trasero, por favor?
—No.
—Acérquese. Debe acordarse de nosotros.

Bill dio un paso atrás. Escuchó al conductor gritar algo. El auto se alejó rápidamente saltando un semáforo. Regresó a sus pensamientos. Curco, el perro. Fue un regalo de su mujer. Un día llegó a casa, lo sorprendieron unos ladridos, instantes después fue saludado por Cuco que tenía un moño detrás de las orejas. El único resto de esa relación era aquel perro. Deseó que no se hubiera mojado. Un taxi pasó, lo detuvo.

—¿A dónde lo llevo?
—Siga derecho.

La lluvia aumentó. Cayó algo de granizo. Llegaron a un semáforo.

—A la calle de las Fuentes. Junto al Parque Héroes, por favor.
—¿Parque Héroes? ¿Me voy por Himno Nacional?
—No, por allá queda el Parque Revolución. Voy a Parque Héroes. Cerca del Hospital Central.
—Jamás había pasado por estos rumbos.
—Común, siendo taxista. Dé vuelta aquí a la izquierda.
—La lluvia de hoy estuvo fuerte. Un día como este perdí a mi mascota.
—Señor, ahora doble a la derecha.
—Tenía la costumbre de sacarlo sin correa. Era manso. Tenía problemas para orinar.
—¿Sabe donde está el Hospital Central? ¿La glorieta Juárez?
—No. Cuando lo llevé a revisar el veterinario dijo que...
—Siga derecho.
—Un problema de nacimiento. Imposible de saber cuando lo adopté.
—A la derecha otra vez.
—Entonces se fue persiguiendo un barco de papel que iba calle abajo.
—Puede dejarme en la esquina.
—Muy triste, estuve buscándolo por una semana.
—Aquí está bien ¿Cuánto le debo?
—Setenta u ochenta, se lo dejo a usted.

Bill le dio cincuenta y salió. Corrió nueve cuadras hasta llegar a casa. Cuando abrió el portón vio a Curco acostado. No ladró. Estaba empapado. El brazo volvió a doler.

lunes, 18 de julio de 2011

No traigo nada abajo


Después de un día agitado, bajo a la cocina para hacerme un licuado. Llega la noche y debes resignarte a que dormirás con la misma vida de los últimos años. Y a lo único que aspiras es a un licuado. no pides mucho, simplemente algo que te quite la sed y alimente al mismo tiempo. Así que saco la leche, un plátano, algunas nueces. Pongo eso junto a la licuadora. Lo siguiente que sé es que la leche se ha derramado por el suelo. Un mal calculo con el vaso hizo que no vertiera en el área adecuada. Con las manos manchadas dejo el vaso sobre la mesa. De nuevo vuelvo a calcular mal. El vaso cae al suelo, se rompe. La vida no da tregua. Puede haberte machacado en la calle, puede haberte dejado sin respirar por horas sin que sea suficiente. Cuando está en vena inclusive se mete con la preparación del licuado que esperabas fuera una excepción en una jornada de desastres. Volteo al reloj: son las 11:48 pm. Ya no queda tiempo para enmendarlo. no limpio nada, vuelvo a la cama sin cenar. Tendrá que ser hasta mañana.

Soñé con una escoba. lo anoto en una libreta para no olvidarlo después:

soñé con una escoba.

Mañana será el cumpleaños de Pedrito. Cumplirá 12 años. Tomo un baño. De regreso al cuarto me seco y me visto con los pantalones que he usado durante las últimas dos semanas, los mismos que usaré cuando inicie el próximo mes. Compruebo tener suficiente dinero. Salgo de casa con la misión de comprar un regalo para él. Por fin tengo un motivo para hacerlo. Le regalaré una cartera. A esa edad comienzas a volverte un hombre; el mejor regalo que se me ocurre es una cartera, un instrumento que te da cierta autoridad. Porque las llevas y la gente piensa que tienes dinero. Aunque no lo tengas. Los fabricantes son conscientes de ello: no las hacen transparentes. Puedes meter un puñado de papeles dentro y da la apariencia de que traes bastantes billetes. Ya a los doce años debes imponer cierta autoridad monetaria. Una que te permita pasar a lado de restaurantes y que sus empleados te inviten a pasar. Una que te permita ir a tiendas donde las empleadas te sonrían para que les compres algo. Algo que te permita utilizar los bolsillos traseros del pantalón.

Conozco una tienda no muy lejana. La atiende un chino que habla español mejor que gran parte de nosotros. Lo conocí un día preguntando por una dirección. Él estaba hablando con un pelirrojo.

