miércoles, 23 de febrero de 2011

Descubrí el secreto del universo

Anoche ocurrió un hecho insólito.

Me dispuse a dormir como lo hago normalmente: o sea, dando vueltas por la cama durante horas hasta que pierdo el conocimiento. Por fin lo logré a eso de las tres de la mañana. El gran esfuerzo fue inútil ya que apenas dos horas después me desperté. Previamente había soñando con una muchacha que me ofrecía escuchar lo que había en sus audífonos. Cuando me los puse, vi imágenes por los oídos, en lugar de escuchar música. Desperté, les decía. A un lado de la cama, en el buró tenía una botella de agua. Ya que me encontraba sediento decidí darle un trago. Fue justo ahí cuando empezó el evento extraordinario.

La tapa metálica se cayó al abrir la botella. No se escuchó ruido alguno por lo que pensé había caído en la cama. En otras circunstancias no le hubiera dado importancia. Dejaría el asunto en paz dejando la botella en su lugar para luego intentar volver a dormir. En esta ocasión no lo hice. Poseído por una extraña angustia propiciada por lo que más bien me había parecido una pesadilla, continúe la búsqueda a sabiendas de que era poco probable conciliar el sueño en medio de la duda que me invadía. Tenía que tapar la maldita botella.

Tocaba mover las cobijas. Eran dos. Debía estar por ahí, pensé. Me encontraba cansado, así que desde la posición en la que me encontraba (acostado) hice la maniobra. Sacudí por aquí y por allá. Nada. Volví a intentarlo. Duré un largo rato así. Las moví de un lado a otro sin hallar recompensa. Ya con los brazos exhaustos empecé a caer en desesperación: la tapa no estaba.

Tuve que ponerme de pie, no tenía otra opción. Inspeccioné bajo una nueva óptica. La lámpara alumbraba. De nada sirvió. Simplemente no estaba en la cama. Todavía, por si las moscas, quité las sábanas. Las sacudí. Palpé. Nunca se debe descartar nada.

Tampoco.

Llegaba la hora de revisar la funda de la almohada. Lo único que encontré fueron algunas plumas que habían quedado sueltas. Para una exploración más eficiente de la zona, puse las cobijas; la colcha; las sábanas y la almohada en el suelo. Así quedaba el colchón desnudo y la obsesión. Se preguntarán por qué no había inspeccionado debajo de la cama. En efecto, yo también me lo pregunté y procedí a hacerlo. El paso era tan natural que tuve la certeza de que la encontraría ahí, a la espera de ser devuelta al lugar al que pertenecía. Fallé. ¡Tampoco estaba debajo de la cama!

Me dejé de pequeñeces. Prendí la luz de la habitación. Miré alrededor. Levanté el colchón. Revisé debajo del escritorio. En el pequeño espacio detrás del buró. En el cajón. En el librero. En el bote de basura. Entre los cuadernos. En la televisión. En el piso... Estaba agitado, me costaba respirar. Busqué en cada centímetro cuadrado del cuarto sin resultados. Era muy sencillo: la tapa había desaparecido. En la mesita seguía la botella. Incompleta sin su corona. Con agua todavía. Miré por la ventana. El sol ya salía. Entonces lo supe. El universo tiene errores y yo era víctima de uno.

Los errores del universo pasan cada determinado tiempo y la gente no se da cuenta de ellos.

Cuando crees ver en el horizonte a un caballo con alas y te atreves a contárselo a alguien, eres tachado de loco. Cuando el cielo se torna morado y lo anuncias recibes burlas e insultos. Cuando se te aparece un soldado del siglo pasado nadie te cree. Con el tiempo te amedrentan y prefieres callar. Piensas que las voces de tus mascotas son producto de tu imaginación. Te sientes culpable, abandonado y solo. Yo te digo que no: eso que viste fue un error del universo. No te preocupes. Es el mismo tipo de error que se llevó la tapa de mi agua y posiblemente encuentres, un día, en tu desayuno. Nos pasa a todos.

lunes, 21 de febrero de 2011

Del saludar




El maestro que me dio un par de clases de francés no me saluda cuando me ve. Fueron dos clases de regularización ya que entré una semana después al curso. Una vez concluidas me pasaron con otro profesor.

