jueves, 30 de septiembre de 2010

Elinéa


Acomplejada por su extrema delgadez, la línea decidió comer puntos para engordar. Como entrada optaba por un punto y aparte, de plato fuerte se servía dos puntos; eso sin contar los días en los que más tenía hambre en los que terminaba por zamparse cuatro órdenes de puntos suspensivos. Tragaba y tragaba. Todos los días. Lo que ella no sabía, es que no sólo no engordaba, sino que también crecía, haciendo de su flacura algo tan evidente como su gula.

Una buena salsa




Casi no uso la biblioteca de la escuela. Nada en contra de los libros, los quiero. Huelen bien. Tanto los viejos como los nuevos.

No voy porque considero que la lectura es una experiencia personal y como que eso de tener entre las manos un libro que ya tocaron otras trescientas personas le quita un poco de encanto al asunto. No es TU libro, es el libro de todos. Por esa costumbre he gastado dinero que podría ahorrar o utilizar en otros asuntos. Aunque no sé bien en qué. No sé en qué gastar el dinero. tengo alimento y techo gratuito. La universidad en la que estoy es pública y la cuota anual ya está cubierta desde hace tiempo. No me gusta salir. ni a museos ni al cine, ni a la esquina. No gasto en nada. Lo que menos haría sería soltar un peso para ropa. Conozco a gente que se compra una camisa a la semana. Un pantalón al mes. Yo no, me da un poco igual. Si por mí fuera usaría lo mismo todos los días. Pero no, debo admitir que me pesan las convenciones sociales por lo que procuro variar el atuendo cada dos o tres días. También he dejado de comprar discos y películas, ahora todo lo bajo por internet. Lo único que hago con el poco o mucho dinero que tengo es gastar en libros. Hace poco se acumularon demasiados. Hubo una tarde en el que compré cerca de diecisiete libros. Conozco gente que no ha leído esa cantidad en toda su vida. Me dejé llevar, estaba en una calle de librerías de usado y bueno, agarré algunos que ni siquiera eran urgentes. Los llevé a casa y se volvieron un peso importante. No me gusta acumular, así que decidí no volver a comprar hasta que terminara de leer esos. Ahora quedan cuatro, podrían ser menos si no hubiera sido porque traicioné el principio. Compré otros cuatro libros en el inter. Unos bonitos de Anagrama.

Llevo una semana sin leer. Acabé saturado. ya me dolía la cabeza. Necesito desintoxicarme. There's more to life than books, you know. De pronto empecé a confundir historias y a olvidar rápidamente lo que páginas atrás había sido un deleite. De vez en cuando viene bien descansar. Ver algunos partidos de la NFL, ver películas tontas. Leer una revista. Eso. Te relajas y luego regresas con más fuerza. De nada sirve estar exprimiendo el cuerpo sólo por cumplir. La lectura debe ser un gusto, no una obligación.

Entré a la biblioteca porque no tenía nada que hacer. La diez personas a las que les caigo bien estaban en clases. Estaba solo. Rodeado de decenas de personas. Me senté en un sillón. Ahora no había un celular para regresar a su dueño, lo cual agradecí. Nunca seré un héroe y a lo máximo que aspiro en esta vida es a un gracias. Cerca de mí estaba una chica un tanto extraña. Tenía el cabello hasta la espalda. Esponjado. Leía un libro. Yo había agarrado uno sólo para disimular. La verdad es que no tenía ganas de nada. No recuerdo cual era. Agarré el más gordo de los que había con la intención de pasar por alguien decente. Creo que no lo logré porque nadie me dio los buenos días.

Estaba aburrido así que inicié la plática con la esperanza de tener suerte por primera vez en el año.

-Oye, ¿qué estás leyendo?

No me hizo caso. Vi que tenía puestos los audífonos.Agradecí que el lugar estuviera semi vacío. Nadie se dio cuenta del ridículo.

Me rendí. No era mi día, no era mi semana. No era mi mes, ni siquiera mi año. Probablemente no fuera mi década ni mi vida. Cuando reencarne en una oruga todo irá mejor. Ahora pago el karma que debo, luego vendrá la gloria y terminaré siendo una bella mariposa que, con suerte, podrá ser disecada.

Estaba al borde del sueño cuando de pronto escuché una voz.

-Disculpa, ¿me puedes decir la hora?

