jueves, 31 de marzo de 2011

8 canciones llenas de celos

Oh, los celos. Qué sentimiento tan macabro y estupendo. Para algunos inseparable del amor, para otros una exageración proveniente de personas inseguras. Yo creo que la gran mayoría ha sentido alguna vez esa punzada, esa quemazón en el estómago ante la posibilidad de perder al ser amado. En ocasiones se da manera infundada ("mi novia se inscribió en un curso de cocina donde hay dos hombres"), en otras, no tanto. El delirio puede ser tal que el más mínimo detalle puedo ser interpretado como una pista de que la relación se está yendo al carajo. Y a veces ni es necesario que exista una relación, quién no se ha deprimido al enterarse de que el chico/chica de los sueños, al que se pretendía cortejar tarde o temprano, ahora está con alguien más, que acaso contó con la bendición de la prisa y actuó mientras nosotros diseñábamos planes de conquista. Ya deben saber lo complejo que es el amor, sobre todo si superan los once años de edad.

Desde hace unos días tenía en mente (y con el fin de retomar los "mixtapes" virtuales) realizar una selección de canciones relativas al tema. Hoy que por fin me aboqué a ello me di cuenta de algo curioso: la música pop no ha tratado tanto como se podría suponer a los celos. Claro que hay cientos de canciones donde se toca de pasadita, mas son pocos los que lo toman como eje central y profundizan. La elección por tanto fue cuidadosa, pero al mismo tiempo tuve que rendirme ante alguna obviedad (o una no tan explícita como la de Eagles) con tal de cumplir con la tarea.

Finalmente quedó algo compacto dedicado a los celosos de clase noble que frecuentan este blog. Recuerden que no es necesario cometer una locura para solucionar las adversidades y que los celos deben ser algo pasajero, tarde o temprano las aguas regresan o se encuentran otras de mayor limpieza.


PD: Descarté ésta de los hoy tan infravalorados Hombres G debido a que por saltarina, y por estar en español, desentonaba con el resto. Considérenla un bonus track.

miércoles, 30 de marzo de 2011

La comida y el baño

Entro al baño de la escuela cuando no hay nadie. Lo primero que hago es asegurarme de ello. Dirijo mis pasos hasta el fondo. Si los excusados están libres, y si no veo a nadie en los mingitorios procedo a lavarme las manos. De otro modo puedo hacerlo a gusto. Tener a alguien a un lado mientras te miras al espejo es tan incómodo como escuchar que alguien orina mientras intentas lavarte las manos.

Me lavo las manos después de cada clase. Los pupitres llevan años. Centenas de alumnos han pasado por ellos, y sumado a que la señora encargada de la limpieza es una floja, no queda de otra más que tomar precauciones. También lo hago en casa, donde está relativamente limpio. Cada hora (10 minutos más, 10 minutos menos) voy y lavo mis manos con agua y jabón. Me encanta que huelan a limpio aunque no haya nadie para darse cuenta.

En la cafetería de la escuela casi nunca como. Me han dicho que sólo tomo jugos y sí. Con excepción de las galletas odio comer enfrente de otras personas. No vaya a ser que piensen que soy un animal cualquiera. Quisiera dar la impresión de que no necesito comer a diferencia de ellos. Que la comida es sólo para los mortales. ¿Lo habrán llegado a pensar?, ¿Creerán que nunca como y que me alimento únicamente por medio de aguas frescas y galletas con chispas de chocolate? Estaría encantado que fuera así.

No obstante, hay gente lista, a lo mejor ellos no se tragan el cuento e intuyen que desayuno cuando estoy en casa. Seguiré con el teatro por lo mientras.



lunes, 28 de marzo de 2011

Lo que hago en una clase aburrida

Tomo la libreta. Mientras el maestro dicta, escribo. No lo que dice, lo que pienso. Algún chiste, un cuento. Con la peor letra posible. Que piensen que tomo dictado cuando estoy en otro mundo. He llegado a dibujar aunque lo haga muy mal. Cualquier actividad es mejor que tomar notas que nunca leeré. Otras veces, en especial cuando nos llevan al auditorio a ver una película malísima, me pongo los audífonos y subo mucho el volumen. Veo imágenes y leo los subtítulos. Por dentro escucho a Cohen o Brian Wilson. Antes lo hacía quincenalmente, luego una vez a la semana. Ahora casi a diario. Las clases no me importan mucho. Hay una sola en la que participo, en la que no miro tanto el reloj. Por lo demás, podría estar en casa comiendo un sándwich aprendiendo casi lo mismo.

