martes, 31 de julio de 2012

«First of the Gang to Die»


Siete años tuvieron que pasar para que Morrissey lanzara You Are The Quarry (2004). Problemas con discográficas, desencantamiento con la industria y otros factores influyeron para que, después de Maladjusted (1997), el hijo pródigo de Manchester se tomara un respiro que lejos de condenarlo al olvido, impulsó su carrera a un nivel que no había alcanzado siquiera con The Smiths. Se sabe que en el mundo musical no hay muchas personalidades como la de él, ajeno a los clichés de drogas, groupies, cabello largo y hoteles destrozados. Es comprensible entonces que fuera difícil alguien lo dejara marchar. Nadie podía reemplazar el lugar que ganó desde el lanzamiento de "Hand in Glove" que en los ochenta lo ubicó como un cantante que, por su desencanto con la vida, resultaba extrañamente carismático.

Los siete años no fueron silenciosos. Siguió escribiendo e hizo giras. El repertorio de los conciertos mezclaba temas de sus discos pasados a los que poco a poco fue intercalando con algunos nuevos a la espera de encontrar espacio en un álbum. En el 2002 empezó a sonar por ahí "America is Not The World", "Mexico", "Irish Blood, English Heart" y una que mencionaba a un tal Héctor. Era "First of The Gang To Die". Todas ellas fueron recibidas con aplausos por el público hasta que por fin en 2004 salieron oficialmente para alcanzar el estrellato.

Si los discos que Morrissey había sacado a mediados de los noventa estaban nublados, el nuevo, You Are the Quarry era soleado. Para ello fue determinante el que se mudara a Los Ángeles, ciudad donde empezó a tener un contacto con otro ambiente y con gente latina por la que siempre manifestó aprecio. "First of the Gang to Die" hace uso del tema de las peleas entre pandillas y le agrega  dramatismo, amor y poesía. 

Toda la espera se justificó por canciones como esta, en donde casi puedes percibir el ansia en su voz, que estaba desesperada por ser escuchada de nuevo por las grandes audiencias. Lleno de ganchos melódicos, líneas memorables e intensidad, Moz logró llegar al top 10 de las listas británicas con 4 sencillos consecutivos dejando claro lo mucho que se le extrañaba. He stole all hearts away.



You have never been in love
until you've seen the sunlight thrown
over smashed human bones

La vejez tiene prisa


Los programas de radio dedicados a la salud son enfermizos. El problema no es con la salud, que por cierto me cae simpática, lo que desprecio es la forma en la que abordan temas delicados que casi siempre termina por hacer un llamado a la hipocondría. Lo gracioso es que, sin darse cuenta, los radioescuchas caen en un extraña adicción a escuchar  diariamente a un locutor  que les indica todas las horribles formas de las que podrían morir. Peores son los que se vuelven meros promotores de la homeopatía, confundiendo a la gente y tratando de forma liviana a personas que lo mejor que podrían hacer es acudir al médico.

Procuro evitarlos al máximo. Lastimosamente en la vida es común toparse con lo que se odia, sin importar lo mucho que te esfuerces o la grande que sea el mundo.

Hoy comí con unos familiares lejanos. En la cocina tenían puesto un programa sobre salud y ya con eso supe que terminaría por tener un ataque de agruras. Una opción era sugerir un cambio de estación, solo que no me sentí con la desfachatez suficiente como para promover cambios radicales en la rutina de unas personas amabilísimas con las que aún no desarrollo suficiente confianza.

El programa en cuestión trataba sobre obesidad. Además de algunas cifras, señalaron algunas de las causas y dieron consejos para bajar de peso. Hasta ahí no iba tan mal. Era soportable e incluso ayudaba a tapar los silencios incómodos de una conversación que no daba para mucho. La transmisión dio un giro fatal en cuanto dio inicio una entrevista con una doctora que, pese a tener una voz agradable, empezó a lanzar una serie de sentencias plenamente ofensivas.

En una de las respuestas, la mujer dijo: «la juventud va de los 12 a los 24 años, a partir de ahí el cuerpo entra en una nueva etapa». No pude disimular más, ofrecí una disculpa y anuncié que tenía que ir al baño.

Estuve lavando mis manos por alrededor de diez minutos a la espera de que apagaran el aparato o  que un grupo de inconformes tomara la estación. Era presa del pánico. Sé que para algunos será una ridiculez sentirse viejo a esta edad, pero el pensar que en menos de dos meses cumpliré 24 años hizo que sintiera un peso enorme en los hombros.

Dejaré de ser joven antes de lo previsto. Ya desde antes había notado cambios en mi forma de ser que eran indicios de que avanzaba en línea recta hacia la amargura de la madurez. El escándalo sería menor en otras circunstancias, ahora mismo no. 

Respeto a los adultos mayores. En términos generales los prefiero sobre los jóvenes e incluso he contado aquí lo mucho que me entusiasmaría tener canas en las sienes o contar ya con una vida consolidada como la que tienen los señores con varios años de matrimonio.

El hecho es que todavía no llego al lugar donde me gustaría estar. Tengo una idea de lo que busco, una idea nublada que puede adaptarse a varios recipientes siempre y cuando se cumplan los requerimientos que son lo fundamental. Y me falta. Es preocupante alejarse de una etapa donde se tienen algunas concesiones sociales que quizás no podré experimentar a partir de octubre.