—Te digo que la vi robándose el periódico. La muy cabrona esperó a que me fuera para sacarlo debajo de la mesa. Lo que ella no sabía es que me quedé un rato espiándola por la ventana. Tuve que correrla —dijo el chino.
—Venga, hombre, no es para que te pongas así...¿periódico? ¿te preocupa que una chica se robe tu periódico? Estás mal de allá arriba, hombre—dijo el otro.
—Es MI PERIÓDICO. Lo compré con MI DINERO.
—Vale pero, ¿ya lo habías leído?
—Solo leo la sección deportiva. Lo utilizo para limpiar las meadas de Jack.
—Disculpen—interrumpí—, ¿Podrían decirme dónde queda la calle Alcántara?
—Queda detrás de esta, cuando salgas da vuelta donde está la caseta de policía—dijo el chino.
—Oh, muy amable, gracias.
—Espera, muchacho—dijo el chino.
—Dígame.
—Me agrada tu camiseta.
—Muchas gracias.
—Es difícil conseguir una de esas, ¿le vas al Necaxa?.
—Sí, la compré hace años, antes me quedaba grande, ahora me va ajustada.
—Te la compro—dijo el chino.
—No le hagas caso, muchacho, este está como una cabra—dijo el pelirrojo.
—Cállate, Manuel. Es en serio, te la compro: dime cuánto quieres.
—Disculpe, me tengo que ir. Además no traigo nada abajo.
—¿Ves esta tienda? Puedes tomar lo que quieras si me das la camiseta.
—Lo siento, señor, tengo prisa.
—Quiero que escuches algo. Cuando llegamos a este país, mi madre y yo vagamos buscando una oportunidad. Nadie nos la dio. Estuvimos comiendo a base de limosnas por semanas. Hasta que un hombre, un hombre con una playera del Necaxa, parecida a la tuya, nos ofreció trabajo y confianza. Desde entonces soy aficionado al equipo y colecciono sus jerseys.

Se la di, me regaló una suéter gris para cubrirme. Antes de salir los escuché riendo, algo que despertó algunas dudas dentro de mí. No tomé nadie de la tienda, la tenía llena de baratijas. Me dio 300 pesos. Ahora, meses después, regresaba porque ahí vendían chucharías: gorras, monederos...carteras. Llegué y el chino no estaba. Tampoco el pelirrojo. Atendía una mujer de unos 30 años. Entré y salí rápido. Tenían un modelo de cartera únicamente, negra con un dragón amarillo en uno de los lados. Buscaba otra cosa, algo que le diera a Pedrito una apariencia respetable. Ya no era un niño. No podía regalarle una porquería que parecía para alguien de 11 años.

Caminé unas cuadras hasta donde se hallaba una pequeña plaza comercial. Ahí compré una cartera café imitación de piel sin ningún tipo de dibujo bochornoso. Era discreta, como deben ser los accesorios de una persona adulta como lo sería él. Pedí que la envolvieran. Al otro día fui a la fiesta. Estaba repleta de niños. Pensé, que Pedrito debería buscar otro tipo de amistades, unas que fueran maduras, más acordes a su edad. Como yo. Dejé mi obsequio en una mesa que habían destinado para ese propósito. Luego me fui sin haber visto al festejado. No lo encontré entre esas caras infantiles y felices. Según recuerdo era alguien mucho mayor.

viernes, 8 de julio de 2011

Sweet Laura

Hace tiempo descubrí el parecido que había entre una de mis canciones favoritas de Girls y un viejo clásico de Neil Diamond. Me refiero a "Laura" y "Sweet Caroline" respectivamente. Entre ambas hay, casi con precisión, 40 años de diferencia. Neil lanzó la suya como sencillo el 16 de Septiembre de 1969 y la otra venía dentro del disco debut de la banda de San Francisco titulado Album, lanzado el 22 de Septiembre de 2009.

Las similitud se distingue fácilmente desde el comienzo. A "Sweet Caroline" le basta apoyarse en la voz de Neil Diamond, la de Girls requiere de una guitarra protagónica y la batería que sustituye el intro de teclado de la, digamos, original. No obstante, en esencia van por el mismo camino. De hecho las primeras líneas dicen algo semejante, aunque exista una variante en el uso de las palabras (Where it began? vs. Where did it start?). En el resto de la letra empiezan las diferencias, van en ánimos completamente opuestos. Una es optimista respecto al hallazgo de un nuevo amor que hace ver la vida con otros ojos; la otra, va de una ruptura: el protagonista mira atrás intentando descifrar el instante en el que una relación promisoria se fue al carajo. E intenta arreglarlo, aun a sabiendas de que es imposible.