La apatía y la indiferencia reunidas en un estudiante. Ah, recuerdo la bella época en la que me encontraba entusiasmado. Cuando platicaba con quien se sentara a lado. Los maestros decían que era muy participativo. ¿Ahora?

Nada.

Hago tareas de manera mecánica. No me gusta hacerlas. No por el esfuerzo que suponen, por inútiles. Me siento mal cuando las hago y las entrego. Así como cuando permanezco en aula en vez de salir corriendo en busca de la dolce vita que anhelo.

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A las 7 de la mañana, la rutina de siempre. Escribir palíndromos, frases-versos. En lo que el maestro pasa lista y se va. Fingiendo que me gusta estudiar.




miércoles, 23 de marzo de 2011

Las propinas

Tengo una tía que es raquítica en cuando a propinas se refiere. Para cualquier otra cosa que implique dinero es espléndida. Constantemente hace regalos a los sobrinos, remodela su casa (podría decirse que un tercio del año está cambiando algo), invita a comer a la familia... no le pesa el codo, a menos de que se trate de un mesero. Ignoro si se trata por un tipo de tradición familiar, un acto inconsciente o simple mala leche, el asunto es que no desembolsa muchos pesos después de que ha pagado la cuenta. La primera vez que lo noté fue durante unas vacaciones, cuando nos llevó a varios primos a una comer una taquería. Aquella vez, el atasque de comida se vio opacado, por el hecho de que al final, dejó la friolera cantidad de cinco pesos para la bella y amable señorita que nos había atendido. A mis 14 años ya sabía que lo usual dejar un 10% o 15% del total de la cuenta, por más miserable que fuera el lugar donde comieras. Como aún no estaba enterado de la forma en que se manejaba en esos aspectos, creí, iluso, que había dejado tan poquito porque no tenía cambio, así que saqué diez pesos que traía en la bolsa para dejar algo que, cuando menos, fuera decoroso. Gran error, fui regañado brutalmente y tuve que regresar la moneda a mi bolsillo. Por si fuera poco, la ira que desperté en mi tía fue tal, que estuvo a punto de retirar la ya de por sí semi invisible cantidad que había depositado en la charola.

Desde entonces, cuando voy a visitarla, paso por decenas situaciones similares, sin que por ello me haya acostumbrado. Recuerdo especialmente la vez que le dio a un Motopizzero 2 pesos de propina (la cuenta había sido de $198 y pagó con un billete de 200) y aquella mítica ocasión en la que en un restaurante de mediana categoría dejó para el mesero un bonche de monedas de cincuenta centavos. En el fondo sé que no lo hace con mala intención, he pensando que debido a que vivió en otra época, creció con una costumbre extraña que le impide derrochar en algo que a fin de cuentas sigue siendo opcional. Otra posibilidad es que vea a los meseros como el enemigo, o que alguna mala experiencia la haya transformado. Da para meditarlo, en una de esas cree que la cuenta lleva todo incluido y que los centavos que deja al final son una demostración de suma benevolencia.

Lo único que sé es que a diferencia de ella, me gusta, siempre que se pueda, dejar algo que sobrepase ligeramente lo "justo". Quizás sea lo único en lo que no le debo copiar. Por lo demás, es genial.

martes, 22 de marzo de 2011

Hay una sensación que nunca se apartará


"There is a Light That Never Goes Out" suele ser considerada la gran canción de amor de The Smiths. Debo decir que no estoy de acuerdo, para mí ese puesto corresponde a "Hand in Glove". La urgencia de la música y la letra a cargo de Morrissey en la que cabe cualquier relación en adversidad la convierten en uno de los grandes momentos del pop romántico de todos los tiempos. "There is a Light" tiene lo suyo, desde luego, además ganó adeptos con el hype de (500) Days of Summer gracias a la mítica escena de elevador. Es lo que tienen las películas, cambian el panorama de un día a otro. Hace cuatro años era difícil encontrar a una persona que gustara de Morrissey y compañía, ahora no lo es tanto. Encima se ha creado una especie de sub-cultura indie de adoración a Zooey Deschanel, representada por hombres embobados que lo mismo escuchan a Metallica que a Lady Gaga, y chicas que se ponen pupilentes azules para igualarla aunque el resto de su fisonomía se los impida. No tengo gran problema con ello. Extraño, eso sí, los días en que encontrar a alguien que compartiera dicho gusto musical representaba estar ante alguien verdaderamente devoto, no con alguien aficionado a la comedia romántica de la temporada en cuestión. De cualquier forma, dejando de lado al amor (y miren que es difícil), lo que más me llamó la atención de "There is a light" en primera instancia fueron las siguientes líneas:

