lunes, 22 de agosto de 2011

"No hice la tarea"


Iba en la preprimaria cuando, por alguna razón, olvidé hacer la tarea. Esta historia tan habitual sería indigna de cualquier mención si no fuera por el castigo que Miss Yola decidió aplicarme. Antes unos antecedentes; la mujer de la que hablo tenía una fama, ganada a pulso, de ser una maldita. Sus alumnos éramos niños pequeños, así que en nuestra inocencia no la considerábamos como tal, sin embargo sí le teníamos un respeto excesivo que se aproximaba a lo que la mayoría de las personas conocen como miedo. Conmigo no era tan puntillosa, tal vez le agradaba. Tal vez. Se ponía estricta en especial con las niñas. Creo firmemente que entre mujeres hay profundas envidias que hacen en ocasiones difícil su convivencia. Los hombres somos más simplones. Si alguien nos es desagradable, evitamos permanecer a su lado (por no hablar de otros comportamientos del tipo violento que atacan directo al conflicto). Las féminas en cambio pueden sonreírse, incluso volverse amigas guardando un resentimiento interno que sacan a relucir de vez en cuando. Como sea, Miss Yola tenía víctimas preferidas a las que hacía trabajar el doble. Hablo de encargar repetir una plana porque la letra le parecía "fea" o el de emitir juicios negativos respecto a los paisajes dibujados con crayolas. Detalles así. La escuela —y esto ya lo he contado—, era en realidad una casa. Uno de los salones estaba en la cocina, lo cual daba lugar a situaciones graciosas, como el de saber que los libros y el material didáctico se guardaban en los gabinetes de la alacena y en el horno de una estufa inservible. Visto a distancia, claro, en su tiempo nos parecía ordinario. Para muchos de nosotros esa era nuestra primera escuela, así que pensábamos que las demás era igual.

Fin de los antecedentes.

No hice la tarea y me dio miedo. Ya para entonces había sido testigo de la rigurosidad que tenía la maestra, una tan fuerte que hacía llorar a algunos de mis compañeros. Otro asunto: no dejaba a nadie ir al baño. Hubo varios casos de niños que tuvieron que hacerse en los pantalones por no poder aguantar más. Ahora que lo pienso puede decirse que estuve en una versión infantil y laica de The Magdalene Sisters. Sí, porque también había golpes para quienes se portaban mal. No a un nivel merecedor de salir ahora a la calle a presentar una denuncia (a mí me da risa al recordarlo), mas sí llegué a ver reprimendas en las que —y aquí lo gracioso— algunos desafortunados recibían algunos golpes en el trasero con... una cuchara de madera. Era lo que tenían a la mano, por lo de la cocina. A mí me dieron tres una vez. Tuve que hacer un esfuerzo para evitar la carcajada. Las razones eran de lo más variadas. Recuerdo en específico a una amiga que fue regañada por levantarse a tomar un pañuelo desechable en los minutos en los que se ausentó la profesora. En cuanto ésta regreso y la descubrió, inició una reprimenda que duró cerca de 14 minutos en la que se expuso la importancia de la obediencia, así como las consecuencias que podía tener esa gran indisciplina, pudiendo derivar un futuro lleno de fracasos y miseria.

Fin de los antecedentes. (Ahora sí)

Si eso hacía por conductas menores, no quería ni imaginar lo que me haría a mí, que había cometido el pecado capital de no realizar mis labores. Cuando me llamó para entregarle la tarea, me puse de pie y avancé lento con las manos apiladas por encima del vientre. Al llegar a ella exclamé: ¡No la hice, miss! Cerré los ojos esperando una bofetada o los efectos de una llamarada golpeando de lleno a mi cabellera. Sorprendido, tuve que abrir los ojos después de 5 segundos, no había percibido ningún tipo de tortura en acción. En cambio, vi a la maestra Yola escribiendo algo en una hoja de papel. Me la entregó. Esto era lo que decía, en letras rojas llenas de furia:

No hice la tarea

Me pidió que me la pegara con cinta adhesiva en el pecho para que todos supieran al verme que era un irresponsable. Yo era obediente, así que lo hice y no la despegué hasta llegar a casa. La gente se me quedaba viendo. Estaba feliz, era un castigo agradable, no me dolía. Era un ser libre, en aquel entonces no me importaba la opinión de los demás. Yo sabía que NO era un irresponsable. Y eso era suficiente. No tenía que rendir cuentas a nadie.

