miércoles, 29 de febrero de 2012

Ideas contraproducentes


Me pone mal ver a hombres poner mensajes como los anteriores. Esa cursilería utilizada para elevar a las mujeres a un nivel divino que, lamentablemente, terminan creyéndose. Es por culpa de estos tipos desesperados por conseguir los favores femeninos, que ya cualquier muchacha con la capacidad de respirar se siente una princesa merecedora de cualquier ridiculez que se le ocurra. La estrategia de estos sinvergüenzas va mal encaminada. Resulta contraproducente, incluso. Quienes escriben o plagian tonterías semejantes lo realizan a la espera de despertar simpatías. Es claro que lo consiguen a un nivel superficial. Logran que decenas de chicas les den "me gusta" a sus estados. Lo que ellos no saben es que lo más probable es que lleguen hasta ahí. Esas chicas que fingen apreciar la sensibilidad masculina, son las primeras que se arrastrarán por el suelo para que el motociclista que las maltrata les vuelva a hacer caso. Así de contradictorias son, puede que de ahí nazca la fascinación que, hay que admitir, provocan. Lo que es peor, de esta forma solo consiguen elevar sus ya de por sí inflado sentido de superioridad, de modo que se volverán más y más difíciles para los sujetos que, de manera paradójica, se esfuerzan por mantenerlas en ese pedestal.

Aclaro que no tengo nada contra ellas, todo lo contrario. Las prefiero a los hombres en casi todos los terrenos. Lo que sí resulta lamentable es guardar un concepto "perfecto" de ellas. No lo son, tienen fallos y defectos. En ocasiones llegan a ser casi peores que los hombres. Si no lo consiguen es porque hemos puesto la vara hasta abajo. Son muy listas, además. Hay que tener cuidado. Se aprovechan de la nobleza y del patetismo servil masculino para sacar el máximo provecho posible. No lo permitan, y tampoco sean el motociclista maleducado en turno. No sean nada. Quédense en casa. Ése sí que sería un gran favor.

lunes, 27 de febrero de 2012

Podrías ir al baño de vez en cuando


No salgo de casa si no he tomado un baño, eso lo tengo claro. No me siento a gusto si estoy sucio. Necesito estar fresco, oler de maravilla. Lo llevo hasta sus últimas consecuencias. He pescado resfriados por salir a las 7 de la mañana con el cabello mojado o empeorado los síntomas de una gripa por dar una ducha antes de salir al supermercado. Da igual, sigo firme con la convicción, ni la falta de gas puede evitarlo. La higiene es un punto capital de la existencia y desprecio a todo aquel que no cumpla con los mínimos requerimientos en la materia. Se nota de inmediato. La gente que no se ha bañado, digo. Algunos lo hacen por flojera, otros por falta de tiempo. Aterradores son los que se abstienen por gusto: de verdad, hay a quienes no les gusta bañarse. Yo era así de niño, luego maduré. A los nueve años resistí unas vacaciones —de semana santa— sin tomar una sola ducha. En la actualidad resultaría impensable. El cuerpo va cambiando, los requerimientos también. Se debe tener clase. Hacer todo lo posible por distanciarse de los vagabundos. En la vida hay muchas razones para convertirse en un cerdo, y la falta de higiene es la más aburrido de todas. Paso.

Hace poco platicaba con una chica al respecto.

—Deja de exagerar. No pasa nada si sales sin bañarte —me dijo.
—Nunca se sabe. El amor de mi vida podría estar por ahí un día y no quiero que me atrape en un estado deplorable —respondí.

Visto de forma sencilla. Uso pantalones de mezclilla, zapatos cómodos, y alguna playera o camisa. Rara vez reparo en el guardarropa. Paso poco tiempo frente al espejo (lo recomiendo a aquellos que quieran evitar deprimirse: mírense lo menos que puedan). Lo que sí cuido bastante es la hora del baño, un ritual indispensable en la jornada diaria. Al diablo con el ahorro de agua, se debe aprovechar vivir en un periodo histórico donde aún es posible entrar en la regadera durante diez minutos. Ahí los problemas pierden peso. El agua hirviendo los relaja por un tiempo.

Refuerzo la tarea con loción y usando desodorante en cantidades desproporcionadas. Me duran poco, tengo que estar comprar a cada rato. No escatimo en recursos. Si tu espíritu no está limpio, que al menos tu cuerpo lo esté.

Alguna vez me dijeron que intentaba "limpiar mis culpas" cuando me lavaba las manos. La persona en cuestión estaba alarmada por el hecho de que lo hiera tan seguido. Es difícil que deje pasar más de una hora sin que vaya a echarme agua y jabón. En mi defensa diré que no he cometido algo de gravedad como para actuar así, aunque sea de forma inconsciente. Soy un admirador profundo del olor a limpio, es todo. Valoro que las personas se tomen unos minutos en cuidarse, en mandar por la coladera la suciedad que se va acumulando por los días infernales que sufrimos.

Es un asunto personal y colectivo. Benéfico para ambas partes. La falta de higiene en los hombres me parece criticable, pero en las mujeres me parece imperdonable. Debe ser porque las prefiero, así que me importa que se mantengan en óptimas condiciones. De otro modo se pueden venir abajo, sin importar su belleza. Una vez conocí a una chica con una cara preciosa y de cuerpo bonito, lo malo era que olía mal. Lo podías saber en cuanto platicabas con ella. No apestaba, en el sentido estricto, solo era que le faltaba el olor a limpio que debe exigirse a quienes pasan a nuestro lado. También le faltaba simpatía...