Eso último hace que me incline hacia "Laura" que, pese a ser una obra derivada, tiene un aire dolido que renueva la melodía por completo. La siento real, nostálgica e identificable (¿quién no se ha sentido alguna vez así?). Esto ejemplifica cómo una letra puede disfrazar cualquier parecido. No se debe olvidar que "Sweet Caroline" fue un hit masivo fácilmente reconocible por cualquier estadounidense, suficiente para que lo señalamientos hacia Girls hubieran aparecido desde su nacimiento, algo que jamás sucedió.

Escribo este post porque ayer, al buscar por internet a alguien que confirmara lo que cuento arriba, me sorprendí al no encontrar ninguna referencia que confirmara lo que incluso llegué a temer fuera una alucinación mía. Hasta que ahí, en medio de miles de resultados, hallé el siguiente video:


Con apenas 140 reproducciones, un joven norteamericano respaldó mi teoría. Cuando lo vi, me causó gracia el que contara que —justo como yo— había googleado sin encontrar a nadie más que pensara lo mismo. De repente me puse a pensar en uno de los tantos males del siglo XXI: la distancia. Quiero decir, ésta siempre ha existido, pero internet nos ha hecho conscientes, más que nunca, de lo que no podemos tener por estar donde estamos. De cuántas personas nos perdemos físicamente por tener la desgracia de tener un código postal distinto. Él y yo podríamos ser amigos: coincidimos en aficiones y parece un chico agradable. Nunca lo seremos debido a que no hay manera en que podamos aproximarnos. No es culpa del idioma, igual pasa con las personas que comparten nuestra lengua con las que, de cierto modo, llegas a convivir a través de redes sociales; esas que te hacen preguntarte, ¿por qué diablos están lejos si humanamente somos tan cercanos? De inmediato te das cuenta de que en su lugar, como diría aquella otra canción, le entregas tu valioso tiempo a personas que, en general, les importa poco si estás vivo o muerto.

Hay que aprender a vivir con la idea de que podría ser diferente, asimilar que el mundo es injusto y que hay que arreglárselas con lo que esté a la mano, que muchas veces no está mal. Sería una memez cerrarse a lo que es diferente a nosotros, hay amigos y amores potenciales en cualquier rincón.

En una parte de su mensaje, el muchacho dice que no encontró a nadie que blogueara acerca de esos dos temas. Bueno, aquí estoy, espero compensar, luego de dos años, el vacío que te llevó a grabar y subir el video. Lamento que jamás vayas a leer esto, y que resulte tan inútil dirigirme a ti. Simplemente quise tomarme unos minutos para recordar, que lejos de aquí, hay gente con la que comparto gustos y aficiones.

martes, 5 de julio de 2011

Escuchar la charla entre dos mujeres

Van tres semanas en las que salgo a caminar diariamente. Lo hago por una hora para intentar acomodar las ideas. Los primeros días fue extraño, no pensé que fuera a gustarme como lo hizo. Me encanta. Se trata de mi parte favorita del día y si no camino por dos, tres u ocho horas, es porque quiero evitar perder el ansia que siento por las mañanas. Al despertar lo único que pienso es: ¡Que se vaya el sol! ¡Ya quiero que den las 8 para salir a caminar por ahí! ¡Te adoro, pavimento! Acto seguido desayuno o tomo una ducha. El resto del día se traduce en esperar. El momento complicado llega a eso de las 5 de la tarde. He sentido la tentación de salir a esa hora, ¡lo deseo tanto!, me resisto para no violar la promesa que me hice. Intento conseguir una rutina. Mi vida es tan desordenada que requiero que exista algo que no lo sea. Decidí que ese algo sería salir a caminar a las 8 de la noche, de lunes a domingo.

Dejo las rutas planeadas para los que se preparan por maratón, yo, como mido en tiempo, prefiero no someterme a una ruta en particular que eventualmente terminaría por aburrirme. Simplemente salgo y camino hacia ningún lugar en especial. En estas semanas he descubierto casas hermosas que nunca había visto, tengo unas ganas inmensas de meterme a ellas. No para robar, para conocerlas por dentro, son preciosas, a veces fantaseo con los muebles que podrían tener en su inetrior. Tal vez me anime alguna vez: a meterme en esas casas. Aprovechar un descuido y entrar de incógnito. Quiero vivir una aventura de película. Esconderme en una habitación, escuchar la charla entre dos mujeres que planean asesinar al abuelo para quedarse con su fortuna, y salvarlo. Después podría convertirme en su amigo. Jugaríamos billar juntos.

