viernes, 19 de agosto de 2011

Así es como se amanece

Desperté a la mitad de la noche con una sensación extraña en la cara. La nariz y los ojos me ardían. Tuve que encender la lámpara del buró. Hace calor, pensé. Me quité la camiseta. Quedé con el pantalón de la pijama. Unas horas antes, por la tarde, estuve caminando durante horas. Encontré una ruta alterna a la calle de los perros. Sin ladridos a los costados te concentras mejor. Cuando llegué a casa, lo que deseaba era dormir. No tenía hambre. No cené. Olvidé por completo qué había comido. Entonce fui a la cama. Más temprano de lo normal. Ahora estaba con los ojos abiertos sin saber cuánto faltaba para el amanecer. Pensé en los días pasados. ¿Dónde estaba? ¿A dónde iba? Avanzas y no sabes si te acercas o te alejas. He empezado a creer que hago la segundo. Son meses ya sin ver un oasis. Sin divisar tierra firme. Debo adoptar un pez. Eso es. Tenerlo sobre el escritorio recordándome el sentido de la vida. Lo alimentaría a cada mañana. Tendría que cambiarle el agua de vez en cuando. Me aferraría a la vida. No podría marcharme con esta responsabilidad. Dejar a un pez morir solo es demasiado cruel para que se pudiera atravesar por mi cabeza. La razón para despertar a diario quedaría clara: para que el pez no muera. Soy incapaz de cargar un remordimiento más. Tengo veinte kilos de arrepentimientos pesando sobre mi espalda. Esto me motiva, sé que no hay margen de error, que he de conducirme con propiedad si es que no quiero amanecer aplastado sobre el asfalto. De repente me eché a llorar. Como un niño que ha acumulado lágrimas durante meses gracias a la soberbia. Ahora los ojos ardían más. La nariz también. Empezaron a escurrir. Tomé un pañuelo para secar. Pronto vi que no era suficiente. Subí la intensidad de la lámpara. Vi que mis manos estaban pintadas de azul. El pañuelo, antes blanco, ahora era celeste. Las sábanas estaban empapadas. Era el color del llanto. Tomé algo de papel para frenar el derrame que provenía de mi nariz. De poco sirvió. Era imposible detener chorros y chorros. Parecía una manguera. Lo que salía era de tonalidad amarilla. Los ojos, por su parte, seguían nutriendo la habitación de azul. Puse un pie en tierra. Estaba encharcado. Mientras, perdía litros sin saber qué hacer. No tenía sed. Tenía la boca húmeda. Después, mojada. Tuve que abrirla. Escupí, ya no podía aguantarlo. Ahora me reía. Carcajeaba. Así empecé a expulsar una acuosidad verdosa. Olía a flores. Se sumó al festín de los ojos y nariz. Por las tres partes soltaba colores. Y no podía evitar seguir llorando y riendo. Me dolió el estómago y me tiré al suelo. Recuerdo hasta ahí. Cuando volví a despertar estaba seco. Con dolor de cabeza. Miré por la ventana y vi algo parecido a la foto:


Sonreí. Supe dónde hallar el otro color.

3 comentarios:

Sheliwirini dijo...

He sufrido un trágico episodio, mi cuarto se mojó hoy, los señores que riegan el jardín decidieron que mi cuarto necesitaba un pequeño baño también. No entiendo cómo si estoy en el segundo piso pudieron haber hecho eso.

Ha de ser lindo despertar y lo primero que se vea sea un arcoiris.
Que tengas un buen día :)

Miucha Malicieux dijo...

No adoptes un pez, mejor adóptame a mi nyo ^w^

Bigmaud dijo...

Sheli: Vaya puntería la de esos jardineros, lo bueno es que se dedican a regar y no a cortar el cabello. Gracias.

Miucha: Lo pensaré. Tendré que hacer espacio.


Saludos.