La sensación de las gotas de agua es asombrosa. Si ya en lluvia llega a resultar placentera, en la ducha, a temperatura agradable, llega a convertirse en una experiencia celestial. Es barata y cotidiana, quizás por ello pocos se den cuenta del enorme valor que tiene.

domingo, 26 de febrero de 2012

It's Only Love

A pesar de todo, John Lennon era un buen tipo. Me cae de maravilla, especialmente en la primera época, rebosante de ideas frescas que iba soltando con maestría en las canciones. En lo que no estoy de acuerdo con él, es en la valoración que tenía con sus propios trabajos. Al igual que George, veía a su pasado Beatle como una etapa valiosa pero menor. Paul siempre ha sido diplomático con aquellos años. Sabe lo importante que fueron para ellos mismos y sus admiradores. En cambio los otros dos (Ringo se cuece aparte), llegaron a ver con cierto bochorno lo que realizaron en el pasado. George se burlaba de "Don't Bother Me", de la que ponía en juicio su estatus de canción; y John, aunque orgulloso de piezas como "I Am the Walrus", "Strawberry Fields Forever" y "Help!" defenestró a varias del catálogo, en especial a "Yes it Is", "Run For Your Life" e "It's Only Love" que yo en cambio encuentro magníficas.

John odiaba (literalmente) a "It's Only Love". Fue el típico tema de relleno al que recurrían The Beatles cada tanto debido al ajetreo que los agobiaba a medio camino de completar discos. Hasta Paul, que era tan respetuoso con lo que hacía su amigo, llegó admitir que la letra era mala. No le habrá remordido la consciencia, ya que inclusive a su autor le costaba cantarla por tenerla en consideración pésima, terrible.

Digo que me encanta porque en su modestia ejemplifica algo a veces difícil de comprender. John Lennon sabía lo complicado que es dirigirse a la persona que te gusta. Con el mundo entero uno podrá comportarse relajado y gracioso, pero las cosas cambian cuando se trata de ese ser especial, el que logra levantar precaución y ansiedad. La guitarra de George encamina y profundiza el sentido con la guitarra que parece "temblar" gracias al pedal con el que juguetea. La duración también ayuda: se trata de una aproximación tímida de menos de dos minutos. El conjunto es similar a esos primeros encuentros donde se teme cometer cualquier error que aleje al otro para siempre. La precaución misma que provoca todos esos errores que con suerte pueden resultar encantadores. Queda claro que la torpeza, la parquedad y el alejamiento son manifestaciones incomprendidas de cariño. ¿A quién culpar? Al amor, dice la canción. Por generar una serie de sensaciones que incluyen los nervios, agrego yo. Pero es tan difícil...

sábado, 25 de febrero de 2012

Quisiera poder olvidar mis libros favoritos

Quisiera poder olvidar mis libros favoritos. Las páginas, los versos, los capítulos . Que de mí se vaya cada línea. Decirle adiós a los personajes que de algún modo me hicieron. Lo mismo con los discos: quiero olvidarlos. A las películas: también. Que se vayan de aquí, Hay mejores lugares para pasar el verano que la mente de un muchacho marchito. Quisiera poder olvidarlos; a mis películas, libros y discos. Pongo esfuerzo diario para conseguirlo, sabiendo que eso, el empeño, es lo que hunde más en mí los recuerdos. Quiero olvidarte, libro. Decirle adiós a los subrayados. A las páginas dobladas y a las que están en blanco. Quiero dejar atrás las canciones. Por algunas semanas. Dejar de recordar las escenas que tanto emocionaron. No pensar en nada. Reiniciar lo que está dentro. Cómo quisiera poder olvidarlos. Así poder toparme con ustedes como en el comienzo, volver a tener esa magnífica sensación de la primera vez que jamás vuelve. Por más que siga y siga intentando.




viernes, 24 de febrero de 2012

Lo que sea que se haya perdido

Entro al taxi y de inmediato sé que el conductor está chiflado.

¿A dónde lo llevo, joven?
A la terminal, por favor.

Por la mañana había visto a un gato blanco tirado en medio de la calle. Pensé que estaba muerto. En el camino de regreso a casa noté que ya no estaba. Prefiero pensar que tan solo se encontraba dormido, que luego de verlo despertó y regresó a comer croquetas en su casa. Me aterra pensar que se lo llevó el camión de la basura. Qué clase de entierro sería ese.

El tipo se comunica por radio con su estación.

1011, 1011, rumbo a la terminal. Regreso rápido.

Desde el aparato aparato se escucha:

SE REPORTA UN 2-9-4. REVISEN SUS UNIDADES

Qué inocentes, me cae me dice.
¿Por qué lo dice?
Están reportando un 2-9-4, ¿usted cree?
¿Y eso que es?
Que un pasajero dejó olvidado algo en una de las unidades. Qué inocentes, jeje.
Ojalá se lo devuelvan
Hasta cree, qué inocencia de la gente.
No creo que sea inocencia, lo lógico sería que el conductor del taxi reporte que se encontró lo que sea que se haya perdido.
Fíjese que yo una vez también tuve suerte. Hace cinco años más o menos. Llevé a un señor al aeropuerto. Iba vestido de negro, muy elegante. Total, lo dejé en el lugar y fui a atender otro encargo. Recogí a una señora con su niña. Me dijo: oiga, no deje esto aquí o se lo van a robar. Me quedé callado y vi por el retrovisor que me intentaba pasar un maletín. Supe que era del señor vestido de negro, así que lo tomé y lo puse en el asiento del copiloto. Llevé a la señora y a su hija a casa. Me alejé dos cuadras y me detuve en una esquina. Revisé el maletín. Tenía libros, unos papeles, una corbata, unos chocolates y un sobre. Lo abrí, tenía $2.300 dólares. Puro billete nuevecito. Salí pitando de ahí.
¿Pudo encontrar al dueño después?
Pues me fue bien, son de esas cosas que dios pone en nuestro camino. La verdad ya no lo busqué. Me daba miedo que fuera dinero... usted sabe... mal habido.
Se me hace raro que nadie lo reportara, era una buena cantidad.
Osease que sí lo reportaron, pero mejor no dije nada. Fue el destino, yo digo. A veces trabajo hasta 12 horas diarias. Gano poco, no crea. Yo lo entiendo como que fue un regalo de allá arriba, usted sabe. No es un trabajo sencillo.
Quizás esa persona lo necesitaba.
No creo, iba bien vestido. Míreme a mí, ¿a poco no parece que yo sí lo necesito? Soy honrado, no le miento, estuve una semana preocupado de que alguien me fuera a cachar. Guardé el sobre debajo de mi cama, el portafolio lo puse en el clóset de mi cuarto. Ya después le regalé un vestido a mi vieja y la invité a cenar. Compré un par de muebles. La lana se va rápido, al mes ya no sabía ni en qué me lo había gastado.
¿Qué más se ha encontrado?
Nada especial: suéteres, bolsas con comida, un discman. Eso si lo habría devuelto, ¿yo para qué quiero el suéter de otra persona? Están re feos. Con la comida uno no sabe, no vaya a ser que esté echada a perder. Luego uno tiene que gastar en medicamentos.