Lo dicho. Los programas para la salud me enferman.

viernes, 27 de julio de 2012

Palabras de un olvidadizo


Nací hace muchos años, eso lo tengo por seguro. De lo demás no sé mucho. Tengo mala la memoria. Recuerdo vagos detalles. Ahí me defiendo. Olvido lo importante, es el problema. Fui con algunos médicos que me dijeron lo que ya sabía, tienes mala la memoria. Nací hace muchos años. En una casa de campo donde mis padres se escondieron. Crecí a lado de ovejas. Alimenté a los patos. Tan amables ellos con plumas de algodón. Volví a los doctores. Di vueltas por ellos. Uno dijo que era innecesario realizar estudios. Era la cuarta vez que regresaba con él en menos de dos horas. Tengo mala la memoria, no cabe duda. Nací en una casa que mis padres alquilaron para pasar el verano. Yo no sé si mi madre era olvidadiza. Cómo puedes, con una barriga, irte a un lugar donde no hay hospitales. Nací entre patos y cochinos. El doctor se negó a recibirme. Usted ya vino a su cita, señor. Qué flojo es usted, le dije. Salí de ahí sin saber las causas de la mala memoria. Sospecho que la culpa es del chocolate. Comí mucho chocolate de joven. Montañas de chocolate. Cantidades enormes. En nada más me excedí. Tomo agua, hago ejercicio, me levanto temprano. Soy un tipo de costumbres sencillas. Cómo iba a ser de otras. Nací en una casa de campo. Mi madre dejó a mi padre para irse ahí donde mi abuela criaba gallinas con plumas de algodón. El pollo, no lo aguanto. Comí mucho de niño. Hasta los diez años me enteré lo que en verdad era el pollo. Yo creía que la gente compraba óvalos de carne creados en fábricas a base de leche y de galletas. Lloré cuando supe que los pollos eran seres vivos. Mami, yo juego con los pollos. Cómo vamos a comerlos. Con los otros animales no tuve mayor problema. Ninguna vaca se encariñó conmigo. Tampoco ninguna trucha ni ningún conejo. Tengo mala la memoria. Tal vez sea por eso: necesito comer pollo. Pero no puedo. Quiero mucho a los pollos. Nací en una casa de campo. Llegué ahí con mis padres. Se la compraron por poco dinero a un anciano al que le urgía pagar unas deudas. No dejo de pensarlo. Pobre hombre. Encima nos regaló unos cochinos. O los olvidó en el patio. Yo también soy olvidadizo. No como pollo. El chocolate sí, mucho. Me encanta. Una vez conocí a una chica que decía: no me gusta el chocolate. Debe estar loca, de inmediato pensé. Di unos pasos hacia ella y le pregunté si necesitaba ayuda. Me miró feo y luego se alejó. Cómo es que no podía gustarle el jamón. No lo sé. Hay personas raras sueltas por ahí. Yo tengo mala la memoria así que tengo que esforzarme para ser un buen sujeto. Y no crea, a veces tengo miedo. Hubo una noche en la que olvidé cómo se le hacía para respirar. Estaba ya bajo las cobijas, con los ojos cerrados, intentando dormir. De pronto me empecé a sentir mal. Como que la piel se me hinchó. El cuello hizo un ruido extraño. El aire me faltaba. Yo no sabía por qué, hasta que de repente me di cuenta que no estaba respirando. Qué es lo que me pasa. Nací hace ya muchos años. Intenté respirar, pero me di cuenta de que no sabía cómo hacerlo, no lo recordaba. No sé si me puse morado porque no había iluminación. El ambiente era tétrico. Así que esto es la muerte: fría, desesperada, ciega. Cuando empecé a venirme abajo, cuando yo creo moría, o al menos me desvanecía; en un último chispazo cerebral, recordé que para respirar tenías que inhalar. Lo hice y fue glorioso, una gran sensación, nunca lo olvidaré. En el instante siguiente supe que era necesario exhalar. A partir de ahí dejé que la atmósfera llevara el cauce. Al día siguiente fui al doctor porque tengo mala la memoria. La atención fue pésima. No me quiso recibir porque, según dijo, ya había ido varias veces durante el día. Mi memoria es mala. Soy franco al decirlo porque yo nací en una casa de campo y me eduqué bajo normas ajenas a la voracidad de la ciudad que te come apenas te distraes. Soy recto, soy honesto y tengo mala mi memoria, solo eso. A veces me da miedo que se me olvide cómo respirar. Algunos pensarán que es una actividad que se da por instinto, por necesidad, por inercia, de forma natural. Yo creo que no. A menudo me pasa. Me doy cuenta de que no estoy respirando y hago un esfuerzo para recordar cómo hacerlo. Le temo a las noches. Tengo mala la memoria y me aterra pensar que un día tenga un sueño tan espléndido que me olvide de respirar.

martes, 24 de julio de 2012

En todas partes


Soy perseguido en las casualidades, en las coincidencias. Ahí a donde yo vaya, encuentro el milímetro de una capa que remite a lo que he intentado olvidar. Llego a lo que he dejado atrás por medio de laberintos que llevan al lugar de donde partí. En las paredes, en los anuncios, en los pisos, en los vacíos, en las puertas, en los cubiertos, en las mañanas, en las piedras, en las sobras de la comida, en el hilo que sostiene los botones de un abrigo, en los vasos rotos de la cocina, en las palmeras, en el detergente de uva, en la escoba, en las marcas de una llanta, en las esferas, en el sueño, en el recorrido, en el ventilador, en el asta de la bandera, en el botón del elevador, en el triciclo del abuelo, en la muralla de Marruecos, en la sonaja de un bebé condenado al fracaso, en la chimenea de Santa, en la cinta métrica, en el riachuelo al borde del cielo, en la cámara, en el encanto de tu ventana, en el anillo rechazado, en la manivela, en la puerta del auto, en la cita con el dentista, en la revuelta, en el periódico de izquierda, en las cenizas, en el cobertor, en la torre de naipes, en las luciérnagas, en la historia del automovilismo, en la camisa, en el lápiz labial violeta, en las alhajas, en las muletas, en el desierto, en un tornado, en un infierno, en las estelas, en el vagabundo, en el saber, en la soledad, en los rodeos, en los miedos, en las libélulas, en la fauna, en la calleja, en la canasta de frutas, en el terreno baldío, en la cuñada, en la la libreta, en la estatua, en el camello, en los mapas, en los repelentes para insectos, en la sopa, en una fotografía instantánea, en los orgullos, en una nube con forma de ganzúa, en el aire, en la vista al océano, en los útiles escolares, en los quesos, en la materia, en tu cerebro, en el examen pasado, en los recuerdos, en el sonido de la guitarra, en un novillo, en el lugar, en un periódico, en la espuma, en una copa, en un molino, en el fuego, en la ducha matutina, en un felino, en la llamarada de un volcán, en el disparo de un arco, en la sed, en las peceras, en los escuchas, en la onda corta, en el callejón sin salida, en el dolor, en la estación del sur, en la parte de atrás de un control remoto, en una lata a medio llenar, en el funeral de un pez, en la jaula, en los ramos, en los zapatos de una sirvienta, en la cantimplora de una niña, en el recorrido de una prueba de atletismo, en la estafa, en los búhos, en el sombrero, en la ansiedad de un silencio, en las clases de francés, en las palabras que no tiendo, en las marcas de bronceado, en los terrenos de mil metros cuadrados y en los que miden menos; en todo te recuerdo, miro a los lado donde está el frente y giro para seguir viendo lo mismo, donde siempre está lo que deseo.

