martes, 14 de febrero de 2012

I can't remember a worse time

Tengo una capacidad extraordinaria para quejarme. Lástima que sirva de poco y que no exista una profesión en la que pueda soltar el torbellino de ideas negativas inspiradas en cualquier detalle que considero digno de desprecio. En ocasiones tengo que esforzarme e ir señalando aquello que la mayoría no ve; otras veces las circunstancias me lo ponen fácil dándome un gran puñado de razones para empezar a emitir juicios nada entusiastas que que acaban por emplear todos los recursos de los que dispone mi sistema nervioso.

Así pasó hoy que salieron a la venta los boletos para el concierto de Pulp, una de mis 7 bandas favoritas (ahí con The Beatles, The Smiths y otros pocos). Hace dos años ni siquiera imaginaba que llegaría el día en que podría ver a esta banda que recientemente decidió romper el hiato en el que se encontraba para regocijo de los fans y los advenedizos de siempre. Cuando supe que vendrían, tuve una emoción de varios grados centígrados y empecé contar las horas para que la venta de entradas llegara por fin. Para mayor regocijo, resultó que no habría preventa exclusiva para ninguna tarjeta de crédito por lo que el panorama se presentaba idóneo para que cumpliera uno de los grandes deseos que aloja mi cerebro.

El plan era comprar boletos de pista. Los prefiero por el ambiente que se genera abajo, por la posibilidad de estar cerca del escenario y porque en los asientos numerados la gente suele ser aburrida. La experiencia, según he tenido la oportunidad de comprobar, se disfruta de mejor forma cuando no existe una barrera entre los asistentes que en medio del anonimato que proporciona el conjunto, se animan de manera particular. En la zona de entrada general uno puede desfogarse a niveles altísimos, y bué, ya me veía brincando con "Common People", celebrando junto a otros tantos las bondades que tiene el pertenecer a la clase media; por no mencionar la posibilidad de que ahí pudiera encontrar a algunos viejos conocidos y a otros que no he tenido la fortuna aún de ver en persona (culpa de las circunstancias, timidez y distancia) pero que tienen toda la simpatía que se puede encontrar en las profundidades de este triste organismo pluricelular.

Así que voy a la tienda donde hay una taquilla de ticketmaster aquí en la ciudad de provincia donde vivo. Llego veinte minutos antes para evitar contratiempos. Falto a un par de clases que solo me interesan para alcanzar el número de créditos necesarios para acabar la carrera. Como suponía, no había una fila de fans a la espera de que abrieran las puertas. Solo estaba un señor que luego supe era de la Ciudad de México y luego llegaron un par de chicos que empezaron a hablar del setlist, a los que tuve que pedir amablemente que dejaran de hacerlo debido a que prefiero conservar la sorpresa.

La escena pintaba de maravilla. Supuse que en el DF habrían grandes olas de gente peleando por conseguir una entrada. En provincia por fortuna hay pocos fans, resulta sencillo entonces ser el primero o segundo en ser atendido por la empleada del lugar. Las puertas de la tienda departamental abrieron a las 11 en punto y procedimos a entrar. Lo hicimos con orden y respetando el orden de llegada a sabiendas de que nuestras opciones eran grandes dadas las condiciones. Lo que ninguno esperaba era que la única encargada de manejar los asuntos de ticketmaster llegara tarde a trabajar. A los 11:02 yo ya mostraba mi inconformismo por la falta de puntualidad de la señorita. Tres minutos después empecé a caer presa del pánico, ¿y si los boletos ya se habían agotado? Las palabras despreocupadas de los demás no me relajaron en lo más mínimo. Fue entonces en que empecé a solicitar a empleados cercanos a la zona que buscaran a la mujer añorada. Empezaron a hacer llamadas internas que no rindieron frutos. Volví a reclamar cuando eran las 11:10 y empezaba a dudar del profesionalismo de los sujetos involucrados. Un deseo de años se diluía por una factor que se me escapaba de las manos. Todavía desconfío de las compras por teléfono e internet por lo que asistir al lugar indicado sigue siendo la única opción que considero. Lo que no esperaba era eso, que una desconocida pudiera echar por la borda los planes, acaso por irresponsabilidad o porque simplemente había perdido el camión correspondiente.