Unas palabras más y dejamos de hablar. Pasaron unos diez minutos más y llegamos a mi destino. Le pagué, me dio el cambio y bajé revisando que todo estuviera en su lugar.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Mejor dormir


En las vacaciones me siento espectacular. Renovado, feliz, con energía. Cuando están próximas a finalizar, acabo por preguntarme cuál es la clave del éxito. Sé que va más allá de no ir a clases. Hay un extraña sanación que supera lo mental y que alcanza los niveles físicos. Finalmente concluyo que se debe el aumento en las horas de sueño. Sin nada que hacer en la mañana, puedo despertar hasta la una o dos de la tarde. En nada afecta que me desvele hasta las cinco aeme, casi siempre completo las siete u ocho horas con los ojos cerrados. Después de varios días así, termino por verme fresco y lozano. Mi humor mejora y hasta me muestro proclive a convivir con el prójimo. Valoro bastante esa sensación, así que invariablemente me hago el propósito de que, en cuanto regrese a la rutina, comenzaré a darle prioridad al sueño.

Nunca lo consigo. En los últimos ocho años habré dormido antes de las 12 aeme apenas en un par de ocasiones. Termino despierto hasta tarde por múltiples razones. La mayoría de ellas estúpidas, aunque al mismo tiempo se debe a que a altas horas de la noche me siento relajado en comparación al día, donde cualquier sonido se vuelve una molestia. No estaría mal si por la mañana no acabara por resentirlo. Dormir cinco horas o menos durante varios días termina por cobrar factura. Soy presa de la irritación y de las ganas de abordar el primer cohete que consiga sacarme de aquí.

Con la llegada de un nuevo periodo vacacional vuelvo a llegar a las mismas conclusiones y con la llegada de un nuevo ciclo escolar vuelvo a llegar a las mismas equivocaciones.

Ayer por estar haciendo un trabajo de la escuela no dormí. Vi que mis compañeros empezaron a realizarlo dos semanas antes. Yo lo postergué no sin dejo de pedantería: nah, qué exagerados son, yo puedo terminarlo en una tarde, me decía. Así que fui dejando pasar los días... y la última tarde previa a la entrega. Total que eran las once y media de la noche y yo no tenía ni una miserable cuartilla de las muchas que necesitaba. En otros tiempos (los de prepa o secundaria) lo hubiera dejado pasar atrás. No haría la entrega y en su lugar me pondría a jugar X-box. Las cosas han cambiado: quiero terminar la carrera sin perder más tiempo. Retrasarme un semestre sería fatal, lo sería para cualquiera que únicamente busca alejarse con título en mano. Así que empecé a eso de la una de la mañana. Hice varias pausas, estaba agotado, el día anterior había dormido poco. Ni el café ayudó. A las cuatro de la mañana entró la desesperación. Empecé a escribir sin saber exactamente si lo realizaba con propiedad. Era la única forma de conseguirlo, aunque fuera de mala forma. Con las tareas he tomado la idea de que mejor entregar una porquería que no entregar nada. Al menos así obligas al maestro despiadado que dejó el encargo a perder unos minutos de su vida leyéndote. Preferible sacar un 5 que un 0. Lo he visto, al final son detalles que te salvan.

Terminé a eso de las siete de la mañana. El café no ayudó, seguía deseando dormir. No revisé el trabajo, lo llevé tal cual, acaso lleno de errores y palabras inexistentes dentro de su contenido. Si lo releía corría el riesgo de quedarme dormido frente al teclado.

Llegué a la clase de ocho y disimulé el estado en el que me hallaba. Al finalizar entregué el trabajito de once páginas. Salí del salón y regresé a casa. No quise entrar a las dos clases que seguían. Hubiera sido peligroso. No quería responder te extraño mucho, mami cuando el maestro me preguntara sobre el esquema actancial de Greimas. Era capaz de hacerlo desde el cansancio. Llegué a casa con la intención de dormir dos horas. Luego volvería a la escuela para una materia que aún podía salvar. Me eché sobre la cama. No quise desperdiciar tiempo en ponerme la pijama. Cerré los ojos y sentí un alivio que duró menos de 40 minutos. Sonó el timbre. Pregunto quién es por el interfón:

—Buenos días, Bonafont.
—Todavía tenemos, gracias.

Estoy solo en casa desde hace varios días así que el garrafón ha durado más. Es horrible que te despierten así. Tengo el sueño delicado, por cualquier pequeñez despierto. Ni hablar cuando se trata del timbre. Regresé a la cama para caer en cuenta de que ya no podía volver a conciliar el sueño. Vaya desesperación, estar hecho polvo no sirve de nada porque la regla de la interrupción está por encima. Cualquier interrupción arruina el proceso, en especial si se trata del descanso, es imposible regresar a ello en automático.

