viernes, 12 de marzo de 2010

Reflexión sobre el iPod

Llevo casi cinco años con un ipod que alguna vez fue novedad. Ahora es un fósil tecnológico equiparable a un starTAC o a un biper que sólo aferrados como yo conservan. En términos generales lo mantengo en buen estado; soy muy cuidadoso así que desde que lo tengo se me habrá caído apenas tres o cuatro veces, menos de una caída por año.

La mayor limitante radica en su capacidad. Desde hace mucho, sus treinta gigas me quedan cortos. Ya ni recuerdo cuándo le agregué música nueva por última vez. Le quedan como veinte megas libres que dejaré intactos; me niego rotundamente a borrar lo que tiene sólo para ganar espacio. Que se quede como está hasta que se descomponga (lo cual ocurrirá en el 2012 según las profecías mayas). Hay cientos de canciones ahí que no sabría cómo volver a encontrar; son exclusivas en mp3 a las que sólo tengo acceso cuando conecto el aparatito este a la computadora.

Todo esto es para celebrar que hace rato compré unos nuevos audífonos. Los anteriores habían muerto hace unos meses, luego de cumplir su objetivo de deformar mi bello pabellón auditivo.

Tardé tanto en comprar unos nuevos porque honestamente me había hartado de escuchar música en la calle. Suena raro, pero llega un momento en el que el transporte de música es tan sencillo que pierde su carácter especial. Llevar contigo una biblioteca de cinco mil canciones hace que el factor sorpresa desaparezca. Moviendo el pulgar puedes poner aquel disco que tanto te gusta las veces que quieras; siempre está ahí. Es tan accesible que se vuelve aburrido. Te pierdes de experiencias asombrosas como ir caminando por la calle y escuchar que, a lo lejos, en algún lugar que no puedes identificar, está sonando un tema de The Beatles. Momentos como ese amplifican el placer del oído. Es como cuando en la radio pasan algo que te gusta cuando menos te lo esperas: se disfruta más que cuando deliberadamente pones el disco en tu estéreo. Por extraño que parezca así es. El iPod rompe de un modo con esa magia, provoca que sólo dependas de ti mismo y de tus elecciones lo cual lleva al tedio. Se borran las circunstancias, las casualidades. Queda lo predecible.

El caso es que en estos días, luego de meses de rehabilitación, recuperé las ganas de darle una oportunidad a la música andante. También tiene su encanto: los audífonos ahuyentan a algunos indeseables.

3 comentarios:

Pixie dijo...

oh si, tienes mucha razón!!

empecé a amar a mi reproductor cuando en cada transporte escuchaba las cumbias guapachosas de los choferes y zumbidos de los demás traseuntes oyendo música en sus celulares, pero la verdad, aunque mi reproductor está lleno, me es imposible escuchar canciones sin repetir, depende de mi humor supongo...


saluditos!!

Mr. Zeus dijo...

Tienes mucha razón, sobre que uno no aprecia lo importante de contar con tu album predilecto en el momento que quieras. Recuerdo cuando la onda era traer CD y pues era hasta cierto punto especial el poner el disco.
También comparto eso de los audífonos, pues me senté en los mios por error jajaja y tuveque adquirir otros que aunque no son tan cucos como los del ipod, suenan bien.

Bigmaud dijo...

Picsi: A veces el ruido externo es tan fuerte, que, si los audífonos no son buenos, nada te libra del sufrimiento.

Mr. Zeus: Los discman eran incomodísimos. Yo tenía unos pero sólo los usaba para escuchar música antes de dormir. Nunca los sacaba.

Buen avatar.

Saludos!