Casi siempre lo veo en por los pasillos. Lo miro a los ojos esperando a que voltee para decirle bonjour, o mínimo un buenas tardes. Y no me mira, ¿será que los franceses no acostumbran saludar? No creo, hay otros maestros, que ni me han dado clases, que sí tienen la gentileza de interactuar brevemente. Él mismo lo hace con otros estudiantes mucho más afortunados.

He pensado que quizás le caiga mal, aunque cuando entré a su clase, no me lo pareció. Fue amable, me hizo preguntas para integrarme al grupo. Pienso en la posibilidad de que nadie le haya avisado que entré con él nomás temporalmente, y que, al verme en otro horario, pensara que desprecié sus métodos de enseñanza para enseguida solicitar un cambio de maestro. Por el contrario, con él aprendí con mayor facilidad que con el tengo ahora, que es un mexicano que vivió en Lyon gran parte de su vida. Disfruté las dos clases, el tipo me cayó simpático y todo, de ahí que me altere ligeramente que no me mire siquiera.

Tengo dificultades con eso los saludos. No sé distinguir cuándo debo saludar a alguien o cuando no. ¿Si veo a alguien de la escuela en la calle debo saludarlo? Yo pienso que sí, al menos con la mirada. Acercarme a darme la mano me parecería excesivo, mas no sé si la otra persona interpretara mi no-aproximación como una ofensa. Así que dudo y hay veces en las que prefiero pasar de largo como si no lo hubiera visto. ¿A la gente se le saluda a diario? Veo que mis compañeros de la escuela tienen por costumbre darse un beso en la mejilla temprano cuando se ven por primera vez en el día. He de decir que yo lo considero innecesario, ya que son personas a las que ves a diario. No me cabe en la cabeza que de un día para otro se renueve el cariño como para que tengas que dar los buenos días de manera tan afectuosa. Eso opino, claro, pero también me da la impresión de que me he hecho fama de arrogante, cuando en realidad estoy lleno de buenas intenciones. Que no salude físicamente no significa que odie a nadie; es más, procuro hacerlo verbalmente o con la mirada, a veces con resultados desastrosos. Hay quienes, como el francés, ni si quiera te voltean a ver. El otro día borré de Facebook a una chica que no tenía un solo gesto conmigo cuando la veía por ahí, ¿para qué tenerla agregada? No me interesa, por más que suba fotos en bikini haciendo cara de pato.

Hay otros casos en los que dudo si hay suficiente confianza como para decir "Hola, qué tal". Comparto clases con muchos monitos, y si bien cuando paso a un lado de ellos intento asentir con la cabeza a modo de cumplido, la mayor parte de ellos no responde de manera satisfactoria. Así que los elimino de la lista. He intentado ser amable con todos, y ahora que he ido descartando a sujetos con el paso de los semestres, he terminado por ser cordial únicamente con una docena de personas.

Los peores son los que no responden ni al buenos días, como me pasa con un maestro de la universidad. Lo intenté dos veces, y ante el silencio desistí. En cuanto pude lo agregué a mi lista de personajes vomitivos. Mis favoritos, ya que soy un ser tímido que se abstiene de acercarse a los demás por temor a ser impertinente: los espíritus puros que te saludan antes de que tú siquiera los veas. Quedan poquitos en el mundo, así que si conocen a alguno, no lo pierdan de vista. En especial si son de los que te lanzan un grito cuando entras a la cafetería para que te sientes con ellos. Búsquenlos y no los pierdan, que yo ya no los encuentro.