Resignado, como unas galletas, reviso los periódicos por internet, lamento vivir así. Voy a la clase que falta. No aprendo nada, estoy ahí por la asistencia. Varios de ahí hacen lo mismo. La materia es un pretexto para que el maestro obtenga un sueldo y para que los alumnos consigan graduarse. Cuando transcurre la hora, ambos bandos salimos aliviados.

Sigo estando extenuado. Espero hasta las cuatro para tomar una siesta. Dejo que la situación añeje un poco para no estar dando vueltas sobre la cama sin lograr dormir. Al final lo consigo. Duermo. Soy un pequeño ángel en medio de un mundo cruel y desconsiderado. Alcanzo a vislumbrar un sueño en donde rescato a una familia de focas. Los llevo lejos de un grupo de cazadores sin rostro. De repente suena el teléfono. Sé que la siesta está arruinada, que el día está arruinado, que la vida entera está arruinada para mí.

—¿Bueno?
—Hola, Carlos, ¿cómo estás? ¿Puedes pasarme a tu mamá?
—Perdón, ¿quién habla?
—Habla Fernanda, ¿ya no te acuerdas de mí?
—Ah, sí... mi madre no está.
—¿A qué hora puedo encontrarla?
—No sé, salió de la ciudad.
—Oh, qué pena. Quería pedirle un favor.
—Puedes dejarle un recado.
—No, mejor llamo después. ¿Qué ha sido de ti, por cierto?
—Lo de siempre, una tragedia. Hasta luego.

Fernanda es una señora que habla a casa cuando quiere que le resuelvas un problema. El resto del año ni se acuerda de ti. Es una de esas personas con las que te relacionas por unos meses y que ya no te vuelven a dejar en paz, aunque ni siquiera sean tus amigos. Sobrevaloran el vínculo, supongo por soledad, y así, al no tener a nadie a quien acudir, van y te llaman en días aleatorios, provocando tragedias similares a interrumpir el sueño de tus hijos.

Paso el resto del día acostado con la computadora sobre el abdomen. ¿Será peligroso para la salud? Tal vez, ya casi todo lo es. No hay nada que pueda hacer para remediarlo. Me da flojera ponerme de pie, incluso tengo miedo de quitarme los zapatos.

martes, 21 de febrero de 2012

En caso de ser una mujer atractiva


En caso de ser una mujer atractiva, ni de loca iría a realizar recargas manuales de crédito a mi celular. Para nada, solo compraría tarjetas. Si ya siendo hombre me parece arriesgado darle mi número al cajero de una tiendita para que bonifique la cantidad deseada, siendo mujer sería peor. Abonar 30 o 50 pesos podría desencadenar una historia de miedo. Ya lo imagino: entro a la tienda con mis medias y con mi falda para que me atiendan, y al no traer 100 pesos para comprar una tarjeta, opto por la recarga manual de 30 pesos. Voy con el cajero y me pide el número de mi teléfono. Yo pienso que hará el servicio y ya está. Lo que no sé es que el tipo es un genio capaz de aprender mi número de memoria en unos cuanto segundos. El chico está enamorado de mí. Le gusto. Lo supo desde que vio mis piernas. Tal vez si hubiera llegado a otra hora o si hubiera optado por ir en pants...

Entonces cuando abandono el lugar, escribe el número en una servilleta porque aunque es un genio, tiene 7 horas de trabajo por delante. No quiere que al rellenar la bandeja de jalapeños termine por olvidarlo. Sería fatal. Soy tan importante que incluso prefiere dudar de su inteligencia que perderme para siempre. Toma esa precaución y sigue la jornada con total tranquilidad. Limpia el piso, realiza unos cobros y reacomoda los productos. Mientras tanto, yo estoy jugando tenis en el club con una de mis amigas que está igual de guapa que yo sin saber lo que se me viene encima. Platicamos sobre ropa, de los regalos que nos han hecho nuestros hijos.

Por la noche me dispongo a dormir sola porque mi esposo ha ido de viaje a otra ciudad. Es ahí cuando empieza sonar mi celular. Es tarde ya, así que me asusto porque el número entrante no está entre mis contactos. De cualquier forma contesto: después de todo podría ser mi esposo hablando desde un teléfono público porque me quiere y me extraña mucho. Tal vez desde un restaurante donde ha comido un filete. Pero cuando bueno, solo alcanzo a escuchar un respiro sin ninguna voz que le siga el ritmo. De fondo se alcanza a percibir un ligero chasquido, algo que se mueve y la respiración se vuelve más fuerte. Decido colgar y el teléfono vuelve a sonar, así que vuelvo a contestar para sacarme de dudas y ahí está de nuevo la respiración por varios segundos, hasta que, por sorpresa, la voz de un desconocido dice que me ama y que quiere acostarse conmigo. Yo no sé qué decir y me asusto. Cuelgo el teléfono y vuelve a sonar otra vez. Ya no respondo, suena y suena hasta que lo apago para que no contamine el ambiente. Y ya no lo prendo hasta el otro día y duermo asustada y quiero a mi esposo cerca para que me abrace y me diga cosas que me hagan olvidar lo que he pasado. Quizás cuando llegue deje de temblar. Sé que también me sentiré rara con a su lado, costará que duerma ese día, así que tendré tiempo para sacar conclusiones. De recordar a quién le he dado mi número en los últimos días. Sí, solo al cajero de labios gruesos, el del cabello hasta el cuello. Sabré que por no ir antes a sacar dinero del banco, tuve que hacer una recarga mínima al celular, hecho que eventualmente dio por resultado una llamada rara y la imposibilidad de volver a comprar botellas de agua en un lugar como ese.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Sé tú mismo