Ya a las 11:20 la situación era alarmante. Un tipo de la fila dijo que el policía de la entrada le había dicho que los Martes la encargada llegaba a las 12. No era algo del todo confiable. Los dependientes de otros departamentos no sabían si su compañera había llegado o si lo haría siquiera. ¿Y si se reportaba enferma? Considero ridículo que solo tengan a una persona capacitada para realizar esa función.

Fue entonces que un señor recién llegado a la fila mencionó que también vendían los boletos en Gandhi, un detalle que, por desgracia, yo desconocía, ya que era un lugar mucho más cercano a mi casa y en donde con toda seguridad te atienden con eficiencia. A las 11:25, sin noticias de la susodicha, consideré la opción de abandonar el lugar e ir a directamente a Gandhi. Calculé que haría unos 10 minutos hasta allá si tenía la fortuna de encontrar un taxi disponible en las cercanías del centro comercial. Para agregar dramatismo se empezó a escuchar que sobre el techo caía una tormenta. Le pregunté a quienes estaban ahí si querían acompañarme en la misión. Nadie quiso. Cada minuto era vital. Yo quería boletos de pista, que según había visto en el mapa era más pequeña que en otros eventos.

Opté por salir corriendo del lugar, nada garantizaba la llegada de la vendedora. Podía ser que en efecto llegara hasta las 12 o que nomás no lo hiciera. En cambio si iba a Gandhi al menos tenía una certeza: habría alguien que pudiera atenderme. Desesperado, recorrí el estacionamiento buscando un taxi. Terminé por encontrarlo en una avenida cercana. Entré empapado por todas las gotas de lluvia que se vieron atraídas hacia mí. Di instrucciones al conductor que no era el mejor que he presenciado. Lamenté que tuvieran la pésima idea de ser un conductor precavido que respetara los señalamientos de tránsito y que no tuviera el ansia de rebasar que suele caracterizar a sus colegas. Claro, los semáforos se coordinaron para estar rojo cada que llegábamos a uno. La escena es típica cuando tienes prisa y no hay forma de evitarlo. Cuando llegamos le pagué y no quise esperar los ocho pesos de cambio. Bajé en medio de una tormenta que no cedía. Crucé la calle y entré a la librería ante la mirada de varios individuos a los que brindé el regalo de sentir pena ajena para comenzar la semana.

Pregunté al cajero por los boletos para encontrar otro inconveniente: la que le sabía a eso estaba en bodega. Tuvieron que llamarla por teléfono para que viniera, lapso en el que pedí otros dos minutos. Ya cuando llegó, intenté sonar lo menos exasperado posible —sin éxito—. Al parecer se sintió preocupada por mi estado de ánimo, lo noté por la forma en que comenzó a teclear no sé que tanto en la computadora. Con una especie de tristeza me dijo que ya no habían boletos de pista. Tuve una reacción parecida a la que se muestra en la siguiente imagen:

Dediqué unos segundos al lamento y a la frustración. Luego supe que de nada servía quedarse paralizado y pregunté si todavía quedaban de la sección B, unos más caros pero menos cercanos al escenario. Me dijo que sí y compré lo que sea que me dio. Abandoné el lugar con una mezcla de sentimientos. Había dejado de llover y ya de nada me servía. El suceso sirvió para que pensara en otras cosas negativas de los últimos días. Recordé lo mucho que me cuesta soportar a la gente. No importa cuánto me esfuerce por tener una mejor actitud ante los demás, siempre sale alguien que arruina los avances. En este caso alguien de la plantilla de una tienda departamental. Podía regresar a casa a relajarme un poco, a dejar esto atrás; sin embargo quería sacar el nudo que tenía en la garganta, así que regresé al centro comercial para emitir una queja. Eran aproximadamente las 11:40 y la encargada de la taquilla ya estaba ahí platicando con otra muchacha. Le dije algo parecido a lo siguiente.