domingo, 22 de julio de 2012

«Dear God Please Help Me»


Ringleader of the Tormentors (2006) es, hasta ahora, el álbum más ambicioso lanzado por Morrissey. Si en You Are The Quarry (2004), su trabajo previo, desfilaban temas relacionados con la vida en Los Ángeles, la ciudad en la que en entonces vivía, en esta entrega grabada en Roma, deambulan los espíritus de la cultura italiana.

Aunque la espera no se prolongó tanto como en su pasado inmediato (donde hubo una pausa de siete años entre un disco y otro), la renovación de su sonido fue casi total. En ello influyó un nuevo equipo al que se incorporó Tony Visconti (el hombres que produjo algunos de los mejores trabajos de David Bowie, T-Rex y sus Sparks) y el gran Ennio Morricone. Además, con la salida de Alain Whyte (que abandonó la banda pero dejó un puñado de composiciones), su co-compositor de cabecera durante los últimos años, la guitarra quedó al mando de Jesse Tobias, un estadounidense de raíces latinas que llegó a tocar con Red Hot Chili Peppers años atrás.

Por su éxito, el álbum anterior había dejado la vara muy alta, así que el sucesor tenía que ofrecer algo importante. El resultado fueron canciones altamente orquestadas, con coros de niños italianos y una producción más cuidada que nunca. Si bien ya no hay apenas el jangle pop de los primeros años de su trayectoria, sigue conservando la vena para hacerlo plenamente accesible. Las letras dejan la "sencillez profunda" de los asuntos cercanos para concentrarse en otros de corte existencial. La vida, la muerte, la función del amor, el porvenir... 

Esto último fue lo que no me convenció cuando lo escuché por primera vez. Confieso que prefiero su faceta más íntima y personal. Además siento que su pluma no andaba del todo afilada por lo que sospecho estas temáticas complejas buscaron disimular la falta de inspiración en la rama en que se especializa: el de la relación del hombre con un entorno social que lo agobia. Eso sí, con el paso del tiempo ganó enteros. De cualquier forma, como a los grandes artistas, le basta un mal día para superar cualquier competencia presente en el mercado. "You Have Killed Me", "The Youngest Was the Most Loved", "In the Future When All's Well", "I'll Never Be Anybody's Hero Now" y "To Me You Are a Work of Art" lo tienen todo para mantener contento al admirador de antaño.

El resto de las piezas entran en terrenos en los que falla o acierta dependiendo del caso. En lo que respecta a "Dear God Please Help Me" le va perfecto, con esos arreglos de cuerda maravillosos cortesía de Ennio Morricone . Llevo seis años impactado la contradicción de la belleza que desprende y  la letra que cuando menos resulta inquietante. En ella parece estar relatando un encuentro sexual con... bueno, ya sabrán quién.



And I am so very tired, 
of doing the right thing, 
dear god, please help me...

viernes, 20 de julio de 2012

«Atlantic City»


Es de llamar la atención que un músico como Bruce Springsteen, tan asociado a los grandes estadios y a la maquinaria de la E Street Band, tomara la decisión de lanzar un álbum con las características de Nebraska (1982) en un punto determinante de su carrera. Su hambre de éxito no cedía, aun después de haber conseguido triunfos artísticos y comerciales con Born To Run (1975), Darkness on the Edge of Town (1978) y The River (1980), Bruce siguió componiendo sin tregua hasta que acumuló un puñado de canciones lo suficientemente convincentes como para aglutinarlas en nuevo álbum. La pretensión era ahondar en la desolación manifestada en sus dos álbumes previos, en esta ocasión con la consigna de no recubrirla con ritmos frenéticos que pudieran disimularla, y resistiendo la tentación de aligerar la carga con esas piezas pop de costumbre que podían aminorar el efecto. Bruce Springsteen sabía que el siguiente paso era crear un concentrado del agobio y el riesgo al que se dirigía su carrera conforme se hacía adulta. Era tiempo de tirar el resto antes de pasar a una nueva etapa. Sus posteriores lanzamientos seguirían hablando de manera intermitente del lado amargo de la vida norteamericana, pero jamás con la misma intensidad que muestra aquí a cada segundo. 

Lo primero fue grabar los demos. Para ello se encerró en su casa en Nueva Jersey con instrumentos y una grabadora de cuatro pistas como única compañía. Grabó la mayor parte en un día, a solas en su habitación. Casi todos los temas eran acústicos y su idea era que, cuando se los presentara al resto de la banda, éstos agregaran nuevos elementos dándoles un giro de estilo. Pero cuando las sesiones de grabación empezaron en forma, a Bruce Springsteen no le convencieron los resultados. Aunque siempre ha sido un hombre gregario, aquella vez supo que lo más conveniente para un trabajo de semejante naturaleza, era tirarse de lleno a los mínimos recursos: ahí donde la obscuridad y la desesperación resaltan con fuerza. Y no, en vez de regrabar los temas con una guitarra acústica en estudio, como la lógica indicaría, optó por una apuesta valiente para alguien de su popularidad: ordenó que los rudimentarios demos grabados en su casa conformaran el álbum que finalmente salió a la venta.

