jueves, 2 de junio de 2011

Corazón contento

Tuve que pasar unos días solo en casa. Ningún problema, excepto por el de la comida. La mayor parte del tiempo estoy encerrado en mi habitación, el lugar donde tengo el 80% de lo que necesito. Una cama, una computadora, música, libros... me falta otro 20%, uno vital. Y está eso, el pensar qué comer. Un tema verdaderamente jodido, supongo que hay hombres que se casa simplemente por tener una cocinera velada.

Los primero días lo pasé estupendo. Por la mañana pedía una pizza y era lo que comía hasta que anochecía. Al día siguiente compraba tacos y eso desayunaba, comía y cenaba. Tres días después volvía a pedir una pizza. De vez en cuando compraba una ensalada para disimular. Cuando tu vida se ha convertido en un fiasco, lo menos importante es que te alimentes sanamente, ya más o menos como que da igual.

Hubo una dificultad a la mitad del trayecto solitario. Se me ocurrió ir a una librería para comprar algo que leer. Había agotado ya todas mis reservas. La pila de lecturas pendientes se había reducido hasta el suelo. Tengo manías, una de ellas es que cuando voy a comprar libros tengo que hacerlo por paquete, no puedo salir con uno simplemente. Una vez abandoné una librería de usado con veinte libros bajo los brazos. Los terminé en medio año. Mi ritmo de lectura ha bajado bastante, he perdido la voracidad que tenía antes.

Decía que iba a comprar UN libro, ese era el reto. El dinero no me sobraba. La idea era salir de ahí con algo choncho que no pudiera terminar en una sentada. (La línea anterior está dedicada a los albureros que me leen, a los que tengo algo descuidados). Un clásico ruso, por ejemplo. Patrañas.Lo siguiente que supe es que la cuenta cerró en 800 pesos. Por cinco libros, ninguno de ellos de Tolstoi.

Hice cálculos. Resultó que por culpa de esa compra, tendría sobrevivir casi una semana con el equivalente a 25 pesos diarios. Los días anteriores había estado gastando un promedio de 110 en el mismo transcurso de tiempo, así que era claro tendría que ajustar mi presupuesto. Adiós, pizza; adiós, tacos; adiós, Starbucks. Hola, latas de atún; hola, galletas saladas; hola, miseria.

Jamás podré ahorrar, en cuanto tengo algo de dinero lo gasto aunque sepa que en el futuro tendré que sufrir. Soy la cigarra que agota los recursos mientras la hormiga trabaja duro para cuando llegue el invierno.

La librería me dio asco, por cierto. Las películas te venden que ahí encontrarás al amor de tu vida. Que llegará la tarde en que verás a una chica hermosa preguntando el precio de tu libro favorito y que tú aprovecharás para decirle lo mucho que te gusta (el libro) y ella lo mucho que le gusta leer. Y que después de intercambiar opiniones literarias, saldrás de ahí con ella tomados de la mano a tomar un café. Ocho meses después estarás casado y ella dará a luz a tres hijos angelicales. La realidad es distinta, sentí ganas de vomitar al ver tanta gente platicando como si el lugar se tratara de un simposio insignificante. Nadie compraba nada, ni miraban los libros. Veías el sitio lleno de parejas y de amigos platicando entre los estantes sin ningún pudor. En eso se han convertido las librerías, en lugares para socializar al tiempo en que sirven para aparentar que lees. Oh, miren que cool soy, estoy en una librería porque soy culto, llamen a la sección de sociales para que tomen fotos de esto. Así es la gente. Y luego nos indignamos cuando seres así de pointless se quedan sin empleo. No lo podemos evitar.

A las únicas que escuché hablar de literatura fue un par de muchachas. Llamaron mi atención porque una de ellas era pelirroja natural y a mí me encantan las pelirrojas naturales. Me acerqué a donde estaban (la sección de literatura iberoamericana) con la esperanza de que estuvieran debatiendo acerca de Jorge Ibargüengoitia. No fue así. Eran bastante tontainas, por el contrario. Una de ellas decía:

Pues a mí me fascina leer. En el colegio nos pusieron a leer a este... como se llama... este escritor mexicano...uno muy famoso...
¿Carlos Fuentes?
No. Este... ay, cómo se llama...
Carlos Cuauhtémoc Sánchez.
Ese no, otro muy famoso.
¿Monsivais?
¡GARCÍA MÁRQUEZ!

