jueves, 22 de marzo de 2012

Los audífonos aumentan mi amabilidad

Hoy me sucedió una cosa terrible. De hecho, puede que haya sido ayer, o antier. Ya no recuerdo. Todos los días son iguales, con mañanas y noches que terminan confundiéndolo a uno.

Supe que un maestro no daría su clase por algún compromiso (las clases no lo son: es lo que lo profesores hacen en sus tiempos libres) por lo que decidí regresar a casa. Traía mi iPod en el bolsillo derecho del pantalón, el mejor lugar que podía darle cuando mis manos estaban ocupadas.

Intenté salir del edificio y me desesperé al ver que la puerta de entrada (que es la misma que de salida) estaba infestada de personas. Platicaban al parecer, eligiendo el peor lugar posible para hacerlo. Estorbaban de fea forma. Repentinamente desee que hubiera un incendio y que una estampida de alumnos los arrollara en busca de sobrevivir.

Regresé de la fantasía. Perder tiempo es malísimo para los nervios. Más cuando eres de los que, como yo, no quieren pasar un segundo más allá del estrictamente necesario dentro de un centro de estudios. No tuve otra alternativa que avanzar y exponerme a un posible roce de piel con alguno de los personajes que mantenían una tertulia improvisada al frente mío.

El principio fue complicado, no quise que alguno de ellos me ensuciara con sus manos o, peor, que me hicieran partícipe de dicho encuentro. Seguí adelante sin pensar mucho hasta que, en la puerta de salida (que es la misma que de entrada), llegó la prueba máxima: un muchacho que posaba a sus anchas con los brazos apoyados en la cintura.

Aquí alguno podrá pensar: "debiste decirle algo"; en efecto, era una opción. Pasa que evito al máximo usar mi voz con desconocidos. Decirle a alguien "con permiso, por favor" me parece humillante cuando la culpa es suya por andar tomando el fresco en zonas geográficas inapropiadas. La otra alternativa, la del "quítate", es demasiado agresiva para alguien de mi dulzura. Lo único que me quedaba era avanzar y avanzar cual cabra desorientada, lo mismo que cualquiera con los sentidos bien ajustados hubiera hecho.

Lo único no contemplé eran los riesgos a los que me sometía. De pronto sentí un ligero jalón cercano a las piernas. No era otra cosa que mis audífonos quedándose atorados en una parte de la puerta. Mi huida fue tan rápida que al reaccionar ya habían quedado tirados en el suelo. Estuve al borde del llanto al notar que el audífono dedicado al oído derecho se había desprendido del cuerpo quedando así inservible para siempre.

En pocos segundos recordé el tiempo por el que me acompañaron. Las caminatas que hicieron menos aburridas, los días de ejercicio, las grandes melodías que interpretaron, el engorro que provocaba desenredarlos e incluso el dolor naciente por su uso prolongado.

Levanté a mi viejo compañero y lo saqué de ahí. El asunto era de una importancia mayor a la que podía percibirse a simple vista. Pocos saben que, por ejemplo, los audífonos me hacen más amable.

Ustedes pensarán, ¿eso qué tiene que ver? Hacen lo correcto, los especialistas aconsejan cuestionar cualquier cosa que se lea, sin importar que sea un triste blog.

La explicación es sencilla: la paranoia de los audífonos.

Sí. Cuando los traigo puestos a un alto volumen temo no escuchar a alguien que me esté hablando. Puede que lo hagan varios o ninguno. Aun así sospecho de todos. Soy educado, así que me partiría el corazón saber que un chico o una chica me han saludado sin que les pueda dar respuesta. Y como no estoy dispuesto a bajarle a la música, opto por empezar a darle los buenos días a todo el mundo.

Apenas alguien pasa a lado mío, le digo:

—¡Buenos días!

En otras ocasiones utilizo el:

—¡Que tenga un buen día!

Ya cuando ando atrevido, llego al extremo de decir:

—Hola, ¿qué tal?

Si llegan a darme una respuesta, no la escucho. Da lo mismo, porque para entonces he demostrado ya lo cortés y caballeroso que soy. Me adelanto a los imprevistos. Saludo antes de que ellos puedan hacerlo y así me libro de las dudas que la paranoia de los audífonos acarrea.

El sistema quedará atrás hasta que compre unos nuevos auriculares. Por ahora mi amabilidad se verá comprometida. Solo podré saludar a aquellos que me saluden antes o que hagan contacto visual conmigo. A los que sí de plano tendré que ignorar será a los que estorban en los pasillos...

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