¿Les ha pasado que no logran recordar la edad exacta que tenían cuando pasó algo? Así más o menos estoy respecto a la historia que a continuación les comparto. Bueno, no pidan precisión, pero sí puedo asegurar que yo no pasaba de los ocho años.
Desde que tengo memoria le he rehuido a los baños públicos, una mezcla de repulsión, asco, repugnancia, aversión y más sinónimos que se les parezcan se apropian de mí ante la idea de acudir a uno a algo que no sea lavarse y secarse las manos (aunque ahora con el paso del tiempo he aprendido ir a orinar sin quejarme mucho). Eso, claro lleva a que muchas veces me tenga que aguantar más de la cuenta. En una ocasión (tenía cuatro años) me tuvieron que llevar al hospital (o eso me han dicho, yo no me acuerdo) porque me negué a hacer pipí durante más de un día, y cuando por fin quise hacerlo ya no podía. Me tuvieron que meter a algo parecido a una alberca con agua caliente para que me relajara y el chorro por fin saliera.
Eso es para contextualizar un poco nomás, tampoco crean que estoy orgulloso de semejante despropósito, al contrario, que más quisiera hablarles de mi medalla de oro en los juegos olímpicos de Atlanta 96, pero no, eso es lo que hay.
Eran las nueve de la mañana de un domingo de principios de los noventa, mi familia iba a salir y como yo todavía ignoraba cómo prepararme unos hot cakes (apenas estaba llegando a la etapa en la que descubres que el refrigerado carece de vida propia) me agarraron de las greñas para subirme al auto que tendría como primera parada un restaurante donde desayunar. El problema es que como me desperté tarde, ante la ansiedad de los dos sujetos que me mantenían (conocidos también como mami y papi) que me apuraban y apuraban, no alcancé a ir al baño al que tenía que haber visitado desde el día anterior. Total, no le di importancia, creí que regresaríamos rápido y que podría estrenar el nuevo papel higiénico al que ya le había echado el ojo.
Ya en restaurante todo transcurrió con normalidad. Mi memoria me impide contarles qué fue lo que pedí, sólo diré que viéndolo ahora, creo que la opción más adecuada dadas las circunstancias hubiera sido dejar descansar los dientes y haber pedido un vaso de agua. Al final mi pequeño estómago se sentía un poco mal; tanto que por un ligero instante consideré ir al baño del lugar en el que me encontraba. En otro ligero instante lo descarté y tomé la decisión de aguantar heroicamente hasta el final. Después de todo, pronto regresaríamos a casa y una vez ahí yo correría como velocista etíope hasta llegar al retrete más cercano... o eso creía. Momento crucial: cuando nos disponíamos a salir (palillos y dulcecillos en mano) mi padre se encontró con un amigo que a mí, desde la primera vista me dio desconfianza para lo cual tal vez influyó mi estado crítico en el que el sudor frío se empezaba a manifestar. Comencé a desesperarme y sentía que si seguía caminando el personal de limpieza de restaurante tendría que ser solicitado de emergencia, entonces le pedí a mi madre que me cargara, lo cual le extrañó muchísimo porque yo estaba en esa etapa en la que los niños que ven Dragon Ball se empiezan a sentir adultos. Aún así accedió y sus vértebras soportaron.
Desde las alturas todo lucía mejor, agarré un segundo aire, e, iluso yo, creí que la crisis ya había pasado y que era un bonito día. Fue entonces que mi padre se acercó para comunicarnos que su amigo nos había invitado a la iglesia, hecho que borró la sonrisa de mi cara para dar paso a una mueca de WTF? años antes de que esas siglas adquirieran la popularidad de la que ahora gozan. ¿Iglesia?, La única agua que me parecía bendita en ese momento era la del excusado al que tanto añoraba. No dije nada, sólo me dejé llevar hasta que sin darme cuenta me encontraba sentado en una banca de madera de una iglesia... ¡Mormona!
Todos eran amables ahí, vestían bien y eran bellos. Éramos la "familia nueva" y el que oficiaba la misa a media ceremonia nos presentó ante la comunidad. Llegamos ahí con engaños. Yo creía en el indio Juan Diego y de pronto me vi rodeado de sonrisas y buena onda excesiva de una religión cuyo nombre me remitía a mi primo Ramón, fue entonces que minutos después de que nos dieron la bienvenida, no pude más y expulsé lo que me había causada tantas molestias. Yo, un pequeño niño había hecho lo más rock and roll del mundo: me cagué (literalmente) en una iglesia. Ni Keith Richards me supera en ese aspecto. Fui sacado de ahí por mi madre para dar un tour a los magníficos baños de la iglesia. Una mujer nos ayudó y nos facilitó todo. Les digo, muy amable la gente de ahí.Una vez limpio nos retiramos del lugar. Nunca regresamos. Ni nos volvieron a invitar.
Todavía hoy me pregunto, ¿Fue el espíritu santo el que por medio de mi naturaleza nos alejó de ahí?
Desde que tengo memoria le he rehuido a los baños públicos, una mezcla de repulsión, asco, repugnancia, aversión y más sinónimos que se les parezcan se apropian de mí ante la idea de acudir a uno a algo que no sea lavarse y secarse las manos (aunque ahora con el paso del tiempo he aprendido ir a orinar sin quejarme mucho). Eso, claro lleva a que muchas veces me tenga que aguantar más de la cuenta. En una ocasión (tenía cuatro años) me tuvieron que llevar al hospital (o eso me han dicho, yo no me acuerdo) porque me negué a hacer pipí durante más de un día, y cuando por fin quise hacerlo ya no podía. Me tuvieron que meter a algo parecido a una alberca con agua caliente para que me relajara y el chorro por fin saliera.