El resultado es una obra maestra que recuerda en ímpetu a Woody Guthrie y al Bob Dylan de los primeros años, así como a otros cantautores que parecían ya extintos para la década de los ochenta. Las limitaciones en la grabación no solo crean la atmósfera: también impulsan a una voz que es puro sentimiento, con todo y guitarra y armónica que le van cubriendo la espalda. 

"Atlantic City", quizás la mejor canción del disco y un highlight de toda su trayectoria. En ella toma la historia de una pareja presa de los límites las responsabilidades económicas y sociales. La escena es de un escape, pero ya no el lleno de emotividad e ilusión que hay "Thunder Road", sino el de la preocupación que viene al dejar un modo tradicional de vida: el joven tenía un trabajo, pero sabe que hay deudas que no se alcanzan a pagar con honestidad. La primera línea de la letra es una referencia directa a un acontecimiento real, el asesinato de un capo de la mafia siciliana a partir de la cual parte la reflexión: la doble apuesta que el hombre hace al echar sus esperanzas a los casinos de Atlantic City y el juego de muerte que supone unirse a la delincuencia en busca de una vida menos miserable. 

«Everything dies, baby, that's a fact, but maybe everything that dies someday comes back». El consuelo que resta, las palabras de aliento que el protagonista pronuncia aunque en el fondo no se pueda engañar.

jueves, 19 de julio de 2012

«November Spawned a Monster»


Todavía a principios de los años noventa, Morrissey estaba en busca de un guitarrista que supliera la figura de Johnny Marr. En un principio pareció que la había encontrado en Stephen Street, con quien compuso los primeros de sus éxitos, varios de ellos contenidos en Viva Hate (1988) y otros tantos sueltos por ahí. Por alguna extraña razón, la alianza entre ambos pronto se rompió, así que dio paso a un nuevo reclutamiento de instrumentistas de donde saldrían elegidos Alain Whyte (de quien se separó después del 2004) y Boz Boorer que se han mantenido fiel con él hasta la actualidad.

En el camino han quedado otros. Uno los co-compositores de los que se habla poco es Clive Langer. El ninguneo no sorprende. Apenas compuso tres temas a lado de Morrissey. Dos de ellos entre lo peor de su catálogo ("Mute Witness" y "Found Found Found"); también co-produjo Kill Uncle (1991), el que para muchos es el gran tropiezo de una carrera que hasta ese momento parecía infalible. 

Si la relación entre ambos se puede salvar, es por esa otra canción que compusieron juntos: "November Spawned a Monster", una excepción entre la niebla. Viéndola de cerca, podría considerarse una pieza atípica para lo que acostumbra Morrissey. Más allá de la música que a ratos parece ser un jangle-guitar-oriental, la letra resulta cuando menos curiosa. Siempre de lados de los débiles, sus letras se dirigieron históricamente a mostrar la belleza que se escondía en la vida de las personas solitarias, representadas por él mismo. Temas como "Hand in Glove", "Last Night I Dreamt That Somebody Loved Me" y "I Know it's Over" mostraban compasión por esos seres desafortunados que no eran otros que el propio cantante. En "November", sin embargo, por primera vez se muestra cruel con la protagonista de la historia. Claro, hay cierta conmiseración, o más bien un sentimiento de lástima («poor twisted child / oh hug me, oh hug me»), pero no la suficiente para que se olvide de remarcar su fealdad y dejarle en claro que nunca alcanzará el amor. 

Tal como haría después en "I Have Forgiven Jesus", se hace presente el reproche a un ser divino , quien, se supone, trae a las personas al mundo sin que ellas lo pidieran para luego lavarse las manos dejándolos abandonados en un mundo que les agobia.

Se dice que es una de las favoritas personales del propio Morrissey. Por mucho tiempo fue la más interpretada durante sus conciertos, siendo una infaltable hasta que después de su semi-retiro se concentrara en el material de la nueva etapa. Es evidente el por qué de la alta estima. El riff de guitarra del comienzo da un decorado siniestro que se acentúa con la voz femenina que aparece por ahí y ese especie de intermedio que aparece al minuto 2:52. Una parte del encanto radica en la idea de que quizás todos tengamos un poco de ese monstruo parido en noviembre, en especial en las noches solitarias donde uno acaba por sentirse un poco así, apartado de la humanidad.






So sleep and dream of love
because it's the closest 
you will get to love

martes, 17 de julio de 2012

El café de las náuseas


Mi café favorito es uno que provoca náuseas. Lo descubrí hace unos años caminando por ahí cerca de casa. 

El amor surgió de la nada. Un día vi en la calle a una anciana acomodando sus pertenencias sobre una mesa y pensé que se trataba de una vendedora ambulante que desaparecería al día siguiente. Estaba justo en la esquina de enfrente. Por curiosidad me acerqué. Buenos días, le dije. No me respondió y siguió sacando una serie de instrumentos.

Una vendedora de pepitas, pensé, las de ahora son bastante profesionales, con ese tubo ha de cubrir con sal las cáscara de la semillas. Tuve que desechar la hipótesis cuando en su 
bolsa vi  frascos con unos granos que parecían arena y unos envases que contenían líquido obscuro. Incómodo ante la indiferencia de la señora, crucé al otro extremo de la calle y tomé dirección rumbo al norte aunque no tuviera un lugar exacto a dónde ir.

Estuve rondando varios lugares de la colonia. Hay casas bonitas a la que me gusta ver. Puedo imaginar que vivo en ellas. Por algunos segundos, mientras paso a su lado, imagino que tengo una habitación ahí, que si no entro es porque se me hace tarde para llegar a la escuela.

En cuanto llegó el atardecer decidí tomar el rumbo hacia mi auténtico hogar.

Antes de lograrlo, noté que la anciana seguía ahí cerca, sentada ahora en una silla a la espera de que un cliente cayera. Daba un poco de lástima.

—Disculpe, ¿qué es lo que vende?
—Café.

Respondió. Pensé, vaya, su civilidad ha cobrado vida justo cuando necesita un cliente.

—Deme uno, por favor. Quiero probarlo antes de que la saquen de aquí. Ningún ambulante sobrevive a estos vecinos. Nada personal, solo quiero que lo sepa.