Salí de ahí sin esperanza. La sociedad se sostiene por tipos tan ordinarios como nosotros.

Al otro día fui al supermercado a comprar cosas que se pudieran cocinar y que, por consiguiente, fueran más baratas que las que ya están preparadas. Salí de aquí con unas latas de atún, imitación de queso manchego, tortillas, algo de carne, frijoles, leche, crema y una lata de salsa. Iba a preparar unas tostadas en la tarde. Las primeras que haría en mi vida. Sobreviviría el resto de los días con quesadillas, atún y con el cereal que abundaba en casa.

En la caja vi a una muchacha hermosa. Estaba detrás de mí. Era morena. Ahora soy un tipo de morenas. Antes era un tipo de rubias. Las he dejado de preferir porque se sienten las dueñas del mundo, que les den. Las morenas son atentas y cariñosas, tienen la piel suave. Ahí estaba ella que iba a pagar un jugo de arándano, nada más. Es una tipa sana, pensé. Llevaba una blusa blanca ajustada de alguna escuela que no adivinaba. Era más joven que yo, pero lo suficientemente madura. El cabello le llegaba a los hombros. Se esmeraba en peinarlo. Pagué lo mío y salí de ahí caminando. Mi casa queda cerca. Ella venía detrás. Apresuró el paso, me rebasó. Pude verla por detrás con ese ritmo oscilante que tienen las mujeres. Caminamos y caminamos. Parecía perseguirla, pero no era así, ella tomaba la misma ruta que yo. Seguimos caminando. Aumenté la velocidad, no quería perderla de vista. Estaba enamorado. Ahora quería saber dónde vivía, o hacerle un poco de plática. El asunto es que ella era delgadita y atlética, yo tenía sobrepeso; ella llevaba un jugo de arándano, yo varias bolsas pesadas. No hallaba la forma de alcanzarla.

A la mitad del camino ella se detuvo. Yo me detuve. Dio media vuelta. Me miró por veinte segundos. Soltó una sonrisa. Y luego siguió caminando. Cuando levanté las bolsas que había puesto en el suelo noté que una de ellas se había roto. El frasco de salsa verde destinado a coronar mis tostadas se cayó y rompió. Ella se alejaba lejos de mí sin darse cuenta de lo que pasaba. Lo pensé un segundo y lo decidí. La iba a perder la siempre.

Regresé a la tienda para comprar otra salsa. Con el estómago vacío uno no puede andar pensando en posibles amoríos.

4 comentarios:

Miucha Malicieux dijo...

Con todo el dinero que gastaste en esa comida tan monótona un técnico en turismo hubiera hecho maravillas. Así que ya sabes, a la siguiente... Llévame a tu casa :D x3

Bedeckt. dijo...

Tu, sabes de lo que hablas, esa aventura en el centro comercial me conmovio. :_(
Lo de las librerias, completamente de acuerdo, yo he entrado a varias para encontrar que todas las personas se la pasan hablando, relegando a los libros a un segundo plano.
Comppartimos ese gusto por las pelirrojas naturales, sospecho que mi gusto por ellas varia del hecho de que hay muy poquitas.

Anónimo dijo...

Jajajajaja Me encantó eso de buscar el amor en una libreria y las tipitas diciendo nombres de escritores, jajajaja, pues al menos te enamoraste hoy! eso es padre!

Bigmaud dijo...

Miucha: Ok, dame tips para economizar que me volvería loco y pobre si viviera solo.

Norwegian: Queremos de lo que no podemos tener, pero igual hay pocas negras aquí en México y esas no me gustan, así que influyen otras cosas.

Anónimo: Padre por un rsto, luego e nada sirvió.

Saludos a todos.