Me hacen gracia las personas que le dicen "sé tú mismo" a quienes se sienten confundidos. Como si así se solucionara todo y como si el mundo no estuviera lleno de personas demandantes para las que "ser tú mismo" no es suficiente. O como si el intentar cambiar, o actuar diferente a como te sientes, no formara parte de la complejidad de "ser tú mismo". Por no mencionar que cada espíritu que polula en el ambiente quiere que seas de un modo en particular. Mucho de los que dicen amarte por ser como eres en los momentos de plenitud, son los primeros que dan la espalda apenas tienes un mes complicado en el que no tienes ni ganas de hablar. Tan pronto se pierde el entusiasmo o caes en un episodio de tristeza, los que aconsejan que "seas tú mismo" te dan la espalda porque para ellos "ser tú mismo" es ser divertido y tener muchas anécdotas que contar, cuando en la mayor parte de los casos significa el querer tener un respiro, sin tener un agobio más. Ser honesto es lo peor que te puede pasar en un mundo tan podrido como el nuestro. Cuando andas mal no puedes manejar la verdad. Tienes que reservarla en algún hueco aún no colapsado del cerebro, porque ser sincero solo se agradece en las rachas de abundancia que tanto se resisten en estos tiempos. Lo sé porque lo he pasado. Tengo un mes de alegría y la gente se pega. No me los tomo en serio porque sé lo fluctuante que soy, y que quienes celebran tu personalidad al principio, acaban por dejarte de lado cuando muestras la otra cara —igual de real— que sería importante corregir o consolar en vez de despreciar. Se tiene que comprar el paquete completo, es muy fácil estar ahí en los éxitos. Se necesita de un corazón grande para saber que se debe estar también en la decadencia que quizás con ayuda externa se pueda revertir. La comprensión es un valor que pasó de moda hace tiempo. Si no ofreces el máximo de tus virtudes empiezas a tener un precio menor que cero. Queda entonces la opción de ocultarlo, de intentar dar la mejor sonrisa cuando tienes que esforzarte por respirar. De sacrificar la honestidad, de hundirte en tus huesos con tal de no hacer pasar un mal tiempo a los demás, que a veces sin valorarlo te desgastan mientras tú solo quieres regresar a casa y olvidar lo que ha pasado en los últimos veinte años. Guardas todavía un grado de esperanza, sabes que tarde o temprano la situación mejorará (no es necesaria una gran hazaña) y que muchos querrán volver entonces. Les encanta la abundancia, estar ahí en las celebraciones cuando estás de nuevo en el ruedo. Será entonces cuando llegue la gran oportunidad; podrás identificarlos porque hace tiempo no daban la cara y ya no sentirás nada por ellos. Te quedarás con esos pocos héroes que estuvieron siempre, los que confiaron en que podías salir del hundimiento. Sabrás de quiénes se tratan. Y merecerán todos los premios aunque se nieguen a recibirlos, porque no es lo que buscan, a quien quieren es a ti. A aquellos a los que la reacción les atrape por sorpresa, deberían saberlo de antemano. Si no te quieren en los peores momentos, no querrás que te quieran en los mejores.

martes, 14 de febrero de 2012

I can't remember a worse time

Tengo una capacidad extraordinaria para quejarme. Lástima que sirva de poco y que no exista una profesión en la que pueda soltar el torbellino de ideas negativas inspiradas en cualquier detalle que considero digno de desprecio. En ocasiones tengo que esforzarme e ir señalando aquello que la mayoría no ve; otras veces las circunstancias me lo ponen fácil dándome un gran puñado de razones para empezar a emitir juicios nada entusiastas que que acaban por emplear todos los recursos de los que dispone mi sistema nervioso.

Así pasó hoy que salieron a la venta los boletos para el concierto de Pulp, una de mis 7 bandas favoritas (ahí con The Beatles, The Smiths y otros pocos). Hace dos años ni siquiera imaginaba que llegaría el día en que podría ver a esta banda que recientemente decidió romper el hiato en el que se encontraba para regocijo de los fans y los advenedizos de siempre. Cuando supe que vendrían, tuve una emoción de varios grados centígrados y empecé contar las horas para que la venta de entradas llegara por fin. Para mayor regocijo, resultó que no habría preventa exclusiva para ninguna tarjeta de crédito por lo que el panorama se presentaba idóneo para que cumpliera uno de los grandes deseos que aloja mi cerebro.

El plan era comprar boletos de pista. Los prefiero por el ambiente que se genera abajo, por la posibilidad de estar cerca del escenario y porque en los asientos numerados la gente suele ser aburrida. La experiencia, según he tenido la oportunidad de comprobar, se disfruta de mejor forma cuando no existe una barrera entre los asistentes que en medio del anonimato que proporciona el conjunto, se animan de manera particular. En la zona de entrada general uno puede desfogarse a niveles altísimos, y bué, ya me veía brincando con "Common People", celebrando junto a otros tantos las bondades que tiene el pertenecer a la clase media; por no mencionar la posibilidad de que ahí pudiera encontrar a algunos viejos conocidos y a otros que no he tenido la fortuna aún de ver en persona (culpa de las circunstancias, timidez y distancia) pero que tienen toda la simpatía que se puede encontrar en las profundidades de este triste organismo pluricelular.

Así que voy a la tienda donde hay una taquilla de ticketmaster aquí en la ciudad de provincia donde vivo. Llego veinte minutos antes para evitar contratiempos. Falto a un par de clases que solo me interesan para alcanzar el número de créditos necesarios para acabar la carrera. Como suponía, no había una fila de fans a la espera de que abrieran las puertas. Solo estaba un señor que luego supe era de la Ciudad de México y luego llegaron un par de chicos que empezaron a hablar del setlist, a los que tuve que pedir amablemente que dejaran de hacerlo debido a que prefiero conservar la sorpresa.