domingo, 20 de febrero de 2011

El motivo del pez dorado




Mira la pecera.
Dentro el pez dorado,
dando vueltas
sin ir a ningún lado.
De una manera me pregunto
las razones por las que vive
ahí en una pecera
para que lo mires.
Da vueltas y come
de un bote a medias.
para seguir andando
en el mismo sitio.
Para que
cada día
sea igual.
donde la normalidad
es fracaso y hazaña.
Algo lo obliga a vivir.
Algo hace que cada tarde,
su carne
siga ahí.
Si pones atención
verás lo triste de la escena.
Un ser pequeño flotando en la vaciedad.
Sin estímulos.
Sin reclamos.
Sin necesitarlos.
Sin estar consciente de nada.
El pecesillo avanza
sin saber de la nimiedad.
Y así, nos lleva ventaja.
Nunca se entera
de que su existencia
importa lo mismo que nuestro reflejo,
¿lo alcanzas a ver?
En la pecera.

sábado, 19 de febrero de 2011

Los peores tipos de maestros

-Yo desde luego que no...


He tenido clases con decenas de maestros. Cambios de escuela y elecciones de horarios han hecho que, durante años, desfilaran ante mí una elevada cantidad de docentes de los más diversos tipos. He de señalar que la mala fortuna me ha acompañado. Son realmente pocos los maestros a los que recuerdo con afecto. De la mayoría he aprendido más bien poco, sin que lleguen a compensar el fastidio que supone levantarse temprano para ir a verlos. Gran parte de ellos me han caído bien; no me distingo por ser alguien que se relacione mal con el profesorado: prefiero mantener la diplomacia. Realmente me cuesta pensar en alguno al que haya odiado al nivel personal; a los que he criticado ha sido más por sus métodos de enseñanza que por su comportamiento a nivel humano, aunque debo decir que la mayoría de las veces una cosa va relacionada con la otra, de modo que un tipo nefasto casi siempre equivale un maestro nefasto.

Los patrones suelen repetirse. Creo, sin aventurarme demasiado, que todo el mundo ha tenido, por poner un ejemplo, a un profesor con aspiraciones cómicas que, entre una lección y otra, intenta provocar la risa su alumnado (sin conseguirlo) o a alguno con aires dictatoriales que mantiene atemorizados a los pobres pupilos. Los apellidos cambian, las generalidades se conservan. Auguro que en el siguiente listado de los peores tipos de profesores encontrarán casos a los que ustedes se han enfrentado a lo largo de sus carreras como estudiantes, de modo que no me queda de otra que mirarlos con lástima y compadecerlos.


  • Los que obligan a exponer.

Vaya crimen cuando un maestro delega la responsabilidad de enseñar a los alumnos. He tenido varios de estos. Un día llegan, taza de café en mano, y reparten temas para que los alumnos expongan. Así, sin ningún curso inductivo previo, uno tiene que idear una exposición de una hora sobre un tema del que no sabes ni papa. Varios traumas nacen cuando, por inexperiencia, se cometen tropiezos que, una vez acumulados, se convierten en ridículos. El profesor, desde un pupitre, muy quitado de la pena es testigo de cómo la vida social de un niño se va al carajo por la presión que supone enfrentarse de golpe a un público que se divide entre lo indiferente y lo cruel. El pretexto que suelen poner es que así investigas y aprendes más sobre el tema, algo completamente falso, dado que la investigación suele limitarse a una inspección entre los archivos de Wikipedia para ser copypasteados, hipervínculos azulados incluidos, en horribles diapositivas de PowerPoint que de lejos ni se alcanzan a ver. Apenas el semestre pasado tuve una materia así, en la que el maestro repartió temas y temas para que el curso completo fuera impartido por nosotros mismos. Una pena, ya que cuando él hacía algún apunte se notaba que sabía. Las exposiciones fueron un fiasco mayúsculo de las que no aprendí absolutamente nada.

  • Los que ponen películas.

Caso similar al anterior, están los que en vez de preparar una clase, van y rentan una película. Si en el salón hay una tele, la pone ahí mismo, si no, te lleva al auditorio o a algún salón donde, con un rebuscado pretexto, se justifican y se libran de hacer el trabajo por el que les pagan. "Es que en Monsters, Inc. vemos al humano enfrentando a sus miedos y a la competencia laboral que hay dentro de una empresa, nada mejor para ejemplificar lo que hemos estado viendo en nuestras sesiones de economía". Hay veces que se esfuerza en disimularlo poniendo un documental. Y ya, como es un documental, se sienten grandes catedráticos mientras estudiantes patéticos miran con falso interés los videos aburridísimos que ponen. Como material de apoyo está bien, el problema llega cuando se abusa del recurso convirtiendo lo que debería ser una clase en un videoclub con films pésimamente seleccionados.