Era la chica que minutos atrás me había ignorado por escuchar a Enrique Bunbury o algo similar.

-Las once y media.
-Gracias- me dijo.

Aproveché la oportunidad para repetir mi pregunta. Ahora sí me contestó. Hablaba medio raro. Parecía una niña de doce años.

-Eh, se llama "El búfalo de la noche".

No podía perder la oportunidad. No conocía esa novela, sólo sabía que la habían hecho película. Noté que tenía el separador en las primeras páginas. No iba muy avanzada. Quería platicar con alguien, dios. No podía negarlo, estaba terriblemente solo y no tenía otra intención que entablar una conversación sana sobre cualquier cosa. Fingí ser fan de Guillermo Arriaga.

-Lo leí el año pasado. Bastante bueno, cuando vi la película terminé decepcionado. No le hace justicia. Cada personaje está cargado de una fuerza enternecedora. Lloré con el final.
-¿En serio? Apenas lo voy empezando.
-Por eso mismo no te cuento ningún detalle, no te quiero arruinar la experiencia.
-No importa. Mira, un maestro nos dejó un trabajo al respecto y lo tengo que entregar para mañana.
-Qué hombre tan miserable.
-Ayúdame, nada más dime más o menos de qué trata.

Le inventé una historia. Le dije que trataba de unos cazadores que un día encontraban un búfalo de dos cabezas al que intentaban disparar todas las noches sin éxito. Me creyó e hizo su trabajo al respecto. Espero no volverla a ver. Porque me reclamará y yo sólo quería a alguien con quien platicar.

martes, 28 de septiembre de 2010

Radio, radio


Mi madre tiene la costumbre de dejar el radio prendido todo el día. Desconozco las razones, lo único que sé es que apenas pone un pie fuera de la cama va y sintoniza alguna estación, mayoritariamente de noticias.

Costumbres antiguas, sin duda, porque aunque todavía hay alguno que otro estudiante que se dedica a hacerlo, la mayoría hemos dejado a las radiofrecuencias como un mero recuerdo de la vida poca llevadora que existía antes del desarrollo de internet de manera comercial.

Que yo recuerde, hubo un breve periodo en el que me enganché a el radio. Calculo que habrá sido hace unos ocho años cuando no tenía una computadora personal con la cual desvelarme. Ya sabrán que una vez descartados el buscaminas y la pornografía no quedan muchas alternativas con la cual acompañar al insomnio, así que era común que buscara en alguna estación algo relativamente agradable.

Contrario a lo que podría pensarse, no lo hacía por la música, lo que quería era radio hablada. De cierto modo sigo creyendo que hay algo especial en estar escuchando en vivo (y en eso pierden puntos los podcasts) a alguien de voz misteriosa hablando de cualquier cosa. Cuando encima no tienes televisión por cable, lo que uno más quiere es algo que mantenga activa la mente que en la obscuridad suele perderse entorno a pensamientos depresivos. Wait...

La música me importaba tan poco que llegué a escuchar programas nocturnos de música grupera (género que aborrezco) en los que habían conductores carismáticos. Uno de ellos se llamaba "Hijos de la madrugada" y lo conducía un tipo que se hacía llamar con el elegante apelativo de "El gato". Me gustaba porque no traía la dinámica estúpida de hacer bromas pesadas a quienes se encontraban descansando en la falsa seguridad de sus almohadas. Por cada dos canciones venían varios minutos en los que recibía llamadas del público (en su mayoría mujeres) que contaban penurias amorosas y demás temas que satisfacían a nuestros espíritus metiches en la comodidad de nuestras camas.

Estuve varios meses oyéndolo. Llegó un momento en que consideré adherirme al mundillo grupero. El locutor, y todos los que llamaban parecían personas agradables, ajenas al cliché de maleducación y vulgaridad en el que los tenían encasillados. Por si fuera poco, con el tiempo empecé a identificar a algunos grupos, y había unas cuantas canciones que me resultaban agradables de las cuales ya no recuerdo sus títulos. Todo iba perfecto, pero cuando estaba a punto de pedirle a mis padres que me compraran unas botas y sombrero, descubrí con terror que debido a su creciente popularidad, los ejecutivos de la Ké Buena habían tomado la decisión de cambiar al gato a otro horario (al de la tarde), siendo sustituyendo por una tal "Ardilla", una joven dicharachera que aportaba más estridencia que contenido a las dos horas que duraba la emisión. La comunión existente entre los hijos de la madrugada se perdió ya que la nueva conductora era más burlona. Se extrañaba la presencia del consejero reflexivo de su antecesor.