Ah, cómo me extraño.

Una vez en la primaria, empecé a ver lo inútil de la mayoría de las tareas. Eran un sacrilegio que arruinaba el tiempo sagrado destinado a descansar. Admitía que dentro de las aulas uno debe estudiar, escribir, poner atención. Mi negativa llegaba cuando profesores abusivos intentaban invadir tu comportamiento fuera de clases. ¿Por qué debo realizar trabajos en mis horas libres? ¿Acaso me van a pagar? Eso pensaba. De modo que no las hacía. Mis calificaciones finales estaban llenas de números que parecidos al 6 y al 7. Algunos 5. No fui un estudiante ejemplar, sobre todo en secundaria y preparatoria donde, de plano, me negaba a realizar la mayoría de las actividades no relacionadas con el horario escolar. No repetí ningún año porque de cierto modo lo compensaba con exámenes y participación. Mi promedio final en la prepa fue de 6.7.

En la Universidad cambié. Sin importar cuánto me queje en esta bitácora, deben saber que entrego religiosamente cualquier trabajo que me dejen. En dos años no falté a una sola tarea y rara vez me abstuve de ir, teniendo una asistencia por encima del 90%. Lo hice a mi pesar, con un esfuerzo grande. No era difícil, en la práctica quiero decir, pero sí algo que no me gustaba. Nada de lo que me encargaron era para apasionarse. Era una lucha contra mí mismo. Hubo noches en las que terminé disgustado, ¿era una traición a mis principios realizar algo que no me era interesante? Quizás. Al final de cada ciclo noté que mi promedio alcanzó máximos históricos. Pasé de un 6.7 a un 9.2 en el primer semestre, cifra que pasó a 9.5 en el segundo, 9.4 en el tercero y 9.8 en el cuarto. Descubrí la clave del "éxito" (las comillas son imprescindibles); haciendo las tareas te garantizas pasar. A los profesores les ha gustado lo que escribo o lo que sea que entregue. Puede que no aprendas nada útil, pero si te las ingenias para cumplir con lo que te piden, estás del otro lado. De eso se trata. Les da igual cuánto estés enriqueciendo tu psique. Resulta complicado de medir. Basta con que cumplas con lo mínimo. Las calificaciones dependerán de qué tan hábil seas para convencer o fingir que eres alguien valioso. Nada para alarmarse, por lo que he visto, entregar mediocridades es suficiente para obtener un 8 bastante aceptable.

Pero ayer, luego de una racha de no sé cuántas entregas, decidí no hacer una tarea. Encontré una vieja foto en la que mi padre me sale cargando. Al reverso traía algo escrito. Apenas y he hablado con él en dos años. Verme de pequeño hizo recordara a Miss Yola y al incidente con el que inicié este post. En la foto salgo sonriendo. Decidí no escribir el texto que me encargaron, aun cuando no hubiera necesitado invertir más de 20 minutos. No era lo que quería hacer en ese momento. Lo que quería era escribirle a una amiga y eso fue lo que hice. Cuestión de prioridades. Yo sé que no todo en la vida va a ser regocijo, pero, siempre y cuando no afectes a nadie, debes darte estas pequeñas satisfacciones de vez en cuando. Llenar los deseos. Asumir las consecuencias también. Ahora tengo un NP ("no presentó") en la lista. Da más o menos lo mismo. No habrá gran diferencia al final. Sé que pasaré la materia. En cambio puedo decir que hice algo más importante: ser por un rato el niño que fui. No hay que permitir que nada ni nadie te consuma.

7 comentarios:

Cocainelil dijo...

Me alegra que no hayas hecho la tarea, no es que haya salido beneficiada o algo.