—¿Podría decirme por favor con quién puedo quejarme sobre su desempeño laboral? Debido a su retraso de media hora me perderé de una experiencia que estuve esperando por años y que sé jamás podré volver a experimentar de la misma manera. No me parece que sea justo.

Me dijo dónde se encontraba atención al cliente. Sospecho que mi estado físico era lamentable. Iba empapado y en un espejo alcancé a ver que parecía más un loco que un cliente frecuente. Daba igual, ya estaba ahí así que fui al lugar indicado donde un amable señorita me atendió.

—Mire, yo sé que en cualquier otro departamento abrir cinco minutos tarde da más o menos lo mismo. Hay pocos compradores a estas horas. Pero en ticketmaster es diferente, ustedes ya deberían saber que los boletos de un evento se terminan en cuestión de minutos por lo que cada segundo de retraso se vuelve fatal. Entiendo que todos tenemos problemas. Quizás la encargada tuvo una mala noche o se le enfermó el perro. La disculpo si es que tuvo algún inconveniente personal fuerte. Yo los tengo ahora y sé lo difícil que es levantarse por las mañanas para dar pelea en este mundo de mierda. Si no fue así, si su tardanza fue producto del poco empeño que pone en su trabajo, creo que deberían llamarle la atención. Técnicamente no soy un cliente porque hoy no he comprado nada, he venido otras veces y me he llevado una atención de primera. Hoy sin embargo me voy decepcionado porque por culpa de alguien que no realiza correctamente aquello por lo que se ha contratado, me perderé de un concierto que estuve esperando por años. Tal vez ella no sea consciente de la importancia de su puesto. En ese caso debería dejarlo. En un boleto se depositan muchos anhelos y sueños. Debido a esto tuve que ir a otro lugar a comprar entradas de consuelo que distaban de lo que en verdad quería. Una serie de ilusiones estaban depositadas ahí, en la pista que ahora solo veré de lejos. Y veré a miles de personas saltando, gritando y bailando mientras pienso que yo pude haber estado ahí si no fuera porque, como siempre, algo sale mal. Sí, y no puedo acostumbrarme. No quiero que nadie pierda su empleo, y sé que la señorita no lo hará. Solo quiero que sepan lo importante de la puntualidad en ese puesto en específico. Espero que no vuelva a pasar, si digo esto es para que ninguna otra persona tenga que sufrir lo que yo paso ahora. Lo siento, sé que a usted le da lo mismo, pero lo tenía que decir.

Una señor mayor miraba con estupefacción el espectáculo. Lo veo de manera fría y creo que tal vez me excedí, que agregué un dramatismo innecesario. Es fácil decirlo ahora, la verdad en el momento solo quería desahogarme hasta sus últimas consecuencias. Me dieron una hoja para que apuntara la queja por escrito. Lo hice. Ponga su teléfono para ponernos en contacto con usted, me dijo. Respondí que no era necesario, que ya nada se podía hacer. Los boletos que deseaba estaban agotados. Con un gesto de solidaridad soltó un "pues sí" y abandoné el lugar dejando un silencio entre las personas a mi espalda.

Pasé una última vez por la taquilla. Iluso creí que vería a la mujer con cierto pesar por el mal que había provocado por la mañana. No fue así, alcancé a escuchar que seguía chismeando sobre no sé que con su amiga.

So keep believing & do what you do,
I can't help you but I know things are gonna get better.
& please stop asking
what it's got to do with you.
Oh, keep believing 'cos you know that you deserve better.


De verdad que lo intento, Jarvis. Solo que es muy difícil últimamente.

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