lunes, 14 de junio de 2010

La de los champús


Es muy desagradable ir en un autobús y que el tipo que está enfrente de ti, recline su asiento. Que esté socialmente permitido no quita que sea una verdadera calamidad. Cuando he viajado entre estados jamás lo he hecho. Es por respeto a los demás, sé lo que se siente tener un vecino que quiera convertir de su sillón en una cama sin importarle que tú vayas prensado en la parte de atrás. Evítenlo, los asientos son lo suficientemente cómodos y pachoncitos para que el trayecto sea placentero aunque estén en su posición original.

La última vez que abordé un camión de estos acabé arrepentido como siempre. Antes odiaba subirme a uno. El olor de central camionera me revuelve el estómago, tengo que ir masticando dos chicles de menta y uno de hierbabuena simultáneamente para sobrellevarlo. Eso pasaba cuando me negaba a dormir dentro de ellos. Últimamente me he dado cuenta de que no es tan malo ni peligroso como parece. Es bastante práctico, encima. El tiempo pasa tan rápido que cuando despiertas ya llegaste a tu destino, y bueno, eso te sirve para que en la noche te puedas desvelar haciendo algo productivo.

Les decía del arrepentimiento más reciente en un camión. El último arrepentimiento en general pasó hace veinte minutos. Todo el tiempo estoy pensando en alternativas superiores a las que he tomado. No puedo dejar las cosas en paz. Las analizo una y otra vez; ¿realmente fue tan bueno?, ¿verdad que no fue perfecto? Todo es mejorable, hasta las decisiones que no se toman son reprochables. Vivir es terrorífico. A veces también agradable pero es más sencillo estar muerto, los gusanos toman las decisiones por ti.

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A las afueras de la ciudad se sube una chica de aspecto campirano. Trae unas bolsa de supermercado. Me extraña que de todos los asientos vacíos haya elegido el que estaba junto a mí para sentarse. Debo admitir que me senté apropiadamente con tal de que ella viera que había espacio suficiente para que se sentara alguien más. Cualquier otra persona pondría mis sentidos en tono de repulsión, pero ella no. Lucía agradable y simpática.

Cuando estaba a lado mío pude ver que las bolsas traían dos botes de shampoo. Eso, sumado la ausencia de equipaje, hacían evidente que ella vivía un pueblo cercano y que había ido hasta ahí de compras. Sentí compasión, qué ternura, todo ese camino para comprar algo que a muchos de nosotros nos queda a la vuelta de la esquina. El interés por ella creció. Debo aclarar algo, cuando dije que lucía agradable quería decir que era bonita. Dos o tres años más joven que yo. Dos o tres años menos amargos. Procuré no mirarla directamente, temía asustarla o algo. Llevaba un libro así que fingí leerlo cuando sólo pensaba en ella. Cambié de página una vez, accidentalmente rocé su brazo. Suave como el de la mayoría de las mujeres. No importa cuán fea o gorda sea una chica, siempre tendrá en la piel un recurso de seducción. Fingí leer otra vez, ahora con mayor rapidez para cambiar de nuevo de página. Lástima que ya no alcancé a tocar su brazo. Ella había echado su asiento para atrás.

Unos quince minutos después se bajó del camión. Varias veces pensé en decirle "hola", pero nunca me animé. Culpemos al conductor de ello.

6 comentarios:

AcidCharlie dijo...

Naaaah, que culpas al conductor, te dio miedo la respuesta que pudiste haber obtenido, aun asi hmm acuerdate que el que no arriesga no gana.

KrizalidX1 dijo...

pinche conductor bastardo!

A.U dijo...

awwww

Bigmaud dijo...

AcidCharlie: La culpa es del conductor y decorado de los autobuses. No hay vuelta de hoja.

KrizalidX1: Debería ser trajinero.

E.S.E: Comprendo tu reacción.

Saludos.

Louceinthesky dijo...

Yo tampoco le hablaría a una chica que reclina su asiento.

Bigmaud dijo...

Pueden ser peligrosas, no?