martes, 14 de febrero de 2012

Las portadas están maltratadas


Intento decirlo sin sonar presuntuoso. Como es difícil y como la gente es altamente susceptible con cualquier tema, paso a decirlo pronto: gasto demasiado dinero en libros. Hace unos meses hice una cuenta aproximada de lo que he invertido en armar una pequeña colección y me di cuenta de que la mayor parte de mis ingresos se han ido a las manos de editoriales diversas. Gasto poco en otras cosas. Es difícil que compre ropa. Lo hago cada dos o tres meses cuando veo una prenda que en verdad me gusta o cuando una oferta traspasa los límites de lo resistible. Dejé los videojuegos hace años, así que ya no despilfarro ahí. Las películas y los discos los he dejado en el pasado, de modo que lo único que hago es comprar libros. Dejaría de hacerlo si me acostumbrara a la versiones digitales. Lástima que no puedo, necesito un formato físico al que pueda abrazar y que sirva para equilibrar una de las patas de la mesa con respecto a las demás. Me gusta el olor de los libros y cómo se ven. En otros aspectos quiero dármela de moderno, aquí no. Adoro cambiar de página. Tiene un poder simbólico. El delicado sonido de una página levantada no tiene paragón con la de ir deslizando el cursor hasta abajo o apretar un botón sin ápice de carisma. Me gusta subrayar con lápiz y doblar por la esquina para identificar mis capítulos favoritos. En resumidas cuentas, planeo continuar leyendo del mismo modo en que hacían mis antepasados. Con libritos comunes y corrientes en forma, y extraordinarios en contenido.

Lo que sí creo que debo cambiar es lo de los gastos. Quiero ahorrar para desarrollar algunos planes y estar gaste y gaste en lecturas deja a la cartera al borde del calambre. Me he resistido a las bibliotecas porque no me gusta tocar las cosas que antes han sido tocadas por otros (aplica a otros campos también), en especial si fueron personas que no son de mi agrado. Ver las páginas sucias quita la inspiración. Imagino a los muchachitos que estuvieron hojeando después de comer una bolsa de frituras o luego de haber acudido al retrete. Se me complica soportarlo. Los subrayados ajenos afectan el ritmo de lectura; se vuelven una amenaza al reojo: anticipan que viene algo "importante", impidiendo así valorar las líneas presentes que también merecen la atención de nuestra mirada.

He comprado decenas de títulos que podría encontrar gratis en la biblioteca de mi escuela. Si no lo hago es por formar mi propia historia. Si las portadas están maltratadas que sea por mi culpa. Que cada folio arrugado tenga una relación personal con un instante particular de lo que he atravesado y que no exista ningún sello ni al final ni al comienzo que recuerde que la relación que mantengo con el autor está mediada por una institución educativa. Valoro bastante la intimidad en la literatura, cuando llego a salir con un libro procuro ponerlo boca abajo para que nadie se entere qué es lo que estoy leyendo. Sentiría que soy un exhibicionista si lo hago de otro modo. Casi no hablo de novelas, poemas o cuentos con nadie porque termino por acabar fastidiado. Paso los días leyendo sin decirle a nadie el secreto que cargo.

Lástima, porque no debería seguir así, con la actitud de no querer entrarle a los libros colectivos y seguir prefiriendo los que rescato yo mismo de las librerías. Ayer por la noche lo medité y creo que debo cambiar; ceder por fin e ir por algunos clásicos literarios a los que tengo la posibilidad de acceder gracias a estudiar una carrera.

Todavía lo dudo. No me gusta lo manoseado. Amo la exclusividad.

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