martes, 5 de julio de 2011

Escuchar la charla entre dos mujeres

Van tres semanas en las que salgo a caminar diariamente. Lo hago por una hora para intentar acomodar las ideas. Los primeros días fue extraño, no pensé que fuera a gustarme como lo hizo. Me encanta. Se trata de mi parte favorita del día y si no camino por dos, tres u ocho horas, es porque quiero evitar perder el ansia que siento por las mañanas. Al despertar lo único que pienso es: ¡Que se vaya el sol! ¡Ya quiero que den las 8 para salir a caminar por ahí! ¡Te adoro, pavimento! Acto seguido desayuno o tomo una ducha. El resto del día se traduce en esperar. El momento complicado llega a eso de las 5 de la tarde. He sentido la tentación de salir a esa hora, ¡lo deseo tanto!, me resisto para no violar la promesa que me hice. Intento conseguir una rutina. Mi vida es tan desordenada que requiero que exista algo que no lo sea. Decidí que ese algo sería salir a caminar a las 8 de la noche, de lunes a domingo.

Dejo las rutas planeadas para los que se preparan por maratón, yo, como mido en tiempo, prefiero no someterme a una ruta en particular que eventualmente terminaría por aburrirme. Simplemente salgo y camino hacia ningún lugar en especial. En estas semanas he descubierto casas hermosas que nunca había visto, tengo unas ganas inmensas de meterme a ellas. No para robar, para conocerlas por dentro, son preciosas, a veces fantaseo con los muebles que podrían tener en su inetrior. Tal vez me anime alguna vez: a meterme en esas casas. Aprovechar un descuido y entrar de incógnito. Quiero vivir una aventura de película. Esconderme en una habitación, escuchar la charla entre dos mujeres que planean asesinar al abuelo para quedarse con su fortuna, y salvarlo. Después podría convertirme en su amigo. Jugaríamos billar juntos.

Los perros han dejado de ladrarme como al principio. Cuando pasaba enfrente de sus casas no había forma de callarlos. Hay calles en las que los vecinos tienen hasta una veintena de canes. Era espeluznante. Supongo que ahora se han habituado a mi esporádica presencia. Han desechado cualquier sospecha de que ande en búsqueda una cochera para acampar.

Antier cometí el error de sustituir la caminata de la colonia por ir a un parque. No lo vuelvo a hacer. Era uno pequeño, de modo que lo único que hice fue darle la vuelta en aproximadamente 48 ocasiones. Súbitamente me remetí a los tiempos en los que abordada carruseles de feria, donde me veía obligado a saludar a mi madre con la mano para que creyera que me estaba divirtiendo. Era lo menos que podía que hacer tomando en cuenta las monedas que ella había desembolsado.

Resignado ante la idea de recorrería el mismo cuadro por espacio de 60 minutos, volqué mi amargura en algo mucho peor: los muchachos que andan en patineta. No conformes con utilizar el medio de transporte menos práctico de la historia (¿por qué los ven como si fueran cool? ¿acaso no se dan cuenta de lo ridículo de tener que levantar la patita e impulsarse con el piso cada vez que deseas avanzas 30 centímetros?), los inconscientes estos se apropian de espacios estratégicos del parque impidiendo la libre circulación del resto de los presentes. Ahí estaban, en el centro del lugar haciendo acrobacias con el mismo virtuosismo con el oprimo un botón del microondas. Si al menos pudieran dar giros de 190 grados sobre los cielos como en las películas norteamericanas, podría, del algún modo, justificarse el comportamiento que llevan, pero no, hasta ahora no he visto un solo parque o calle mexicana donde puedan hallarse patinetos capaces de replicar algo con la belleza lago de los cisnes o algún ballet que requiera un mínimo de habilidad en el interior. La triste realidad es que la mayoría de estos muchachos apenas y pueden saltar para luego ver cómo su patineta sale disparada sin que hayan podido lograr posarse de nuevo sobre ella. En el tiempo que estuve ahí, no vi un solo intento exitoso, de hecho me animo a decir que el único truco que tenían afinado era del de caída libre con levantamiento inmediato. Por si fuera poco, visten fatal, con ropa de colores chillantes, pantalones que corresponden a personas que los superan en dieciocho tallas y objetos en la cabeza que van de mantas con forma de gorra, a peinados con ornamentaciones de plástico fosforescente.

El colmo llegó con algo igual de molesto: individuos en patines. Reconozco que llevar calzado con rueditas resulta atractivo y seductor. Especialmente cuando tienes once años y aún puedes hacer ejercicio sin necesidad de utilizar desodorante. Luego creces. Caes en cuenta de que en esta vida hay que tomar partido: o los zapatos o las rueditas. Ignoro si traen algún beneficio, pero así, a simple vista, no veo que deslizarse por el suelo represente un esfuerzo digno de algo saludable.

Los que andan en patines suelen ser más refinados que los que andan en patineta. Visten mejor y son más guapos. El problema es que, si los skatos agarran una zona para hacer de las suyas, los que andan en patines no se limitan y se apropian del parque por completo. Sí, todos tenemos derecho de utilizar este tipo de zonas comunes, pero aconsejo a quienes acudan, que antes de hacerlo busquen entre sus cajones algo llamado sentido común. Andar sobre ruedas en espacios tan reducidos es peligroso para los demás. Hay niños de 3 años por ahí. No se puede caminar a gusto a sabiendas de que si te mueves un centímetro a la izquierda puedes ser arrollado por alguien que va a 25 km/h que, eso sí, está protegido con casco, rodilleras y hasta cubiertas sobre los codos.

Se sienten los dueños del lugar, e inclusive sueltan miraditas prepotentes que pretenden hacerte sentir como visitante de segunda categoría. A un lado, jovencito, ¿no ves que llevo unos patines de Barbie?

Hoy que caminé por calles solitarias de nuevo. Recuperé la fe. Con música aleatoria en el iPod, mansiones que te motivan a volverte millonario y aspersores que realzan el olor de la tierra, pude relajarme y ser feliz.

4 comentarios:

Miucha Malicieux dijo...

A mi me gusta ver cómo se caen los que andan en patineta. Una vez me tocó ver cómo se caía uno encima del otro y, por el peso, uno de ellos acabó con un segundo codo.

Lo único que rompió con la gravedad de la escena fue mi risa... Creo que por eso por mi calle no me quieren, bleh.

Bigmaud dijo...

Debiste tomar fotos.

Kareve dijo...

Me recordaste a la película de following de christopher nolan por la parte en donde se meten a las casas ajenas. Hay una casa en la zona centro de acá en León que es particularmente hermosa. Una vez unas amigas pararon y tocaron a la puerta para ver si las dejaban entrar a ver la casa. Un señor (probablemente el jardinero) les dijo que el dueño no estaba, obviamente no las iban a dejar pasar. Justo hoy decidí ir a pasear a un parque relativamente grande en bicicleta,espero que no te moleste la gente que pasea en bicicleta.

Bigmaud dijo...

Las que van en bicicleta son, desde luego, peligrosas, pero generalmente son personas más centradas que únicamente buscan ejercitarse tomando los caminos prudentes donde no puedan lastimar a nadie. Saludos.