domingo, 5 de agosto de 2012

Mientras el café se enfría


El café está hirviendo. Sabes el peligro que conlleva ponerlo en tu boca. Podrá sonar cobarde, pero no quieres quemarte. Así que esperas un rato para que deje de estar tan caliente. Pasan unos segundos, todavía no es suficiente. Lo sabes, debe estar casi igual. Decides esperar unos minutos más. Sigues platicando con tu acompañante. Cuando te habla no le entiendes mucho, sigues pensando en el café, a saber si sigue con la misma temperatura. Te preocupa ver que el señor de la otra mesa ha dado ya ocho tragos mientras tú sigues a la espera. Es claro, el mesero lo nota, que tu estrategia es conservadora. Te da vergüenza. Empiezas a desear estar en algún otro lado, en un molino o en un balneario. Hay otro detalle que te preocupa. A cada segundo que pasa el café cambia. El sabor que tenía hace unos instantes es diferente al de ahora. Te aterra estar perdiendo tragos exquisitos por temor a quemarte la boca. Piensas en cuál será el punto exacto. Quieres dar un paso adelante. Quizás justo en ese momento debas tomar la taza y dejarte llevar. Luego, como siempre, te lo vuelves a pensar y adiós. Aguardas de nuevo. Lo siguiente que sabes es que el mesero ha llegado para preguntar si se ofrece algo más. Le pides una servilleta y te retiras.

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