Eso es para contextualizar un poco nomás, tampoco crean que estoy orgulloso de semejante despropósito, al contrario, que más quisiera hablarles de mi medalla de oro en los juegos olímpicos de Atlanta 96, pero no, eso es lo que hay.
Eran las nueve de la mañana de un domingo de principios de los noventa, mi familia iba a salir y como yo todavía ignoraba cómo prepararme unos hot cakes (apenas estaba llegando a la etapa en la que descubres que el refrigerado carece de vida propia) me agarraron de las greñas para subirme al auto que tendría como primera parada un restaurante donde desayunar. El problema es que como me desperté tarde, ante la ansiedad de los dos sujetos que me mantenían (conocidos también como mami y papi) que me apuraban y apuraban, no alcancé a ir al baño al que tenía que haber visitado desde el día anterior. Total, no le di importancia, creí que regresaríamos rápido y que podría estrenar el nuevo papel higiénico al que ya le había echado el ojo.
Ya en restaurante todo transcurrió con normalidad. Mi memoria me impide contarles qué fue lo que pedí, sólo diré que viéndolo ahora, creo que la opción más adecuada dadas las circunstancias hubiera sido dejar descansar los dientes y haber pedido un vaso de agua. Al final mi pequeño estómago se sentía un poco mal; tanto que por un ligero instante consideré ir al baño del lugar en el que me encontraba. En otro ligero instante lo descarté y tomé la decisión de aguantar heroicamente hasta el final. Después de todo, pronto regresaríamos a casa y una vez ahí yo correría como velocista etíope hasta llegar al retrete más cercano... o eso creía. Momento crucial: cuando nos disponíamos a salir (palillos y dulcecillos en mano) mi padre se encontró con un amigo que a mí, desde la primera vista me dio desconfianza para lo cual tal vez influyó mi estado crítico en el que el sudor frío se empezaba a manifestar. Comencé a desesperarme y sentía que si seguía caminando el personal de limpieza de restaurante tendría que ser solicitado de emergencia, entonces le pedí a mi madre que me cargara, lo cual le extrañó muchísimo porque yo estaba en esa etapa en la que los niños que ven Dragon Ball se empiezan a sentir adultos. Aún así accedió y sus vértebras soportaron.
Desde las alturas todo lucía mejor, agarré un segundo aire, e, iluso yo, creí que la crisis ya había pasado y que era un bonito día. Fue entonces que mi padre se acercó para comunicarnos que su amigo nos había invitado a la iglesia, hecho que borró la sonrisa de mi cara para dar paso a una mueca de WTF? años antes de que esas siglas adquirieran la popularidad de la que ahora gozan. ¿Iglesia?, La única agua que me parecía bendita en ese momento era la del excusado al que tanto añoraba. No dije nada, sólo me dejé llevar hasta que sin darme cuenta me encontraba sentado en una banca de madera de una iglesia... ¡Mormona!
Todos eran amables ahí, vestían bien y eran bellos. Éramos la "familia nueva" y el que oficiaba la misa a media ceremonia nos presentó ante la comunidad. Llegamos ahí con engaños. Yo creía en el indio Juan Diego y de pronto me vi rodeado de sonrisas y buena onda excesiva de una religión cuyo nombre me remitía a mi primo Ramón, fue entonces que minutos después de que nos dieron la bienvenida, no pude más y expulsé lo que me había causada tantas molestias. Yo, un pequeño niño había hecho lo más rock and roll del mundo: me cagué (literalmente) en una iglesia. Ni Keith Richards me supera en ese aspecto. Fui sacado de ahí por mi madre para dar un tour a los magníficos baños de la iglesia. Una mujer nos ayudó y nos facilitó todo. Les digo, muy amable la gente de ahí.Una vez limpio nos retiramos del lugar. Nunca regresamos. Ni nos volvieron a invitar.
Todavía hoy me pregunto, ¿Fue el espíritu santo el que por medio de mi naturaleza nos alejó de ahí?
5 comentarios:
jajajaja lo que me sorprende es que aún te acuerdes, no debiste estar muy peque puesro que tu mamá te cargó, ellas dejan de hacerlo después de los 2 años...
Una buena historia para platicarle a tus nietos, no cualquiera!!!!
Por cierto, me gusta tu foto de perfil... mucho
Saludos!!
Jajaja, sí, seguro fue el espíritu santo, a algunos se les presenta en forma de palomita y a otros en forma de caquita. xP
"Me cago en la iglesia" ahora tiene una connotación mucho más amplia para mi.
Buena anécdota.
México debe ser uno de los países con baños públicos más sucios en el mundo. Yo los evito al máximo. Y tengo la buena costumbre desde niño de ir al baño al despertar y luego bañarme, así evito tener que ir a baños públicos.
jajajajaj, qe buena anecdota...pero sii paso, fue por algo jajaa
besoos!
Pixie: Desde que nació este blog dentro de mí tuve la intención de postear esto, por cuestiones de aplazamiento hasta ahora llegó.
Saludos.
RickBloggea: Algún día deberías intentarlo, aunque para los mayores de 10 años debe ser un poco más complicado.
Saludos.
Ontobelli: Tengo la misma costumbre. Me cuesta entender que hay gente que en ocasiones primero se baña y luego va al baño cometiendo una de las grandes estupideces del mercado.
Saludos.
Criss: Es bastante misterioso el asunto.
Saludos.
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