miércoles, 6 de octubre de 2010

Trayectoria criminal




Hoy estaba tan dormido que estuve a punto de robar un libro. Cada que me aburro y tengo unos minutos de sobra entre clases voy a la biblioteca. Ya he hablado un poco de ese lugar acogedor el cual brilla por su poca ventilación. Tienen algunos buenos títulos, alguna vez pensé en sustraer uno, cambié de planes cuando lo pude conseguir por mi cuenta. Analicé la situación y llegué a la conclusión de que, como nadie lo leía, no afectaría mucho que lo "perdiera" y pagara la multa. No era una atrocidad. Poco después preguntando en Porrúa resultó que me lo podían conseguir; una edición ochentera ligeramente fea. Leíble, eso sí.

Desde entonces todo siguió normal. Hasta hoy, que el maldormir me tuvo sin concentración. Luego de leer más o menos tres páginas decidí irme del sitio. Al cruzar la puerta empezó a sonar una alarma escandalosa (como toda buena alarma). Genial, traía el libro junto con mi libreta y copias. No me había dado cuenta que lo llevaba conmigo. Tampoco creía haberlo dejado, nada, simplemente no pensaba. La dependienta del la biblioteca se acercó a mí, le entregué el mamotreto rápidamente. Ni siquiera me disculpé lo suficiente, en otras circunstancias hubiera iniciado un discurso para limpiar mi imagen, algunas palabras para que creyera que fue sin intención. Le habría contando sobre la pésima semana que he tenido, que tenía sueño. No lo hice, se lo dí y me fui rápidamente. Estaba muy cansado.

Lo malo de tener un blog añejo como este es que ya no te acuerdas bien si ya contaste algo. Recientemente sobrepasé los 300 posts ¿Ya escribí de la vez que robé unos carritos de un Aurrerá? No lo sé, de todas formas ya que estamos en esto vale la pena contarlo.

Tenía ocho años. Era todavía más inocente que ahora. Los surpermercados tenían menos ofertas y más ilusión. Había unos aviones y carritos de juguete encantadores. Traían un impulsor que al ser presionado los hacía salir disparados. Muy bonitos. Los tomé y le dije a mi papá:

-¿Cuál me quieres comprar, el avión o el carrito?

No entendí por qué se río. No sólo le estaba dando la oportunidad de comprar algo divertido (mucho más que los alimentos que llevaba), además le estaba dando opciones a elegir. Tenían tan buen corazón que, aunque me gustaba más el carrito, le daba la última palabra a él. No fuera que se sintiera triste por mi elección. Dijo pídeseloalosreyes o alguna palabra que no entendí. Yo no podía hacerlo. En México hay millones de niños y en la tienda sólo tenían veinte juguetes así. Si parpadeaba se acababan. No había otra opción. Me llevaría los carritos y para compensarlo no le pediría a los reyes eso, sino un juego de nintendo. Era lo más justo que podía hacer.

Estuve unos veinte minutos haciéndome tonto hasta que mis padres terminaron las compras. Cuando se se dirigieron a la caja los perseguí. Tenía la caja del juguete en mis manos. Las coloqué a mis espaldas para que no lo notaran. Imitaba el andar de Sherlock Holmes sin saberlo. Seguí en la mía hasta llegar al auto. Antes de salir un policía se me quedó viendo. Le sonreí, y me devolvió el gesto. No sonó ninguna alarma.

Debo decir que no me sentí mal. Hoy en día no lo haría, no por miedo, por cuestiones éticas. Pero en aquel tiempo no estaba tan consciente de lo que hacía. Y no es que fuera por la vida como un demonio, al contrario, era tranquilo y educado. Tenían miles de artículos en Aurrerá. Sólo pagaban los adultos. Ellos a quienes les daba pena caminar raro y sonreír a la autoridad.

Y ahora soy así.


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