  • Los que quieren estar en "onda".

Con el objetivo de ganarse a los alumnos, hay sujetos que se hacen cualquier cosa. Decir groserías, por ejemplo. Al decir una, sienten que rompen paradigmas ancestrales y que revolucionan el sentido de las relaciones alumno-maestro. A ellos les tengo una noticia: son ridículos. Los adultos que se quieren comportar como jóvenes son seres de la peor calaña, ya que, antes que nada, se les nota forzados, además de que fallan al imitar a la juventud de su época (la de los 80) en vez de a la actual. Los ves ahí diciendo aberraciones del calibre de "Está suave", "Qué hongo, ¿cómo estuvo el reventón?", "si chupan no manejen" mientras hacen movimientos armónicos. También les da por hablar de sexo y mencionar la palabra "condón" para demostrar que nada les escandaliza y que, por tanto, son cercanos a nosotros, o, peor, que no tienen pelos en la lengua. Brrr. Pensar que hay quienes se las compran y acuden con ellos cuando tienen algún problema para contar me entristece.

  • Los demasiado jóvenes/ los demasiado viejos

Unos por inexpertos y los otros por caducos. En general prefiero a los segundos ya que resulta imposible no sentir simpatía por los ancianos. Generalmente son monos. Es verdad que hay personas jóvenes con aptitudes para la enseñanza. Lo malo es que hay detalles que sólo se afinan con la experiencia. Le podrán echar ganas pero es inevitable mantener reservas por alguien que tan sólo te supera por seis años de edad. ¿Qué tanto puede saber un hombre que apenas se acaba de graduar? A veces mucho, a veces poco. La verdad es que hay profesiones en las que la madurez es necesaria para sentir confianza. Doctores, taxistas, cineastas... los preferimos entrados en canas por diversos motivos, aunque varios de ellos rocen en el prejuicio. Ahora bien, todo exceso es malo, y cuando se rumorea que el hombre que imparte clases es octogenario, se despiertan dudas respecto a qué tan actualizado se encuentra en cuestiones académicas. El mundo avanza a pasos agigantados y lo que hace décadas era válido ahora puede no serlo. No olvidemos que hace apenas unos ayeres la tierra era plana.

  • Los estrictos.

Si te pones de pie, hay tabla. Si tienes una pequeña charla con el de a lado, hay tabla. Si quieres ir al baño, hay tabla. Si estornudas, hay tabla. Si te ríes, hay tabla. Si te quejas, hay tabla.

La autoridad es necesaria, en especial en aulas pobladas por imbéciles. Hay, eso sí, que modularla para que ésta no interfiera con la mínima libertad que merecemos todos. En pocas palabras: reprender a quien de algún modo boicotee la clase, no a quien simplemente haga uso de la vida.


***

¿Se me olvidó alguno? ¡Seguramente! No tema en denunciarlos.
La música terminó
lo único que tengo son
decepciones causadas
a personas inadecuadas
son estos días difíciles
para tener una vida
especia
no puedes ver
pasaa diario
miras el retrovisor
con los perseguidores
atentos a cada tropiezo
un tipo moreno conquista
tierra a la vista
que pisas, y te quema
puedo verte en medio
estás junto a la palabra
una coma estorba en el lugar
en el que quiero marcar
de lo que callo olvido
un menú imposible admiro
nadie que te quiera podrá decir lo mismo
dejo el salón apresuro sin rumbo
lo diré otra vez hasta que te importe
aunque digas no escuchar,
aunque permanezcas en tu lugar
aunque mi espíritu enlode
en estos días terminales
en donde miro cajones
en los que no encuentro un solo
nombre
sólo soy yo
el peor problema
uno sin soluciones
tú muy lejos tu
nombre
aparta
miles de siglos sin
nombre
nada dice que fuera dulce
el sabor de un muro de roble
marcado por piedras
con tu
nombre.
he llamado a personas mientras
miras por la ventana esperando ausencias
te emociona la niebla
que engaña como ilusión.