Sirvió la bebida en un vaso pequeño.

—Olvidé preguntarle, ¿es un espresso?
—No. Pruébelo.

Sentí desconfianza. Después de todo ni la conocía. ¿Qué hacía yo con ella? Uno de los primeros consejos que recibí de pequeño fue no tomes nada que venga de un desconocido. Si le di un trago fue porque, bueno, era una anciana, ¿qué podía hacerme? Jamás ha salido en las noticias:

MUJER DE LA TERCERA EDAD ASESINA A UN GRUPO DE JÓVENES. LOS ROSTROS QUEDARON DESFIGURADOS POR LA FUERZA DE LOS GOLPES.

La duda se alejó aún más al dar el sorbo. Sabía increíblemente bien. Dios, era una delicia.

—En cuanto lo vi supe que le iba a gustar.
—Deme otro por favor.
—Está bien, pero será el último. Esta noche traje dos vasos nada más.

Acabé con el segundo vaso de un trago. Pagué  —fueron diez pesos, le días las gracias y me alejé.

Antes de abrir la puerta de la casa,  sentí un sabor amargo recorriendo mi lengua. Era tan fuerte que escupí el tapete de Bienvenido.Y no acabó ahí: vomité durante toda la noche. No dormí.

Pasadas las horas, estaba recuperado. A eso de las seis de la tarde pude salir a caminar. No vi a la anciana de la esquina. No me sorprendió. Unos meses  atrás un vendedor de plásticos se puso exhibir productos sobre en una manta y no pasó mucho tiempo antes de que alguien hiciera una llamada a la policía para que se lo llevaran.

Lo que sí, es que lo lamenté. El sabor del café era exquisito. Quería volver a probarlo. También para descartar que los efectos estomacales se debieran a él. Tenía esperanzas de que no ¿Puede algo con tan buen sabor resultar dañino? 

Quedaba tomar la ruta del día anterior para distraerse un rato. Lo hice sin sobresaltos hasta que, después de tres cuadras, vi a la anciana en otra esquina.

—Creí que no la volvería a ver.
—Joven: yo supe que lo volvería a ver.

Evité que la conversación floreciera, fue directo al grano.

—Un café, por favor.

El sabor era mejor que el de los dos pasados. La impresión fue tal que sentí una terrible ansiedad.

—Otro, deme otro.
—Lo lamentó, era lo único que quedaba. Tendrá que esperar a  mañana.
—Así que otros la han descubierto, ¿eh? Dígame, ¿dónde estará mañana?
—Ya lo verá.

No, la anciana no era muy agradable. Era astuta, consciente de que era dueña de un producto único,  aprovechaba  la oportunidad para desesperarte: eras su presa, sabía que harías lo posible  por llevar la fiesta en paz.

Continúe la caminata con tranquilidad hasta que, enfrente una de mis casas favoritas, empecé a vomitar. El café, era eso, lo supe por fin. No pude parar hasta que terminé vacío por dentro. Tuve que dejarlo salir, incluso cuando vi que la verdadera dueña de la casa abría la puerta y miraba. El espectáculo era deplorable, yo mismo caí en cuenta. Por fortuna no escuché ningún reclamo. La mujer siguió mirando hasta que terminé y luego, sin decir una palabra, cerró la puerta tras de sí.

La consecuencias eran atroces, pero el sabor del café lo valía. Desde entonces estoy condenado.

Fui con la señora a diario durante la semana siguiente. Me asusté cuando dejé de encontrarla dos días consecutivos. Cuando volvió a aparecer respiré aliviado. Se excusó diciendo que tuvo que visitar a su hermana enferma. Le platiqué que su café me provocaba náuseas. Que siempre, después de tomarlo, vomitaba. Es normal, dijo sonriendo. 

Pedí lo de siempre.

Encantado por la sensación que me embargaba de los labios al esófago, minimice la certeza de que minutos después terminaría devolviendo el estómago. No importa, nunca me ha importado. Le soy incondicional desde entonces. Seguiré tomando el café de la anciana aunque alguien diga que mata.

lunes, 16 de julio de 2012

«The Last of the Famous International Playboys»


La carrera de Morrissey después de The Smiths empezó a todo galope. Una juventud solitaria dejó cientos y cientos de líneas en su cabeza a la espera de tener a quien contárselas. A falta de relaciones amorosas o amistades duraderas (con algunas excepciones, como la que lleva con Linder Sterling), convirtió a su carrera en un especie de diario donde poco a poco fue dejando constancia de su excéntrica personalidad. Con "The Last of the Famous International Playboys", el tercero de sus sencillos, que logró colocarse de nuevo en el top 10 de las listas. Contrario a los pronósticos, no solo mantuvo el talante que lo caracterizó en su antigua banda, sino que alcanzó mayores niveles respecto al éxito comercial. Escuchando estas canciones queda claro el porqué nunca veremos un reencuentro de The Smiths: Morrissey no lo necesita. Hay que decirlo, es una especie de divo con el ego bastante elevado que goza de ver su nombre siendo el único protagonista. Sus nuevas portadas dejaron de incluir a estrellas de los sesenta, para empezar a ser casi en exclusivo fotografías donde su cara aparece en primer plano. 

En "Playboys", Moz toma la historia de los hermanos Kray, un par de criminales famosos durante la década de los sesenta, para transformarla en una letra llena de pasión y aventura. El mancuniano, digno heredero de Oscar Wilde, era alguien —como diría Borges— profundo al que le encantaba pasar por superficial. De ese modo podía admirar a unos asesinos solo porque llevaban un excelente peinado o por el romanticismo que desprendían sus vivencias personales. Así, en esta fantasía, el protagonista escribe a su amado desde prisión  para contarle que todo el mal que ha hecho no ha sido más que un tributo para poder aproximarse a él, aprovechando al mismo tiempo para, irónicamente, denunciar un mal que permanece hasta nuestros tiempos, el de cómo los delincuentes (pensemos en Mark David Chapman o Anders Behring) son lanzados al estrellato gracias a los medios, haciendo de linduras como las masacres, las únicas formas que tienen los desdichados para alcanzar la notoriedad. 