Ahí me di cuenta que por más que quisiera la música grupera no me iba a entrar del todo. Le había agarrado el gusto, acaso por la combinación de entretenimiento aportado por el contenido que había entre una canción y otra que por la música en sí. O quizás haya sido porque La ardilla no tenía buena mano para eso de seleccionar temas. Sigo sin saberlo.

La verdad es que aunque El Gato me caía bien, no estaba dispuesto a escucharlo a las dos de la tarde. Más allá de que a esa hora estuviera en la escuela, lo que yo quería era compañía auditiva nocturna. Una vez dejando de lado a la Ké Buena, emprendí una nueva exploración con la esperanza de encontrar algo similar. No tardé mucho en hallar unas voces interesantes en Los 40 principales, o en su equivalente en aquel tiempo. Recuerdo que andaba moviendo la ruedita de mi radioreceptor cuando las voces de tres tipos me llamaron la atención. Estaban hablando de los peores baños en los que habían estado, e inmediatamente recordé la vez que por azares del destino usé el de una vecindad en el que una simple cortina separaba al retrete (un cubo de cemento con un agujero, mejor dicho) del patio central donde había decenas de personas platicando. A partir de ahí me enganché. También estaban las llamadas del público que contaban anécdotas graciosas al respecto. Me volví seguidor de aquellos hombres, uno de ellos era apodado Bazooka. Era que el que "menos bien" me caía pero el de mote más recordable. Hubo otro programa de comidas exóticas versión hogareña, en el que cada uno iba contando las recetas a las que tenían que recurrir cuando no había suficiente armamento en la alacena. Basta decir que la más apetitosa de ellas eran una galletas saladas untadas con mostaza. De ahí para abajo, con platillos humillantes desfilando por nuestros oídos.

La música seguía siendo deficiente, pero aunque medio fresa, de vez en cuando caía alguna de The Cure o Duran Duran. Las choteadas de siempre, sí, pero agradables a fin de cuentas.

Aunque "Los Hijos de la madrugada" y "El programa del que no recuerdo el nombre" eran a los que recurría de cajón, también de vez en cuando ponía a Mariana H en imagen, la cual hablaba menos pero era más interesante y con mucho mejor música y al Warpig y al Reverendo con sus 2 horas d'brayan.

Más cambios de horarios y salidas de conductores (para las cadenas era más barato programar música que pagarle a tres idiotas para que hablaran de pipí y popó) sumado a que por fin tuve una computadora en mi habitación hicieron que abandonara paulatinamente la tradición que había adoptado meses atrás. Y aunque ahora he cubierto ese hueco con todo lo que conlleva internet (redes sociales, foros, noticias, blogs, etc.) todavía recuerdo con cariño aquellos días en los que me di cuenta que no era el único chico que estaba despierto a esas horas, con el volumen bajo para no despertar a sus padres.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Nombres raros

Yo tengo un nombre bastante común. No es momento de revelarlo, pero digamos que cualquiera que haya leído la tira cómica de Charlie Brown tendrá una pista clave para descifrarlo. No me quejo mucho de él, he visto casos en los que la originalidad es llevada a los extremos del ridículo y es cuando agradezco no tener una combinación de nombres-apellidos que me haga blanco fácil de burlas. Pasé tranquilamente la primaria, secundaria, preparatoria y lo que va de universidad en este aspecto. Si he de culpar a algo de lo mal que lo he pasado siendo estudiante habría que voltear a otras doscientas cincuenta opciones.

Durante estos años me he topado con decenas de nombres fuera de lo común. Algunos tan bellos que parecieran versos en sí mismos. Un apellido exótico también ayuda a conseguir el éxito social y laboral. En algún lado lo leí, o lo vi. Es horrible cuando no recuerdas de donde sacas algún dato, mejor no usarlo, porque, casi siempre, habrá alguien que te pregunte, ¿de dónde lo sacaste? Y un "en algún lado lo leí" no funciona, a menos de que estés en un blog en donde a nadie le importe.