And in the darkened underpass
I thought Oh God, my chance has come at last
But then a strange fear gripped me
And I just couldn't ask

Miles de ocasiones he pasado por una situación similar. Tener las ansias de decir algo a una persona, y estar a punto de hacerlo pero, un detalle insignificante, un gesto, un sonido, termina por hacer que te eches para atrás de último momento. Si no pronuncias las palabras éstas se quedan contigo, y créanme, te vuelven loco. Son niños inquietos que te arruinan los nervios. Brincando de un lado a otro dentro de tu cerebro, destendiendo la cama porque no las dejaste salir. Esa parte resume uno de los puntos fuertes de la carrera de The Smiths. Una banda de historias inconclusas, de oportunidades perdidas. Reflejos que tanto me gustan.

jueves, 17 de marzo de 2011

Elvis Costello no viene a México

Por la mañana encuentro esta noticia y me vengo abajo.

Dolió más de lo que pude estimar. Había comprado el boleto el primer día que salieron a la venta. Llegué media hora antes de que abriera la tienda donde había una taquilla de Ticketmaster. Adelante de mí sólo había un muchacho. Lo vi y de inmediato supe que no compraría boletos para Elvis Costello, sino de Rammstein, que salían ese mismo día. Y en efecto, así fue. Los prejuicios son más confiables de lo que se cree. Fui temprano porque, de iluso, creí que los boletos se agotarían en cuestión de minutos. El José Cuervo Salón, además de un nombre espantoso, tiene la característica de ser pequeño. Sufrí un ataque de ansiedad cuando la cajera fue a buscar dinero para poder darle su cambio al fan de Rammstein. Tardó algo así como siete minutos, tiempo en el que imaginé cómo sería hacer tratos con un revendedor. Ya cuando me tocó a mí me relajé al escuchar, "Huy, todavía quedan muchos boletos". (Ya habían pasado dos días desde la preventa). Y es que Costello, como The Kinks, es un artista que muchos dicen admirar pero que pocos lo hacen de verdad.

Total que por "problemas de logística" (un pretexto tan vago que puede someterse a varias interpretaciones) se cancela y hace que me sienta mal. Recuerdo una cita de Alta Fidelidad y pienso que la música me ha deprimido más de lo que me ha alegrado. Las canciones pueden mucho con mis sentimientos. No daba crédito. Se mezclaron varias cosas; de entrada no vería a uno de mis 15 músicos favoritos. Si eso ya era lo suficientemente deprimente, había que sumar el hecho de que veía a ese concierto como una gran oportunidad de salir de una mala temporada que empezó a principios este mes (y por la que estuve varios días sin actualizar) y que ahora, me temo, se prolongará por un tiempo más. Además, haciendo memoria, los momentos más felices que he pasado en los últimos años han estado monopolizados por conciertos. Si me preguntan cuándo fue la última vez que realmente la pasé bien, sin que ningún tipo de pensamiento negativo se atravesara en mi camino, diría una fecha exacta: 18 de Septiembre de 2008. The Cribs tocaban en el lugar para el que estaba destinado Costello antes de que suspendiera. Esa noche fue memorable. Yo solo, en primera fila, a punto de perder los zapatos, con Johnny Marr a unos centímetros y con Ryan Jarman borracho cayendo sobre mí. Desde entonces he tenido satisfacciones y sonrisas, pero esa fue la última vez en las estuvieron que el 100% de su capacidad.

Conocí a Elvis Costello, hace ya siete años, por esta interpretación:


Fue el único cabrón (perdón por maldecir, mami) de todo ese evento benéfico que tuvo el valor de salir solo con una guitarrita a tocar una canción de los 60. Teniendo a miles de personas enfrente (millones más por televisión) pudo hacer algo más cómodo, tocar un hit o pedir a varios instrumentistas de refuerzo, por ejemplo. Sin embargo hizo lo que quiso: tocar una canción de su grupo favorito (en donde coincidíamos): The Beatles. Inmediatamente se ganó mi respeto.

Desde entonces lo escucho con gusto. En especial por sus letras que reúnen inteligencia, mordacidad, accesibilidad, emoción y belleza. Para mí las letras valen el 60% de un tema. El resto es la música, y él en ambos campos llegaba a sacarse 10.

No es gratuito que la noticia me afectara tanto. Sé que lo más probable es que nunca regrese y que no pueda verlo jamás. Me queda el consuelo de subir el volumen cuando lo escuche, e imaginar. Los ángeles deberían probarse mis zapatos.


