Dentro de la enorme oferta de deportes existentes hay uno que llama especialmente mi atención, lo hace a pesar de que no soy aficionado y de que pocas veces me he sentado frente al televisor para ser su cómplice. Me refiero al box, deporte que despierta especial pasión entre los mexicanos, y distinguido por ser una de las pocas cosas en las que se es potencia mundial. Llama mi atención por lo que conlleva. Deporte individual (los mexicanos son, en su mayoría, malos para trabajar en equipo; sus máximas glorias deportivas las han visto en solitario) en el que los involucrados primarios ven imposible pasar un buen rato. El futbol, como referencia obvia dentro de la misma categoría, da espacio para la diversión, los niños lo juegan por mero entretenimiento, sin recibir nada a cambio, teniendo como único revés el cansancio. Con el Box es distinto, más allá de casos excepcionales de sadismo y masoquismo, quienes lo practican, lo hacen como un sacrificio, intermedio doloroso entre el bienestar y la recompensa. El pugilista, entonces, se entrena no sólo para obtener un triunfo. Al ser una competencia que implica daño (provocarlo y recibirlo), la preparación tiene como objetivo obtener la suficiente capacidad para que el encuentro estelar dure lo menos posible. Las batallas son espaciadas por largos meses de entrenamientos que culminan en breves rounds de tres minutos. El espectador lo siente como algo demasiado fugaz, el que está dentro lo veo como algo infinito, los segundos se vuelven eternos cuando se espera a la campana y apresurados cuando se está en el suelo y la cuenta va en seis.
Dentro de todo, se ofrecen leves alivios para humanizar el evento. La esquina se vuelve refugio en medio del combate. Ahí el entrenador y los ayudantes consuelan, apoyan, rodean y guían antes de que el boxeador regrese a la soledad vigilada por miles. La campanada es la paz y el llamado a la guerra. Los eufemismos también están: las cuerdas del ring son una jaula, limitan. Se disimula en dolor con guantes que convierten a los puños en armas funcionales con todo y funda.
El final puede llegar impredeciblemente con un knockout, contundencia que no deja espacio para una respuesta. Anotación que ya no permite reciprocidad. En otros casos el conflicto se extiende hasta el límite máximo en el que la entrega de la gloria depende de un grupo reducido de jueces anónimos quienes traducen en números la entrega apasionada de quienes luchan con una vestimenta tan primitiva como lo que practican.
Dentro de todo, se ofrecen leves alivios para humanizar el evento. La esquina se vuelve refugio en medio del combate. Ahí el entrenador y los ayudantes consuelan, apoyan, rodean y guían antes de que el boxeador regrese a la soledad vigilada por miles. La campanada es la paz y el llamado a la guerra. Los eufemismos también están: las cuerdas del ring son una jaula, limitan. Se disimula en dolor con guantes que convierten a los puños en armas funcionales con todo y funda.
El final puede llegar impredeciblemente con un knockout, contundencia que no deja espacio para una respuesta. Anotación que ya no permite reciprocidad. En otros casos el conflicto se extiende hasta el límite máximo en el que la entrega de la gloria depende de un grupo reducido de jueces anónimos quienes traducen en números la entrega apasionada de quienes luchan con una vestimenta tan primitiva como lo que practican.
2 comentarios:
Yo boxeé durante un tiempo y sigo siendo muy aficionado. Es un deporte supremo.
Atte: Juan Ramón.
Cambié una palabra del post ese que estaba fuera de lugar. Quedó mucho mejor.
El Reata: Que conste que soy fan de las películas de Rocky.
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