viernes, 20 de julio de 2012

«Atlantic City»


Es de llamar la atención que un músico como Bruce Springsteen, tan asociado a los grandes estadios y a la maquinaria de la E Street Band, tomara la decisión de lanzar un álbum con las características de Nebraska (1982) en un punto determinante de su carrera. Su hambre de éxito no cedía, aun después de haber conseguido triunfos artísticos y comerciales con Born To Run (1975), Darkness on the Edge of Town (1978) y The River (1980), Bruce siguió componiendo sin tregua hasta que acumuló un puñado de canciones lo suficientemente convincentes como para aglutinarlas en nuevo álbum. La pretensión era ahondar en la desolación manifestada en sus dos álbumes previos, en esta ocasión con la consigna de no recubrirla con ritmos frenéticos que pudieran disimularla, y resistiendo la tentación de aligerar la carga con esas piezas pop de costumbre que podían aminorar el efecto. Bruce Springsteen sabía que el siguiente paso era crear un concentrado del agobio y el riesgo al que se dirigía su carrera conforme se hacía adulta. Era tiempo de tirar el resto antes de pasar a una nueva etapa. Sus posteriores lanzamientos seguirían hablando de manera intermitente del lado amargo de la vida norteamericana, pero jamás con la misma intensidad que muestra aquí a cada segundo. 

Lo primero fue grabar los demos. Para ello se encerró en su casa en Nueva Jersey con instrumentos y una grabadora de cuatro pistas como única compañía. Grabó la mayor parte en un día, a solas en su habitación. Casi todos los temas eran acústicos y su idea era que, cuando se los presentara al resto de la banda, éstos agregaran nuevos elementos dándoles un giro de estilo. Pero cuando las sesiones de grabación empezaron en forma, a Bruce Springsteen no le convencieron los resultados. Aunque siempre ha sido un hombre gregario, aquella vez supo que lo más conveniente para un trabajo de semejante naturaleza, era tirarse de lleno a los mínimos recursos: ahí donde la obscuridad y la desesperación resaltan con fuerza. Y no, en vez de regrabar los temas con una guitarra acústica en estudio, como la lógica indicaría, optó por una apuesta valiente para alguien de su popularidad: ordenó que los rudimentarios demos grabados en su casa conformaran el álbum que finalmente salió a la venta.

El resultado es una obra maestra que recuerda en ímpetu a Woody Guthrie y al Bob Dylan de los primeros años, así como a otros cantautores que parecían ya extintos para la década de los ochenta. Las limitaciones en la grabación no solo crean la atmósfera: también impulsan a una voz que es puro sentimiento, con todo y guitarra y armónica que le van cubriendo la espalda. 

"Atlantic City", quizás la mejor canción del disco y un highlight de toda su trayectoria. En ella toma la historia de una pareja presa de los límites las responsabilidades económicas y sociales. La escena es de un escape, pero ya no el lleno de emotividad e ilusión que hay "Thunder Road", sino el de la preocupación que viene al dejar un modo tradicional de vida: el joven tenía un trabajo, pero sabe que hay deudas que no se alcanzan a pagar con honestidad. La primera línea de la letra es una referencia directa a un acontecimiento real, el asesinato de un capo de la mafia siciliana a partir de la cual parte la reflexión: la doble apuesta que el hombre hace al echar sus esperanzas a los casinos de Atlantic City y el juego de muerte que supone unirse a la delincuencia en busca de una vida menos miserable. 

«Everything dies, baby, that's a fact, but maybe everything that dies someday comes back». El consuelo que resta, las palabras de aliento que el protagonista pronuncia aunque en el fondo no se pueda engañar.

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