Del conjunto de apelativos formales con los que he convivido, hay dos que destacan. El primero fue una chica llamada Noea(candado anti googleo)lly . Stalkearla es facilísimo. No hay nadie llamada igual. Pero me da igual buscarla, no me caía muy buen. Estaba medio loca. La conocí en el kínder y estuve en la misma escuela que ella hasta tercero de primaria. Una vez me dijo que ella era adoptada; que su madre la había encontrado en medio de la nieve en Hawaii. una joyita. Ya se imaginarán su personalidad extravagante, propiciada, me parece, en esa combinación de siete letras con la que es identificada. ¿Cómo le puedes pedir a alguien ser normal si decides llamarla así? Me recordaba a un personaje de los Tiny Toons.

A veces me tocaba ser ese gato azul. Era efusiva y cariñosa, especialmente con los niños. Lo malo es que era una escuela pequeña, y hubo un año en el que sólo éramos ella, otra niña (también de un nombre peculiar: Rígel), Bernardo (blé), y yo; de modo que buena parte de sus destellos de cariño se veían materializados en mí, a través de abrazos y besos húmedos en las mejillas. No pasó de ahí. Teníamos seis, siete años. Luego "maduró" o empezó a darse cuenta de que yo era feo, o algo, pero dejó de hacerlo. Yo lo agradecí. Pero su conducta siguió siendo extraña hasta el último día en que la vi. Una vez su abuelo me llamó a la salida. Me preguntó que si no sabía por qué la maestra nos pedía tanto dinero para material. Yo le dije que no nos había pedido nada en lo que iba del año, fuera de unas monografías y un par de mapamundis. Era obvio que esa era su táctica para sacarle dinero al pobre viejo. Si eso hacía a esa edad no quiero imaginar la clase de estafas a las que se dedica ahora.

El segundo lugar lo tiene un chico llamado Cutz(candado anti googleo)uri . Lo conocí en Monterrey, era mi amigo. Era unos años mayor que yo. Tenía doce años cuando yo tenía nueve. Nos reuníamos sobre todo para jugar supernintendo, play station y nintendo 64. Sólo viví un año por allá y luego le perdí la pista. También es fácilmente googleable y en Facebook vi que ha bajado mucho de peso. Repito: Muuuuuucho. Allá por 1998 era gordito, no del tipo simpático, sino del obeso. A mí me caía bien, sin embargo, aunque su familia también era especial. Cuando le pregunté sobre su nombre me dijo que era de origen azteca. Yo tenía la ilusión de que fuera japonés. Gracias a que almaceno información estúpida en la cabeza recuerdo perfectamente cuando me dijo "mi nombre es más mexicano que el nopal". Claro, ahora con el internetz y las máquinas de vapor he investigado y el nombre no tiene nada de azteca, ni de maya ni de xochimilca. No tiene nada de nada; quizás una palabra improvisada en un registro civil o creada por una compañía especializada en la creación de motes únicos. Quién sabe. Su segundo nombre era Alfonso, y nadie lo usaba. Excepto él.

Apuesto que todos ustedes han conocido gente de casos similares (o peores), los invito a compartirlo en los comentarios.

Diseñadora de miedos

Gabriel había dejado su casa después de muchos años. Esto no es una historia de rebeldía. Se fue con su madre. Y con el gato. Llegó a otra ciudad. Era diferente, quizás más familiar. Aterradora en consecuencia. De vez en cuando regresaba al lugar de donde lo habían hecho escapar. En cierto hueso lo extrañaba. En el corazón no. En la mente sí. No sabía, no sabía. Tenía familia allá, y gran parte de sus pertenencias se habían quedado también. La cama en se había acostado durante años ahora estaba abandonada casi siempre. La vieja televisión había dejado de sintonizar. ¿Qué es una habitación vacía? Tanta gente sin un lugar donde dormir y el tenía dos lugares donde hacerlo. Sin embargo no lograba hacerlo del todo bien en ninguno. Nadie duerme mientras piensa.

Los pocos días que pasaba por allá culminaban siempre de la misma manera: su madre llevándose hasta el polvo.

-Señora, tendré que cobrarle por traer exceso de equipaje.

En antigua casa había dejado mucho, toda una vida. Gabriel se daba cuenta de ello. Era el colmo. No sólo cargaban con maletas. También llevaban lámparas, cuadros, paquetes de papel higiénico y hasta cajas de cereal y una penca de plátanos para que "no se echaran a perder". El show era extraordinario. Ya eran famosos en la terminal de autobuses. Una vez los revisaron porque entre tantas toneladas de cargamento seguro había un poco de droga. Pero no era sí. Podrían llevar un reproductor de dvd, pero 100 gramos de coca eran demasiado pesados para alguien como ellos.