La escena pintaba de maravilla. Supuse que en el DF habrían grandes olas de gente peleando por conseguir una entrada. En provincia por fortuna hay pocos fans, resulta sencillo entonces ser el primero o segundo en ser atendido por la empleada del lugar. Las puertas de la tienda departamental abrieron a las 11 en punto y procedimos a entrar. Lo hicimos con orden y respetando el orden de llegada a sabiendas de que nuestras opciones eran grandes dadas las condiciones. Lo que ninguno esperaba era que la única encargada de manejar los asuntos de ticketmaster llegara tarde a trabajar. A los 11:02 yo ya mostraba mi inconformismo por la falta de puntualidad de la señorita. Tres minutos después empecé a caer presa del pánico, ¿y si los boletos ya se habían agotado? Las palabras despreocupadas de los demás no me relajaron en lo más mínimo. Fue entonces en que empecé a solicitar a empleados cercanos a la zona que buscaran a la mujer añorada. Empezaron a hacer llamadas internas que no rindieron frutos. Volví a reclamar cuando eran las 11:10 y empezaba a dudar del profesionalismo de los sujetos involucrados. Un deseo de años se diluía por una factor que se me escapaba de las manos. Todavía desconfío de las compras por teléfono e internet por lo que asistir al lugar indicado sigue siendo la única opción que considero. Lo que no esperaba era eso, que una desconocida pudiera echar por la borda los planes, acaso por irresponsabilidad o porque simplemente había perdido el camión correspondiente.

Ya a las 11:20 la situación era alarmante. Un tipo de la fila dijo que el policía de la entrada le había dicho que los Martes la encargada llegaba a las 12. No era algo del todo confiable. Los dependientes de otros departamentos no sabían si su compañera había llegado o si lo haría siquiera. ¿Y si se reportaba enferma? Considero ridículo que solo tengan a una persona capacitada para realizar esa función.

Fue entonces que un señor recién llegado a la fila mencionó que también vendían los boletos en Gandhi, un detalle que, por desgracia, yo desconocía, ya que era un lugar mucho más cercano a mi casa y en donde con toda seguridad te atienden con eficiencia. A las 11:25, sin noticias de la susodicha, consideré la opción de abandonar el lugar e ir a directamente a Gandhi. Calculé que haría unos 10 minutos hasta allá si tenía la fortuna de encontrar un taxi disponible en las cercanías del centro comercial. Para agregar dramatismo se empezó a escuchar que sobre el techo caía una tormenta. Le pregunté a quienes estaban ahí si querían acompañarme en la misión. Nadie quiso. Cada minuto era vital. Yo quería boletos de pista, que según había visto en el mapa era más pequeña que en otros eventos.

Opté por salir corriendo del lugar, nada garantizaba la llegada de la vendedora. Podía ser que en efecto llegara hasta las 12 o que nomás no lo hiciera. En cambio si iba a Gandhi al menos tenía una certeza: habría alguien que pudiera atenderme. Desesperado, recorrí el estacionamiento buscando un taxi. Terminé por encontrarlo en una avenida cercana. Entré empapado por todas las gotas de lluvia que se vieron atraídas hacia mí. Di instrucciones al conductor que no era el mejor que he presenciado. Lamenté que tuvieran la pésima idea de ser un conductor precavido que respetara los señalamientos de tránsito y que no tuviera el ansia de rebasar que suele caracterizar a sus colegas. Claro, los semáforos se coordinaron para estar rojo cada que llegábamos a uno. La escena es típica cuando tienes prisa y no hay forma de evitarlo. Cuando llegamos le pagué y no quise esperar los ocho pesos de cambio. Bajé en medio de una tormenta que no cedía. Crucé la calle y entré a la librería ante la mirada de varios individuos a los que brindé el regalo de sentir pena ajena para comenzar la semana.

Pregunté al cajero por los boletos para encontrar otro inconveniente: la que le sabía a eso estaba en bodega. Tuvieron que llamarla por teléfono para que viniera, lapso en el que pedí otros dos minutos. Ya cuando llegó, intenté sonar lo menos exasperado posible —sin éxito—. Al parecer se sintió preocupada por mi estado de ánimo, lo noté por la forma en que comenzó a teclear no sé que tanto en la computadora. Con una especie de tristeza me dijo que ya no habían boletos de pista. Tuve una reacción parecida a la que se muestra en la siguiente imagen:

Dediqué unos segundos al lamento y a la frustración. Luego supe que de nada servía quedarse paralizado y pregunté si todavía quedaban de la sección B, unos más caros pero menos cercanos al escenario. Me dijo que sí y compré lo que sea que me dio. Abandoné el lugar con una mezcla de sentimientos. Había dejado de llover y ya de nada me servía. El suceso sirvió para que pensara en otras cosas negativas de los últimos días. Recordé lo mucho que me cuesta soportar a la gente. No importa cuánto me esfuerce por tener una mejor actitud ante los demás, siempre sale alguien que arruina los avances. En este caso alguien de la plantilla de una tienda departamental. Podía regresar a casa a relajarme un poco, a dejar esto atrás; sin embargo quería sacar el nudo que tenía en la garganta, así que regresé al centro comercial para emitir una queja. Eran aproximadamente las 11:40 y la encargada de la taquilla ya estaba ahí platicando con otra muchacha. Le dije algo parecido a lo siguiente.

—¿Podría decirme por favor con quién puedo quejarme sobre su desempeño laboral? Debido a su retraso de media hora me perderé de una experiencia que estuve esperando por años y que sé jamás podré volver a experimentar de la misma manera. No me parece que sea justo.

Me dijo dónde se encontraba atención al cliente. Sospecho que mi estado físico era lamentable. Iba empapado y en un espejo alcancé a ver que parecía más un loco que un cliente frecuente. Daba igual, ya estaba ahí así que fui al lugar indicado donde un amable señorita me atendió.

