miércoles, 23 de febrero de 2011

Descubrí el secreto del universo

Anoche ocurrió un hecho insólito.

Me dispuse a dormir como lo hago normalmente: o sea, dando vueltas por la cama durante horas hasta que pierdo el conocimiento. Por fin lo logré a eso de las tres de la mañana. El gran esfuerzo fue inútil ya que apenas dos horas después me desperté. Previamente había soñando con una muchacha que me ofrecía escuchar lo que había en sus audífonos. Cuando me los puse, vi imágenes por los oídos, en lugar de escuchar música. Desperté, les decía. A un lado de la cama, en el buró tenía una botella de agua. Ya que me encontraba sediento decidí darle un trago. Fue justo ahí cuando empezó el evento extraordinario.

La tapa metálica se cayó al abrir la botella. No se escuchó ruido alguno por lo que pensé había caído en la cama. En otras circunstancias no le hubiera dado importancia. Dejaría el asunto en paz dejando la botella en su lugar para luego intentar volver a dormir. En esta ocasión no lo hice. Poseído por una extraña angustia propiciada por lo que más bien me había parecido una pesadilla, continúe la búsqueda a sabiendas de que era poco probable conciliar el sueño en medio de la duda que me invadía. Tenía que tapar la maldita botella.

Tocaba mover las cobijas. Eran dos. Debía estar por ahí, pensé. Me encontraba cansado, así que desde la posición en la que me encontraba (acostado) hice la maniobra. Sacudí por aquí y por allá. Nada. Volví a intentarlo. Duré un largo rato así. Las moví de un lado a otro sin hallar recompensa. Ya con los brazos exhaustos empecé a caer en desesperación: la tapa no estaba.

Tuve que ponerme de pie, no tenía otra opción. Inspeccioné bajo una nueva óptica. La lámpara alumbraba. De nada sirvió. Simplemente no estaba en la cama. Todavía, por si las moscas, quité las sábanas. Las sacudí. Palpé. Nunca se debe descartar nada.

Tampoco.

Llegaba la hora de revisar la funda de la almohada. Lo único que encontré fueron algunas plumas que habían quedado sueltas. Para una exploración más eficiente de la zona, puse las cobijas; la colcha; las sábanas y la almohada en el suelo. Así quedaba el colchón desnudo y la obsesión. Se preguntarán por qué no había inspeccionado debajo de la cama. En efecto, yo también me lo pregunté y procedí a hacerlo. El paso era tan natural que tuve la certeza de que la encontraría ahí, a la espera de ser devuelta al lugar al que pertenecía. Fallé. ¡Tampoco estaba debajo de la cama!

Me dejé de pequeñeces. Prendí la luz de la habitación. Miré alrededor. Levanté el colchón. Revisé debajo del escritorio. En el pequeño espacio detrás del buró. En el cajón. En el librero. En el bote de basura. Entre los cuadernos. En la televisión. En el piso... Estaba agitado, me costaba respirar. Busqué en cada centímetro cuadrado del cuarto sin resultados. Era muy sencillo: la tapa había desaparecido. En la mesita seguía la botella. Incompleta sin su corona. Con agua todavía. Miré por la ventana. El sol ya salía. Entonces lo supe. El universo tiene errores y yo era víctima de uno.

Los errores del universo pasan cada determinado tiempo y la gente no se da cuenta de ellos.

Cuando crees ver en el horizonte a un caballo con alas y te atreves a contárselo a alguien, eres tachado de loco. Cuando el cielo se torna morado y lo anuncias recibes burlas e insultos. Cuando se te aparece un soldado del siglo pasado nadie te cree. Con el tiempo te amedrentan y prefieres callar. Piensas que las voces de tus mascotas son producto de tu imaginación. Te sientes culpable, abandonado y solo. Yo te digo que no: eso que viste fue un error del universo. No te preocupes. Es el mismo tipo de error que se llevó la tapa de mi agua y posiblemente encuentres, un día, en tu desayuno. Nos pasa a todos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ahhh pero qué buena entrada...
pero si el universo no tuviera errores no tendríamos forma de sacarnos de onda taan bonito !

y las personas cada vez pierden más la capacidad de asombrarse... qué chafa.
saludos

Yareli dijo...

Yo si te creo!