miércoles, 16 de noviembre de 2011

El conflicto de las rosquillas

Ayer fui a comprar pan. Tomé la charola y con la ayuda de las pinzas fui agarrando lo que me iba apareciendo digno de llevar a casa. Después de hacerlo, fui con la señora de la caja para que me hiciera la cuenta. El total fue de $74.80. No lo pude creer. Bajo ningún concepto, la compra del pan debe exceder los cuarenta pesos . Revisé el ticket. La cuenta era correcta. Qué le iba a hacer, la falta de práctica hizo que perdiera la noción de cantidades y precios. De cualquier forma, creo que la culpa la tuvieron unos muffins de 12 pesos que traían trozos de chocolate encima. Agarré dos que representaron un porcentaje importante de la cuenta. Ignoro cuál, las matemáticas me fallan y estoy tan indispuesto ahora mismo que hasta usar una calculadora me levanta la bostezos.

El contenido la bolsa la completaban un par de churros, una oreja, tres bizcochos de chocolate, un cuernito, dos conchas (nota aclaratoria para los argentinos y/o biólogos marinos: así le decimos nosotros a esto, se trata del pan favorito de las amas de casa y las tías, el público joven prefiere otras opciones), tres campechanas y dos mantecadas clásicas. El no haber ido a la panadería por un periodo prolongado de tiempo hizo que me excediera en la cantidad, y aún así, por si alguien se le preguntaba, no incluí a ninguna dona dentro del paquete.

Primero decir que prefiero utilizar la palabra rosquilla. La influencia de Homero Simpson fue enorme en una generación como la mía, y él jamás utilizó el término "dona" para referirse a uno de sus alimentos favoritos. Lo comprendo. Dona tiene connotaciones filantrópicas que le restan puntos al maravilloso sentido de gordura que debe tener. Rosquilla por su parte utiliza la "q" y la doble l, en una combinación estupenda para pronunciar, tal como pasa con su palabra hermana "cosquillas".

Y no llevé rosquillas no por que no me gustaran. Por el contrario, es uno de mis panes favoritos desde pequeño. Llegué a pelearme con mis primitos por la disputas que implicaba ver quién se quedaba con la rosquilla de chocolate. Nadie quería conformarse con las aburridas conchas y mantecadas que no tenían un agujero en el centro que permitiera asirlas con propiedad.

Si no las compré es porque desde hace tiempo me di cuenta de lo decepcionante que puede ser tenerlas guardadas. En las vitrinas se ven perfectas. Redondas, suaves y esponjosas. Parecen el punto culminante de la sociedad occidental en materia de repostería, porque además son baratas y fáciles de transportar. Lo terrible es que todo aquello es un espejismo. En las panaderías nadie te advierte que con el paso de las horas irán perdiendo consistencia en la cubierta. La culpa la tiene el plástico con la que las envuelven antes de meterlas a la bolsa de papel. En teoría lo hacen para que el chocolate no manche los otros panes que acaso tengan otros propósitos diferentes al de empalagar. Lo que no contemplan es que esta técnica arruina a la propia rosquilla que en menos de un día ve disminuida a su cubierta que acaba derretida para ya no volver jamás.

La única alternativa para disfrutarlas al 100% es consumirlas ahí mismo dentro del supermercado. Hacerlo lo más pronto posible, ya sea en el estacionamiento o mientras esperas que el cerillo acomode el veneno para ratas junto a tu queso panela. Si estás ilusionado con la idea de guardarlas para el otro día, temo decir que no hallarás otra cosa que una decepción, al abrir la bolsa verás cómo tu desayuno está aguado y con el chocolate pegado al pedazo de plástico que la recubre.

En algunos lugares lo saben, y han tomado la decisión de empacarlas en pequeñas cajas de plástico para beneficio de los clientes. Lo malo es que tienes que comprar seis para ser acreedor a ese derecho, algo no muy recomendable si lo que buscas es conservar la línea. De modo que si solo compras dos o tres, estás perdido.

Una alternativa que sugiero es la de implementar un sistema de bolsitas exclusivas para rosquillas. Cada que alguien compre una, las tiendas las meterán ahí, sin ningún papel, tela o plástico que pudiera poner en riesgo la capa superior que le da el toque maestro. A fin de cuentas es lo que merecen. Son de otra clase, son especiales. No da eso de mezclarlas con las vulgares chilindrinas o con los tristes bolillos.

4 comentarios:

Sheliwirini dijo...

Amo pasar por esa sección de los supermercados, pocas veces me limito a comer con la vista, debo salir con algo en mis manos.

Yo si les digo "donas", jaja, suena gracioso, pero si es terrible eso de la envoltura plástica, le quitan todo lo rico a la dona. Los que también amo son los panquesitos con betún de colores, desafortunadamente dejaron de hacerlos en Soriana :( y las donas de ahi no son muy buenas. Tengo tiempo sin comer una..

Saludos.

A.U dijo...

Yo no sé de pan, sólo me baso en lo rico y delicioso de su imagen

Me he dado cuenta que las donas/rosquillas de unos años para acá es más masa que chocolate (o lo que decidan ponerle) y eso ya no me gusta, hay masas que parecen chicle

Salva M. dijo...

"un par de churros, una oreja, tres bizcochos de chocolate, un cuernito, dos conchas, tres campechanas y dos mantecadas clásicas"

Me encanta descubrir la cultura de otros países (y más si están en otro continente), y la "cultura culinaria" no es una excepción. Por nombre sólo conozco churros y bizcochos (que supongo que serán lo mismo), del resto ni idea pero excepto "orejas" el resto suena delicioso.

Bigmaud dijo...

Sheli: Encontrar una panadería decente es importante, no en todos los lugares se halla una, así que hay que ir probando opciones y engordando.

A.U: Lo comprendo, lo de la masa es un arte y la clave es que no sepan ni parezcan pasa sino algo diferente, algo ligeramente tostado. Pocos lo consiguen.

Salva: Las orejas son buenas, creo que le ganan a los cuernitos y a las mantecadas. Se hacen con hojaldre, son tostadas y crujientes. Hay otro pan con nombre de parte del cuerpo: las lenguas. Estas últimas no son de mis predilectas.

Saludos.