Big Tears

miércoles, 16 de marzo de 2011

Aclaración impertinente


En ocasiones dejo abierto blogger mientras me meto a bañar. Sé que durante esos 15 o 20 minutos bajo el agua algo se me ocurrirá, aunque no sepa con seguridad sobre qué tema en particular. Una vez pensé en escribir algo sobre emoticones. Antes los consideraba una ridiculez, ahora creo que, moderadamente, son de utilidad. Los uso poco ( alguna vez en Twitter he usado ":D" ), no van con mi estilo, pero son importantes ya que en el lenguaje escrito es difícil imprimir el tono o sentido que de manera verbal se consigue naturalmente. Claro que se puede, ningún libro serio viene con caritas sacando la lengua, el problema llega cuando uno tiene que ser breve (140 caracteres, digamos) para dirigirse a personas que, por si fuera poco, leen deprisa, con apenas un golpe de vista. De por sí suelo ser malinterpretado en persona, más cuando lo hago de manera escrita. Varias veces me ha pasado que blogueo o tuiteo algo en broma y los lectores piensan que lo hago en serio. Una vez solté un comentario amable a una persona, y ésta pensó que la estaba atacando. Terrible. Ahí es donde entran los emoticones. Tal vez debería utilizarlos de manera continua.

El post anterior ha propagado el rumor de que ando enojado o de mal humor. Honestamente no me lo esperaba. O sea, sí, he tenido días malos últimamente, pero jamás he venido aquí con la intención de desquitarme con el mundo. Sería ridículo. Me preocupa que haya quien se tome en serio todo lo que digo aquí. No los estoy invitando a tomarse a chunga cada uno de los posts, recomiendo, eso sí, que consideren la idea de que cada entrada aparecida en este blog, contiene un sano porcentaje de fantasía. Sé que me leen personas a las que conozco en directo, algunos lo mantienen en "secreto", otras no; a ellos quiero decir: tranquilos, no soy un lunático, ni les deseo nada malo. Pueden acercarse con confianza, no los mataré, no me gusta ensuciarme las manos.

Vivimos por épocas. Hay tiempos en los que da por escribir textos optimistas. Otros en donde sale la vena humorística o la poesía. También viene los días de drama y los de apatía. Obviamente no despierto a diario con intenciones de decir algo "chistoso". Existen otras formas de expresarse. Y no puedes esconderlas por querer mantener una imagen ante individuos que ni te hablaban.

Aprovecho para anunciar que retomaré la sana costumbre de contestar los comentarios que dejen. Me entretiene. Dejé de hacerlo no sé muy bien por qué. Si no me importaran, los cerraría, así que tomen como una señal positiva que los mantenga abiertos. Y ya, tranquis, no tengo planeado beber el veneno para rata que tengo servido en un vaso.

martes, 15 de marzo de 2011

Las naranjas son limpias


Intento comprar algo de tomar en la cafetería de la escuela. La escena es bochornosa porque me da pena pronunciar el nombre del jugo que quiero. Se llama "Pulpy". Lo recomiendo, tiene sabor refrescante e incluye pulpa de naranja. Lo malo es el nombre. Siento que si lo pronuncio me convertiré en niña. De modo que prefiero comunicarme con la señora que atiende a través de señas. Como no me entiende, le digo que me dé un jugo de los que están entre la leche con chocolate y los yogures de fresa. La vuelvo a confundir y tengo que darle más indicaciones.

-Ah, ¿un Pulpy?
-Sí, de ese.

Pago. Quiero salir rápido de ahí. Al darme la vuelta veo a un sujeto raro con el que llevo clase. Lo detesto. Estoy con él en un trabajo de equipo por no coordinarme con otras personas. Tiene la mano levantada, quier estrechar la mía. Increíble, estaba ahí esperando a que me dieran mi Pulpy para poder saludarme. Lo miro a los ojos, luego a su mano. No quiero tocarlo. No saludo a nadie de mano, menos a él, imposible saber qué estuvo haciendo en las últimas horas, si se lavó las manos después. Permanece estoico sin importar la frialdad con la que me comporto. El hola que le dediqué no era suficiente, el bastardo quería tener contacto físico. Al fin cedo, empezaba a causar cierta lástima. No es alguien que sea malo conmigo. Simplemente se había acercado a saludar. Tiene fama de ser un pervertido y le gusta el metal. Pero qué podía hacer. No me gusta discriminar a la gente. Me dice:

-¿Cómo estás?.
-Bien.
-Yo también.