Bueno, sí. Y qué, mundo.

A mí me pasó al revés, en la primaria era una alumna excelente. Estuve en la escolta, iba a concursos, me daban premios por ser ñoña. Salí con 9.9. En la secundaria igual, con 9.8. Cuando entré a la prepa, me fui al carajo, pero logré un 8.4, fue obligatorio para poder entrar a la Universidad que quería (justo me pedían 8.4, los meses de espera de los resultados (perdón por la mala redacción) fueron los peores de mi vida).

La Universidad, te envidio. Ya sé lo que hemos hablado, y por tanto esperaba que estuvieras reprobando todas (nocierto, lo siento, jijiji). Llegué media hora tarde a mi primera clase universitaria, era de economía. Desde ese día, mi promedio se fue al inframundo.

Ahora mantengo un 8.7 que me hace sentir y ver muy mal. Au revoir, mención honorífica.

Al fin que ni quería.

A.U dijo...

yo... yo hace mucho dejé de hacer tareas :'-(
extraño tener tareas penidentes para dejarlas de hacer

Sheliwirini dijo...

En la primaria no recuerdo muy bien como era, solo que siempre he batallado con las malditas matemáticas. Una vez estudiaba con mi madre, y como no entendía me mandó a dormir abajo. Yo, miedosa a más no poder, tuve que dormir por un rato en la obscura sala. Después subí despacio para que no me escuchara y llegué a mi cuarto.

Bueno igual tuve una maestra temible, Miss Carmen creo que se llamaba, me dejó sin recreo porque no podía acabar los ejercicios, creo que era clase de inglés. Todas se habían ido a comer. Desués en la siguiente clase la maestra me dio oportunidad de comer para después entrar a la clase.

En secundaria reprobé matemáticas y me fui a extraordinario. Siempre luchaba por conseguir al menos un 7. Después en preparatoria tenía problemas con física o mecánica, reprobé trigonometría y tuve que cursarla de nuevo.

Ahora en Universidad me ha ido bastante bien, admito que si hago las tareas, de repente me doy el lujo de no hacer una. Al menos no llevo matemáticas.

Danielita dijo...

Haber leído este post unos meses antes hubiera evitado mi problema de gastritis.

La verdad no, pero soy una ñoña y eso es malo porque además no he aprendido nada. Mal. Tienes toda la razón.

Juan Ramón V. Mora dijo...

Yo también fui al revés. Mi primer examen reprobado fue en la secundaria, uno de matemáticas. Lloré. En la prepa fueron mis primeros cursos reprobados y comencé a darme cuenta de que la escuela no es mucho más que una porquería chupa almas si sacamos de la ecuación a los pocos buenos amigos y a los (todavía menos) buenos maestros.

Muy buen post, saludos.

As: Shuckin' Sugar - Blind Lemon Jefferson.

Atte:

Ana Karenina dijo...

No hacer la tarea es lo de hoy.

Ps. Me entretuve un buen rato leyéndote. ¡Saludos!

Bigmaud dijo...

Cocainelil: Un 8.7 es admirable. Que no te apantallen mis números, no hay demasiada exigencia en donde estoy, así que tampoco es un logro digno de escolta escolar.

A.U.: Postergar las tareas es increíble, lo malo es el momento en el que YA las tienes que hacer. Maldita presión del tiempo.


Sheli: Yo igual, las matemáticas son una pesadilla. Una de las peores, por cierto. Para la mejora, creo influye la carrera que tomamos, ya sin ciencias exactas el panorama es liviano.

Danielita: No hay que tomarse los estudios tan en serio. yo he llegado al punto en el que voy por compromiso, creo que me he mentalizado para no aprender y limitarme a pasar. El esfuerzo lo reservo para lo que me apasiona.

Compañero: Concuerdo con lo de chupa almas. Para cierto tipo de personalidades, como las nuestras, ir a clases es desmoralizante y poco productivo. A otros les funciona y los envidio.


Kamila: Entré a tu blog. Me gustó. ¿Los dibujos son tuyos?


Saludos.