Los perros han dejado de ladrarme como al principio. Cuando pasaba enfrente de sus casas no había forma de callarlos. Hay calles en las que los vecinos tienen hasta una veintena de canes. Era espeluznante. Supongo que ahora se han habituado a mi esporádica presencia. Han desechado cualquier sospecha de que ande en búsqueda una cochera para acampar.

Antier cometí el error de sustituir la caminata de la colonia por ir a un parque. No lo vuelvo a hacer. Era uno pequeño, de modo que lo único que hice fue darle la vuelta en aproximadamente 48 ocasiones. Súbitamente me remetí a los tiempos en los que abordada carruseles de feria, donde me veía obligado a saludar a mi madre con la mano para que creyera que me estaba divirtiendo. Era lo menos que podía que hacer tomando en cuenta las monedas que ella había desembolsado.

Resignado ante la idea de recorrería el mismo cuadro por espacio de 60 minutos, volqué mi amargura en algo mucho peor: los muchachos que andan en patineta. No conformes con utilizar el medio de transporte menos práctico de la historia (¿por qué los ven como si fueran cool? ¿acaso no se dan cuenta de lo ridículo de tener que levantar la patita e impulsarse con el piso cada vez que deseas avanzas 30 centímetros?), los inconscientes estos se apropian de espacios estratégicos del parque impidiendo la libre circulación del resto de los presentes. Ahí estaban, en el centro del lugar haciendo acrobacias con el mismo virtuosismo con el oprimo un botón del microondas. Si al menos pudieran dar giros de 190 grados sobre los cielos como en las películas norteamericanas, podría, del algún modo, justificarse el comportamiento que llevan, pero no, hasta ahora no he visto un solo parque o calle mexicana donde puedan hallarse patinetos capaces de replicar algo con la belleza lago de los cisnes o algún ballet que requiera un mínimo de habilidad en el interior. La triste realidad es que la mayoría de estos muchachos apenas y pueden saltar para luego ver cómo su patineta sale disparada sin que hayan podido lograr posarse de nuevo sobre ella. En el tiempo que estuve ahí, no vi un solo intento exitoso, de hecho me animo a decir que el único truco que tenían afinado era del de caída libre con levantamiento inmediato. Por si fuera poco, visten fatal, con ropa de colores chillantes, pantalones que corresponden a personas que los superan en dieciocho tallas y objetos en la cabeza que van de mantas con forma de gorra, a peinados con ornamentaciones de plástico fosforescente.

El colmo llegó con algo igual de molesto: individuos en patines. Reconozco que llevar calzado con rueditas resulta atractivo y seductor. Especialmente cuando tienes once años y aún puedes hacer ejercicio sin necesidad de utilizar desodorante. Luego creces. Caes en cuenta de que en esta vida hay que tomar partido: o los zapatos o las rueditas. Ignoro si traen algún beneficio, pero así, a simple vista, no veo que deslizarse por el suelo represente un esfuerzo digno de algo saludable.

Los que andan en patines suelen ser más refinados que los que andan en patineta. Visten mejor y son más guapos. El problema es que, si los skatos agarran una zona para hacer de las suyas, los que andan en patines no se limitan y se apropian del parque por completo. Sí, todos tenemos derecho de utilizar este tipo de zonas comunes, pero aconsejo a quienes acudan, que antes de hacerlo busquen entre sus cajones algo llamado sentido común. Andar sobre ruedas en espacios tan reducidos es peligroso para los demás. Hay niños de 3 años por ahí. No se puede caminar a gusto a sabiendas de que si te mueves un centímetro a la izquierda puedes ser arrollado por alguien que va a 25 km/h que, eso sí, está protegido con casco, rodilleras y hasta cubiertas sobre los codos.

Se sienten los dueños del lugar, e inclusive sueltan miraditas prepotentes que pretenden hacerte sentir como visitante de segunda categoría. A un lado, jovencito, ¿no ves que llevo unos patines de Barbie?

Hoy que caminé por calles solitarias de nuevo. Recuperé la fe. Con música aleatoria en el iPod, mansiones que te motivan a volverte millonario y aspersores que realzan el olor de la tierra, pude relajarme y ser feliz.

domingo, 3 de julio de 2011

¿Cómo dices que te llamas?