Sin decir nada más salgo de lugar. Voy al baño que se encuentra del otro lado de la escuela porque el cercano carece de jabón y lavo mis manos una, dos, tres veces. Cuando regreso al exterior veo pasar a tres chicas riendo, me pregunto por qué no son ellas las que se me acercan. Pienso aproximarme, mas no lo hago porque temo ser ese chico extraño que te obliga a lavarte las manos.

lunes, 14 de marzo de 2011

Lo conocerás


Llegué 52 minutos tarde al cine. Rompí mi marca anterior que estaba en... nunca antes había llegado tarde al cine. No se debe entrar cuando una película ya ha comenzado. Todos lo saben. Ahora lo hice porque tenía que ir por encargo de la escuela. Era la última función, así que sólo entré por tener el boleto . Era la última de Woody Allen. Habré visto 25 cintas de ese hombre y el rato que alcancé a ver me dejó la impresión de que no está entre sus mejores. No soporté a las personas que reían. Odio que la gente ría en el cine (o en cualquier otro lado) nomás para demostrar que "entendió el chiste". Woody Allen hace reír en silencio.Las carcajadas se quedan dentro. Esta era medio drama y medio comedia. En las partes de drama la gente se reía pensando que era comedia, y en las verdaderamente graciosas (como dos) callaban. No la compraré cuando salga en Blu-Ray. Porque no tengo un reproductor de Blu-Ray.

Pensaba que la función era a las 9:30 pm, y no, era a las 8:30 pm. De ahí que sólo alcanzara a ver los 40 minutos finales. Cuando salí me puse a caminar por el centro. No había salido de casa para regresar tan rápido. Las calles estaban vacías. Alguna silueta por allá. Una más al otro lado. No mucho. Entré a un Oxxo y compré un jugo de Naranja enlatado de 15 pesos. Según esto era natural. La gente me ha dicho que tomo demasiado jugo de naranja, por lo que con cierta autoridad en la materia, puedo asegurar que no sabía a uno natural. Por más que lo intenten siguen existiendo diferencias entre lo recién hecho y lo que no.

Ya sin sed, continué con la caminata. La iluminación de los faros era relajante. Que no hubiera nadie por allí ayudaba bastante. Todo iba normal hasta que al dar vuelta en una esquina empecé a escuchar gritos. Era un anciano que le reclamaba a una pareja de señores que pasaba por ahí.

-Debería darles vergüenza salir a estas horas de la noche. Agarrados de las manos. Besándose. Con esas ropas.

Tenía toda la pinta de ser un indigente. Sus gafas llevaban varias capas de cinta. El traje sucio le quedaba grande, era pequeño. Gritaba como demonio a pesar de su avanzada edad.

-¿Tus padres saben que eres una puta?

Los señores continuaban caminando, medio por miedo, medio por lástima. El viejo, que debía pesar cincuenta kilos, los perseguía.

-Ya no se respetan los valores. En mis tiempos llamaría a la policía para que se los aplacara, ahora tengo que ser yo el que se encargue de esto.

Lo último que vi fue al abuelo intentando separar a la pareja. Con las pocas fuerzas que tenía, intentaba, sin éxito, quitar la mano del hombre de su mujer. Como ya había caminado mucho, me fui.

El segundo piso de la casa

En algunos aspectos solemos ser más considerados con las personas que no conocemos que con las convivimos a diario. En la casa, por ejemplo, podemos vivir en un gran desorden, con toallas secando en cualquier lado y papeles tirados por doquier. Ah, pero vienen visitas y acomodamos lo que se pueda con tal de dar una imagen positiva. El caos no es tan malo, simplemente nos da miedo que los demás no lo sepan.

Quien tenga una casa de dos pisos (o más) sabrá que la planta baja estará limpísima en comparación con la alta. Se cuida más a la de abajo, aunque sea en la que menos pasemos tiempo. Por mera precaución. Por si un día el vecino quiere pasar o si la tía política decide caer de sorpresa.

El piso de arriba es otro boleto. Se trata de un lugar sagrado al que se debe dejar pasar sólo a las personas de verdadera confianza. Aléjense de las personas que piden permiso para usar tu baño y pudiendo usar el de abajo se toman la libertad de ir al alguno de los arriba. La regla no escrita indica que el baño feo (usualmente ubicado abajo) está destinado a las visitas. Los que son para la familia (entiéndase papá, mamá y hermanos) deben defenderse a capa y espada. Aunque el susodicho lo quiera únicamente para lavarse las manos, se le debe impedir el paso. Claro, de manera sutil, no vaya uno a pasar como un maleducado.

Desde que tengo memoria, el segundo piso de la casa ha sido reservado para unos cuantos. Los que saben que el desorden es natural. Para los otros, los superficiales e ignorantes está la planta baja. Limpia y reluciente.