De la segunda época dorada de Morrissey (la primera siendo su trayectoria con The Smiths y siendo la tercera su regreso en 2004), recuerdo esta estupenda canción co-compuesta con el gran Stephen Street que cuenta con una peculiaridad: en la grabación participan todos los ex-Smith, salvo Johnny Marr. Con Andy Rourke en el bajo, Mike Joyce en la batería y Craig Gannon en la guitarra, Morrissey lidera una de las finas piezas pop a las que con el tiempo nos acostumbraría.



“I never wanted to kill, I am not naturally evil. Such things I do just to make myself more attractive to you —have I failed?”

sábado, 14 de julio de 2012

«The River»


Por su juventud y nivel de popularidad, creo que Bruce Springsteen fue el gran defensor del Rock durante los años 70. No hay que olvidar que su carrera surgió en un periodo donde la música de cantautor estaba en declive en pos del auge de la música progresiva y que para finales de la década el ambiente volteaba hacia el Punk. Lo mismo ocurría a comienzos de los ochenta, cuando el New Wave y los sintetizadores empezaron a abundar en el mercado. Él, a pesar de todo, se mantuvo fiel a sus principios, dándole escape a historias personales y sociales con la ayuda de una banda detrás que, a la vieja usanza, se concentraba a lo suyo, a un sonido ajustado y orgánico que daba la impresión de ser, ante todo, una especie de fraternidad. 

Cada uno de sus trabajos, desde Greetings from Asbury Park, N.J. (1973) hasta Nebraska (1982), son entonces algo más que una seguidilla estupenda de trabajos para presentarse al mundo: también son una resistencia en representación del Rock, una patada a todas esas nuevas modas que lo pretendían devorar. 

Por aquellos días Bruce Springsteen pasaba por su mejor periodo creativo. Después de la gira de Darkness on the Edge of Town, reunió una serie de canciones y formó lo que sería The Ties That Bind, su próximo lanzamiento. Estamos hablando de 1979, con una década moribunda y otra a punto de salir al escenario. Luego de entrar al estudio y grabar diez temas, todo apuntaba a que el nuevo lanzamiento alcanzaría a salir para navidad, pero entonces algo pasó, Bruce decidió echar el proyecto atrás. 

El movimiento, que pudo parecer arriesgado, finalmente terminó por ser una de las mejores decisiones de su carrera y una de las tantas muestras de su compromiso artístico. ¿Qué hizo en lugar de sacar un disco que ya estaba hecho y que seguramente le habría aportado varios millones sin tener ya que esforzarse? Pues lo hizo a un lado, porque consideró no era suficiente, que se necesitaba un segundo esfuerzo para dar otro paso firme a la leyenda y, lo más importante, para decir todo lo que tenía que decir. Al poco tiempo, se sacó de la manga otras diez grandes canciones que, sumadas a las que ya tenía, solo pudieron contenerse en un álbum doble que hasta la fecha conforman un hito tanto para su trayectoria personal como la historia de la música americana del siglo pasado.

¿Cuál fue el resultado? The River (1980) es un álbum que resume desolación. El rompimiento de los sueños que llega con esos sucesos que no esperamos y que se presentan de repente para recordarnos que la vida no es un parque de diversiones del que se pueda salir limpio. («Is a Dream a Lie If It Don’t Come True, Or Is It Something Worse?»). La pieza titular lo ilustra mejor que ninguna otra, tocando temas (se basó en experiencias cercanas de su propia familia) como el de los trabajos miserables que solo te brindan comida suficiente para continuar sufriendo o el del embarazo no deseado que termina con la juventud de un solo golpe; todos esos problemas que van y vienen como un río que termina por secarse.

La figura de The Boss muchas veces es malinterpretada. No es raro que se le vea desde el lente del prejuicio, en especial en Latinoamérica, donde nunca ha sido igual de popular que en otro lados. Supongo que algunos racistas de clóset lo ven como el prototipo del gringo que colecciona sombreros de copa fabricados a partir de banderas estadounidense y que destruiría sus casas con un misil transatlántico si pudiera. 

Bromas aparte, se trata de un músico excepcional con una trayectoria que merece todo el respeto posible. Esta canción lo demuestra de maravilla.

Lo que hice ayer


Desperté a las nueve de la mañana. Me había dormido a las cinco. Fui al baño, me vi a la cara y pensé: «qué bueno que solo tú me veces ahora, querido». Tomé la pasta de dientes, le puse un poco al cepillo y procedí a lavar lo que llamo boca. Regresé a la cama, cerré los ojos y volví a dormir. Abrí los ojos a la una de la tarde, tomé el libro que tenía en el buró, leí hasta caer en cuenta de que no podía entender nada. Fui a la cocina, puse agua a calentar, fui de vuelta a la habitación y prendí la computadora. Consulté varios periódicos, vi lo que pasaba en las redes sociales, escribí un poco e hice lo que pude hasta que escuché el pitido de la olla. Bajé, saqué una taza, le puse café, le agregué agua, revolví y regresé a la computadora. Estuve ahí varias horas. Luego me harté y retomé el libro. Lo entendí mejor. Tuve hambre, bajé a la cocina... no había ningún banquete esperando. Agarré dos rebanas de pan tostado, les puse queso crema, un poco de chocolate, las comí ahí mismo de pie y fui a continuar la lectura después. Avancé varios capítulos, me dio sueño y cerré los ojos. Soñé con una vieja compañera. Cuando desperté eran las diez de la noche. Tenía hambre otra vez, bajé a la cocina y vi una hamburguesa. La comí rápido y volví a la computadora. Vi una tres capítulos de una serie, consulté varias páginas, contesté algunos mensajes, publiqué una idiotez y dejé que el tiempo volara. Bajé de nuevo a la cocina, puse agua a hervir para preparar un té de manzana. (Mi vida alterna entre el cuarto y la cocina con algunas escalas en el baño). Tomé el té frente a la computadora. Ya era tarde así que mejor me puse a leer. En cierto punto miré el reloj: eran  las tres de la mañana. Lo mejor era dormir. No lo conseguí, calculo, hasta que dieron las cuatro. Rodé mucho entre las sábanas. El resto ya no lo recuerdo. 