Empieza a causarme cierta alarma el bajo rendimiento que mi memoria ha tenido las últimas semanas. No es algo nuevo, desde niño jamás he sido considerado una eminencia en ese rubro. Para demostrarlo basta decir que a mis 22 años solo tengo grabados 4 números telefónicos, siendo uno de ellos el de las pizzas. Acaso se deba a desinterés, como cuando veo películas y no presto atención a los nombres de los personajes secundarios. ¿Para qué? La importancia está en la historia. Da igual que el amigo del protagonista se llame Jesús o Mauricio. Reservo ese privilegio para los papeles con los que me identifico o los que causan cierto tipo de emociones. Con los número pasa lo mismo, no hago el intento por aprenderlos. Prefiero destinar los recursos de mi cerebro para algo verdaderamente importante. Ni siquiera, a un año y medio de tenerlo, me sé mi propio número de celular. Cuando alguien me lo pide, se repite la escena de siempre: digo "disculpa, es nuevo, no me lo sé". Luego le digo que espere, reviso en la agenda del teléfono mismo y procedo a dictarlo. O le marco para que así lo guarde.

Así era antes, vivía consciente de lo limitado de mis capacidades. Con el tiempo logré acostumbrarme y adaptarme a ello. Nada grave, si hacía un esfuerzo incluso podía hacerme pasar por alguien promedio. Y ahora, ahora todo empeoró.

Sin memoria somos poco más que vegetales, en ella se alojan los recuerdos, aprendizajes y experiencias que nos conforman como personas. Hasta los videojuegos la tienen: es esencial porque sin ella tienes que empezar de nuevo cada vez que te decidas a despertar. Se trata del separador del libro de la vida, nos sitúa en el lugar preciso para emprender el recorrido sin desgaste de energía innecesario.

Desconozco si se debe a la presión a la que me he visto sometido últimamente. Creo que la mala vida empieza a cobrar factura en mi ya de por sí endeble estado intelectual y emocional. Hace unas horas me sorprendí al darme cuenta de que no recordaba qué es lo que había hecho el día anterior. Nada. No hablemos de lo que hice el 24 de Marzo del 1997. No, esto era mucho más grave. Se trataba del día de ayer y no podía extraer de mi mente una miserable escena de él.

¿Qué desayuné? ¿Qué hice durante el transcurso de la tarde? ¿A qué hora tomé una ducha? Me hacía esas preguntas sin encontrar respuesta. Lo único que podía remorar era:

  1. Un niño con un jersey del Barcelona.
  2. Una maestra de mi escuela en una fila.
Preocupante. Una vez restadas las horas de sueño, eso significaba que de un aproximado de 16 horas, solo tenía presente la imagen de dos personas sin relevancia alguna para mi existencia. La maestra no me ha dado ninguna clase. La conocía de vista. Lo que tenía claro era que el día anterior la había encontrado en una fila. Y empecé a triturar mi cabeza en busca de una pista, una señal, una ruta. Algo que me permitiera salir del laberinto en el que me hallaba.

Abrí el cajón del buró y ahí estaban. Eran dos libros aún con su cubierta de plástico. El fosco se prendió. Claro, ayer fui a la librería. Cuando me dirigí a pagar vi ahí la maestra . Le hice un gesto con la mirada. Un saludo discreto, especialmente diseñado para los que nomás se conocen de vista y consideran un "hola, buenas tardes" algo demasiado efusivo dadas las circunstancias. Ella no respondió. Generalmente responden de la misma forma, y agregan, con suerte, una sonrisita. No fue el caso. Misterio resuelto.

Acaso por inercia, de inmediato recordé que después de regresar de la librería fui a caminar. Durante el trayecto pasé cerca de una taquería. Afuera había un niño con la camiseta blaugrana. Pensé entonces a los niños les gustan las cosas fáciles. Desprecian el esfuerzo, el apoyar al débil. Van con el ganador del momento. Si los padres de ese niño hubieran fornicado una década atrás, el ahora llevaría el jersey del Madrid. Las nuevas generaciones de niños le van al Barcelona o al United, que pasan tiempos dorados. No he visto hasta ahora, a un muchacho portar con orgullo los colores de la Juve o el Liverpool. Reflexioné entorno a ello aquel día, claro.

Finalmente lo conseguí. A partir de ese punto cayeron, como cascada, el resto de las actividades pretéritas por las que me estaba quebrando: Sí, desayuné un sandwich, por la tarde vi una película y tomé un baño a eso de la una. Lo tenía claro. El problema radica en lo tardado que fue la llegada a la meta. Lo que se supone debería ser natural e instantáneo, llega como el fruto de un esfuerzo que en una persona normal sería innecesario.

Reconforta saber que, aun estando hundido en el fango, al menos sigo teniendo la capacidad recordar que he olvidado. O como diría Leonard, hay algo que no puedo olvidar, pero no recuerdo qué.