¿Serían conscientes de que cargaban con tanto porque extrañaban el lugar de donde venían?
Yo creo no.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Cuatro pensamientos
mirados por dos ojos
que entienden la mitad
tomas palabras, ansiedad
hay nadie que esconda
con encanto lo que muestras
y caes con tanta gracia
que a veces creo que estás donde debes
vine allá, fui a este lugar, moví
no dejes que acabe
escupe y continúa
rompe contigo, cumple los miel
cuatro vientos se siente como uno
conversación entiendo tu mundo
haces que espere... cuatro cinco minutos
expensa de tiempo encuentra rumbo
cambié varias veces
seguía siendo el mismo
en el fondo tenía meses
meses siento nunca
eres tierra seca
estás a la espera
mantienes experiencia, incompleta
ayer escuché los pasos
que ahora veo arrastrados
si ves que duro suave
si ves que escucho hablando
di que las persianas estorban
las cosas han pasado extra
ñas
dime que también lo has notado
todavía mantengo aullando
pensamientos inmunes
tal vez ella se pre¿unte?
aspiro las respuestas
que ya sabe y niega asintiendo
debes
llorando
mantienes tiempos con las manos
he contado riegos
he medido estudios
he leído tierras
todas lejos de tus ramas




miércoles, 22 de septiembre de 2010

Minutos, segundos

Saco este post por mero orgullo. Todo septiembre sin torturarlos con un escrito, ¿qué clase de desconsiderado soy? Miles de blogs actualizando mientras yo andaba haciendo cosas útiles. Se me cae la cara de vergüenza, de verdad.

El otro día estaba pensando que esto de tener una bitácora en línea perdió su encanto pasados un par de años. En el 2005 no había nada más cool que tener tu weblog. Algunos creían que "su página de internet" los ponía en un pedestal por encima de los demás. Por ese entonces abrí un espacio en ya.com. Blogger ya estaba presente, pero en general el mundillo temático no estaba tan expandido como para preferirlo encima de otro. Había mucha ignorancia al respecto, lo cual era bastante emocionante. El límite de almacenamiento que ya.com ponía era diez megas. ¡Diez Megas! Hay imágenes de alta resolución que pesan más o menos eso, pero hey, era el internet de hace cinco años (auch). Lo que ahora parecen grandes limitaciones, en aquel tiempo era un milagro. Abrir un espacio que podía ser leído por el mundo entero (en teoría, la verdad es que en la mayoría de los casos lo leían cuatro personas, incluyendo al autor) era magnífico.

Leía blogs de otros países. De España, sobretodo. También me aventaba algunos argentinos, chilenos, estadounidenses, ingleses y hasta franceses. Era una maravilla conocer detalles personales de gente de otras partes del mundo. Llegué a disfrutar de relatos tan cotidianos que de ser contados por, digamos, mi vecino me aburriría. Pero cuando se trataba de un parisino, que hasta ponía la lujosa foto de un pan adquiría mucho interés.

Luego llegaría el desencanto. Dejó de ser novedad. Se normalizó. Te dabas cuenta de que la mayoría de esas personas no eran precisamente unos genios de la literatura universal. Y no es que antes lo parecieran, pero al menos ofrecían sensaciones que no encontrabas en otros lados. Todos estábamos emocionados. Ellos por escribir y nosotros por leer. Y viceversa.

Llegó el día en el que dejé de leer blogs. Antes exploraba, dedicaba horas enteras en buscar los mejores. Al final me quedé con un puñado, los cuales sigo leyendo aunque ya casi no comente. Son los que tengo en el listado de links que ven a su derecha.

Hay un desgaste en el mundo bloguero, algunos le echan la culpa a twitter como si no se pudieran tener ambas cosas. Creo que más bien se han perdido las ganas de tener un pedacito de internet. Ya todos tienen uno; todos lo tuvimos, y no sirvió como catapulta hacia el estrellato. De cierto modo es un ejercicio estéril. Literatura amateur para públicos pequeños. No hay gran ciencia en ello .

Pero a ratos es divertido, terapéutico y estimulante. Por eso algunos seguimos de aferrados.