Un día redondo como puede verse. 

jueves, 12 de julio de 2012

Nuevos focos


Nos dijeron que los de la compañía de luz iban a regalar focos ahorradores de energía. Según esto, por cada uno de los focos normales que entregaras, te darían a cambio  cuatro de los que ahorran. Un miembro de la familia lo comentó y me opuse. No podemos ahorrar energía a costa de nuestra comodidad, le dije, esos focos son horribles, como máximo aptos para la vitrina de una carnicería.

Ahorras dinero, sí, lo que no te comentan es la frialdad de la luz que llevan. No puedo leer así, no puedo escribir así, no puedo vivir así. Necesito un foco tradicional de 100 watts, lo siento por la ecología y por el futuro de la humanidad.

Al día siguiente llegue a casa y vi que todos los focos habían sido cambiados. Lancé un alarido e inmediatamente pedí una explicación. Creo que de la impresión incluso caí en un desmayo. Dijeron que por la mañana cambiaron los focos que teníamos y que de ahora en adelante seríamos una casa preocupada por el medio ambiente. El resto de los integrantes prometió reducir su tiempo en la ducha a tan solo quince minutos por día. Una pesadilla.

No iba a dejarlo así. Fui a la tienda y compré varios focos normales con forma de pera, de esos que de manera transparente muestran su interior. Son como yo, por eso los desechan. 

Los metí en la caja fuerte donde tengo dinero y otras pertenencias. 

No le dije a nadie. Aquí dentro la situación se ha vuelto tensa. En cuanto ven un foco no-ahorrador de energía van y lo quitan. Así perdí a uno de mis muchachos.

Lo que hago cada noche es cerrar la puerta. Ya cuando los demás duermen pongo un foco de los viejos y me pongo a leer. Amo a las lámparas. Podría contraer matrimonio con un aparato de esos.

También quiero mucho a las velas, si no fuera por el peligro que la llama trae para los libros y las sábanas. Son demasiado románticas.

Qué fuerte es el amor



hace una semana vi una pareja que llamó mi atención
estaba adelante de mí en una fila para comprar algo,
quisiera decir que joyas o artículos de colección,
pero era más bien vasos con raspado
el mío sería, lo tenía decidido, de grosella

jamás he visto una grosella en mi vida.
su sabor es agradable, eso sí que sé.
y ahí estaban, él y ella esperando su turno,
yo no tenía otra cosa que hacer
así que los miré con fijeza.

el hombre comía un emparedado bien hecho
con jamón, lechuga. jitomate y queso
le daba pequeñas mordidas
lento como hormiga
qué desesperación, pensé,
debería tragárselo de una vez

el tipo de adelante seguía ordenando
varios raspados y no sé qué tanto más
tuve que seguir sufriendo esos amores
con los que estuve a punto de brincar atrás

fue ahí cuando el hombre del que hablo
empezó a besar a la mujer

pobre de ella, me dije, tener que probar los labios
de un hombre que recién probó un emparedado


quise ver si hacía una mueca de asco
y no hubo ninguna, para mi sorpresa


la vi feliz, sonriendo y dándole otro beso
el hombre volvió a morder su emparedado
y luego por fin, pudieron ordenar sus raspados

sin disimulo miré a los labios de ambos
no corría riesgos, ellos estaban a lo suyo

pude ver que él tenía un poco de mayonesa
en el labio del norte

me dio mucho asco
qué asquerosa es la mayonesa
eso pensé
pero también me dije
qué fuerte es el amor
cuando vi que se besaban otra vez

ya no vi la mayonesa en sus labios
la mujer, no cabe duda, la había probado
y no se apartó ni le reclamó nada
tampoco vi que diera arcadas
sonreía y lo besaba de nuevo
hasta que les dieron sus raspados y se fueron

¿qué va a querer?
un raspado de grosella

consideré que si se lo contaba alguien
diría que fue una cerveza
que la escena ocurrió en un bar
o en algún sitio decadente de la ciudad

pero también volví a pensar
qué fuerte es el amor
de verdad, qué fuerte es
más fuerte que los modales
la repulsión o la mentira

y aquí estoy, contando tal cual fue

martes, 10 de julio de 2012

«Thunder Road»


Conforme me voy haciendo viejo he dejado de jugar a ser original. Esto me permite liberarme y hacer declaraciones como la siguiente: Born to Run es mi álbum favorito de Bruce Springsteen. Lo que he tenido con su obra ha sido una amor intensivo. Habré escuchado este álbum decenas de veces y sigue emocionándome como la primera vez. Parte del mérito corresponde, desde luego, a «Thunder Road». Creo que muchas canciones de Bruce podrían adaptarse a películas. Con esta pasa eso, daría al menos para para una escena o un corto bastante intenso. La temática en cuestión es recurrente en la carrera de este hombre: el escape, la confianza de ir allá donde se encuentran los sueños. Aquí se ve desde una perspectiva menos mesiánica que en otras de sus entregas, diría que es una del tipo romántica y juvenil (la parte donde le dice a la chica que no es una belleza precisamente o donde llama perdedores a sus vecinos resume una encantadora inmadurez, caprichosa pero certera a fin de cuentas); es cercana y menos abstracta. La letra en general se vuelve una maravilla de principio a fin. Es bastante larga y no tiene nada así como un coro o estructura fija, no hay ninguna línea que se repita; cada una va construyendo una secuencia donde el protagonista, antes de abandonar su pueblo, visita a su chica para pedirle que vaya con él. Para convencerla describe lo que pasa, lo que siente, lo que hubo y lo que habrá si no se decide a ir por el cambio. El discurso de alguien que está cansado de sus circunstancias, de alguien para quien la soledad y la podredumbre no son permisibles ya, de alguien que confía en su talento y que sabe que tiene las armas suficientes para subir unos cuantos peldaños. Dice Nick Hornby que la posición que «Thunder Road» ocupa en el álbum (es el tema de apertura) es fascinante. Ya desde el sonido de la armónica que introduce a un estado sentimental, te da la idea de que lo que ocurre ahí tiene mucho trasfondo: a pesar de ser la primera canción hay una especie de continuidad con lo que hizo antes, y de igual forma es el punto de salida de todo lo que vino después, dándole un aire de atemporalidad que la convierten en un clásico. 