jueves, 17 de febrero de 2011

Digan Whisky

La gente está obsesionada con tomar fotos. En el baño , en la escuela, en el OXXO; cualquier lugar es bueno para inmortalizarlo. Entiendo que reuniones con personas que no has visto hace años ameriten una captura fotográfica. Lo mismo con los destinos turísticos y avistamientos de OVNIS. Mi problema es con la manía que tienen algunos de registrar cualquier pequeñez y, encima presumírselas al mundo. Ok, más de una vez le he tomado foto al cereal que como, con la salvedad de que tengo la decencia de guardar el secreto en mi disco duro. Aparte no soy fotogénico. Tengo que tomar cuarenta o cincuenta fotos para que salga una en la que me vea medianamente soportable. No, no me gusta nada y a los demás parece encantarles. Acabo pareciendo un amargado cuando muestro reticencia al lente de la cámara. No es culpa mía. Procuro reservarme para lo importante. Fotos con escritores famosos, no con edecanes. En total, deben circular en el mundo unas 100 fotos mías. La mayoría de ellas de cuando era niño. El otro día un familiar subió´a Facebook una de cuando era bebé. Estuve a punto de tirarme al suelo. Salía sonriendo, emocionado por el mundo que comenzaba a descubrir. Quisiera poder tener ahora una expresión tan sincera. No puedo. Me enoja cuando te piden que sonrías para una foto, ¿por qué debería hacerlo? Para qué mentir. Me gusta ser sincero y no porque haya una cámara enfrente debo fingir ser feliz. Porque si lo hago, sé que, en unos años, veré la estampa y pensaré que eran buenos tiempos. Que entonces lo pasaba bien, aunque no fuera así. Y caería de nuevo en la nostalgia que no trae nada productivo. Miro el álbum. Estamos los cinco. Soy el único que no sonríe. 22 años atrás podía hacerlo sin que me lo pidieran. Desentono. Qué.

Fotos o no sucedió.

domingo, 13 de febrero de 2011

La señora y su hijo


Salgo del francés. Son las nueve de la noche. Estoy cansado y no logro pensar en otra cosa que no sea la tarea aburrida que tengo por delante. De pronto alguien me llama:

-Carlitos, ¿cómo estás?

Es una mujer que conoce a mi tía. Nos presentaron hace dos semanas. Las escena es bochornosa, mis compañeritos de clase, ante los que he mostrado un semblante duro, están cerca. Ahora todo se viene abajo gracias a que una señora me llama con un diminutivo. Tengo 22 años, hay personas que me llaman "señor", mas ella decide llamarme "Carlitos". Ante la falta de espejos ignoro si me puse rojo o no. Ella está efusiva y empieza a hablar como si no hubiera mañana.

-Te conocí cuando eras un bebé. Ahora, mírate, estás igualito a tu papá.

