Amanecí enfermo. Ayer ya me había sentido mal. Apenas hoy apenas los síntomas se manifestaron por completo. Llevaba todo el 2010 sin gripe y justo cuando creía que terminaría agosto con la buena racha, zas, viene esto. Culpo a la universidad. Este semestre (apenas llevo dos semanas) ha sido desastroso. La baños a las seis de la mañana han contribuido, desde luego; habrá quienes prefieran ducharse por la noche, yo no. No me sentiría cómodo si llegara a la escuela tal como desperté. Sin embargo culpo más al entorno que ha mermado mis defensas. Vivo rodeado de gente loca que por un lado te exprime la mente y que por el otro te niega el saludo. Tengo un buen horario. Con eso me refiero a que hay peores. Lo malo es que la mayoría de las clases las tomo con gente con la que no simpatizo. O que directamente no conozco, como los de primer semestre. Me dan ternura las chicas de nuevo ingreso. Llegan todas arregladas, de tacón y aretito, de peinado cuidado. Son sus primeros días, deben tener las expectativas altas como alguna vez yo las tuve. Ya en segundo o tercer semestre la mayoría sufre un desencuentro y las ves en pants y sin maquillaje. Da igual.
Cuando alguien no está contento con su trabajo se nota. Hay una secretaria. No sé cómo se llama, aunque apostaría por Lupita ya que muchas se llaman así. Me he dado cuenta de que es infeliz. Lo cuál no debería importarme si no fuera porque influye en su desempeño. A la tipa no le gusta atender, no le gusta dar información. Labora de mala gana. La semana pasada fui para aclarar una duda respecto a mi horario. Ella estaba arreglando unos papeles. No quise interrumpirla bruscamente por aquello de que podía hacerla perder el hilo del recuento o de lo que estuviera haciendo. Así que simplemente me planté frente a su escritorio a esperar a que dijera algo, a que tomara un respiro. Seguía con las hojas. Obviamente notaba mi presencia pero no se tomó la molestia de pronunciar el clásico permíteme tantito. Ella seguía en lo suyo. No tomó en cuenta mi gesto de nobleza. Cualquier otro hubiera entrado a interrumpirla, así de golpe. Hasta le quitarían los papeles. En fin, como no reaccionaba me vi obligado a tomar la palabra. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para suspirar y decirme que le preguntara a los de la oficina de a lado.
Hoy fui otra vez. Si todo fluyera en armonía no tendría que hacerlo, pero al dejar huecos uno se ve obligado a ello. Llegué y ahí estaba. Sin hacer nada. -Buenas tardes- le dije. Esperaba obtener respuesta, y la tuve...después de cinco segundos. Sí, tardó CINCO SEGUNDOS en regresarme el saludo. Una barbaridad. Un atleta corre cincuenta metros en ese tiempo. No le gusta resolver dudas, le molesta, le fastidia. Lo único que disfruta de su empleo es tomar café y platicar trivialidades con sus compañeras. Fue un momento incómodo, cinco segundos humillantemente largos. De mala gana terminó por decir, "buenas".
Preferí irme, la cabeza me dolía y había vuelto a estornudar. Pensé en que no debía haber ido a estudiar. Pensé que todo era un desperdicio de tiempo. Nadie en ese lugar esperaba verme triunfar. Les da lo mismo, cada quien está a la espera de irse.
Vi sólo a una persona amable en todo el día. Me dijo que se había cambiado otra universidad.
1 comentario:
Luego se preguntan porque hay masacres en las universidades...
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