sábado, 14 de julio de 2012

Lo que hice ayer


Desperté a las nueve de la mañana. Me había dormido a las cinco. Fui al baño, me vi a la cara y pensé: «qué bueno que solo tú me veces ahora, querido». Tomé la pasta de dientes, le puse un poco al cepillo y procedí a lavar lo que llamo boca. Regresé a la cama, cerré los ojos y volví a dormir. Abrí los ojos a la una de la tarde, tomé el libro que tenía en el buró, leí hasta caer en cuenta de que no podía entender nada. Fui a la cocina, puse agua a calentar, fui de vuelta a la habitación y prendí la computadora. Consulté varios periódicos, vi lo que pasaba en las redes sociales, escribí un poco e hice lo que pude hasta que escuché el pitido de la olla. Bajé, saqué una taza, le puse café, le agregué agua, revolví y regresé a la computadora. Estuve ahí varias horas. Luego me harté y retomé el libro. Lo entendí mejor. Tuve hambre, bajé a la cocina... no había ningún banquete esperando. Agarré dos rebanas de pan tostado, les puse queso crema, un poco de chocolate, las comí ahí mismo de pie y fui a continuar la lectura después. Avancé varios capítulos, me dio sueño y cerré los ojos. Soñé con una vieja compañera. Cuando desperté eran las diez de la noche. Tenía hambre otra vez, bajé a la cocina y vi una hamburguesa. La comí rápido y volví a la computadora. Vi una tres capítulos de una serie, consulté varias páginas, contesté algunos mensajes, publiqué una idiotez y dejé que el tiempo volara. Bajé de nuevo a la cocina, puse agua a hervir para preparar un té de manzana. (Mi vida alterna entre el cuarto y la cocina con algunas escalas en el baño). Tomé el té frente a la computadora. Ya era tarde así que mejor me puse a leer. En cierto punto miré el reloj: eran  las tres de la mañana. Lo mejor era dormir. No lo conseguí, calculo, hasta que dieron las cuatro. Rodé mucho entre las sábanas. El resto ya no lo recuerdo. 

Un día redondo como puede verse. 

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