—Mire, yo sé que en cualquier otro departamento abrir cinco minutos tarde da más o menos lo mismo. Hay pocos compradores a estas horas. Pero en ticketmaster es diferente, ustedes ya deberían saber que los boletos de un evento se terminan en cuestión de minutos por lo que cada segundo de retraso se vuelve fatal. Entiendo que todos tenemos problemas. Quizás la encargada tuvo una mala noche o se le enfermó el perro. La disculpo si es que tuvo algún inconveniente personal fuerte. Yo los tengo ahora y sé lo difícil que es levantarse por las mañanas para dar pelea en este mundo de mierda. Si no fue así, si su tardanza fue producto del poco empeño que pone en su trabajo, creo que deberían llamarle la atención. Técnicamente no soy un cliente porque hoy no he comprado nada, he venido otras veces y me he llevado una atención de primera. Hoy sin embargo me voy decepcionado porque por culpa de alguien que no realiza correctamente aquello por lo que se ha contratado, me perderé de un concierto que estuve esperando por años. Tal vez ella no sea consciente de la importancia de su puesto. En ese caso debería dejarlo. En un boleto se depositan muchos anhelos y sueños. Debido a esto tuve que ir a otro lugar a comprar entradas de consuelo que distaban de lo que en verdad quería. Una serie de ilusiones estaban depositadas ahí, en la pista que ahora solo veré de lejos. Y veré a miles de personas saltando, gritando y bailando mientras pienso que yo pude haber estado ahí si no fuera porque, como siempre, algo sale mal. Sí, y no puedo acostumbrarme. No quiero que nadie pierda su empleo, y sé que la señorita no lo hará. Solo quiero que sepan lo importante de la puntualidad en ese puesto en específico. Espero que no vuelva a pasar, si digo esto es para que ninguna otra persona tenga que sufrir lo que yo paso ahora. Lo siento, sé que a usted le da lo mismo, pero lo tenía que decir.

Una señor mayor miraba con estupefacción el espectáculo. Lo veo de manera fría y creo que tal vez me excedí, que agregué un dramatismo innecesario. Es fácil decirlo ahora, la verdad en el momento solo quería desahogarme hasta sus últimas consecuencias. Me dieron una hoja para que apuntara la queja por escrito. Lo hice. Ponga su teléfono para ponernos en contacto con usted, me dijo. Respondí que no era necesario, que ya nada se podía hacer. Los boletos que deseaba estaban agotados. Con un gesto de solidaridad soltó un "pues sí" y abandoné el lugar dejando un silencio entre las personas a mi espalda.

Pasé una última vez por la taquilla. Iluso creí que vería a la mujer con cierto pesar por el mal que había provocado por la mañana. No fue así, alcancé a escuchar que seguía chismeando sobre no sé que con su amiga.

So keep believing & do what you do,
I can't help you but I know things are gonna get better.
& please stop asking
what it's got to do with you.
Oh, keep believing 'cos you know that you deserve better.


De verdad que lo intento, Jarvis. Solo que es muy difícil últimamente.

¿Qué idioma dices que hablas?


Me chocan las personas que se esfuerzan en demostrarle al mundo que saben un idioma diferente al español y al inglés. Pasa comúnmente con el francés, apenas toman un par de lecciones o saben decir una frase y ya andan enjeratándola en cuanta red social les sea posible aunque sean pocos los que pueden entender su significado. Porque eso no es lo que les importa: les da igual que sepas lo que dicen (de ser así lo dirían en español) lo que quieren es que notemos que saben otro idioma y lo refinados que son por lo tanto. Sé que el francés es hermoso, que cada idioma tiene singularidades que vale la pena divulgar, que tienen derecho a practicarlo y que yo no sé italiano. También sé que tengo la opción de lanzar una queja así que vengo y lo hago. Sigan escribiendo como les salga del pecho. Je ne suis pas un dictateur.

Las portadas están maltratadas


Intento decirlo sin sonar presuntuoso. Como es difícil y como la gente es altamente susceptible con cualquier tema, paso a decirlo pronto: gasto demasiado dinero en libros. Hace unos meses hice una cuenta aproximada de lo que he invertido en armar una pequeña colección y me di cuenta de que la mayor parte de mis ingresos se han ido a las manos de editoriales diversas. Gasto poco en otras cosas. Es difícil que compre ropa. Lo hago cada dos o tres meses cuando veo una prenda que en verdad me gusta o cuando una oferta traspasa los límites de lo resistible. Dejé los videojuegos hace años, así que ya no despilfarro ahí. Las películas y los discos los he dejado en el pasado, de modo que lo único que hago es comprar libros. Dejaría de hacerlo si me acostumbrara a la versiones digitales. Lástima que no puedo, necesito un formato físico al que pueda abrazar y que sirva para equilibrar una de las patas de la mesa con respecto a las demás. Me gusta el olor de los libros y cómo se ven. En otros aspectos quiero dármela de moderno, aquí no. Adoro cambiar de página. Tiene un poder simbólico. El delicado sonido de una página levantada no tiene paragón con la de ir deslizando el cursor hasta abajo o apretar un botón sin ápice de carisma. Me gusta subrayar con lápiz y doblar por la esquina para identificar mis capítulos favoritos. En resumidas cuentas, planeo continuar leyendo del mismo modo en que hacían mis antepasados. Con libritos comunes y corrientes en forma, y extraordinarios en contenido.

Lo que sí creo que debo cambiar es lo de los gastos. Quiero ahorrar para desarrollar algunos planes y estar gaste y gaste en lecturas deja a la cartera al borde del calambre. Me he resistido a las bibliotecas porque no me gusta tocar las cosas que antes han sido tocadas por otros (aplica a otros campos también), en especial si fueron personas que no son de mi agrado. Ver las páginas sucias quita la inspiración. Imagino a los muchachitos que estuvieron hojeando después de comer una bolsa de frituras o luego de haber acudido al retrete. Se me complica soportarlo. Los subrayados ajenos afectan el ritmo de lectura; se vuelven una amenaza al reojo: anticipan que viene algo "importante", impidiendo así valorar las líneas presentes que también merecen la atención de nuestra mirada.

