jueves, 16 de junio de 2011

Pedazo de novela

Después de varios meses me animé a echarle un vistazo a la novela (las cursivas no son gratuitas) que escribí en noviembre del año pasado. Como era de esperarse, me aterré. Escribir algo tan largo en tan poco tiempo trajo severas consecuencias, como la prosa atropellada y una cantidad enorme de errores. Editar dicho trabajo implicaría une esfuerzo tres veces mayor del que significó escribirlo, algo que jamás haré, en gran medida porque ni siquiera vale la pena. No se trata de un diamante que deba ser pulido, sino una lata que debe ser aplastada y desechada. Como toda mediocridad, tiene algunos chispazos, no deslumbrantes, pero cuando menos aceptables. Dejo un pequeño fragmento, no sin algo de bochorno. Eviten entusiasmarse, y no pidan que les cuente mucho más. Que conste.

***

El perro de los Valdivia era famoso en toda la colonia. Lo tenían afuera, en el pequeño jardín ubicado a un lado de la cochera. Lo separaba de la calle una reja de barrotes de no más de tres centímetros de grosor. El espacio que había entre uno y otro era tan pequeño que apenas se alcanzaba a distinguir su raza. Parecía un pastor alemán. Nadie sabía cómo se llamaba, aunque algunos habíamos convenido a llamarlo Ramón. Lo que lo hacía célebre era la estridencia de sus ladridos cada que alguien se atrevía a pasar a menos de 10 metros de donde estaba. Cuando lo hacía, reventaba los oídos de quienes tenían la mala fortuna de habitar la misma cuadra. Los niños le tenían miedo. Hubo noches en las que no dejaba dormir. Sin necesidad de reunirse para acordarlo, los vecinos tomaron la decisión de no pasar más por ahí. Meses de soportar el sonido de esos ladridos infernales habían colmado la paciencia de todos.

(...)

Había optado por retomar la vieja costumbre de salir a caminar. Era necesario por el alarmante aumento de peso sufrido en los últimos meses. El único ejercicio para el que me sentía capacitado entonces era ése, el de caminar. El primer día fue importante. En los audífonos llevaba música para convertir la rutina en algo llevadero. En algún momento empecé a sentirme contento. Caminar es fantástico, pensé. Ir hacia ningún lugar en particular, quiero decir. No dependes de nadie más que de ti mismo. Sientes que abandonas algo, sensación que viene de perlas cuando llevas cierto tipo de existencia. Lo mejor es eso, que puedes caminar aunque no tengas a dónde ir. Lo pasé de tal manera que tardé en darme cuenta que ya había anochecido, y que la ruta aleatoria me había llevado a la calle en la que vivían los Valdivia. Su casa estaba cerca y Ramón no ladraba. Acaso estaba dormido, pensé, así que seguí caminando, sin temor. Comprobé que me equivocaba cuando lo vi sentado en la cochera que cuidaba. No emitía sonido alguno. La reja no impidió que mirara sus ojos. Parecía tranquilo, y sacaba la lengua. Me acerqué aún más sin que esto cambiara nada. Él seguía apoyándose en sus patas, pacífico, casi amable. Segundos después seguí mi camino. No supe si su silencio se debía a que extrañaba la presencia de un desconocido, si le simpatizaba o si, simplemente, mi estado, evidentemente lamentable, no le intimidaba en lo más mínimo.

2 comentarios:

Miucha Malicieux dijo...

Si piensas eso de lo que escribes, ya me imagino lo que creerás de lo que hago D:

Bigmaud dijo...

Pienso cosas muy buenas.