lunes, 9 de abril de 2012

Jamás he pasado un mal rato a tu lado



El nuevo maestro es rarísimo. En serio, te lo juro. Ya sé que su clase te gusta, que incluso puede resultar simpático. He escuchado a varios de nuestros compañeros decir que le están aprendiendo bastante. No importa, yo extraño al señor González. Vale, que era un gruñón que con métodos de enseñanza cuestionables, pero yo lo quería. Al menos no me daba miedo. Podía entrar a su clase sin temor a que ocurriera algo que pudiera dejarme sin dormir. Ojalá no hubiera tenido que jubilarse. Te digo que no exagero. Desde que llegó el sustituto no puedo hacer tareas o asistir a clases sin sentir que un escalofrío recorre mi espalda. Lo hubieras visto el otro día. Se dio cuenta de que le miraba la cabeza. No pude resistirlo. El peinado que usa es... ridículo. Debería raparse, eso le sugeriría. Y me vió, y en vez de pedir que le pusiera atención, me dijo que me quedara después de clase. Lo hubieras visto, se puso rojo. Lamenté mucho que faltaras. Temí lo peor. De cualquier forma me quedé, no tenía de otra. Cuando el salón ya estaba casi vacío me dijo: le sugiero tener los ojos quietos, jovencita. Me reí. Estaba nerviosa. Terminé peor cuando me pidió que lo acompañara a su cubículo. En la preparatoria uno no se espera esas cosas, ya no somos niñas como para que llamen a nuestros padres o para que nos castiguen haciendo planas. El camino fue incómodo. Nadie dijo nada. Además la escuela estaba por cerrar así que solo vi al conserje y a un par de secretarias platicando en sus lugares. Llegamos y sacó una llave. Tardó en abrir la puerta. La chapa es antigua y aún no le agarraba el modo. El señor González podía a la primera. Recuerdo que era un señor muy amable, cuando lo llegué a acompañar siempre me dejaba pasar primero. El nuevo no, en cuanto se libró del problema entró directo a sentarse en la silla reclinable detrás de su escritorio.

—Tiene que aprender a poner atención, jovencita. Es importante. Lo que cuenta al final en esta vida. Cuántos disgustos pude haber evitado si hubiera puesto atención en su momento. Sabe, me doy cuenta cuando alguien no está siguiendo mi clase. Son ya 20 años enfrentando a estudiantes que, como usted, piensan que no vale la pena escuchar a un profesor. Se equivocan, déjeme decirle. Hay que ser un ignorante para no echar todo eñ esfuerzo en cada una de las lecciones que se ofrecen en la escuela. Mire a sus compañeros, le aseguro que la mayoría terminarán fracasando en la vida. No veo cómo alguno de ellos pueda convertirse en un hombre de éxito, a menos de que alguno de ellos provenga de una familia adinerada, caso en concreto en el que el asunto cambia. ¿Es usted adinerada?

Ay, lo hubieras escuchado, Claudia. Lo dijo en un tono sugerente que recorrió mi cuerpo hasta dejarme balbuceando. No supe qué decirle, así que articulé palabras con la esperanza de que en conjunto cobraran algún tipo de significado. Creo que para él no funcionó, se quedó callado mientras me seguía mirando. Fue horrible. En vez de detenerme hizo que siguiera haciendo el ridículo.

—No... no lo soy... no tengo dinero... tengo una familia —le dije—. Soy alguien decente. Lo menos que puede esperarse de mí es que sea como ellos. Usted perdone si lo molesté, no tengo nada contra su clase. Soy un poco distraída, es lo que puedo decirle. Le prometo que no volverá a pasar. De cualquier forma, usted lo sabe, no era la única. Yo ni siquiera estaba hablando. No debería ponerse así solo conmigo.
—Yo sé que usted no era la única. Varios de sus compañeros estaban en las mismas o peor. Uno de ellos lleva puestos los audífonos sin siquiera atendar a lo que acontecía alrededor. Pero, como he dicho antes, el castigo de ellos será un destino que los conduzca al fracaso. No veo cómo puedan llegar a sobresalir si ni siquiera son capaces de atender a una clase. Si le he llamado a usted en específico es porque creo que usted aún tiene salvación. Usted me recuerda a una vieja amiga que tuve...

Empezó a reír. Ya sabes que en clase es serio y formal, no lo había visto nunca así. Fue una carcajada importante, su respiración era agitada. Se quitó el saco y vi cómo traía las axilas sudadas. Se levantó de su asiento y empezó a peinar el poco cabello que le queda con el peine que traía en el bolsillo.

—Usted debe poner atención a lo que le digo, jovencita. ¿Comprende? Tengo ya 58 años, soy lo suficientemente viejo como para extrañar lo que alguna vez tuve. Salir a dar clases con un público tan desconsiderado no deja de representar una cuesta abajo para alguien que merece recibir la mayor consideración posible. Escúcheme, por favor: honre a su figura. Es usted atractiva, lo sabe. Deje de pensar que por ello tiene su futuro resuelto. En cualquier instante usted podría tener un accidente que le desfigure el rostro o ser víctima de algún loco que la corte en pedazos. Debería conseguirse un novio, alguien que la proteja. Le aconsejo rodearse de hombres mayores, suelen ser menos imbéciles que los chicos de su edad.  Y más fuertes. Mire, toque mis brazos. Son años de ejercicio. Pude dejarlo de tiempo atrás, pero el músculo se mantiene. Le aseguro que ninguno  de sus compañeritos puede presumir lo mismo.

Le dije que tenía que irme. No es que tuviera una ocupación, solo quería salir de ahí. Tú hubieras hecho lo mismo. El tipo está horrible. Uno nunca sabe. Para mí que es un degenerado. Lo peor eran los movimientos que hacía con la boca. Casi pude verlo sacar la lengua. Ojalá pronto venga un nuevo maestro. Mientras tanto pondré atención a las clases. No quiero darle ningún pretexto. Lo que no haré es volver a entrar al salón si tú no estás. Ni a su cubículo. Promete que no volverás a faltar. Eres mi mejor amiga. Jamás he pasado un mal rato a tu lado.

Nos vemos mañana, tengo que colgar.