Dejando de lado lo comprometedora de la escena, no me molesta. La señora me cae bien. Se nota que lo hace con buenas intenciones. No busca reducirme ante quienes escuchan, cerca de ahí, algunos datos ridículos de mi infancia. Incluso me cae bien, asiento de vez en cuando y sonrío. No soy una mala persona después de todo. La acompaña su hijo, un tipo de unos 25 años que también intenta estudiar francés. Tiene aspecto extraño. Parece medio tonto y va en un nivel más avanzado que yo. La vida: gente que consideras inferior te supera en muchos aspectos. El consuelo está en que nadie te gana en cuanto a masticar chicles se refiere. Desde hace dos semanas me había dicho su nombre. No me tomé la molestia en memorizarlo. Pueden repetirme algo miles de veces pero si estoy indispuesto no lo aprenderé. ¿Cómo se llamaba?, ¿Me interesaba de algo? No sé y no. El caso es que pensó que deberíamos ser amigos. Hay gente que necesita amigos y hace todo por conseguirlo. Están desesperados. Yo necesito amigos pero no hago nada por conseguirlos. Me da flojera la onda de recibir llamadas a las dos de la mañana de un chico que te pide auxilio porque se quedó sin gasolina en medio de una avenida. Es lo que hacen los amigos. Duermo tranquilo sabiendo que no hay nadie con quien tenga la confianza requerida para ese tipo de ayudas. Bueno, el chico del que no sé el nombre es raro. No del raro-cool, ni del raro-quizásnolosea. Es raro del tipo repelente. Las pocas veces que lo he visto lo encuentro oliéndose los dedos. Es asqueroso. Junta todos los dedos de la mano de derecha (menos el meñique) en forma de rombo. Lo siguiente que sabes es que los tiene debajo de la nariz y empieza a olerlos. Me repatea. Pienso en por qué lo hace y sólo encuentro explicaciones repugnantes. ¿En dónde estuvieron sus dedos?, ¿Tiene las uñas con residuos de algo?, ¿Te estuviste tocando, muchacho? La primera vez que me dio la mano noté que estaba pegajosa. No es gratuito que imagine cosas feas. Y entonces lo evito porque me intenta saludar. Y les decía que soy un buen tipo, pero también soy un tipo higiénico. Rehuyo a la suciedad. En la escuela están los que se bañan en la mañana y los que se bañan en la noche. Yo soy de los que se bañan en la mañana. No puedo estar a gusto si no me siento reluciente y fresco. A otros les importa un carajo. Hubo una chica que me dijo que se bañaba cada tres días. Me reí. Juro que pensé que bromeaba. No era así. -En serio -me dijo. Dejé de hablarle, no volví a acercarme por donde pasaba. Un razón más por la que estoy solo. La suciedad masculina me da más o menos lo mismo, de todas formas no me interesa tocarlos. En la mujer es diferente, ¿cómo platicar con alguien que no se ha bañado en tres días? Vale, hay que cuidar el agua y todo eso, sí, pero todavía queda bastante en el mundo. Suficiente para que reserves cinco minutos de tu tiempo cada día para utilizarla. Entonces sí, ve a protestar contra el cambio climático o alguna onda ecológica. Otros están ansiosos por saludar de beso a otras personas. A mí todo lo contrario. No tengo nada en contra de las mejillas. Me caen bien, pero sé que las que saludan de beso han saludado de beso a otros 30 imbéciles en lo que va del día. Posar los labios, aunque sea rápidamente y sin pasión, en un pedazo de carne, en el que se han quedado rastros de alguna clase, choca contra mis estándares. Conque me rindo y acabo en mi cuarto escribiendo esto para nadie.

viernes, 11 de febrero de 2011

No es nada

Si he dejado de actualizar los últimos días es porque ando demasiado alterado. Cuando estoy así me excedo y la tomo contra personas que quizás no lo ameritan. Hoy puedo decir que la cosa más mínima me molesta. El otro día en la clase de francés un tipo que se llama igual que yo mencionó que le gustaba el cine de arte. Estuve a punto de pararme y de irme. Me dolió el estómago. Lo que dijo me pareció insoportable. Dejé de disfrutar el resto de la clase. Unas cuantas palabras bastaron para que me pusiera mal. Desconfíen de quienes dicen "me gusta el cine de arte". La mayoría son seres pedantes que no tienen de idea de cine y quienes por haber visto La Naranja Mecánica y Pulp Fiction creen merecer algún tipo de monumento. Bastardos. No quiero ser malinterpretado. Me gusta ver películas, muchas de ellas parte de lo que es considerado "cine de arte", pero no ando por ahí diciendo que me gusta el cine de arte. No podría, si hay algo por lo que he luchado toda mi vida es por evitar ser pretencioso. Me encanta lo que sale de Hollywood, amo el cine americano casi tanto como el europeo. No por ello ando diciendo por ahí que me gusta "el cine comercial", comón. Me gustan las películas. Punto. O mejor digo qué directores me gustan. Al menos es algo exacto. ¿Te gusta todo el cine de "arte"? Estás frito. Incluso grandes directores tiene algún bodrio saltando por ahí. Más o menos así de irritable estoy. Otra cosa que me molesta es cuando la gente habla de sus gustos musicales. Lo odio. Está de moda decir "no puedo vivir sin la música" y venir con el menor pretexto a mencionar a alguna banda de mierda nomás para que los demás vean CUÁNTO te apasiona el tema. Aunque no sepas nada y aunque tu biblioteca musical esté repleta de canciones mal taggeadas bajadas de Limewire antes de que lo clausuraran. O que me recomienden algún grupo o canción de la nada, sin conocer mis gustos. Grupos famosísimos que obviamente ya escuché docenas de veces hasta darme cuenta de que no valían la pena. Casi no recomiendo cosas porque nada garantiza de que lo que a mí me gusta pueda gustarle a otro. Soy consciente de ello. No quiero amargarle la tarde a una persona haciéndola escuchar un disco o una película que al final puede que no le guste. Les haces perder el tiempo. Lo más preciado que hay después de las pizzas.