Por supuesto que es más que un tema de amor. Pareciera que el protagonista incluso tiene otras prioridades. Nunca se sabe si la mujer acepta acompañarlo, pero la decisión de él está tomada sin importar la respuesta; su oferta no es la de alguien dependiente, habla de alguien generoso, un tipo que quiere rescatar a alguien que le interesa de un submundo que a él le está aterrando. Me recuerda incluso a «For You», aquella gema del Greetings from Asbury Park, N.Jde dos años atrás. Pero si lo escuchas y te olvidas un poco de la mujer, puedes sentir que también te habla a ti, o lo que es más: que se dirige a todos esos derrotados que no terminan por acostumbrarse a la miseria que otros celebran para disimular y hacer llevadera su existencia. 

Podemos sentirnos viejos aún siendo jóvenes. Bruce Springsteen lo sabía e intentó luchar contra ello en varias ocasiones. Lanzó esta canción cuando apenas tenía 25 años. Sabía bastante sobre los miedos y las inseguridades que vienen antes del cambio. En cierto momento dice algo que siempre me gana: «So you're scared and you're thinking / That maybe we ain't that young anymore». A veces, cuando me siento decaído y pienso que quizás ya sea demasiado tarde para hacer lo que quiero, escucho ese tema y ese disco. Entonces sé que todavía no hay un veredicto final. Que siempre está ahí esa última oportunidad para llevarlo acabo. Una última oportunidad que se renueva cada que lo escuchas. 


Fue este trabajo el que lo hizo eterno.

domingo, 8 de julio de 2012

«I'm So Tired»


No doy muy dado a las versiones que otros artistas hacen de The Beatles. La mayoría me parecen menores e incluso llegan a parecer insultos involuntarios. Debe ser difícil conseguir un resultado convincente. Después de todo eran grandes cantantes. Por ahí hay uno que otro cóver que resulta aceptable y hasta disfrutable (no muchos, honestamente, uno de los pocos que me viene a la cabeza a bote pronto es «With a Little Help from My Friends» por Joe Cocker). Hay otros que casi me parecen aberraciones, pese la aclamación del público. Los de Across the Universe, por ejemplo, son tan pulcros que parecen sacados de un recopilatorio de La Academia o algún reality show televisivo. Les sacan toda la sangre a esos temas y los convierten en productos amigables que juegan en la misma liga que los Vázquez Sounds

A decir verdad, la que quizás sea mi versión favorita de todas es bastante discreta. Me refiero a la interpretación en vivo de «I'm So Tired»  que Elliott Smith hizo allá por 1998. Musicalmente no aporta mucho, ni ofrece gran diferencia de la original. Algunos verán en ello una debilidad: usualmente se prefiere aquello que marca una distancia, que trae algo nuevo. No obstante aquí da más o menos igual, porque Elliott consigue algo mucho más meritorio, una cosa que ninguna de las versiones académicas o vanguardistas que tanto abundan han logrado: logra replicar y amplificar el sentimiento de la original. Parece sencillo, pero no lo es. Cualquiera que haya tomado clases de guitarra puede tocar las canciones de The Beatles, en cambio solo unos cuantos tienen la misma sustancia que John Lennon y compañía llevaban por dentro.

Elliott Smith la tenía. Desde pequeño conectó con los de Liverpool y escuchar el Álbum Blanco fue determinante para tomar la decisión de dedicarse a la música. 

Casi ni pongo atención a la instrumentación. La clave está en la voz que lleva toda la pesadumbre del agotamiento emocional y mental.  Siempre que lo escucho me siento acompañado, que casi siempre es lo que más le pido a la música.

viernes, 6 de julio de 2012

500 centavos


Me gusta el número 500. Apuesto a que es por el dinero. Asocio esa cifra a los billetes de la misma denominación. Cuando era pequeño representaban lo máximo. Los billetes de mil pesos vinieron hasta después, echando a Zaragoza por la borda con la ayuda de Diego y Frida. Sin embargo, siguen teniendo una parte de mi corazón, el destinado a la ambición.

Sí, el dinero me importa, como a cualquier persona medianamente realista en este mundo. Y aun así creo que hay cosas más importantes. Jamás he comprometido mi dignidad ni mis principios a cambio de lo material.

Otra cosa es ahorrar: indispensable para la vida. Uno no puede derrochar lo que se tiene a la menor oportunidad. Las personas exitosas se cuidan de hacerlo, así que disfruto calculando la cantidad que he ahorrado al resistir determinadas tentaciones.

Hoy fui a la biblioteca de la universidad y saqué cinco libros para leer durante el próximo mes. Elaboré una lista y consulté la página web de una librería para ver cuánto me hubiera gastado si en vez de recurrir al préstamo los hubiera comprado. Estos son los resultados:

  • Memorias de mis olvidos de José Joaquín Amorabieta: $182.00
  • Arte en el bolsillo de Ángela Pascual: $220.00
  • El campesino irresistible de Arturo Belano: $165.00
  • Refugios imposibles de Gregorio Silva-Dafna: $210.00
  • Poesía completa de Reinaldo Reis: $330.00
Total: $1107.00



Una fortuna, vamos. Qué gustazo saberlo. Podré invertir ese dinero en una plancha o en el juego de cubiertos que vi el otro día

Decía que me gusta mucho el número 500 y hoy este blog, justo con este escrito, llega a las 500 entradas. Me felicito a mí mismo por haber durado más de lo que jamás imaginé cuando lo abrí. Procedo a darme un abrazo en las rodillas.


Gracias, Guido.