He comprado decenas de títulos que podría encontrar gratis en la biblioteca de mi escuela. Si no lo hago es por formar mi propia historia. Si las portadas están maltratadas que sea por mi culpa. Que cada folio arrugado tenga una relación personal con un instante particular de lo que he atravesado y que no exista ningún sello ni al final ni al comienzo que recuerde que la relación que mantengo con el autor está mediada por una institución educativa. Valoro bastante la intimidad en la literatura, cuando llego a salir con un libro procuro ponerlo boca abajo para que nadie se entere qué es lo que estoy leyendo. Sentiría que soy un exhibicionista si lo hago de otro modo. Casi no hablo de novelas, poemas o cuentos con nadie porque termino por acabar fastidiado. Paso los días leyendo sin decirle a nadie el secreto que cargo.

Lástima, porque no debería seguir así, con la actitud de no querer entrarle a los libros colectivos y seguir prefiriendo los que rescato yo mismo de las librerías. Ayer por la noche lo medité y creo que debo cambiar; ceder por fin e ir por algunos clásicos literarios a los que tengo la posibilidad de acceder gracias a estudiar una carrera.

Todavía lo dudo. No me gusta lo manoseado. Amo la exclusividad.

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lunes, 13 de febrero de 2012

Primero las suelas

Tengo un diario al que ya no le cabe nada. Llevo años sin escribir en él. Extraño los tiempos en los que anotaba y anotaba sin remordimiento por la tinta. Le puse algunos dibujos muy parecidos entre sí. De verdad que quisiera poder hacerlo mejor. ¿Se nace aprendiendo a dibujar? De pequeño en la escuela todos lo hacíamos mal. No me di cuenta del momento en el que algunos comenzaron a despuntar. Me quedé en la etapa de las crayolas. Una vez una chica de la escuela dijo que le gustaban los monos que hacía en la libreta. Supongo que llegan a parecer "cool" pero si trazo cualquier otra cosa, salgo con un adefesio al que es imposible que le encuentren forma.

Mañana voy a practicar. Empezaré dibujando zapatos. De abajo hacia arriba. Primero las suelas, después las agujetas. Los calcetines vendrán luego, no parecen tan difíciles. Igual con los pantalones cortos o con los suéteres. Las cabezas son complicadas, ¿cómo reflejar la curva detrás de la nunca sin tropezar? Las narices termino por repetirlas, rectas cual triángulo que no cierra.

Aún así prefiero dibujar como Daniel Johnston que ser uno de esos tipos que salen con diseños de rosas sangrantes o pistolas con hojas de marihuana en la base.

Y al diario lleno le haría espacio por ciertas personas. Borraría y tacharía lo que he escrito para que aparecieran lo que en verdad me importa.

domingo, 12 de febrero de 2012

Te encuentras un billete de 100


Te encuentras un billete de 100 en medio de un charco y a lo mejor no lo tomas. El charco está sucio, tú estás limpio. Tal vez la cantidad no sea suficiente para que te animes a sumergir la mano perdiendo un pedazo de dignidad porque incluso tendrás que volverte a bañar. Las buenas noticias se arruinan así. Por los contextos. Ya se ha vuelto usual que las buenas noticias vengan en medio de una vida repulsiva que haga imposible disfrutarlas como se debe. Las bendiciones son tan pequeñas que a veces te niegas a tomarlas, aunque sea un billete con el que puedas comprar una libro que cambie tus días.

Por la tarde vi una moneda de cinco pesos tirada y no la levanté porque tenía flojera de agacharme. Quizás hubiera otra persona en el mundo que pudiera hacerlo. Alguien a quien el esfuerzo de descender al suelo le resultara una ganancia. En cambio yo he abierto lo ojos, la mayoría de las noticias positivas no valen la pena. Hay una ruina que rodea lo poco rescatable que vemos, por lo que prefiero ya no ofrecer resistencia.

Tengo una nueva vecina


Me dio gusto saber que los viejos vecinos habían dejado la casa. Eran malhumorados. Se enojaban por cualquier cosa. Una vez tapamos su cochera y desde entonces no les vimos una sonrisa. Jamás los vimos soltar un buenos días. Pasa que la construcción de a lado está mal hecha. Su cochera queda una posición incómoda y cualquier movimiento la tapa. No lo hicimos de mal intención y ellos tuvieron amistades que varias veces impidieron dejar la nuestra libre para meter el auto. A diferencia de ellos no nos enojábamos, solo tocábamos su timbre y les relatábamos la situación. Como si fuera nuestra culpa lo solucionaban sin que se atrevieran a decirnos una sola palabra. Así que se fueron y yo respiré aliviado. Las películas mienten con el cuento de los vecinos interesantes. La mayoría son aburridísimos o no te hablan siquiera como los otros que tengo donde vive una señora con sus dos hijas que están guapas y jamás han tenido un gesto conmigo. Uno esperaría cuando menos un parpadeo, y no, ni eso. Quisiera vivir en una finca. En un terreno de varias hectáreas para no tener gente cerca. El único inconveniente sería la lejanía de las tiendas y escuela. De cualquier forma casi nunca compro nada y tampoco aprendo. Aunque hago como que sí para que el mundo no pierda el equilibro.

La nueva vecina va en mi escuela. Cuando lo supe (ella me lo dijo en una clase, fue la primera vez que me habló) me puse pálido. A través de las paredes se escucha todo. Temo que las conversaciones que tenemos aquí pueden llegar a sus oídos y que le cuente a los de la escuela lo loca que está esta familia para derrumbar la reputación de dos milímetros que sigo conservando por ahí.

No sé cómo se llama y ya me da miedo preguntarle. Ella sabe como me llamó. Me habla con tanta naturalidad que haría el ridículo si le confieso que jamás he podido aprenderme su nombre. Sé que tiene el cabello ondulado. El otro día llevó a un niño pequeño a clase. No quise preguntar si era su hermano o su hijo porque da igual, no la conozco y solo se dirigió a mí porque algún día se le podrá ofrecer una taza de azúcar. Entonces sabrá que no tengo.