Así es como decidí dejar de escribir unos días porque no podía escribir nada medianamente positivo. Estoy pensando con las tripas. Está muy mal, evítenlo a toda costa. Las arcadas mentales te consumen.

domingo, 6 de febrero de 2011

Mal gesto

Sábado/Domingo por la noche. Me siento terrible. Los residuos de una gripa que llegaba a su final se mezclaron con una naciente infección estomacal. Sin otra pista queda la opción de que una palomitas con mantequilla echada a perder hayan sido las culpables. Maldito cine. Casi nunca voy. El año pasado rompí un registro personal: fui cinco veces. Ahora vi Nowhere Boy. No está mal, los primeros años de John Lennon deben ser revalorizados. Mucho más interesantes que su gastada época de activismo que tanto desprecio. Viva el John hedonista.


Las clases de francés iban bien. Luego de repente no. Después de nuevo sí y viceversa. En el salón las mesas forman una U. Tres mesas del lado izquierdo y tres del derecho. Luego dos cierran la parte trasera dejando el frente libre para que el maestro pueda caminar por en medio. Hay una chica linda. El otro día llegué al mismo tiempo que ella, fuimos los primeros en hacerlo. Pasamos al salón y me apresuro a sentarme antes que ella. Si ella decide sentarse cerca de mí tengo una buena señal. Eso no sucede, de hecho se sienta a dos sillas de distancia. Día antes habíamos platicado de música. Confiaba en que mis palabras sobre Gainsbourg (le dije que lo había traducido sin aún saber francés aunque no sabía si mi interpretación se aproximaba un 8% a la intención orginal) y un par de comentarios idiotas hubieran sido suficientes para que quisiera escucharme de nuevo. Me jodió mucho la actitud, que teniendo la posibilidad de sentarse en la silla que estaba mi lado, se haya alejado una más. Tengo un alma sensible que se viene abajo a la primera provocación. Luego me entero que le gusta Nightwish. Pienso que si le gustara otro grupo, uno no necesariamente esencial, digamos, The Strokes podría intentarlo de nuevo. Mas es Nightwish conque desisto. Está todo perdido. Al poco rato llega otro compañero. Un sujeto agradable con el que he intercambiado un par de opiniones. Dudo que haya alguien en el mundo al que le caiga mal. Se sienta a mi izquierda. O sea se interpone entre ella y yo. Platican a ratos durante la clase y noto que ella se ríe con frecuencia. El chico me tapa la visión: apenas y la alcanzo a ver. Un poco de su cabello, la nariz. La mejilla. El maestro da clases. Hay ocasiones en los que no entiendo una mierda. En la primera clase aprendí rápidamente a decir "Él nació..." (Il est né) porque la chica linda lo pronunció con un acento precioso que no pude olvidar. Somos nueve alumnos en total. No importa. Se sentó lejos. Y lo que es peor: le gusta Nightwish. He perdido la confianza de antaño. Joé.